Perspectivas

El primer gran confinamiento general de la historia en Florencia: espejo del presente

19/02/2022

La peste en Florencia en 1630. Baccio del Bianco

De haber uno leído en detalle lo que fue la peste bubónica florentina -cómo apareció, sus dos olas entre 1630 y 1633, las acciones que se implementaron para combatirla- hubiésemos entendido en marzo de 2020 que no estábamos ante un evento novedoso en la historia de la humanidad. Es claro que una cosa es tener un conocimiento informativo de eventos del pasado que quedan como abstracciones -siempre se menciona como referencia la peste española que acaeció entre 1918 y 1920- y otra, muy distinta, vivir en carne propia la interrupción de la vida como la conocíamos. Era demasiado difícil tragar una realidad tan cruda por lo que la mente se nos cargó de humo, miedo y ansiedades. Seguramente los epidemiólogos, inmunólogos, historiadores especializados en el tema y demás expertos sabían en lo que estábamos cayendo, mas no así la inmensa mayoría de los mortales.

En una noche de insomnio se nos puede aparecer, en una búsqueda motivada por otra ocupación, un artículo sobre la peste que padeció Italia en aquellos años y la manera en que Florencia la enfrentó. Sin querer la lectura engancha y atrapa; conocer lo que fue esa pandemia y las medidas que se tomaron para combatirla, espejo distante y paradójicamente tranquilizador del presente que todavía vivimos. Incluso puede ser tranquilizador en el sentido de que lo que nos ocurre desde inicios de 2020 no es un evento excepcional en la panorámica de la humanidad. Mala suerte que nos tocara, sí, por supuesto. Uno lee un poco más y desea que esta lectura fortuita hubiera aparecido antes a un lector trasnochado.

Fue en Florencia donde se llevó a cabo el primer gran confinamiento con el fin de afrontar la peste. En el contexto de una mentalidad avanzada, la cuarentena se realizó bajo el mando de Fernando II de Médici, el quinto Granduca de Toscana, considerado un mecenas de las ciencias, quien toma el poder a la edad de veinte años, apenas dos años antes de que se iniciara la pandemia de 1630. Fernando II era querido por su simpatía y carácter apacible -lo que originó críticas en otros frentes de la gestión pública- y demostró una mentalidad visionaria al aprobar medidas experimentales fundamentadas en criterios de las ciencias del momento.

Antecedentes

Tal vez podamos usar el término pandemia equiparándolo con el de peste dado que azotaba a varios países de Europa. En Florencia llegó en un pésimo momento, pues atravesaba una severa crisis económica, había hambre y desnutrición. La producción de textiles, su principal medio comercial de subsistencia, había caído dramáticamente y la pobreza campaba por las calles de la ciudad; la producción agrícola había mermado y parte del comercio estaba bloqueado como resultado de la guerra en Lombardía. Se dice que la peste en Italia comenzó como resultado de los desplazamientos de las tropas imperiales (Guerra de los Treinta Años) que ocasionaron que se expandiera primero a ciudades como Milano, Venecia, Bologna y Parma.

En Florencia se tiene conocimiento del mal que padecen estas ciudades. En ese entonces ya existía una autoridad de sanidad conformada por cinco miembros, la cual se creó cuando ocurrió la última peste, la de 1527. Florencia, en específico, se consideraba a la vanguardia de los estudios médicos; de hecho, el Recetario florentino es la primera guía farmacológica de la que se tiene noticia. En consecuencia, en vista de la propagación de la peste en las ciudades mencionadas, la autoridad de sanidad recomienda y Fernando II aprueba cerrar los accesos a Florencia por los montes Apeninos. Si bien pudo contenerse una avalancha significativa de personas, la peste hace su aparición en la ciudad. Se consideran tres hipótesis en cuanto a la identificación del paciente cero: a) la trajo una mujer que junto con su hija se hospedó en el número 10 de la plaza San Marcos; b) llegó a través de un mercader de pollos; o c) por un mercader de ropas usadas.

