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El humanista pervertido: criticar una violencia y justificar otra
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“Noam Chomsky es un ser con quien nadie puede mantener una conversación racional»
Mark Lilla
Uno espera que las personas que cultivan el intelecto posean claridad espiritual, pero no siempre ese es el caso. Según Julien Benda, la misión sagrada del intelectual es criticar lo que está bien y lo que está mal en la política. Lo que implica que nuestro espíritu capta los principios éticos. Así se tiene fortaleza para enfrentar la dominación. También supone ser sabio para ver las injusticias tanto en el adversario político como en el aliado. No dejarse cegar por las gríngolas ideológicas. Cosa que se hace realmente sensible cuando estamos oponiendo democracias con dictaduras.
Paul Johnson, en su libro Intelectuales (1998), denuncia lo que llama Síndrome del asesinato necesario. Dicho síndrome consiste en la incongruencia que cometen algunos intelectuales de criticar teóricamente la violencia, y terminar justificándola para avalar una posición ideológica.
Este es el punto crítico en la vida del hombre de ideas. El dilema frente al que se suele encontrar el intelectual. Por una parte, debe renunciar a la violencia, por lo menos retóricamente. La fuerza es la negación de la racionalidad. Por otra parte, desde el punto de vista práctico, algunos la aprueban tendenciosamente, es decir, la consideran justificada, si la ejerce la facción política totalitaria sobre la que recae su simpatía.
Esto recuerda mucho al concepto de Asesinato lógico de Albert Camus. El hombre, ante el absurdo existencial, toma partido o por el suicidio o por el genocidio.
El mismo Johnson agrega que este intelectual, cuando se ve confrontado con las culpas de sus correligionarios, recurre al sofisma del transferir la responsabilidad moral del victimario a la víctima.
“Otros intelectuales, cuando se ven confrontados con el hecho de la violencia practicada por aquellos que desean defender, simplemente transfieren la responsabilidad moral, por medio de argumentos ingeniosos, a otros a quienes desean atacar”. (Int., p. 284).
Johnson selecciona a Chomsky como el ejemplo paradigmático de esta forma sofística de argumentación.
El humanismo chomskiano
¿Quién es Chomsky? Avram Noam Chomsky nació en Filadelfia en 1928. Es profesor emérito de lingüística del MIT. Sobre todo, es un genial lingüista que, con su revolucionario libro Las estructuras sintácticas, de 1957, abrió nuevas perspectivas sobre la investigación del lenguaje. Allí descubre que existen patrones gramaticales que son universales a todos los humanos. Después trata de fundamentar estos patrones universales en el concepto de ideas innatas, propias de la tradición filosófica de Platón y de Descartes. A su vez, esta aproximación al lenguaje da lugar a una concepción de la naturaleza humana.
Chomsky conecta explícitamente su antropología con la libertad. A partir de la teoría del conocimiento, argumenta que si aceptamos la doctrina epistemológica empirista de la tabula rasa, quedamos reducidos a un trozo de plastilina a la que se puede dar cualquier forma. No habría obstáculos para que las tecnocracias deshumanicen a las poblaciones.
En cambio, continúa razonando Chomsky, si los humanos poseen ideas congénitas que se manifiestan en patrones gramaticales universales, también se manifiestan en valores universales que hacen fracasar los esfuerzos de domesticación. Nos recuerda Johnson, que estas premisas deberían aplicarse contra cualquier forma de opresión:
“Si el argumento de Chomsky, que parte de las estructuras innatas, es válido, podría decirse justificadamente que es un argumento general contra cualquier clase de ingeniería social. Y en efecto, por múltiples razones, la ingeniería social ha sido la decepción sobresaliente y la mayor calamidad de la edad moderna. (Int., p. 288)
Este aporte es muy significativo frente al escenario de los experimentos de ingeniería social de los totalitarismos del siglo XX. La Rusia soviética, la Alemania nazi y la China maoísta llevaron a cabo las más infames innovaciones en materia de supresión de libertades, control social opresivo y genocidios sistemáticos. El propósito siempre era el mismo: cambiar la esencia humana. Luego sobreviene el sufrimiento y, finalmente, el fracaso.
La distorsión ideológica
Fuera de su actividad teórica, Chomsky ha destacado como un crítico de la geopolítica norteamericana. Fue uno de los más férreos opositores a la Guerra de Vietnam. A pesar de su postura política del socialismo libertario y del anarquismo, preferencias que recuerdan a las de George Orwell, se muestra apologético de todo totalitarismo que se declare enemigo del imperialismo, norteamericano, claro está. Como si no hubiesen otros países con proyectos expansionistas.
