Diario Literario

Diario literario 2023, abril (parte IV): los hermanos de Brigitte Reimann, el alcatraz de Ismael Urdaneta, elegía romana

22/04/2023

Brigitte Reimann. Fotografía de Das Bundesarchiv | Wikimedia

Milán, lunes 17 de abril de 2023 

Brigitte

El aire de los nuevos tiempos es el que ha animado a la publicación de los libros de Brigitte Reimann en Occidente (así es como se conocía la parte de Europa no dependiente del Pacto de Varsovia). Sus libros fueron escritos sin mayores consideraciones por la ficción que se escribía en la dependencia de los criterios de la modernidad. Nada de Joyce o Faulkner, o Woolf o Grass o Robbe Grillet o García Márquez. Su estilo se siente, como observa el cronista del Newyorker, más cerca de Zola que de Proust o James. Una escritura directa, despojada, sin pretensiones oraculares. Cuenta una historia y la cuenta como los grandes narradores. Es cierto que no se trata de una historia cualquiera. Una que nos hubiese resultado extraña a los venezlanos hace veinte años y que ahora nos afecta, más que menos, a todos los que hemos padecido una revolución tropical. Se trata de la fractura, no siempre reversible, de viejas relaciones familiares, o amistosas, sometidas a los rigores de la ideología. Elizabeth, la protagonista de Siblings, con su familia, le tocó residir en la “zona” de Alemania adjudicada a la Unión Soviética, en un reparto tan arbitrario y costoso como el de la India o Palestina. Formada allí, en los valores de una sociedad comunista, se inscribe con entusiasmo en esa utopía, no sin dejar de reconocer sus limitaciones. Sus hermanos, sin embargo, son menos tolerantes. Y uno de ellos, el ingeniero Konrad Arendt (el apellido de la familia), poco antes del levantamiento del muro, se somete a los vejámenes que acompañaban la mudanza de la zona comunista a la occidental. En su nueva sociedad, la de la Alemania super-capitalista del milagro alemán, consigue inscribirse con éxito. Ni Elizabeth ni el padre se lo perdonan. La ruptura se produce durante la visita que le realiza con su madre poco antes del muro. El realismo de Reimann, es implacable y sin concesiones. La descripción del encuentro, despojada de patetismo, es, no obstante insufrible. El lazo de la relación fraternal es cortado sin piedad por las tijeras de la ideología. Al final quedamos, después de detenernos en esta secuencia que es una pequeña obra maestra, con un sabor que estorba, con una incertidumbre incómoda. Elisabeth y su madre defienden, sin dejar de criticarlo, el mundo en que viven. Konrad defiende el suyo de manera acrítica. No sé porque pienso en Borges cuando decía que los ganadores nunca tendrán la dignidad de los vencidos. Con la novela de Reimann, leo sus diarios al filo de la medianoche y termino confundido. En las primeras entradas de 1964, la autora refiere su existencia marcada por sus afectos Dos de ellos, el de su exposo y el de su marido actual. Al cabo de varias páginas, se nos revela lo que ya sospechábamos. Brigitte quiere más a su ex que a su pareja actual. Y todo lo cuenta con una inmediatez a la que nos habíamos desacostumbrado después de tantas lecturas de Proust, Kafka o Musil. Antes de quedar dormido, pienso que algo parecido he leído antes, en el mismo estilo directo y sin engaños. Al despertar, temprano en la mañana, 6.30am, lo primero que se me ocurre es que entre la novela de Brigitte y sus diarios no hay ninguna diferencia. Que la primera sea ficción y los segundos no, es perfectamente irrelevante. En los dos casos, se trata de gran literatura, al menos como la consideramos en estos tiempos neo-modernos.

Fotografía de CArlos Landaeta | AFP

Milán, martes 18 de abril de 2023

Los lectores este diario, que espero no sean muchos, se han sentido tan conmovidos como el autor con la suerte del formidable Ismael Urdaneta. Héroe por derecho divino, y autor de algunos poemas de inmortalidad asegurada, aun cuando no haya sido el parecer de nuestros mejores antólogos. La modernidad de su escritura sorprende en un medio literario, el de la segunda década del XX, donde la presencia de Rubén Darío seguía haciendo de la suyas. Una dicción como esa, en Venezuela, tendrá que esperar casi cincuenta años para que sea digerida por nuestros vates. Y un carácter visionario como el de Urdaneta no es obvio. Esta relectura, o lectura, de Ismael Urdaneta, de tal manera me ha impresionado, que reproduzco en este diario otro de sus textos para tenerlo siempre en mis cuadernos.

