Diario Literario

Diario literario 2023, enero (parte III): Ednodio Quintero, “cerrar podrá mis ojos…”, Sugimoto Maiko, Robert Lowell en Caracas

21/01/2023

Ednodio Quintero en la librería Kinokuniya, julio 2007

Milán, sábado 14 de enero de 2023

Ednodio

En el Papel literario de El Nacional, de Caracas, una selección de piezas cortas de Ednodio Quintero. La de Ednodio, creo haberlo escrito antes en este diario, es la mejor prosa narrativa que tenemos en Venezuela. Su escritura, que parece, por su natu

ralidad, la más espontánea, es el resultado del paciente trabajo de los orfebres. Ednodio es, también, un reconocido traductor del japonés, una exótica lengua a la cual ha dedicado no pocos insomnios. Es propietario, además, de una extensa colección de muñecas japonesas que, para algunos, se trataría de un dilatado serrallo particular.

Crisis

Me siento atrapado en una de mis recurrentes crisis productivas, lo que otros llaman creativas. En este caso, y es lo más grave, no por falta de productividad, sino por exceso. Aunque he publicado en una página digital la mayor parte de lo que llevo escrito en los últimos dos meses, me tranquiliza la posibilidad de un libro, de donde puedo excluir todos los excesos. Me reconforta, sobre todo, saber que esta crisis no abarca la escritura de poesía, y que, a todo lo largo del año que pasó, no escribí más de tres o cuatro poemas, todos lamentables. Para no seguir siendo víctima de tentaciones productivas, me dedicó a terminar, lo que he debido hacer antes, mi traducción de Antonio y Cleopatra. Efectivamente, a su publicación comentada, con la de  Julio César, debería dedicar 2023.

Milán, domingo 16 de enero de 2023

Amor y tiempo

Ya ha transcurrido dos semanas, quince días desde comienzos de año, y me pregunto ¿qué has hecho, corazón mío, durante todo este tiempo? ¿Has amado, has orado, has escrito acaso algún poema para ser recitado? Casi trescientas horas cuya memoria cabe en un solo suspiro. Si no fuera por estos diarios sería lo único que conservaría de sus jornadas, un suspiro, nada. Y de ese suspiro, de esa nada, haber amado es lo que queda de la memoria despojada. Y así, el tiempo pasa, sin parar un punto, como dijera Quevedo, autor del mejor poema de amor escrito en nuestra lengua:

 

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que llevaré el blanco día
y podrá desatar esta ama mía
hora su afán ansiosa lisonjera;

mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria en donde ardía,
nadar sabe mi llama el agua fría
y perder el respeto a ley severa:

alma a quien todo un Dios prisión ha sido.
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejarán, no su cuidado,
serán ceniza mas tendrán sentido,
polvo serán mas polvo enamorado

Fotografía de wwwuppertal | Flickr

Milán, lunes 16 de enero de 2023

Después de regalarnos más de una semana de gratas temperaturas otoñales, se presenta el padre invierno en pompa magna. La nieve se acumula en las alturas alpinas y amenaza las otras bajas de la pianura del Po donde se esperan nevadas en las próximas horas. Por fortuna la tan temida escasez de combustible para la calefacción no se ha presentado y el apartamento mantiene una temperatura tolerable. La niebla ha reaparecido y los cielos son de un gris blanco del amanecer al crepúsculo. Los pajaritos distraídos que creían que el invierno había terminado y regresaron de nuevo han hechos sus maletas y ya en la madrugada de hoy no escuché al grupito de cámara que brincaba cantando de rama en rama desde las 5.30am. Las altas temperaturas de los últimos días mantuvieron confundidas a muchas plantas también. Una matica de rosas a la salida del edificio fue confundida por el calentamiento climático y trató de hacer florear un botón que esta mañana fue detenido en su crecimiento por temperaturas cerca de los cero grados. Por el contrario, los viñedos de Piemonte, como los de Borgoña están alegres, porque el invierno los mantiene cálidos en sus raíces.

Sugimoto Maiko. Fotografía de Poetry Kanto

Milán, martes 17 de enero de 2023

Ya son dieciséis los días que de este enero han pasado y me aferro a este diecisiete como una vez, en mi infancia, lo hice a una liana viscosa entre una y otra orilla en medio del río. Conozco el resultado, pero no por eso dejo de aferrar el 1 con la mano izquierda y el 7 con la derecha, con la esperanza vana de tratar de que no se vayan, como las otras jornadas, sin mirar atrás por la ventana, dejándome convencido de cuán inútil es mi voluntad, cuán absurda, cuán vana.