De esta manera los casos empezaron a multiplicarse. Las personas enfermas eran llevadas al inicio al hospital San Bonifazio de la calle San Gallo, donde se habilita al lado un cementerio para enterrar a los que no sobrevivían. La situación llegó a tal punto que el elevado número de muertos diarios emanaban olores fuertes que se esparcían por la ciudad; además se creía que a través de los vapores corporales se podía transmitir la peste. Por este motivo los cementerios fueron trasladados fuera de la ciudad. Los cadáveres pasaron a ser enterrados en lugares alejados y eran trasportado por la Archiconfraternidad de La Misericordia.

La Archiconfraternidad de La Misericordia

Esta es la institución sin fines de lucro más antigua de la historia con su sede principal, desde su creación al día de hoy, en la Plaza del Duomo. La Misericordia se encargaba de llevar los fallecidos a los cementerios para su debida sepultura utilizando azufre y selladores especiales para contrarrestar los vapores. Si una tumba no estaba bien sellada los perros podían devorar los cadáveres, así que empezaron a colocar estacas alrededor de las tumbas para dificultar el paso de los canes. Las autoridades incluso llegaron a dar una cantidad de dinero por cada perro callejero muerto que una persona consignara.

La Misericordia también se encargaba, durante la peste, del traslado de los enfermos desde las casas o lugares donde se habían contagiado hasta los lazaretos, centros temporales de aislamiento que fungen de hospitales. El transporte de enfermos a los lazaretos lo hacían con una camilla llevada por varios hombres cubiertos completamente (al estilo de procesiones autóctonas religiosas de España o, si se quiere, como los malévolos del Ku Klux Klan); solo quedaban los ojos al descubierto para evitar contagios. Estos trajes son precursores y cumplen la misma función que los trajes blancos que se usan para trasladar y tratar pacientes con covid en la actualidad. Delante de la comitiva (papel de ambulancia moderna) iba un hombre que hacía sonar una campana para avisar que llevaban a alguien contagiado. La camilla la rellenaban de paja que luego botaban y colocaban paja nueva para el próximo paciente. El enfermo trasladado contaba con una hendija para respirar y se le colocaba incienso en el interior. Cuando llegaban a las puertas del lazareto dejaban al contagiado, sus ropas eran incineradas, luego era bañado con químicos especiales y provisto de ropa nueva y ubicado en una cama, a veces compartida por varios convalecientes.

Fotografía de la Archiconfraternidad de la Misericordia

En la primera ola seis de cada diez personas que ingresaban al centro de aislamiento morían. Llegó a un punto que se contaban hasta ciento quince muertes diarias en una población inicial -antes de la pandemia- de 72.000 habitantes. Los cuatro afortunados que en promedio sobrevivían a la peste superaban los lapsos más peligrosos que eran el día cuarto y séptimo del contagio. Se consideraba que si una persona pasaba ese período era muy probable que sobreviviera. Si fuese ese el caso, que ya se considerara curado, se hacía una segunda purga, un poco más corta, en casas destinadas a recibir a los que se habían recuperado en los lazaretos. Luego había una ceremonia de regreso a la casa de la persona curada y recibía tres julios para los primeros días (un julio se supone que equivale a unos ocho euros actuales).

Médicos, cirujanos y boticarios

Los encargados de tratar a los enfermos y de diagnosticar el mal eran los médicos, cirujanos y boticarios. Aunque había otras categorías de menor importancia -que tenían alguna utilidad en el contexto de la pandemia-: los carniceros, barberos y charlatanes, estos últimos vendedores ambulantes de hierbas y conversadores de la peste.

Los médicos eran los teóricos, integraban las humanidades y las ciencias, mientras que los cirujanos se dedicaban a la práctica y, si el mal no estaba muy avanzado, intervenían en las zonas donde aparecían los llamados bubones, procedimiento que hoy en día se consideraría más bien contraproducente al inducir a una mayor propagación del mal dentro del cuerpo. Los síntomas principales de un contagiado de peste eran precisamente la aparición de bubones -inflamaciones severas de un nódulo linfático que asemeja una gran ampolla- en puntos específicos del cuerpo, acompañados de fiebre, delirios, vómitos, dolores de cabeza, pulso irregular, sed excesiva y diarrea.