 

LA AGONÍA DEL ALCATRAZ

 

El alcatraz vivía feliz

en nuestras ribas. Este buzo con alas

retozaba entre dos turquesas;

lago y cielo.

Era la buena vida para nuestro «buchón»,

como aquí se le llama, por el enorme buche

y la barbaridad

de su apetito feroz,

terror de los bagres y otros peces lacustres.

Era la vida regalada

para este Gargantúa marino.

¡Las buenas pitanzas que le deparaban

sus bruscas zambullidas

perpendiculares

en la turquesa del Lago!

¡Los grandes paseos digestivos

por la otra turquesa del cielo!

Pero el alcatraz no contaba con el petróleo

La capa de aceite flotante en el Lago

Pero el alcatraz no contaba con el petróleo…

no se ha contentado con embetunarle

el plumaje gris: también le ha improvisado

un canto de cisne en su garganta afónica.

Porque el mísero pelícano

cuando ahora se lanza de cabeza

al través de las vetas en plumas

de pavo real, prismáticas, del petróleo,

es víctima del espejismo pérfido

de aquel iris oleaginoso,

y nuestro excelente buzo “buchón”,

envenenado por el gas,

va a contarle a San Pedro

su pesquería mortal.

46

¡Qué sorpresa para el de las llaves celestes!

Los bagres honestos del Lago,

obsequio del buen Dios a la voracidad

del alcatraz, las “Standards Oil” del planeta

se los sirven, ahora con una matizada

mayonesa homicida

en agua de Tofana petrolera!

En Lagunillas, en La Rita, en Cabimas,

sus cadáveres van a la deriva

en una balsa de aceite.

Y el pobre alcatraz muerto

sobre las ondas tornasoladas,

untado de pomada betuminosa,

es una gigantesca acerina

flotando en los reflejos

de una traidora lámpara de Aladino.

Café Greco. Fotografía de Richard, enjoy my life! | Flickr

Milán, miércoles 19 de abril de 2023 

Elegía romana (1)

Roma no es una ciudad plana como es Milán, Alessandro. Roma tiene siete colinas: Celio, Quirinale, Viminale, Capitolino, Palatino, Aventino y Esquilino. La más importante en la época de la fundación fue la Capitolino…

“Y cómo está el señor Oliveros. Un gran “uomo” tu papá. Me ayudó mucho durante mis primeros años en Venezuela. Tenía unos amigos en el Banco Obrero y me consiguió una casa nuevecita  en la urbanización Michelena. Allí viví cómodamente con mi esposa y el hijo que tuvimos allá. En Navidad siempre se presentaba con juguetes y una enorme cesta de Navidad llena de comida, una lata enorme de Ovomaltina que, según él, era el mejor alimento para los niños. Cuando decidí regresar porque tenía aquí, en Roma, una oportunidad, se despidió de mí con lágrimas en los ojos. Me regresé porque yo soy de aquí, nacido en Trastévere, y porque a mi cuñado, aquel tipo serio que ves en la caja, le ofrecieron que se hiciera cargo de este café y querían empleados con experiencia. Estamos en diciembre de 1997 y el que habla es Luciano, uno de los dos jefes de mesoneros del legendario Café Greco, a pocos metros de Piazza di Spagna. En una mesita frente a la mía Goethe escribió sus “Elegías romanas”. Vivía no muy lejos de aquí en el Corso cerca de Piazza del Popolo. Estos poemas son su declaración de amor al mundo del meridiano que asociaba con la legendaria Arcadia. Aquí, en Roma, conoció la otra cara del sexo, desenfrenado, sudoroso, violento, reiterado y apasionado. tan distinto al que conseguía en Weimar, con mujeres tan almidonadas y empolvadas como madame von Stein. Antes de Goethe, Café Greco ya había tenido visitantes ilustres. Y después tan bien, como Simón Bolívar, romántico y delirante.

Milán, jueves 20 de abril de 2023

La primavera es así, como los adolescentes, inestable, impredecible, solar y lluviosa al mismo tiempo. Durante tres días, la luz de Milán fue la más dulce, con sus aromas de vino blanco de las alturas alpinas y jazmín; una luminosidad que limpia las pupilas hasta el alma, y aligera el aire para desmentir las chocantes leyes de Newton. Tres días espléndidos frente a la mugre de la historia. Pero la primavera es así, y hoy amaneció lloviendo, con una lluvia más bien rara en esta “pianura” padana. Con la lluvia, el frío y la humedad y el viento. Un clima miserable que no es otoño ni invierno, y mucho menos primavera.