SUGIMOTO MAIKO (1973-)

VIDA EN EL CAMPO

 

Acosado por los zancudos
el porche está furioso.
Como medida contra los jabalís
escondí los víveres en la casa.
El propietario, que come a escondidas,
no es necesariamente humano.

Así estaba escrito en el manual.
Al anochecer, en la agencia
inmobiliaria asentían con cara seria.
Quién sabe si ese era el padre o el abuelo,
después de asegurarme de que la sangre
pasara por encima de uno y otro río,
llegué a la casa con el corazón en la boca.

Lo mejor, también me dijeron, es que
venga a familiarizarse con el olor del bosque.
Tratándose apenas de cinco líneas
del manual de información,
no lo puse en duda
y acudí con la nariz tapada.
A medida que pasaban los días
se fueron agotando las reservas,
por primera vez tuve la sensación de estar viva
y molesta con el estómago vacío.
Al final, entré en el bosque
buscando bayas y me dispararon.
¿Qué fue lo que no hice bien?

 

El texto de Sugimoto tiene no poco de inquietante. Lo tengo como una expresión post-moderna del tradicional culto por los muertos del inconsciente colectivo japonés. Pensé, cuando lo leía en Cuentos de la luna pálida después de la lluvia el fascinante film de Kenji Misoguchi, donde no se sabe si los que hablan están vivos o están muertos. En el caso del poema, que he traducido de la versión italiana de Maria Teresa Orsi, no es un dislate pensar que la, o el, protagonista o hacen desde el más allá. Tampoco que se trate de uno de los jabalís contra los cuales se ha tomado medidas. Los fantasmas, en este caso animales, son una presencia recurrente en la narrativa japonesa contemporánea, por lo menos desde Akutagawa y Mishima hasta Murakami y Banana Hashimoto. Sé que las casualidades no existen (¿o sí?), pero mientras pongo estas líneas en mi cuaderno hablando de literatura japonesa, en Radio France Musique el Cuarteto # 3 de Philip Glass dedicado a Mishima, que formó parte de la banda musical de la película sobre el gran escritor. Tenía tantos años que no lo escuchaba como los que tenía sin escribir sobre los poetas del Japón. Con ellos este tipo de cosas siempre ocurren, casualidades, azares, apariciones y desapariciones.

Decido dejar el Mishima de Glass, y aprovecho para escuchar el Cuarteto# 2, más “occidental”, más Beethoven y Bartok que el Cuarteto #3. La experiencia, sin embargo, no es menos inquietante. Los 8’.57” del segundo Cuarteto fueron pensados para acompañar la representación de “Company”, el monólogo interior escrito por Samuel Beckett en la etapa tardía de su producción. El oscuro texto no puede ser más claro: “Hasta que al fin escuches y concluyas que las palabras llegan a su fin. Cada inútil palabra más cerca de la otra. Y con ellas, la fábula de otro contigo en la oscuridad. La fábula de fabular a otro contigo en la oscuridad. Y de lo que se deduce finalmente que es tiempo perdido y tú como siempre. Solo”. A lo largo de la obra, un hombre de espaldas en el suelo reflexiona sobre los temas más beckettianos. La soledad como fundamento de la condición humana y los límites del lenguaje para comunicarse. El absurdo, como siempre. Es necesario que me comunique con otros para encontrarle algún sentido a la existencia, de acuerdo. El único problema es que con el instrumento de que dispongo no será posible. La situación es trágica. La tragedia es la de la raza humana después de Babel. La incertidumbre nos acosa mientras la palabras “melted into thin air”, como los espíritus de Shakespeare en La tempestad. La intensidad de Beckett es la misma de Glass en su Cuarteto#3. Reiterativa, minimalista, desesperante y desesperada, hermética y ciega y muda. No obstante, en esencia románticos, ambos artistas confían en el ser humano. O, más bien, lo compadecen en el sentido profundo. Saben que desde la expulsión del Paraíso el hombre, con toda y su violencia, has sido más víctima que verdugo.