Los médicos y cirujanos que trataban a los pacientes contagiados estaban obligados a vestirse de una manera muy particular, cubiertos por completo y usando una mascarilla en forma de pájaro -que ha quedado sembrada en el imaginario colectivo y que recuerda máscaras de los carnavales de Venecia-, con el fin de evitar ser contagiado. Esa mascarilla a su vez podía contener hierbas y aromas que se creía eliminaban la posibilidad de transmisión. Los médicos y cirujanos dedicados a esta labor no podían ver pacientes con otras afecciones y eran bien remunerados. Un médico recibía un pago mensual de 30 escudos, un cirujano 15 escudos y un boticario 10 escudos. El boticario jugaba un rol complementario al proveer medicinas, más que todo a base de hierbas, ungüentos y polvos. Muchas de las curas también eran hechas con base en el uso de vapores de arsénico. Se empleó la llamada triaca, tan utilizada durante siglos. Pero el remedio más usado para la peste bubónica, la quintaesencia del tratamiento, era el llamado “Aceite del Gran Duque de Toscana”.

Grabado de cobre del Doctor Schnabel. 1656. Paulus Fürst

En este sentido, aunque la gestión administrativa de Fernando II era orientada hacia la ciencia, se creía que el contagio se producía a través de la ropa usada, la que se compra de segunda mano, la donada o la que pertenece a gente fallecida. En la época no se sabía que el principal foco de transmisión de la peste bubónica era mediante la picadura de pulgas infectadas que habitan en el cuerpo de los roedores y, en algunos casos, mediante la manipulación de los propios roedores y sus fluidos corporales. Tener nociones erradas ante la presencia de algo nuevo no es la primera vez que ocurre en la historia, como pudo haber sido, como ejemplo comparativo actual, el uso de las cabinas de desinfección contra el covid o incluso la desinfección de calles, dada la manera de transmitirse el coronavirus. Es natural errar ante lo desconocido. Los expertos de la época manejaban cuatro hipótesis en cuanto a las fuentes de contagio, que no eran precisamente las acertadas pero que, al tomar medidas de confinamiento y salud pública adecuadas, surtieron efecto en el combate de la peste. Las principales teorías se basaban en estas cuatro posibles causas de transmisión de contagios:

a) A través de la ropa usada.

b) Al inhalar vapores nocivos.

b) Debido a la influencia de los astros (explicaciones astronómicas relacionadas con la Luna).

d) Las condiciones de pobreza y miseria de una parte de la población.

Primera ola

Los primeros contagios aparecen en agosto de 1630. De allí en adelante se mantienen registros que cuantifican las muertes y otras estadísticas conservadas por los cronistas de la época. Las autoridades toman una serie de medidas con el fin de contener y erradicar la pandemia. Al principio los expertos se dividían en dos bandos: a) los que creían que era en realidad una peste -y para mayor evidencia lo que ocurría en ciudades del norte de Florencia-, y b) los que sostenían que se trataba de un mal propio de las estaciones, como una suerte de gripe (¿se podría hacer un símil con los negacionistas del coronavirus?).

Tomó poco tiempo para que se confirmara que se trataba en efecto de una peste que golpeaba especialmente a los más pobres. Cabe destacar que la epidemia no llegó afectar de modo significativo a la nobleza, gobernantes y ricos florentinos, salvo unos pocos que fallecieron. De hecho, Fernando II se gana la popularidad de sus gobernados porque con frecuencia se le ve a caballo con su séquito recorriendo las calles de Florencia. Se queda dentro de la ciudad cuando ha podido refugiarse en algún otro lugar seguro de la Toscana. El consejo de cinco miembros de sanidad, junto con Fernando II, toman las siguientes medidas:

1. Se cierra el acceso terrestre y fluvial (río Arno).

2. Se establece un permiso de circulación que hace constar que el portador no está contagiado (precedente moderno del pasaporte covid).

3. Se prohíbe la venta o donación de ropa usada y se ordena su incineración.

4. Los enterradores, al estar tan expuestos a los cuerpos de los fallecidos, son obligados a vivir en la misma calle, al lado de la sede de La Misericordia en la Plaza del Duomo que, en ese entonces, aunque parezca increíble y no debido a la peste, se llamaba La calle de la Muerte.

