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El museo de la violencia y la amenaza persistente

27/01/2018

Tomamos el Transmilenio J72. Nos recomiendan que descendamos en la estación Universidades dado que, por la hora, no se detiene en la estación Calle 19, que es la que habíamos ubicado como la más cercana a nuestro destino. Veo letreros de advertencia a los “patos”; los que se cuelan sin pagar. Llega nuestra unidad y cuando entramos un músico canta una canción de Montaner con una guitarra y un pequeño amplificador.

Más adelante se monta un hombre con dos perritas, una grande, y otra pequeña que tiene metida en un maletín. Reparte rompecabezas o crucigramas, no estoy seguro, y empieza la súplica. En un momento dado en la calle observo a cuatro personas vestidas con batas, gorros y tapabocas blancos, parecen salidas de un laboratorio científico. Una vez que el autobús llega a la estación Calle 22 se desvía para dirigirse a Universidades. Ya francamente en el centro de Bogotá hace piruetas y giros, es el trecho más largo del recorrido.  Observo una gran cantidad de hombres debajo de los puentes y a otros echados sobre la grama que parecen experimentar un viaje psicodélico.

La puerta del Transmilenio se abre en Universidades y caminamos hacia la salida por la estación Las Aguas. Andamos por un largo pasillo que da la sensación subterránea de un metro. Un señor, vestido como un ejecutivo canta canciones populares con tono nostálgico. Parece que se dispusiera a entrar a una reunión de Junta Directiva al terminar la faena del canto. Al cruzar la puerta de salida estamos en el Parque de los Periodistas Gabriel García Márquez. Como nos dirigimos al museo que da testimonio a la violencia, me viene a la mente esa obra magistral de no ficción de Gabo, Noticias de un secuestro, y su inicio de antología:

“Antes de entrar al automóvil miró por encima del hombro para estar segura de que nadie la asechaba. Eran las siete y cinco de la noche en Bogotá. Había oscurecido una hora antes, el Parque Nacional estaba mal iluminado y los árboles sin hojas tenían un perfil fantasmal contra el cielo turbio y triste, pero no había nada que temer”.

Una señora nos pregunta dónde queda tal librería y estoy seguro de que se trata de un conato de trampa. Le respondo de manera tajante que no sé y prosigo sin verle el rostro. Un mendigo descalzo y con los pies ensangrentados se nos acerca para pedir dinero. Descendemos por la calle 19 en búsqueda del museo, que ahora queda mucho más alejado, nos percatamos, por el cambio de estación. Hacia arriba, del lado opuesto, se ve el cerro de Monserratte y las nubes grises que atemorizan.

Estamos en la cuarta y tenemos que llegar hasta la trece. Hay muchos habitantes de la calle. Un hombre pensativo está sentado en el piso, apoyado en un árbol, rodeado de seis perros grandes que se ven sanos y bien cuidados. Proseguimos nuestro camino en esta calle caótica, bulliciosa, llena de personas con urgencia en el rostro hasta que llegamos a un pequeño edificio que no tiene nada que ver con la moderna sede que fue construida recientemente. Encima de la puerta de entrada quedan los rastros de un desparecido letrero de F-I-S-C-A-L-Í-A. Tenemos que identificarnos y mostrar nuestras cédulas. Me da un pálpito de que habrá pocos visitantes extranjeros, o casi ninguno, como si el museo fuese un secreto reservado a una intimidad. Nos piden que al final del recorrido llenemos un formulario indicando de qué institución provenimos y el propósito de nuestra visita.

La exhibición está dividida en seis secciones. El área del museo es pequeña pero ofrece mucha información escrita, fotografías, y una muestra amplia de objetos e implementos incautados a la delincuencia, así como de las herramientas tecnológicas utilizadas para combatirla. La primera parte muestra mensajes institucionales que se proyectan repetidamente en un televisor. Hay un par de trajes anti-bombas, fotografías de operaciones especiales, insignias y emblemas del Cuerpo Técnico de Investigación, C.T.I., que es una dirección de la Fiscalía.

