Perspectivas

Postales de la hambruna

Niños en las afueras de Shanghai esperan por una porción de vegetales desecados en junio de 1961 / Fotografía de Shikashige Haraikawa, Yomiuri Shimbun - AP

30/01/2018

El historiador holandés Frank Dikötter tuvo acceso a los archivos regionales del Partido Comunista Chino y publicó los resultados de su investigación en un libro titulado La gran hambruna de la China de Mao: historia de la catástrofe más devastadora de China (1958-1962). Dikötter encontró las dimensiones desconocidas de un abismo que se tradujo, de acuerdo con las más recientes estimaciones, en 45 millones de muertes.

En Prodavinci hemos tratado la hambruna china en dos textos: Las fantasías revolucionarias y el hambre de Manuel Llorens  y  Hambre, China y revolución, de mi autoría. Sin embargo, Dikötter nos obliga a retomar el tema al introducir información, elementos y anécdotas que ilustran con eficacia el origen y el desarrollo de una tragedia causada por el hombre, por sus políticas y por los dislates de la planificación central, un elemento medular en el modelo socialista.

Mao Zedong tomó decisiones que dislocaron los sistemas productivos en China en cuestión de meses. La construcción de proyectos masivos de irrigación con mano de obra civil-militarizada que no se terminaron o que nunca tuvieron los efectos previstos, la desaparición de la propiedad privada en el campo más las requisas forzadas de la producción, el desplazamiento masivo de trabajadores agrícolas y la obsesión con la producción de acero, fueron factores que derrumbaron la producción de alimentos. En materia de política económica, no hay crímenes sin víctimas.

Las alarmas del hambre comenzaron en el otoño de 1958. Era imposible alimentar adecuadamente a los trabajadores que fueron desplazados para trabajar en los grandes proyectos relacionados con el almacenamiento y riego de agua. Muchos caían agotados en los campos de trabajo, pero estas muertes fueron asumidas como necesarias para construir una China que pronto superaría en poderío económico a Occidente. Eran los daños colaterales de la construcción de una potencia.

El Partido Comunista celebraba los éxitos de las políticas relacionadas con el Gran Salto Adelante. Pronto los chinos comerían cinco veces al día, fue la famosa promesa de Mao. Los reportes que llegaban de las regiones auspiciaban ese optimismo arrogante. Pero la información enviada desde las regiones era falsa. La producción de alimentos disminuía con la misma velocidad que subían los números en los informes estadísticos. En una visita de Mao al campo, se le ordenó a los granjeros que transplantaran plantas de arroz junto al camino, para mostrarle al presidente la abundancia de la cosecha. En muchas comunas, los enfermos y los desnutridos eran escondidos para que los dirigentes del Partido Comunista no los vieran. Li Zhisui, el médico de Mao, comentó que “China se había transformado en un escenario y todos los chinos eran actores del gran espectáculo que se le ofrecía a Mao”. La gran hambruna china es un recordatorio de que nadie come de las estadísticas ni de las declaraciones oficiales.

Cuando se trata de alimentos y del hambre, la mentira mata.

El hambre en el campo se discutió por primera vez en el gabinete de Mao durante el invierno de 1958. Fue un tema que estuvo presente durante los años siguientes. Aun así, muy pocos se atrevieron a relacionar el hambre con las políticas implementadas por Mao. No hubo escasez de excusas ni de eufemismos.

Cuando el problema se acentuó, Mao culpó a los dirigentes regionales. En su narrativa, el problema del hambre no fue ocasionado por la falta de producción, sino por el acaparamiento y la especulación, desviaciones que debían ser atacadas. La solución que propuso fue estalinista: purgar al cinco por ciento de los dirigentes regionales. “No será necesario que los matemos a todos”, calculó.

El Gran Salto Adelante requería de importaciones. En plena hambruna, China exportaba alimentos que le permitían pagar por insumos, materiales y equipos que requería para ejecutar los planes de industrialización. Para Mao y su equipo no había dilema: el hambre de su gente no importaba y había que seguir pagando los compromisos internacionales con alimentos. El razonamiento de altos dirigentes del Gobierno como Zhou Enlai era claro: “Preferiría que no comiéramos, o que comiéramos menos y consumiéramos menos, con tal de cumplir los contratos que hemos financiado con los extranjeros”. Bo Yibo afirmó:  “Con tal de edificar el socialismo y construir un futuro mejor, la gente se avendrá a comer menos, si le explicamos los motivos”.

Mao fue más allá y propuso el vegetarianismo para poder continuar enviando alimentos al exterior y así pagar por las importaciones: “Tenemos que ahorrar ropa y comida para garantizar las exportaciones. Si 650 millones de personas empiezan a comer un poco más, se comerían también nuestro excedente para la exportación. Caballos, vacas, ovejas, pollos, perros, cerdos. Seis de los animales de granja no comen carne, el viejo Xu no comía carne y llegó a los 80 años. He oído que Huang Yanpei tampoco comía carne, y también llegó a los ochenta. ¿No podemos aprobar una resolución que prohíba el consumo de carne y dedicarla toda a la exportación?”

El impacto del hambre fue desigual. Había una casta privilegiada: los miembros del Partido Comunista. Pertenecer a esa organización aumentaba la probabilidad de acceder a los alimentos, incluso a participar en banquetes lleno de exquisiteces. La afiliación al Partido aumentó en casi un cincuenta por ciento entre 1958 y 1961. Eran militantes que aspiraban al privilegio de comer.

El hambre obligó a millones de personas a dejar de ser lo que eran. La supervivencia, como explica Dikötter, dependía de las habilidades para mentir, seducir, esconder, robar, engañar, hurtar, rebuscar en los campos, contrabandear, engatusar o manipular. “La economía planificada, que en teoría había de servir al bien común, alumbró un sistema en el que prevalecían el individuo y su red de relaciones personales”.

Dikötter ha recibido algunas críticas desde China por poner el énfasis en los errores de Mao y no en sus éxitos. Dikötter ha dicho que alabar los logros de Mao es como alabar a Hitler porque construyó autopistas o porque fue amable con su perro. ¿Cómo hablar de logros cuando millones de personas fueron condenadas a todas las formas de muerte que puede generar el hambre?

Una tarde de julio de 1962, Liu Yuan se reunió con Mao en la piscina. Intentaba que Mao accediera a escuchar algunas ideas sobre cómo detener la hambruna. “Son muchas las personas que han muerto de hambre. La historia nos juzgará a ti y a mí. Incluso el canibalismo quedará en los libros”. Y así ha sido. Es la historia la que habla por quienes ya no pueden hacerlo.


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