5. Se crean los lazaretos o centros de convalecencia temporal y aislamiento.

Certificado de no estar contagiado. Fuente: Pier Paolo Benucci

A pesar de estas medidas, hacia finales de 1630 la pandemia no remitía. Recordemos que estamos en un ambiente que favorece a la ciencia y se disponen a asumir experimentos, tomar riesgos con base en la evidencia científica y la salud pública del momento. Estamos en la época de vida de Galileo Galilei, quien residía en las afueras de Florencia, siendo un hecho que esta peste no llegó más al sur, a Roma o Nápoles. Hay unas cartas, que son testimonio de la pandemia, entre Galileo y su hija, Virginia Galilei, convertida en monja bajo el nombre de hermana Celeste. Cartas escritas con un impecable lenguaje en las que la religiosa reportaba al padre la vida en Florencia y en las que hablaba de la evolución de la peste.

Fernando II avala decretar, en diciembre de 1630, la primera cuarentena general de la historia con muchas medidas integrales y complejas -no solo cerrar el acceso a una ciudad, como se hizo en Dubrovnik en la peste de 1377- y da a la población un plazo de un mes para preparase y aprovisionarse de todo lo que pudieran necesitar. No en vano la palabra cuarentena proviene del italiano: quaranta giorni, que significa cuarenta días y que a su vez origina en el latín cuadraginta, que se traduce como cuatro veces diez.

La cuarentena general dura del 10 de enero al 5 de marzo de 1631. Ya para inicios de 1631 se habían clausurado más de 1.200 casas de personas contagiadas. Cuando se clausura una casa se lleva el contagiado al lazareto y la familia debe permanecer confinada. La ropa quemada, la vajilla lavada con ácidos especiales. Se rocía la casa con azufre. El gobierno se ve obligado a distribuir a los más necesitados raciones de comida y así, entrega 32.452 al día durante la cuarentena. Esta entrega consistía, por lo general, como nos relata Pier Paolo Benucci en La grande peste del 1630 a Firenze, en dos panes, una jarra de vino, media libra de carne, salchichas, arroz, aceite de oliva, cuatro onzas de sal, vinagre, carbón y leña.

Fernando II de Médici, gran duque de Toscana. Siglo XVII

Además de lo mencionado, ¿en qué consistieron las medidas excepcionales de cuarentena general?:

1. Se mantiene cerrado el ingreso o salida de la ciudad bien sea por vía terrestre o fluvial.

2. Los propietarios de albergues no pueden alojar a nadie que provenga fuera de la ciudad con amenaza de cierre del establecimiento y confiscación.

3. Se prohíbe a los cocheros transportar a persona alguna proveniente de fuera de la ciudad, con la amenaza de confiscación del medio de transporte y las bestias. Lo mismo para las navegaciones fluviales por el río Arno (también se prohíbe la pesca en el río).

4. Se prohíbe la entrada a la ciudad de los gusanos de seda que se usan para la industria textil, al considerarse que su olor corrompía el aire.

5. Se colocan guardias en las puertas de la ciudad. Para poder circular se tiene que llevar el pase de s

6. Se prohíbe el ingreso de vagabundos, gitanos, jugadores de calles, los cuales se mantienen a raya fuera de los muros de la ciudad, así como a los hebreos que no deben traspasar su gueto.

7. Se prohíben las ferias, mercados y las fiestas de origen religioso.

8. El Mercato Vecchio, dada su magnitud, es fragmentado en varios mercados pequeños a lo largo de la ciudad para evitar aglomeraciones.

9. Los boticarios no pueden vender productos fuera de la ciudad. Muchos voluntarios y donantes dejan medicinas a los pobres fuera de las puertas de entrada a Florencia.

10. Cerca del ocho por ciento de la población, los que tienen una posición económica o social de importancia, se aíslan en casas fuera de la ciudad.

11. La convalecencia de mujeres y niños se hace en lugares distintos como el convento de San Doménico, cerca de Fiesole (donde por cierto se encuentra, a solo pasos, la Villa Schifanoia, donde se desarrolla parte El Decamerón, de Giovanni Bocaccio, ambientada en la peste negra de 1348).

