Perspectivas

El último autógrafo de Ernesto Cardenal o apocalipsis en San José

Fotografía de INTI OCON | AFP

02/03/2020

Con motivo de la muerte del escritor nicaragüense, Ernesto Cardenal Martínez (1925 – 2020), volvemos a publicar el texto de Pedro Plaza Salvati titulado El último autógrafo de Ernesto Cardenal o apocalipsis en San José.

“Los ticos son siempre así, más bien calladitos pero llenos de sorpresas”. Con esta frase Julio Cortázar inicia su cuento Apocalipsis en Solentiname, referido al archipiélago ubicado en el Lago de Nicaragua, donde nadan raudos agresivos tiburones de agua dulce como mercenarios ocultos bajo el agua, y que el escritor argentino visitó clandestinamente en 1976 durante la dictadura de Somoza. Ese hecho histórico fue motivo central de un panel anunciado en la 16ta Feria Internacional del Libro de Costa Rica, del 18 al 27 de septiembre en la Antigua Aduana, con la presencia del celebérrimo poeta Ernesto Cardenal.

Hace no mucho había leído una declaración de Cardenal en la que afirmaba que el segundo gobierno de Daniel Ortega era una dictadura. Sin embargo, al momento de recibir el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda en el 2009 de manos de la Presidenta Bachelet, Cardenal manifestó: “Yo soy chavista”. Bien estrecho de mente podría ser uno si se juzgara los méritos literarios de un autor por su perfil político, creencias e ideologías; ello nos impediría poder apreciar la calidad de una obra solo por tener un determinado contenido y nos colocaría en un peligroso sesgo de ignorancia y fanatismo.

Yo, como muchos venezolanos traumatizados por las consecuencias del socialismo del siglo veintiuno en nuestras vidas, poseo un mecanismo disparador que me ocasiona un rechazo a los símbolos relacionados a las revoluciones, especialmente a la cubana, cuyo know-how to destroy a country fue introducido por el finado presidente y expandido a dimensiones apocalípticas (para ponernos en la onda del relato cortazariano) por el hombre que habla con los pájaros. Entonces se me ocurrió que tal vez podría tener la oportunidad de preguntarle a Cardenal:

−Don Ernesto, con todo el debido respeto por su obra y trayectoria: ¿cómo puede usted considerar una dictadura al gobierno de Ortega pero al mismo tiempo proclamarse chavista?

El evento central de la feria era precisamente un homenaje a Ernesto Cardenal (el día anterior al panel sobre Cortázar) en el que el presidente de Costa Rica, Luis Guillermo Solís, con su presencia, revistió de mayor importancia tanto a la feria como al acto en cuestión. A la hora pautada, a sus noventa años, apareció el homenajeado siempre vestido con una cotona blanca y una boina negra inseparable como testigo de sus convicciones, dando pasitos para luego sentarse en una silla de ruedas. Este poeta-sacerdote-revolucionario fue propulsor de la Teología de la Liberación y padeció la regaño público de Juan Pablo II cuando el pontífice visitó Managua en 1983, hecho que terminó de catapultar a Cardenal a la fama junto a su participación en la toma del poder por los sandinistas en 1979.

El protocolo del acto fue diseñado para que Don Luis Guillermo, tal vez por su investidura, hablara luego del recital de poesía de Cardenal. Al momento en que Solís empieza a hablar, un grupo de jóvenes estudiantes comienza a gritarle consignas, a hacerle exigencias, mientras él mantenía una calma completa al estilo de Obama cuando es interrumpido por agitadores que no saben escoger el justo momento para esgrimir un reclamo aun pudiendo ser justificado. Solís esperó pacientemente a que se callaran y ello ocurrió porque, uno a uno, se fueron retirando del recinto, pisando fuerte adrede las gradas en su descenso para salir del Teatro de la Aduana.

Este último episodio dejó un sinsabor a los presentes y en los pasillos lo que se comentaba, al terminar el acto, fue la insolencia del reclamo en vez de la envergadura del recital. Y yo pensaba en cuanto desearía que pudiéramos los venezolanos gozar de una democracia donde la gente tuviera derecho, a pesar de los malos modales, a expresar libremente su opinión sin temor a ser encarcelada o penalizada. ¿Dónde está la dictadura?, Don Ernesto, cavilaba una y otra vez en mi pregunta.