Lo que llama la atención es que un pensador como él, que no parte de los supuestos relativistas y nihilistas del posmodernismo, sino más bien desde un humanismo en el sentido clásico, tuerza su pensamiento para llegar a conclusiones incongruentes que solo puede defender con argumentos engañosos.
Su precepto según el cual la naturaleza humana puede hacer frente a la dominación, no lo aplica a los totalitarismos, sino exclusivamente a los Estados Unidos. La primera aplicación de esa forma de pensar la manifestó respecto de Vietnam, al oponerse a la intervención norteamericana y a la guerra que esa nación sostuviera de ese lado del mundo.
Cuando se retiraron las fuerzas norteamericanas, sucedió lo previsible: los ingenieros sociales totalitarios tomaron el control de esos países. Como resultado de la retirada de las tropas norteamericanas, en la Camboya de 1975, tuvo lugar uno de los mayores genocidios, en un siglo lleno de asesinatos en masa.
“Un grupo de intelectuales marxistas, educados en el París de Sartre y ahora al frente de un ejército formidable, llevaron a cabo un experimento de ingeniería social despiadado, incluso según las pautas de Stalin o Mao”. (Johnson, Int., p. 287).
Ante ese acto criminal, Chomsky no respondió de forma responsable, como se esperaba, sino que comenzó a buscar subterfugios y argumentos especiosos. Todo su razonamiento presentaba dos características resaltantes. La primera, que los Estados Unidos de Norteamérica aparece como una entidad metafísica; como la sustancia del mal en el maniqueísmo.
En segundo lugar, no podía reconocer que hubiese tenido lugar masacre alguna en Camboya hasta que se encontraran los medios para mostrar que Estados Unidos era, directa o indirectamente, responsable de ella. Respecto a esto, su pensamiento se desarrolló en dos grandes momentos. En una primera etapa, negó abiertamente las masacres del dictador comunista Pol Pot y su Jemer Rojo. Las atribuyó a mentiras de la propaganda anticomunista. Luego, ante la evidencias de los crímenes, las aceptó, pero las atribuyó al embrutecimiento de los campesinos camboyanos por los crímenes de guerra norteamericanos. Ergo, el genocidio de Pol Pot fue culpa de Estados Unidos. En este sentido Chomsky es un ejemplo del Síndrome del Asesinato Necesario.
El revolucionario bipolar
En el 2009, Chomsky visitó a Venezuela. El lingüista fue recibido, con los brazos abiertos, por el presidente Hugo Chávez. En el encuentro televisado, Chávez recomienda la lectura de los libros del pensador. Por su parte. Chomsky expresa su admiración por el caudillo: “Lo que es tan emocionante de visitar por fin Venezuela es que puedo ver cómo se está creando un mundo mejor y puedo hablar con la persona que lo ha inspirado”.
Luego, el intelectual pareció tomar distancia de su posición original respecto a la situación venezolana. En una entrevista a Infobae, en mayo de 2013, Chomsky se desdice: «Yo nunca apoyé a Chávez, lo único que hice fue decir que Venezuela tenía que ser dejada tranquila para que pueda imponer sin intervención extranjera sus propias políticas económicas». Hasta llega a afirmar que «algunas de las cosas que hizo Chávez me parecen razonables, otras no y las critiqué mucho en su momento». Y aclaró: “Debo haber sido uno de los mayores críticos de Chávez internacionalmente”.
En 2015, en entrevista concedida a Jorge Fontevecchia para el portal Perfil.com, afirmó: “En América Latina, creo que el modelo de Chávez ha sido destructivo”.
Todo fue un espejismo. Ahora, en 2019, ante el resurgir de la esperanza democrática, Chomsky toma la iniciativa de firmar una carta, junto a otras setenta personas, para solicitar a los Estados Unidos que no intervengan en los asuntos de Venezuela, haciendo aparecer el conflicto político venezolano como si fuese entre dos bandos iguales, es decir, en términos de polarización, sin reconocer la debilidad de un pueblo desarmado contra un gobierno ilegitimo, acusado de crímenes de lesa humanidad. Igualmente, califica de ilegal la presidencia interina de Juan Guaidó. Finalmente, condena la postura internacional de los países democráticos.
A pesar de que Chomsky, gracias a sus premisas humanistas es capaz de reconocer las evidencias de crímenes de los totalitarios, pierde luego la coherencia. La pulsión irracional tiene lugar cuando considera a un solo ente como la bestia negra, como el mal absoluto. Para ello tiene un solo comodín: Estados Unidos.
El razonamiento de Chomsky exhibe la perversión del pensamiento propia de los intelectuales adictos al “opio”, es decir, la ideología totalitaria en el sentido que le da Raymond Aron. Definitivamente, el sueño de la razón produce monstruos.
Wolfgang Gil Lugo
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