12. Se hacen labores preventivas de limpieza en toda la ciudad para higienizarla y volverla más pulcra.

13. Se realizan labores de purificación en las casas con los llamados sulfatadores.

14. Cuando un cirujano o médico avisaba que había alguien contagiado, las autoridades clausuraban la vivienda del contagiado con todas las personas dentro, a las que se les obliga a mantener cuarentena. Las casas de los contagiado se purificaban. Si los que están confinados salen de la casa se exponen a pena de muerte o confiscación de los bienes.

15. Si un médico no reporta a un enfermo se expone a multas severas, confiscación de bienes o prohibición de ejercer.

16. Se ordena la clausura de las carnicerías.

17. Los carnavales, que se celebran en febrero, quedan prohibidos. Nada de máscaras y disfraces, nada de juegos de pelota, ni competiciones de caballo.

Nunca antes se había realizado una cuarentena tan compleja y costosa. Luego de un año de pandemia se habla de que está siempre a punto de terminar, la mortalidad disminuye considerablemente. Durante este lapso se han perdido unas 12.000 vidas y la población florentina se reduce de 72.000 a 60.000 habitantes. Para alrededor de diciembre de 1631 se supone que termina la pandemia. La ciudad vive varios meses de tregua.

Segunda ola

Como ha ocurrido con las distintas olas que han padecido los países durante la pandemia del coronavirus, una segunda ola estaba por arremeter en Florencia en 1632. El origen no se basa, como en la primera ola, en tres suposiciones. Esta vez el contagio parece provenir desde Livorno y Pisa. Se identifica a ese portador cero con claridad, una mujer llamada Alessandra, casada con Domenico Vivoli, ella y su hijo Taddeo son los portadores. Esta segunda ola, sin embargo, es menos fuerte, cobra menos vidas. En comparación con los 12.000 fallecidos de la primera ola -cerca del 17% de la población-, la segunda ola se cobra unos 1.500 muertos -el 2 % de la población-. Mientras que en la primera ola la peste tomó la vida de 16 de cada 100 habitantes, en esta segunda ola fallecen por esta causa 2 de cada 100 habitantes.

Ello no quiere decir que la segunda ola no hubiese pegado con fuerza: la misma dura desde octubre de 1632 hasta agosto de 1633. Como en los tiempos de coronavirus, existía un desgate físico y psicológico tanto de la población como de gobernantes y autoridades. Lo que hace también que por un tiempo se subestime la reaparición de la peste (¿analogía con la variante Ómicron y la tendencia a considerarla una gripecita?). A nivel de síntomas, los bubones ahora no aparecen de una manera tan violenta como en la primera ola, el proceso es más lento y las llagas, entre otras características, son más rojas, blancas y más pequeñas. Otro síntoma nuevo detectado es que la lengua se torna blanca.

Las medidas que se toman no son tan estrictas. Durante la segunda ola son ratificadas la prohibición de venta o donación de ropa usada, se ordena de nuevo la disgregación del Mercado Vecchio, se mantiene la labor de La Misericordia, algunas medidas básicas de la primera cuarentena, así como la metodología para lidiar con los contagiados. Se reabren pocos lazaretos dado el menor número de contagiados. Se piensa que para enero de 1633 ya se había acabado la peste, pero no, la peste sigue. Hay mucha fatiga mental. El cronista más calificado de la época identificado en las fuentes consultadas, Francesco Rodinelli, en su obra Relazione del contagio stato in Firenze l’anno 1630 e 1633, dice: “La peste baja, da tregua, pero no paz mental”.

Como la peste prosigue Fernando II ordena en abril de 1633 nuevas medidas de confinamiento, aunque si se quiere menos severas. Se le llama Piccola cuarentena. Estas son algunas de las medidas tomadas en esa pequeña cuarentena:

1. La sede de casa que no denuncie a un contagiado, así sea de su propia familia, corre el riesgo de pena de muerte.

2. Médicos, cirujanos y boticarios que no denuncien a contagiados tendrán una multa de 100 escudos.

3. Se cierran las escuelas.

4. Medidas selectivas en cuanto a las salidas:

a) Los hombres pueden salir en horas determinadas para conseguir la subsistencia del hogar.

b) Los niños de menos de 12 años no pueden salir por 20 días, restricción que se prorroga varias veces por ese mismo lapso.

c)Las mujeres solo pueden salir en carroza, de esta manera, queda limitado a la nobleza y a las más pudientes.

d) Se establece un nuevo subsidio a las casas más pobres.