Cardenal ofreció un generoso recital en el que pudo leer algunos de los poemas agrupados en la antología Seguir viaje (Editoriales Uruk y Anama, 2015), cuya temática va anclada desde los amores de juventud, su sacerdocio, su visión del mundo y el cosmos, retazos de su experiencia al haber vivido en Estados Unidos hasta el ideal revolucionario que lo llevó, luego del derrocamiento de Somoza, a convertirse en Ministro de Cultura del sandinismo. Un repertorio ecléctico que leyó con una vitalidad y lucidez que no conocían el paso del tiempo. Antes de leer cada poema, como un pequeño preámbulo, explicaba el origen de cada uno haciendo gala, al mismo tiempo, de un extraordinario sentido del humor. Su lectura registraba un tono único, reflejaba una manera de escribir inimitable y una forma de leer tan personal como así distingue a los grandes poetas. Al concluir el recital el presidente se puso de pie. El auditorio siguió su ejemplo y Cardenal recibió una ovación que duró varios minutos (lástima que no fue esto lo que quedara en el ambiente). En el aire se suspendían sus palabras en medio de los estruendosos aplausos:

“Esa fue mi Visión esa noche en San José de Costa Rica
la creación entera aun en los anuncios comerciales gemía con dolor
por la explotación del hombre por el hombre, la creación entera
pedía, pedía a gritos
la Revolución”.

*

A pocos metros de la Antigua Aduana, me encuentro al día siguiente con un amigo en el Bar Buenos Aires, uno de los epicentros de la vida social literaria en San José, para comer algo antes del panel sobre Cortázar y su relación con Nicaragua y Cardenal. Él pide una Imperial y yo una Coca-Cola light. Apenas entramos al bar se desata una furiosa lluvia acompañada de una verbena de rayos, tan cercanos que hacían temblar el cuerpo y que parecían ya aproximarse al Buenos Aires. La distancia entre el resplandor y el trueno era casi inexistente, presagiaba la violencia de un apocalipsis. En Costa Rica las muertes por rayos son comunes. Mi amigo me cuenta el caso de un padre que estaba viendo televisión con su hijo y, al impactar un rayo la antena del techo, condujo la electricidad que salió por la pantalla como una lanza invisible para acabar con la vida del padre.

Tan común es la muerte por rayos como el hecho de que ciclistas sean arrollados por conductores o transeúntes mordidos por cocodrilos camuflados cerca de lagos y ríos en tiquicia. La tempestad fue tan intensa que el diario La Nación, al día siguiente, reportó: “Tres turistas foráneos que visitaban las instalaciones del Volcán Poás fueron impactados por un rayo, en momentos en que caía un fuerte aguacero… El Instituto Meteorológico reportó que hasta las 3:00 pm de este sábado, registraba la caída de 229 rayos en todo el país”. El panel comenzaba precisamente a las 3:00 pm de ese sábado 19 de septiembre de 2015. La tormenta continúa y estamos ya casi sobre la hora. Mi amigo me dice hagamos algo: en lo que caiga un rayo salimos corriendo porque según las estadísticas es improbable que caigan dos rayos seguidos.

Entramos empapados al recinto. El encuentro estaba anunciado de la siguiente manera: Vivencias alrededor de Cortázar en Solentiname. Con Ernesto Cardenal y Oscar Castillo. En el podio estaba, sin embargo, una mujer de nombre no identificado que tenía algo que ver con unos libros colocados sobre la mesa. Junto a ella estaba Oscar Castillo, el mismo que aparece en el cuento de Cortázar:

“Oscar, Ernesto y yo colmábamos la demasiado colmable capacidad de una avioneta Piper Aztec, cuyo nombre será siempre un enigma para mí pero que volaba entre hipos y borborigmos ominosos mientras el rubio piloto sintonizaba unos calipsos contrarrestantes y parecía por completo indiferente a mi noción de que el azteca nos llevaba derecho a la pirámide del sacrificio”.

