Perspectivas

Donde hay pelo hay alegría

"El sueño de la esposa del pescador" (1814), de Katsushika Hokusai.

07/11/2020

Nos hace tanta falta algo de alegría. Tengo demasiado tiempo leyendo y escribiendo textos tristísimos sobre el dolor y el desconcierto que se ciernen sobre la tierra que tanto amo amar con amor. Quizás podemos encontrar fuerza en el alborozo de la búsqueda y no solo en el persistir de los lamentos. Si acaso es cierto que existen ocasiones en que no hay razón para afligirse, también sabemos que siempre habrá algo que celebrar por el simple hecho de ser y existir. «A todo llega el que vive», decía mi tía Antonia, y se refería tanto a lo malo como a lo bueno.

Conversando con un amigo sobre estos asuntos, de pronto se puso muy serio y me advirtió:

—Optimistas o amargados, pero eso sí, sin pelos en la lengua.

Fue entonces cuando reapareció una frase que adoro, pero no sé dónde ni cuándo la escuché, y la solté con la entonación de un dichoso conjuro:

—Cuidado, mira que “donde hay pelo hay alegría”.

La sentencia nos hizo bien a los dos. Mi amigo salió por fin de su abatimiento y añadió algo más risueño, pero manteniendo sus tendencias lampiñas:

—Así es, pero también recuerda que a la ocasión la pintan calva.

Quiero creer que uno escribe para los amigos, y ciertamente ayuda el sentir que nos escuchan y acompañan. Añadiría que en buena parte escribimos gracias a ellos, a sus comentarios, giros inesperados, preguntas y respuestas, como en el ejemplo que acabo de ofrecer. Muchas veces los amigos son exploradores que se abren camino en territorios desconocidos y nos reportan lo que le sucede a alguna de nuestras ocurrencias o al simple esbozo de un cuento.

Carlos Brillembourg estuvo una vez en París y fue a visitar a la tía de un amigo. La bella dama estaba reunida con varias parisinas igual de pícaras y bien vividas. Carlos, animado por el vino y las risas, decidió ofrecer, en su francés machacado, una traducción del proverbio que alguna vez le dije:

Où tu trouves des cheveux tu trouves de la joie.

Su primera y única intervención resultó incómoda, inaceptable, y lo despacharon como si hubiese traído malas noticias. Aunque mi francés es más lamentable que el suyo, cuando me dio los detalles le dije:

—¡Cómo se te ocurre usar el verbo encontrar! Ese trouves es demasiado gráfico. “Donde encuentras” suena a nariz y dedos que buscan. “Donde hay” es más sugerente, más amplio, menos preciso.

Esta historia tiene sus años, quizás más de unos veinte. De hecho, acabo de llamar a Carlos y ni se acuerda. Uno tiende a olvidar las metidas de pata, especialmente si ocurren en París.

Tengo otro recuerdo más reciente. Ayer publiqué en Instagram un video que titulé “La naturaleza ama nacer”. La idea era jugar con el parecido entre “ama nacer” y “amanecer”. En la noche me llegó un mensaje de Jaime Gili, un amigo y artista por el que siento cariño y admiración (una mezcla, si no explosiva, ciertamente expandible). Me cuenta Jaime que ese “ama nacer” le recordó su conmoción al leer cuatro palabras en el libro de Roland Barthes Fragmentos de un discurso amoroso. Voy a citar la frase acompañada por una buena parte del fragmento “El cuerpo del otro”:

 A veces una idea se apodera de mí: me pongo a escrutar largamente el cuerpo amado (como el narrador ante el sueño de Albertina). Escrutar quiere decir explorar: exploro el cuerpo del otro como si quisiera ver lo que tiene dentro, como si la causa mecánica de mi deseo estuviera en el cuerpo adverso (soy parecido a esos chiquillos que desmontan un despertador para saber qué es el tiempo). Esta operación se realiza de una manera fría y asombrada; estoy calmo, atento, como si me encontraran ante un insecto extraño del que bruscamente ya no tengo miedo. Algunas partes del cuerpo son particularmente apropiadas para esta observación: las pestañas, las uñas, el nacimiento de los cabellos…

Jaime se estremeció con ese “nacimiento de los cabellos” y expandió la imagen a ámbitos inesperados de su vida, desde las cerdas de sus pinceles hasta los dorados vellos en el cuello de su hijo. Son tan evocadores estos múltiples nacimientos. Cuando entré a la Facultad de Arquitectura se mantenía la tradición de raparnos el coco y recuerdo, un mes después, haberme pasado la mano partiendo de la frente en un viaje sensual, profusamente despoblado y a la vez naciente, como si descubriera por primera vez que yo era el dueño de mi propia cabeza.