Escultura de Francisco de Quevedo en la calle Escritorios, Alcalá de Henares. Fotografía de Raimundo Pastor | Wikimedia

Milán, miércoles 18 de enero de 2023

Lo he referido antes en estos diarios de Milán. No solo no tengo amigos en la gran ciudad, es que tampoco conozco a ninguno de los millones de personas con los cuales comparto este  pedazo de cielo. Es probable que no sea el más comunicativo de los hombres. Y, si me cuesta conocer a alguien, hacer nuevos amigos no es lo más obvio. Por fortuna, cuento con uno de ellos, y uno bueno, en la cercana pero no vecina Torino . Esta crisis de soledad, no pasa de ser eso, una crisis en el sentido griego. Es cierto que hoy no estaré ni con Constanza, mi hija, ni con Alessandro mi nieto. No obstante, con la ayuda de un buen vino de Borgoña estoy seguro que puedo soportar hasta mañana, cuando estarán aquí para cenar. Lo mejor, a esta hora del día que tramonta, tal vez sea un Chorey-les- Beaune, de Nathalie Tollot-Beaut, como ella, cálido, rico en alma y alegría.

Resbaloso tiempo

“¡Cómo de entre mis manos te resbalas!”, se queja Quevedo en un soneto inmortal. De la misma manera, oh suerte fiera, se me resbaló ayer el 17, que tenía asido con ambas manos. De nada ha servido que con toda la fuerza lo quisiera, que se nos escape es lo que nos hace tristemente humanos. Tampoco este 18 será distinto, por más que lo pidiera, que para pasar llegan los días y, como arena, se nos escapan de las manos. El poema de Quevedo total:

 

¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!

Feroz de tierra el débil muro escalas,
en quien lozana juventud se fía:
mas ya mi corazón del postrer día
atiende el vuelo, sin mirar las alas.

¡Oh condición mortal! ¡Oh dura suerte!
¡Que no pueda yo vivir mañana
sin la pensión de procurar mi muerte!

¡Cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana!

Robert Lowell. Fotografía de Elsa Dorfman | Wikimedia

FICCIONES Y CONFESIONES

CON ROBERT LOWELL EN CARACAS

“Estuve en el entierro de Robert Lowell, en Boston, y le di el pésame a la viuda en nombre del gobierno venezolano”, fue lo que me dijo el embajador de Venezuela en los Estados Unidos, Ignacio Iribarren Borges. El diplomático era buen amigo de los poetas más destacados (Francisco Pérez Perdomo, Vicente Gerbasi, Rafael Cadenas, Caupolicán Ovalles, Juan Liscano, Alfredo Silva Estrada Luis García Morales, entre otros). Le había dedicado una estimulante reseña a mi revista Poesía y nos vimos mucho en Caracas hasta que él se fue a Washington y yo a Nueva York. Era un hombre gentil, sin muestras de odio o resentimiento. “Por supuesto, pensé en ti porque sé que has escrito sobre él”. A Lowell no lo lo conocí cuando vino a Caracas. En esa oportunidad, el escritor argentino Baica Dávalos lo acompañó en carácter de traductor semioficial, de quien escuché estas experiencias. “Me encontré con Lowell en el bar del hotel, de donde apenas salía para ir a dormir. En una reunión en casa de Miguel Otero silva, el poeta comenzó a discutir airadamente con unos meseros que no entendían que lo que deseaba tomar era bourbon. Así, hasta que alguien se presentó con una botella de Jack Daniels. Nos sentamos en la misma mesa: In Venezuela you don’t like to drink Venezuelan rhum that is so good you rather prefer Scotch whiskey, that is shit. Luego me dijo, detrás de su fuerte miopía, que, después de Venezuela, iba a Buenos Aires, invitado por sus traductores al castellano Alberto Girri y William Shand. “You should come with me, Baica. You’ve got to know Buenos Aires very well. Se me ocurrió preguntarle por poetas de habla castellana, y me dijo que sólo conocía dos, Quevedo y Bécquer, pero que no sabía el idioma para leerlos en el original. Le recordé que él había traducido a Quevedo, y, con una sonrisa que no disimulaba la ironía: “Those are not translations, I call them imitations”; el “imitations” dicho en cursivas”. Dos días más se quedaría el poeta bostoniano en Caracas, y atendería, con el resto de los escritores extranjeros reunidos en un encuentro de intelectuales, a una invitación del presidente de la república en el Palacio de Miraflores. En Notebook, uno de sus libros más ambiciosos, dedicaría al viaje a Venezuela dos poemas “Caracas” (1) y “Caracas” (2). Durante esos años, antes y después de 1968, Lowell se designó a sí mismo el rey Midas de la poesía escrita en inglés. Años en los que escribía, por lo menos, un poema diario, convencido de su permanencia. La posteridad, helas!, es avara en reconocimientos, y de esos trescientos sesenta y más textos, escritos en un “annus mirabili”, debe darse por satisfecho si más de uno ingresa en el canon de la lírica de su lengua. Irónicamente, el único seguro es su brillante “imitación” de las golondrinas de Bécquer. En aquel conjunto desigual, están los dos textos dedicados a Caracas. En uno se dedica a satirizar al presidente de Venezuela (a la sazón Raúl Leoni). Y en el otro se queja, no sin razón, del desdibujamiento del casco histórico de la ciudad. Son poemas de catorce líneas absolutamente irregulares, una forma en la que incursionó durante los años setenta.

