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Escribir afuera y vivir adentro. Una mirada a la intemperie del exilio
por Alejandro Padrón
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Kalathos Ediciones (Madrid) ha publicado la antología de cuentos: Escribir afuera. Cuentos de intemperies y querencias (2021), volumen compilado por Katie Brown, Liliana Lara y Raquel Rivas Rojas, quienes han escogido treinta y un relatos de autores venezolanos cuyos temas giran en torno de la experiencia del exilio. Se hallan aquí representadas cinco generaciones de escritores (desde los años cuarenta hasta los años ochenta) donde predomina, desde el punto de vista cuantitativo, la generación de los sesenta (once en total); las demás no pasan de siete por cada década (con la excepción de Krina Ber, que reina solitaria en su generación).
Más allá del desplazamiento físico, el exilio es un viaje hacia la profundidad de la psique. Es un fenómeno ligado a la conmoción que se produce por la situación, voluntaria o forzada, del extrañamiento. En la base de todo exilio está la alteración de la condición humana que afecta de manera disímil a quien la padece. La vasta materia de la que se nutre está emparentada con una amalgama de sentimientos y sensaciones que va del pesimismo a la nostalgia, de la esperanza al desasosiego, de la adaptación a la resignación, desde el pasado a un futuro ambivalente.
Dentro de estas corrientes se mueve Escribir afuera…, un conjunto que, desde su propia portada, representa el lugar común del exiliado: el equipaje, y a un cuerpo inmóvil que intenta forzar el ámbito de las limitaciones que impone el flagelo de la expatriación: el territorio donde el viaje físico se convierte en un desplazamiento interior. Como quiera que sea, en los actuales momentos el exilio ha devenido uno de los problemas acuciantes de Venezuela por sus características y alarmantes dimensiones: una diáspora de más de cinco millones de expatriados (de las más grandes en los últimos tiempos) que busca desesperadamente un nuevo hogar en tierra extraña o trata de preservar el mínimo espacio en su propio país. En esencia, este libro refleja esa compleja realidad.
Los treinta y un cuentos muestran las distintas facetas, reales o imaginarias, de un fenómeno de vieja data. Desde que el mundo es mundo quizás la primera experiencia de extrañamiento, de la errancia del ser humano, haya sido la expulsión de Adán y Eva del Paraíso. Por su parte, desde una mirada evolucionista ligada al Homo sapiens, que supuestamente emigró desde África hacia varias partes del planeta, somos seres errantes que salimos a conquistar y a poblar el mundo. En ese sentido nos identificamos como emigrantes por naturaleza. Muchos de los que han viajado fuera del país o han sido expulsados lo han hecho por razones políticas, pero también por causas económicas o por necesidad de buscar derroteros en aras de desplegar sus capacidades e inteligencias.
Enfrentarse a un libro de esta categoría comporta riesgos a la hora de intentar una síntesis debido a la particular selección de sus compiladoras. Una primera conclusión sería que la literatura dentro y fuera del país goza de vitalidad según se desprende de la forma y calidad de los textos. La segunda apreciación se orienta hacia el sólido y plástico manejo del lenguaje. Un tercer elemento lo constituyen los temas: en buena parte de los cuentos predomina la tragedia frente al exilio y hay más bien una visión pesimista sobre el fenómeno. Pareciera que el sentimiento general fuera el de no regreso a la tierra de donde se ha salido. Las circunstancias políticas son consideradas como inamovibles para pensar siquiera en un retorno al país natal en el mediano plazo. Esto establecería una gran diferencia con el viejo exilio (siglos XIX y XX), eminentemente político, en el que se percibía alguna perspectiva de retorno; por el contrario, en el siglo XXI el exilio venezolano, además de político, se halla asociado con la crisis económica, lo cual aleja la posibilidad de regresar de aquellos que decidieron marcharse del país.
Finalmente, como en muchas antologías, el conjunto es desigual en cuanto al alcance y la complejidad de las narraciones.