El Marqués de Langle escribió en su Viaje por España (1784): “La Duquesa de Alba no tiene un solo cabello que no inspire deseo. Nada hay más hermoso en el mundo. Ni hecha de encargo podría haber resultado mejor. Cuando ella pasa por la calle, todo el mundo se asoma a las ventanas, y hasta los niños dejan de jugar para mirarla”. Añadiría, sin quitarle mérito al Marqués, que ciertamente en todo pelo hay algo de vello.

Sorprendido por las reflexiones de Jaime, le solté la frase que tanta dicha ha traído a mi vida y, de paso, busqué cuál es su origen para no parecer superficial. Resulta que es más taurino que sexual. Cuando el torero roza con su cuerpo la recia pelambre del toro, hay alegría y pañuelos que ondean en los tendidos de sol y de sombra.

Nos falta explicar otra de las acepciones de pelo que hemos usado, quizás la que tiene más rodaje y ascendencia. Los romanos le rendían culto a una diosa llamada Ocasión, a la que siglos antes el griego Fidias pintó hermosamente desnuda sobre una rueda y con alas en la espalda y en los pies, dejando bien claro que las oportunidades son volátiles. La cabeza de la diosa estaba adornada al frente con una frondosa cabellera, pero era enteramente calva hacia la nuca para que resulte imposible agarrarla por los pelos cuando la ocasión pasa de largo por no asirla con decisión a su llegada.

Queda por explicar el origen de “sin pelos en la lengua”. Lo ignoro. Sí puedo ofrecer, a cambio, que “salvarse por los pelos” proviene de la costumbre que tienen los marineros de llevar el cabello largo para que haya por donde agarrarlos si caen al mar.

Con respecto a “cuando las ranas críen pelo”, propongo una teoría que se me acaba de ocurrir observando la xilografía El sueño de la mujer del pescador, del gran Hokusai. En la imagen vemos a Tamatori, una intrépida mujer buzo, teniendo relaciones sexuales con un par de pulpos. Con dieciséis tentáculos se desbordan los niveles de erotismo, pero, como si la ilustración no fuera suficiente, hay una profusa descripción en el texto que sirve de fondo al dibujo.

Ante semejante espectáculo, recordé, quizás por contraste, el recatado cuento infantil sobre la princesa que besa a un sapo y lo convierte en un apuesto príncipe. Un necesario primer paso, para que surja la alegría, es que durante la transformación al sapo le salgan pelos y no solo en la cabeza.

Me cuentan, y espero sea verdad, que Julia Roberts, Madonna, Halle Berry y la mismísima Sofía Loren en sus mejores años han seguido las doctrinas de Frida Kahlo y se han liberado de las incesantes depilaciones. Claro está que mi tardía pasión por los pelos no se explica por su nacimiento, como en el caso de Barthes y de Jaime, sino por el espanto que siento ante su desaparición. Cuando oigo decir de alguien que no tiene ni un pelo de loco siento una enorme lástima, sin duda, premonitoria.

«El origen del mundo» (1866), de Gustave Courbet

Buscando cómo terminar el cuento de mi relación con la frase que titula este ensayo, recordé la pintura que mejor la representa: el cuadro de Courbet titulado El origen del mundo. La historia de este óleo de 46 por 55 centímetros está llena de secretos, no solo por la naturaleza de su tema, también por la enigmática fuerza con que es tratado, tan arrolladora como una cascada. Siempre estuvo oculto, cual secreto de alcoba. El último propietario antes de llegar al Orsay fue el psicoanalista Jacques Lacan, quien lo mantenía bajo llave en su casa; sin duda una contradicción para un liberador de las almas. Cuando el cuadro llegó al museo en 1995, la prensa se atrevió a publicar una foto (en blanco y negro) y los lectores reclamaron indignados. Pintado hace más de un siglo, Facebook continúa cerrando cuentas por reproducirlo. Espero que hoy podamos congregarnos frente a esta imagen de un origen que tanta alegría ha traído a la humanidad.


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