La segunda sección está dedicada al Proceso 8.000, una indagación que puso al descubierto la vinculación entre la política y el narcotráfico. Se puede ver una cronología de los principales hechos acaecidos y una reproducción de la Cabina de Fiscales sin Rostro, lugar en el que se hacían los interrogatorios. El maletín del contador del Cartel de Cali, Guillermo Palomari, está abierto dentro de una vitrina sellada con cientos de notas de pago del Banco de Colombia. A través de la incautación del maletín se logró probar las vinculaciones de importantes políticos, periodistas, deportistas, altos funcionarios y autoridades con el Cartel de Cali. Destacan los llamados “narcocasetes”, que en plena campaña presidencial de 1994, Pastrana le entrega al presidente Gaviria y que luego son remitidos a la Fiscalía. El audio está disponible para escuchar la conversación entre el periodista Alberto Giraldo y el jefe del cartel de Cali, Gilberto Rodríguez Orejuela. Rodríguez Orejuela menciona directamente varias veces a Samper: “Pues mira, el hombre está urgido de dinero”. Para que no quede duda, una leyenda impresa en la exhibición afirma: “Los narcocasetes evidencian las transferencias de dinero del Cartel de Cali a la campaña presidencial de Ernesto Samper”.

La tercera sección tiene que ver con Narcotráfico. Se puede ver, por ejemplo, una vieja máquina utilizada en su momento para imprimir billetes falsificados, entre ellos los de 10 bolívares a los que les borraban los diseños originales en su anverso y reverso para imprimir los hilos de seguridad del billete de 100 dólares estadounidense. Veo también un billete de 50 y otro de 100 bolívares, los mismos que todavía circulan en la actualidad en Venezuela. En esta sección está la moto de agua de Pablo Escobar, así como un laboratorio rústico portátil para procesar cocaína y una réplica en miniatura de color azul de los pequeños submarinos utilizados para el contrabando de drogas. Se pueden leer una serie de protocolos de necropsias de personajes asesinados por el narcotráfico, como Luis Carlos Galán, y de varios capos de la droga, como Pablo Escobar: “Cadáver de sexo masculino, raza blanca de 44 años de edad, talla 1.66 metros. Tibio a la palpación del cuerpo con flacidez generalizada y sin livideces dorsales. Cabello negro largo con canas, entradas frontoparietales prominentes, frente amplia…”. Me viene a la mente Jhon Jairo Velásquez, alias Popeye, un sicario de Escobar al que se le calcula (y admite públicamente con total descaro) haber asesinado a unas 250 personas, y que salió de la cárcel en agosto de 2014. Popeye camina libremente por las calles de Medellín y se ha convertido en un influencer en las redes sociales. Me llama la atención el nombre “Tranquilandia” con el que se conoció una enorme extensión de tierra, con alrededor de 19 laboratorios de procesamiento de droga, ubicada en la zona selvática de los departamentos del Caquetá y el Met, desde donde Pablo Escobar, los hermanos Ochoa y Gonzalo Rodríguez Gacha producían y transportaban grandes cantidades de droga hacia el mercado internacional. La cronología culmina con esta nota: “Según el reporte sobre la estrategia internacional contra los narcóticos 2017, hubo un dramático aumento de la producción de coca y de cultivos ilícitos en Colombia. Hoy se estima que hay 188.000 hectáreas de coca sembradas en el país”.

La cuarta sección está dedicada a las FARC-EP y resalta los principales acontecimientos relacionados a este grupo guerrillero. En una vitrina se exhibe el uniforme de Víctor Julio Suárez Rojas alias “Mono Jojoy”, con su fusil AK-47 calibre 7.62, cuando fue abatido en la operación Sodoma el 22 de septiembre de 2010. En el centro de su camiseta camuflada hay un orificio, presumo que se trata de un tiro. Se encuentran las computadoras dañadas, chamuscadas, famosas mundialmente, que incautaron en la mencionada operación. Hay armas de fuego, equipos de comunicación, un mural que explica la política financiera del grupo guerrillero establecida en sus Conferencias y Plenos.  “El amigo Contabilín” es un dibujo casi infantil que cuenta la manera en que llevaban la contabilidad en base a una tabla dinámica. Hay una nota en la que se informa que Pedro Antonio Marín alias “Manuel Marulanda Vélez” o “Tirofijo”, co-fundador y comandante de las FARC, fue dado de baja durante el bombardeo de Angostura el 1 de marzo de 2008, también conocido como “Operación Fénix”. En la portada de la revista Semana aparece la foto de Santos, cuando era ministro de Defensa de Uribe y una cita de sus palabras: “Tirofijo está muerto”. Y casi al final una nota: “El 24 de noviembre de 2016 se firma el Acuerdo de Paz suscrito por el gobierno del Presidente Juan Manuel Santos y las FARC-EP en el Teatro Colón de Bogotá”.