Al momento de releer el cuento de Cortázar, recordé que un enigma similar me persigue y es el por qué en Costa Rica se denomina “Llave Maya” al pendrive, flash drive o Memoria USB, como si la memoria de dicha cultura fuese un lugar infranqueable. Asimismo, tomaba conciencia de nuevo de que los costarricenses, o tal vez los centroamericanos en general, tienen una superioridad sobre el resto de los latinoamericanos en cuanto a la tolerancia a las turbulencias aéreas en los comúnmente tormentosos cielos de la región. Lo que para uno es una turbulencia atroz para ellos es solo un ligero temblor de avión.

A la hora pautada, como el día anterior, hace presencia Cardenal pero se sienta en la primera fila del teatro, se guarece entre el público, como un espectador más. Y me puse a pensar si ello sería una suerte de distanciamiento con la materia a ser narrada, como para ver todo a la distancia, pero dicho juego me pareció fútil para un hombre de la experiencia y calibre de Cardenal. Estaba quizás dejando sentado un punto de vista determinado. Ya se resolverá este misterio, me dije, y recordé de nuevo la primera frase del cuento de Cortázar acerca de las sorpresas.

Se da inicio al evento. Ajustando la mirada, al ampliar una foto en el celular, veo que el libro sobre la mesa es una antología llamada Cortázar en Solentiname, editado por el sello argentino Patria Grande, que destaca en letras de mayor tamaño los nombres de Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez, junto a otros de letras más pequeñas, como relegándolos visualmente a la categoría de escritores menores. El sacerdote-poeta-revolucionario, procedente de una familia adinerada de Nicaragua pero que quiso abocarse a los más pobres y a llevar un estilo de vida ascético, escogió este lugar para fundar una sociedad utópica donde convivían campesinos y artistas: “Yo me hice sacerdote para fundar una comunidad contemplativa en una de las islas del archipiélago de Solentiname…Y como yo he dicho muchas veces: se ha hecho de Solentiname una especie de mito. La experiencia que allí hubo y lo que allí realizamos no tiene la importancia que muchas veces se le ha dado. Fue en realidad algo muy modesto”, afirma Cardenal en el prólogo del libro Miradas de Solentiname: fotografías y reflexiones, que no tiene nada que ver con el libro que estaba sobre la mesa.

Apenas toma el micrófono Oscar Castillo, un reconocido actor en Costa Rica, manifiesta que le resulta muy extraño hablar de Solentiname en el mismo escenario donde hacía pocos días acababa de interpretar El rey lear. Oscar, como lo refiere con familiaridad varias veces Cortázar en el cuento y que estaba encargado de la propaganda internacional del Frente Sandinista de Liberación Nacional (según devela su anónima acompañante pero cuya revelación él niega enfáticamente ante el público) con su gruesa voz e impecable dicción construye un relato que cautiva e hipnotiza a la audiencia, aunque persistía en el ambiente una tensión latente por la actitud de Cardenal de apartarse en la oscuridad. La narrativa de Castillo era tan vívida que casi se sentía que en cualquier momento podía aparecer Cortázar desde atrás del escenario para decir las palabras que Cardenal replicó que había dicho Cortázar al dejar Nicaragua: “Yo nunca prometo nada pero a veces cumplo”, en relación a la posibilidad de escribir algún relato sobre su experiencia en el archipiélago.

Oscar y la editora-gestora del misterioso libro lanzaban constantes indirectas a Cardenal, que seguía sentado con el público: “… si Ernesto se entusiasma a decir algunas palabras…”, cosas así. Termina de hablar y se implanta un silencio luego de los aplausos, Oscar y la mujer se quedan viendo a Cardenal y, casi como una obligación, se levanta y camina hacia el escenario. Se sienta entre los dos y lo primero que dice es que él no tiene nada que ver con ese libro que está en la mesa y que apenas ayer se había enterado de su existencia (el mismo había sido lanzado en Buenos Aires pocos días atrás por una editorial que se define como “un pequeño grupo de comunicación independiente asociado en Cooperativa, a la vez independientes también de los procesos de concentración económica que tuvieron lugar en la Argentina finisecular”).