La manera que hemos escogido para agrupar los cuentos obedece a una clasificación arbitraria. Supongo que formó parte del criterio de selección el que la mitad del conglomerado elegido sean mujeres y la otra mitad más uno sean hombres. Una concesión noble de género; esto nos lleva a pensar: ¿por qué no 30 o 32 y sí 31? En la antología quedaron por fuera varios cuentistas que andan desperdigados por el mundo y que merecían haber acompañado a sus colegas por la calidad de sus trabajos y por su trayectoria. Otro día será, sea dicho con mucha pertinencia.
Aquí ofrecemos una clasificación por grupos de cuentos de acuerdo con ciertas características. Se pretende asomar solo la punta del iceberg de las historias.
Cuentos de personajes
Nos llamó la atención la consistencia en la construcción de ciertos personajes que llevan el peso de la historia, como en «Un peregrinaje», de Rubi Guerra, en el que su protagonista, un exiliado que pasa su vida viajando por el mundo procurando recursos para derrocar la tiranía de Juan Vicente Gómez, desilusionado por la actitud de ligereza de sus compatriotas se entrega al fracaso. Se trata de un cuento de la anti épica venezolana que nos recuerda al personaje de Pedro Elías Aristeguieta en la asediada Cumaná de la invasión de agosto de 1929.
Por su parte, en «Homenaje a John Cazale», de Rodrigo Blanco Calderón, se cuenta parte de la vida del país a través de una mujer. Humberto –amante de Maru–, personaje siniestro y corrupto, es apresado en Aruba por lo que la chica, que debía encontrarse con él en Buenos Aires, se ve obligada a permanecer en un hotel de la ciudad. Así, un viaje de placer se convierte en una pesadilla y en un extrañamiento temporal; una historia contada en clave cinematográfica cuyo nombre procede de un actor secundario de varios filmes, como El Padrino y El Padrino II, de Francis Ford Coppola.
En «La vie est belle», de Israel Centeno, Rubén Tenorio, agente de investigación de la policía, es testigo fundamental del asesinato de un importante fiscal. Tenorio es enviado por el gobierno a la ciudad de Pittsburgh para encargarse de una oscura misión. ¿Se trata de alejarlo o eliminarlo? Sin duda, estamos ante un thriller. Como telón de fondo el relato discurre por el mundo del beisbol en Estados Unidos.
El narrador de «Bernardo», relato de Miguel Gomes, reconstruye un período de la adolescencia de un chico llamado Abelardo. De forma fortuita, por un periódico venezolano hallado en su apartamento de Nueva York, Abelardo se entera de la muerte de su amigo de la adolescencia, Dieter, convertido en delincuente. Este hecho desencadena el recuerdo de la etapa cuando Abelardo tenía veinte años y le daba clases de recuperación a Luise, una niña de quince, hermana de Dieter. Se trata de una historia poderosa sobre un país en franca destrucción.
Con «Anatoly», Gustavo Valle alcanza a escribir la extraordinaria crónica sobre una relación de amistad entre dos exiliados: el autor del texto y el reparador de un dividí. El desconocimiento de la lengua española se convierte en una joya del lenguaje cotidiano en boca de ese estupendo personaje que es Anatoly, quien cuenta una historia increíble.
Asimismo, en «Error en Al Busayyah» Salvador Fleján desarrolla un contundente personaje: Luben. Se trata de una composición que resalta por su escritura irónica y trepidante y con gran sentido del humor. La conclusión: el exilio te puede llevar a la guerra.
Cuentos sobre la destrucción de la pareja o del amor perdido en el exilio
En «España se ríe de Casandra», Juan Carlos Chirinos nos muestra una pareja que huye de Venezuela cansada del chavismo, pero que en el exilio termina destruida. En el lugar de acogida se intuye que puede pasar lo mismo que en el país de donde se procede. Un cuento totalizador sobre dos décadas de un régimen oprobioso. Los nombres griegos que utiliza Chirinos para sus protagonistas asoman lo que vendrá: justo los mismos que preconizaron el drama de Troya. Un aborto accidental complica, además, la situación. Asombrosa síntesis de lo que nos ha ocurrido.