Elegía romana (2)

No sólo Goethe o Bolívar, todo el que llega a Roma se siente estimulado a proponerse grandes proyectos. El mío era el de un libro, una lectura del Barroco, que asociara a los grandes maestros de la pintura de la época con los poetas contemporáneos. Poussin y la Arcadia de Sannazaro; Velázquez (sus vistas de Villa Medici y el Quevedo de “Buscas a Roma en Roma…”, y “Miré los muros de la patria mía…”); Borromini y Richard Crashaw, el metafísico inglés, católico y enloquecido, asesinado en una iglesia de la ciudad; Bernini y Marino y así. Me parecía el menos obvio de los asuntos, y me ilusionaba que fuera en castellano que se publicara por primera vez un libro sobre esta materia apasionante. A mi favor, mi experiencia como profesor de la materia durante largos años en una Escuela de Bellas Artes y mi sensibilidad de poeta. Sin sospecharlo, me embriagaba con ilusiones de las que hoy me río. Durante mis reiteradas visitas a la ciudad, organizaba recorridos y lecturas, teniendo como base de operaciones mi mesa en el Greco justo enfrente a la mesita de Goethe. Sentía que era lo más lógico. Al fin y al cabo, al autor de Werther había dedicado, a mis veintidós, el primer ensayo largo de mi vida. Una extendida lectura de sus obras más importantes (no sólo Fausto, en diversas versiones, incluyendo la francesa de Nerval; Werther y Afinidades electivas, sino Herman y Dorotea, Torcuato Tasso, Egmont, Clavijo,  el Ur-Fausto, el Diván, las Elegías Romanas, la Elegía de Marienbad, los libros de viaje y hasta la Teoría del color), que sería mi trabajo para una de las asignaturas del segundo año de Educación, la escuela en la que me inscribí después de dejar la Medicina, y que sería extraviado por el más tonto de los tantos profesores que he tenido en Medicina y Educación. Mientras, Luciano hacía adelantos en la búsqueda del apartamento. Su manera de servir las mesas del elegante y legendario café era la más adecuada para su porte impecable, que deslucía en el pequeño restaurante Roma, de Valencia, donde trabajó una decena de años. “Me acuerdo mucho de ti, siempre pedías lo mismo, spaghetti a la boloñesa. Una vez tu papá te complació y, después de la primera ración, te pidió otra. Estabas feliz”. Ah, la salsa boloñesa del Roma, la mejor salsa del mundo, salida de las manos milagrosas de la cocinera, esposa del dueño, y madre de la chica que después sería compañera de estudios en la universidad. Aquel ragú, cocinado a la perfección durante horas, una sabía coordinación de los sabores del tomate, la carne molida, el laurel, el orégano, una sombra de ajo, un perfume de romero tal vez una azúcar adjetival para compensar la acidez marina del “sanmarzano”. Todos los sabores de Roma, la ciudad de las siete colinas de Alessandro, mediterránea y solar, dorada y luminosa, tan diferente, sin embargo, de Nápoles, su eterna rival del meridiano. Nada en mi vida como esa boloñesa, una manera inexacta de nombrar la más gloriosa combinación de sabores mediterráneos; un milagro culinario desconocido, entre otros, por los mismo boloñeses, quienes no tienen idea de esa salsa, que lleva su nombre. Con su elegancia natural, Luciano circulaba por las mesas del Roma con la misma elegancia con la misma elegancia de Cary Grant. Mi madre siempre lo decía, “Luciano es demasiado para este restaurant, deberías encontrarle un puesto en otra parte, Guillermo”. Pero Luciano se sentía bien allí, donde estaba. Que el restaurant se llamara Roma, y sus propietarios fueran de origen romano, compensaba los dolores del exilio. Un día, Luciano, aprovechando que habíamos llegado temprano, dice: “Me gustaría hablar con Ud., señor Oliveros. Lo que pasa es que, antes de venirme, cuando era un muchacho, dejé en Italia a una joven con la cual me había comprometido. Eso fue hace ocho años y creía que todo se había olvidado, pero me escribió mi mamma recordándome el compromiso…”. Después de apurar su cerveza, mi padre: “Qué edad tiene ella? ¿Y te sigue gustando?” Luciano fue tan claro como sus movimientos al servir o retirar los platos de la mesa. No podía decir que siguiera enamorado, pero siempre le había gustado. “Qué hacen sus padres?” Cuando Luciano contó que el padre de la chica era dueña de un buen café en Trastevere, sentí que mi padre había tomado una decisión. “Mándala a buscar, Luciano, y cásate con ella”. A las pocas semanas, mi padre era el testigo de la boda por poder. Y, poco después, le facilitó un automóvil para que fuera a Maiquetía a recogerla. Nunca la ví, pero mi padre nos dijo a todos que era una muchacha de veintidós años muy bonita. Mi madre respiró porque, “Luciano es tan decente que no le iba a decir que no a un compromiso, y le han podido “encasquetar” cualquier mujer”. Mi proyecto de libro seguía avanzando y, en una cena en Caracas, la comenté con Leopoldo Iribarren y Luis Pérez Oramas. Leopoldo regresaba de un viaje impresionado por todo lo que ofrece la Urbe, desde las trattorias a los mosaicos de Santa Maria Maggiore. Luis Enrique había estudiado con Louis Marin, autor, de un apasionante estudio sobre Caravaggio. Además, era un consecuente estudioso del tema de Arcadia, asunto de la inquietante pintura de Poussin.