Hecha esta aclaratoria, procedió a agregar que parte de la historia contada por Oscar no ocurrió como la había relatado. Y, a partir de ese momento, narra la aventura de cómo fue que pudieron llevar a un Cortázar supuestamente empeñado en visitar la isla (afirmación que desdice el cuento: “Los ticos me planeaban un viaje a Solentiname y a él −Ernesto Cardenal− le parecía irresistible la idea de venir a buscarme”) con los peligros existentes, dado que los somocistas podían apresar al ilustre visitante sin reparo alguno. Como el día anterior pero en otra tónica, la presentación de Cardenal estuvo llena de intensidad, lucidez y humor. Entre otras anécdotas contó que, antes de partir, Cortázar dejó un papel firmado en blanco a Sergio Ramírez y a Ernesto Cardenal, para que ellos escribieran sobre “la postura de Cortázar en apoyo a la revolución nicaragüense”.

Apocalipsis en Solentiname es un magistral relato semi-autobiográfico, en donde el narrador a su regreso a París se dispone en su casa a mirar las fotografías tomadas en Solentiname, como en la proyección de una sala de cine. Y no pude dejar de relacionar el poema “Apocalipsis” de Cardenal con el cuento de Cortázar. En mi mente se formaba la conexión entre el poema escrito por el nicaragüense con anterioridad al cuento del argentino. La imaginación del que observa las fotos de paisajes bucólicos plasmados en pinturas naif a la contraluz intensa del archipiélago (son fotos de pinturas), sufre una metamorfosis e imagina y visualiza, a partir de las mismas imágenes inocentes, los horrores de las dictaduras como si hubiesen ocurrido durante su permanencia y estuviesen retratadas en las fotografías que tomó el propio Cortázar.

Mientras que el apocalipsis del poema de Cardenal presenta el fin de la humanidad en un holocausto nuclear, Cortázar en su alucinación transitoria, como a veces ocurre con sus relatos que se desvían temporalmente a lo fantástico y cuentan a menudo dos historias al mismo tiempo, se confina a la crueldad del drama de la tortura, las dictaduras del continente, la guerra y la violencia en Centroamérica, que es también la violencia latinoamericana: “gente amontonada a la izquierda mirando los cuerpos tendidos boca arriba…y de golpe la pieza casi a oscuras, una sucia luz cayendo de la alta ventanilla enrejada, la mesa con la muchacha desnuda boca arriba y el pelo colgándole hasta el suelo, la sombra de espaldas metiéndole un cable entre las piernas abiertas…ráfagas de caras ensangrentadas y pedazos de cuerpos de mujeres y de niños en una ladera boliviana o guatemalteca”. En el cuento, al final de la proyección de las fotos aparece Claudine, su pareja, y le dice: “Qué bonitas te salieron, esa del pescado que se ríe, y la madre con los dos niños y las vaquitas en el campo; espera, y esa otra del bautismo en la iglesia, decime quién los pintó, no se ven las firmas”.

Al cabo de un rato, caminando al azar por los pasillos de la feria, me percato de que Cardenal está firmando libros en el stand de Uruk Editores. Tengo en la mano mi ejemplar de Seguir viaje. Está solo y ya nadie llega para que le firmen los libros, probablemente nadie sabe, salvo los que nos lo topamos al azar, que se encontraba a esa hora en ese lugar, pasadas las cuatro de la tarde (se había anunciado la firma de libros a las 2:00pm pero esta no se había dado). Decido sacar mi ejemplar, lo abro en la página donde está el título y el nombre del autor, me acerco a Cardenal, me firma el libro y lo cierra.

Luego alguien se le acerca para decirle algo al oído, más bien como una pauta o una instrucción. Él hace un gesto afirmativo con su cabeza. Yo esperaba a ver si podía hacerle la pregunta que había pensado. Pero Cardenal vuelve a abrir mi libro y lo firma de nuevo, esta vez en la primera página en blanco, y me doy cuenta de que no podré formularle la pregunta. Está todavía allí, con su mirada lúcida, su traje blanco, su boina negra, pero ya no está: es como si ya se hubiera ido estando todavía su presencia física anclada al espacio de la feria, detrás una puerta abierta hacia la salida desde donde llega la luz emergente luego del paso de la tormenta vespertina, las nubes grises al fondo parecen formar hongos nucleares. Le agradezco pero no me oye ni me escucha. Me retiro y veo que una señora vestida de azul comienza a desplazarlo en la silla de ruedas. Me aparto y abro mi libro con los dos autógrafos, cada uno en una página distinta, como esquirlas caídas de una explosión o como palabras repetidas de una misa antes del apocalipsis.

***

Este texto fue publicado originalmente en Prodavinci el 29 de septiembre de 2015


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