 

CARACAS (1)

 

Viajo a través de otra de nuestras ciudades sin centro,
por lo menos tan horrenda como Los Angeles y con los mismos automóviles
por cabeza. En el techo de una iglesia, un anuncio de neón de siete metros

de Copertone : la población, con ingresos de más de $700 per cápita,

vive en establos en forma de rascacielos mal diseñados.

Llegamos a la Casa Blanca del presidente Leoni,
con sus hombrecitos armados con pistolas automáticas
que disparan 45 proyectiles por minuto, y dos petrificados
edecanes detrás de él. Bebíamos champaña, mientras
alguien le susurraba:”¿Dónde están las chicas?”.
Y el líder, todo un tipo: “No sé dónde están las de ustedes,
yo sé dónde están las mías.” Esta casa, este pionero
de la democracia, levantada sobre bases,
no de rocas, sino de sangre dura como la roca.

 

En su izquierdismo sesentista, Lowell habla como el “Ugly American” de la siniestra tradición. Con sus aires de superioridad moral y su resbaladizo puritanismo WASP. Pero, y no por eso, se trata de un poema pobre, de imágenes y de música en el original. El chiste es torpe y acaso sólo el último verso valga la pena. Aunque la última intuición parece irrefutable, la administración Leoni fue una de las más represivas de la historia de Venezuela en el siglo XX.

Durante las últimas semanas Milán ha sido la sede de una serie de muestras notables: Bosch, el otro Renacimiento; gran retrospectiva de Richard Avedon; antológica de Janis Kunellis; Los retratos de Warhol, curada por Bonito Oliva;  Dineo Seshee Bopape, Born in the first light of the morning; Bruce Nauman, seleccionada por Vicente Todoli; Vincent  Peters; las Pietà, de Michelangelo, tres impresionantes réplicas de los originales en Roma y Florencia. No son todas, sólo las que he alcanzado a visitar hasta ahora. A las que debo añadir la exposición dedicada a Max Ernst en Palazzo Reale.

Milán, viernes 20 de enero de 202

Desde Valencia (Venezuela), mi bibliómano amigo y atento lector de estos diarios, Pedro Téllez, me hace llegar una fotocon la portadilla de su edición de segunda mano de la Obra poética de Edgar Bailey, firmada por el poeta con una dedicatoria a una lectora desconocida de nombre Aracelys (conocí a una Aracelys Gil, amiga de Juan Sánchez Peláez, gran surrealista como el mismo poeta argentino. “El círculo se cierra, ¿ves”). Se trata de la edición de la Editorial Corregidor, la misma que publicó la poesía de Georg Trakl traducida al español por Aldo Pellegrini, patriarca del surrealismo argentino.

Aquí, el hermoso poema de Edgar escogido por Pedro de su envidiado volumen:

 

TERNURA Y FURIA

 

en difícil amor y opuesta preferencia
en gesto alto y calle sin cordura
y un adiós solamente
y un tango sin camino
hay un día que es tuyo al principio del mundo

yo nombro contigo la vigilia y el viaje
y el muelle reinventado y el cielo sin las horas
y el largo error y la hierba del río

contigo nombro el día y la cuerda del aire
y un reflejo cualquiera y el favor de la sal

poeta en la presencia y el árbol sumergido
sueño secreto
alas de locura
ojos olvidados
mar sin culpa abierto
al celo del estío

veo tu bar y tus palabras
que giran en el frío o la lluvia del muro
tu tiempo de canales y deslices
cristal de noches entornadas
ternura y furia de tus años en pie


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