La quinta sección es sobre Paramilitarismo y en el centro está la camioneta roja de la masacre de la Rochela, en Santander, en la que doce funcionarios judiciales fueron asesinados por paramilitares que se hicieron pasar por guerrilleros de las FARC. En el vidrio astillado de los vehículos se pueden observar varios impactos de bala. Me encuentro con un llamativo afiche con una foto de una chica de pelo teñido de rubio con un fusil en la mano al estilo Hollywood y que dice: “Ella pensó en Colombia. ¡Intégrate a las autodefensas! Autodefensas Unidas de Colombia A.U.C.”. Una serie de fotos explica los llamados Falso Positivos, que son ejecuciones extrajudiciales cometidas por miembros de la Fuerza Pública. Otro mural está dedicado al Reconocimiento de Víctimas. Sobre la Parapolítica se lee: “Durante el gobierno del Presidente Álvaro Uribe Vélez, el servicio de inteligencia DAS tuvo vínculos con las autodefensas del norte del país”.

La sexta sección está dedicada a la corrupción. Desde 1999 hasta 2017, resume los principales escándalos. Solo en el 2017: Caso Odebrecht, Cartel de las regalías, Cartel de chatarrización. No veo nada sobre el Cartel de la toga, tal vez porque salió a la luz pública a finales de 2017, un caso en que la Fiscalía recopiló pruebas de que abogados y magistrados cobraron montos millonarios a cambio de incidir en las decisiones judiciales en la Corte Suprema de Justicia y en la Fiscalía.

La misma semana de nuestra visita la Fiscalía había incautado a un tal “Porcelana”, exjefe de varios frentes de las FARC, bienes que no estaban dentro del inventario que el grupo guerrillero entregó al gobierno dentro del proceso de paz.  Se trata de tres terrenos de 18.000 hectáreas y tres inmuebles valorados en unos 300.000 millones de pesos, adquiridos con dinero proveniente de extorsiones, secuestros y narcotráfico. El Tiempo indica: “Un detalle funesto de esta historia es el hecho de que los testaferros de los bienes fueron asesinados, todos, una vez formalizada la compra de estos.”

Llenamos el formulario y salimos impactados luego del baño de maldad y violencia humana. Vamos a Tostao, la cadena que vino a hacerle la vida imposible a Juan Valdez y me pregunto si Juan Valdez es un capo de algún cartel del café. Busco en la red para cerciorarme: “Juan Valdez es un personaje y una marca que identifica el Café de Colombia. Fue creado por la agencia Doyle Dane Bernbach en 1959 por encargo de la FNC (Federación Nacional de Cafeteros) con el fin de representar a los más de 500.000 cafeteros colombianos y sus familias.”. Me traiciona la lectura y leo “Frente Nacional de Cafeteros” y cambia por completo el significado. Ya con el expreso doble de Tostao en la mano, me pregunto: ¿Alcanzaré en la vida a ver un museo que ilustre la violencia de la era chavista? Me imagino una futura y nutrida exposición desde el golpe de estado en 1992 hasta la Masacre de El Junquito (“por ahora”). Resulta paradójico que la Fiscalía de Colombia comenzó a operar pocos meses luego de que Chávez acometiera el intento de golpe de estado: mientras un país se encaminaba hacia el imperio de las leyes el otro iniciaba el camino de la aniquilación de su legalidad.

Epílogo:

Unos días antes había leído en Bogotá unas declaraciones del general Alberto José Mejía, nuevo comandante de las Fuerzas Militares, que había dicho: “Si la tregua se rompe, el ELN será prioridad de las FF.MM. Hay algo que hemos llamado Sistema de Amenaza Persistente, y se refiere a los factores que quedan activos después de los acuerdos de paz. Este sistema en la actualidad está compuesto por un grupo de terroristas (ELN) y cuatro grupos armados organizados: las disidencias, ‘el Clan del Golfo’ (los Úsuga); ‘los Pelusos’ (antigua disidencia del EPL) y ‘los Puntilleros’”.

Como si esas declaraciones decembrinas hubiesen sido premonitorias, apenas culminado el cese al fuego entre el Estado colombiano y el ELN el 9 de enero, se han registrados  en pocos días varios ataques de este grupo guerrillero contra oleoductos en Arauca y Casanare, cuatro ataques a la Fuerza Pública, un soldado asesinado por un francotirador en Arauquita, dos infantes de Marina heridos por una granada en el mismo municipio, dos hostigamientos a la policía en Saravena en el norte de Santander, un secuestro de un ingeniero contratista de Ecopetrol en Arauca, un soldado y dos heridos en ataque en el Catatumbo. La amenaza persistente. A los diez días de la suspensión del cese al fuego, el sábado 20 de enero, las Fuerzas Militares de Colombia dan de baja a uno de los veteranos combatientes del ELN, Harvey Alberto Franco Holguín, alias Arturo Pimpón, que operaba en la zona limítrofe con Venezuela.


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