Una pareja marcada por la relación padre-hija y la ausencia de la madre son los temas de «Constelaciones», de Gabriel Payares. Podríamos señalar que se trata de radiografiar el exilio del alma. Un viaje de ida y vuelta al silencio cuyo protagonista es el miedo.
En «Lovebirds» Fedosy Santaella nos presenta una pareja que se separa brevemente: él se queda en Caracas, pero luego se junta en México con su mujer. El marido, sin embargo, no soporta el peso del pasado, entonces se hunde mientras ella logra liberarse en ese nuevo espacio.
En el caso de «El entierro», de Federico Vegas, asistimos al regreso de Margarita –luego de veinte años fuera– a su tierra natal. Así, la protagonista piensa y escribe sobre la relación con su amante dejado en Barcelona. También reconstruye su historia mediante la estrategia de narrar la compra de un perro; gracias a ese animal ella recupera temporalmente la paz. No obstante, las cosas cambian cuando el can enferma y muere. El relato incorpora una reflexión filosófica y existencial sobre la pareja: lo que debió ser y no fue; la relación entre seres desiguales cuando el retorno al país se convierte en fracaso. La historia se halla envuelta, asimismo, en una atmósfera de abandono e indefinición.
Finalizamos este apartado señalando que para Raquel Rivas Rojas la memoria y la tristeza constituyen los motivos que activan «Corazones rotos».
Cuentos trágicos
La experiencia traumática de vivir la muerte de una hija en el exilio es lo que materializa «Presencia», de José Luis Palacios; entretanto, en «Moscas en la casa» Freddy Gonçalves Da Silva plasma la idea de que huir del país no es garantía para alcanzar la felicidad cuando el encierro en otra latitud puede terminar en tragedia. De su parte, Alberto Barrera Tyszka introduce en «Cenizas» la historia de tres hermanos que se exilian en tres capitales distintas: Bogotá, Berlín y Barcelona. Estos personajes cargan el peso del suicidio inexplicable de la madre y del hecho de que las cenizas de aquélla han sido plantadas en territorio ajeno. Luego acaece la muerte repentina del padre y se presenta de nuevo la disyuntiva de adónde debe reposar el polvo mortuorio.
Entreverada de poesía, Juan Carlos Méndez Guédez nos presenta en «La nieve sobre Madrid» una narración de suspenso a lo Hitchcock. Una hallaca como metáfora de Venezuela desencadena el drama. El protagonista se golpea en la nieve; tendido en la blanca superficie recuerda a su país ante la perplejidad e incredulidad de su mujer e hija.
En «Sobre las tumbas», de Hugo Prieto, nos enfrentamos a la representación de dos dictaduras con base en un flagelo común: la tortura. En este caso, se trata de un hombre prisionero en Caracas y de una mujer presa en Santiago de Chile.
Para Raquel Abend van Dalen las expresiones de pánico, ansiedad, llanto y estrés crónico son fundamentales en el cristalizado de «Bajo el cielo de hule». Una patología del miedo que gira en torno de la metáfora del pato.
En «Cartografía celeste», Marianela Cabrera presenta el drama de la partida cuando se deja todo atrás. Es un duro texto en una prosa impregnada de poesía. Por su parte, Dinapiera Di Donato se detiene en los selfies para indagar, en «Pateras por todas partes», varias historias desperdigadas por el mundo. Así, leemos sobre la soledad, el terror y el hambre de los exiliados, perseguidos, desesperados o abandonados.
Cuentos nostálgicos
La reflexión sobre la herencia dejada por el chavismo: el exilio, es lo que motoriza «La rocola del oeste», cuento de John Manuel Silva. En ese trabajo predomina la nostalgia de Caracas y de una novia a través del rock. Una narración rica en referencias y resonancias musicales como la propia melodía del relato.
En «Casas vivas», de Liliana Lara, una venezolana cuida casas en Israel al tiempo que su hermano menor vive en Bogotá y su otra hermana en Buenos Aires. Estos hermanos rememoran cómo era su pequeña vivienda en la Avenida Fuerzas Armadas de Caracas; un hogar desmantelado.