5. Un hecho interesante es que en el Ospedale degli Innocenti, de 800 niños contagiados solo murieron 10, lo que habla de que la peste no atacaba seriamente a los niños.

Como reinaba la desesperación dado que la pandemia, aunque menos fuerte no se acababa, se organiza, por iniciativa del cardenal, varias procesiones de la Madonna dell’Impruneta; la figura religiosa más invocada durante la peste. La virgen es sacada en procesión en varias oportunidades y por rutas diferentes a fin de terminar de espantar los males de una población desgastada. Como se mantienen los protocolos de higiene, solo unos pocos asistieron a estas procesiones, con el fin de evitar la propagación del contagio. Así que son procesiones controladas, equivalentes a medidas en tiempos modernos de coronavirus en eventos deportivos o musicales con asistencia limitada de público al aire libre y con las medidas de bioseguridad. Sin embargo, terminan las procesiones y los contagios persisten. Las procesiones, que sirvieron como catarsis esperanzadora, no tuvieron el resultado esperado. Solo unos meses más tarde, finalmente, remitía la peste.

Madonna dell’impruneta.

Al terminar la peste en una Florencia ya de por sí muy afectada por la crisis económica previa al inicio de la pandemia, sale de ella sufriendo una mayor devastación. El enfoque científico de Fernando II y el ambiente propicio a las ciencias que prevalecía hizo que se realizara el primer experimento de cuarentena general con medidas integrales de la historia. Las medidas tomadas llevaron a que se controlara la evolución de la peste, aunque no fuesen acertados algunos diagnósticos como las fuentes principales de transmisión. A las penurias económicas existentes se sumó lo costosa que habían sido las cuarentenas, sobre todo la general y en mucho menor grado la pequeña, así como las medidas de sanidad excepcionales implementadas durante tres años. Solo en los primeros meses de 1631 la autoridad de Sanidad contabilizaba que la operación de los lazaretos había costado 260.000 escudos y los costos adicionales de la cuarentena 240.000 escudos.

Una noche de insomnio en la que uno busca datos para una novela que se escribe y que toma lugar en Florencia hace que la fascinación por el hallazgo del tema desvíe la atención. Fascinación al percibir que, a pesar de los contextos tan distintos de las épocas, lo que padecieron los habitantes y gobernantes en la peste florentina de 1630 a 1633 se puede contextualizar en lo que han padecido, hasta la presente, los habitantes de este planeta desde marzo de 2020.

La peste, en definitiva, corrompe una de las mejores facultades del ser humano: la de besarse, abrazarse, hacer vida social, porque somos animales sociales y, cuando llega la peste, es un atentado contra la especie, no solo por la amenaza de extinción epidemiológica, sino porque maltrata y disloca el sentido de la vida misma, que es la de relacionarnos los unos con los otros. Es muy cruel tener que sospechar que cada alma anónima en la calle es una fuente de amenaza a la sobrevivencia. Y, en el fondo, la lección principal es que hay que tener aguante, paciencia, que no es la primera vez que esto ocurre y que todo es transitorio. Vernos retratados hoy como reflejo de lo acontecido hace siglos. Esa, a fin de cuentas, es una de las utilidades de los espejos de la historia.

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Bibliografía

Paolo Benucci, Piero. La grande peste del 1630 a Firenze. Firenze, Leonardo Libri srl, 2020.

Litchfield, R. Burr. Florence Ducal Capital. ACLS Humanities E-Book, 2008.

Lombardi, Daniela. 1629-1631: crisi e peste a Firenze. Firenze, Casa Editrice Leo S. Olschki s.r.l., 1979.

Martinic Drpic, Zvonimir. Las epidemias del siglo XVII en la historia demográfica de Florencia. Repositorio Académico, Universidad de Chile, 2004.


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