Lena Yau maneja los temas de la nostalgia y la depresión en «Camino de los españoles», como respuesta a sus recuerdos de Caracas. En el texto se establece un parangón entre dos ciudades: Madrid y Caracas, donde el Mar Caribe ocupa, curiosamente, lugar importante. Aquí el agua funciona como símbolo vital de pertenencia, un universo poético lleno de significantes.
Cuentos optimistas
En «Diario fragmentado del retorno (con epílogo abierto)», de Kira Kariakin, se nos cuenta un regreso a la patria. Se trata de una reflexión sobre lo propio, sobre la pertenencia que se crea en cualquier parte donde se vive, sobre la adaptación y el abismo frente a lo que era. Un relato, en fin, donde la memoria juega papel importante.
Por su parte, en «El triángulo de las Bermudas o te voy a contar quién soy», Keila Vall de La Ville desarrolla una sólida y exquisita historia de amor repentino. Aquí leemos anécdotas entrecruzadas de mucha riqueza, con base en las dinámicas del que se ve obligado a buscar trabajo fuera de su país.
Cuando su marido sale del hospital para comprar un lunch, la protagonista del relato de Naida Saavedra, «I beg your pardon?» da a luz. Así, la chica debe atender a una andanada de preguntas en inglés que no comprende bien, como por ejemplo que el recién nacido no debe llevar un nombre tan largo. En este cuento se plasma cómo las cosas siempre resultan por completo diferentes en otro país.
Con «En busca de Pierre», Silda Cordoliani indaga las proyecciones simbólicas de una búsqueda: la de un abuelo francés. Relato fluido e impecable, el anhelo de obtener un pasaporte a la libertad se ve frustrado, al final, por el obligado regreso a la patria.
Cuentos metafísicos, sobre rituales y distopías
En «Manor care», María Dayana Fraile nos sumerge en el encuentro metafísico de una joven estudiosa de Platón que todas las mañanas cuida a Tara, una señora poseída por un ser inanimado llamado «Master» (un «filósofo del espacio»). La narradora del texto termina absorbida por el mundo de Tara con lo que pasamos, en tanto lectores, de lo material a lo inmaterial.
Por su parte, en «De cuchillos y tenedores», de Krina Ber, se nos muestra la metamorfosis del ritual de las costumbres alteradas por la dinámica de otras realidades. Hay en este trabajo un buen desarrollo de la trasgresión y de la sorpresa sufrida por la protagonista ante el hecho, digamos, sobrenatural.
Distopía y delirio, así podríamos resumir los motivos plasmados en «Los pobladores», cuento de Carolina Lozada, en el que se representa el aislamiento obligado de una pareja en un pueblo mientras el resto de los habitantes se entrega a la diáspora como consecuencia del miedo. El resultado: paranoia y locura.
En «El premio», Mariana Libertad Suárez da vida a un personaje que regresa a su país desde Vancouver; en esta última ciudad ha dejado a su amiga Estefany. Ambas son científicas y escriben un artículo que cambiará sus vidas. La situación del país natal de la protagonista y la separación de su amiga le generan trastornos: sueños distópicos o surreales y agudos estados de pánico.
Finalmente, Gisela Kozak Rovero nos presenta «Vacaciones del soltero», narración construida con una asombrosa economía de lenguaje. La historia gira en torno de la unión civil de una joven pareja: ella venezolana; él, italiano. El matrimonio se celebra en el país de la novia donde abunda de todo, hasta la cursilería. En el relato se detalla muy bien la mezcla de nacionalidades entre ambas familias. En breves páginas Kozak Rovero nos regala un texto donde ciertas familias de clase media pueden verse reflejadas.
Sin duda, Escribir afuera. Cuentos de intemperies y querencias nos brinda el placer de un viaje por varias tonalidades de la errancia y la nostalgia, una lectura que sirve para conocer cómo algunos escritores venezolanos se enfrentan a los demonios de la diáspora.
Alejandro Padrón
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