Milán, viernes 21 de abril de 2023 

Llévamos un mes de primavera y las rosas, aquí en Milán, se han demorado para salir. No obstante, las matas están llenas de hojas brillantes y nuevas. Desde la ventana de la cocina, donde paso parte de mi tiempo útil, veo mis preferidas. Un pequeño rosal que se caracteriza por la verticalidad de sus flores, esbeltas como Audrey Hepburn y flotantes como la Pavlova. Delante de mi edificio hay otras dos más pequeñas. Una de ellas, la de la izquierda al entrar, no es especialmente pródiga, pero al año produce dos o tres rosas asalmonadas que son suficiente para justificar su existencia y la mía. Toca esperar, como dicen en Colombia. Un nuevo frente ártico se anuncia. Y las rosas, como los geranios, son adictas al sol de la primavera, al tiempo que son poco amigas del sol tórrido de los trópicos natales.

Dafne y Apolo.1625. Gian Lorenzo Bernini. Fotografía de Daderot | Wikimedia

Elegía romana (3)

Yo seguía con mis estudios sobre el asunto que pensaba desarrollar durante mi sabático romano, “Poetas y pintores en la Roma de los papas”. Comenzaría con Bernini y su “Dafne y Apolo” en Galleria Borghese. Proponía que se trataba de una exphrasis del tratamiento que Marino daba al mismo mito en su célebre soneto:

 

Stanca, anelante a la paterna riva,

qual suol cervetta affaticata in caccia,

correa piangendo e con smarrita faccia

la vergine ritrosa e fuggitiva.

 

El già l’acceso Dios la seguiva,

giunta ormai del suo corso avea la traccia,

quando fermar le piante, alzar le braccia

rato la vide, in quel ch’ella fuggiva

 

(Cansada, anhelando la paterna ribera, como una corza frágil ya cansada de la caza, con rostro espantado, llorando, corría la virgen tímida y fugitiva. Ya el dios luciente la seguía, y de su trayecto estaba seguro, al detener su paso y alzar los brazos, la vio mientras por ese rumbo huía…).

Fotografía de Yelp

El verano siguiente me detuve unos días en Roma, de regreso de Montalcino. Allí estaba, detrás de su impecable smoking, Luciano sirviendo pastas y te a una dama quien seguramente, por su elegancia y edad, había sido amante de Hans Christian Andersen, vecino del mismo edificio de Café Greco, y cuyo diván ocupaba la parte trasera, la más íntima del local. Le conté a Luciano que mi padre se había jubilado y que se la pasaba encerrado en la casa sin hacer nada. “Yo también me jubilo el año que viene, pero quiero hacerle unos arreglos a la casa. Una pequeña terraza para llevar sol y tomar Frascatti frío. Cuando te vengas a vivir a Trastevere te voy a invitar, porque es casi seguro que te consiga un apartamento en esa zona. Y aprovecho para enseñarte la verdadera cucina romana. La pagliatta, el bacalao frito, el rabo Vaccinaia con especies, la verdadera carbonara con el guanciale affumicato. Trastevere è la Roma “verace”, sin tantos turistas ni empleados del gobierno como aquí, en el centro. Un primo de mi esposa está alquilando su apartamento porque se va por unos años a trabajar a África”. Unos se van de Roma a África y otros venimos de América a vivir aquí.  Hubiese preferido estar más cerca de la ciudad; no obstante, Trastevere no era ayuna de encantos. Luciano era profundamente antifascista. Su padre había sido partigiano y había sido capturado por  los cuerpos paramilitares de Mussolini y fusilado por los alemanes en las afueras de Castelgandolfo. Había conocido a Alberto Moravia cuando trabajaba en el Chechino dal 1887 en Monte Testaccio. “Lo conoces?”. Sí he estado allí un par de veces con mi hermano Daniel”. “Claro, Daniel. Después tu papá comenzó a llevarlo al Roma, cuando empezaste a estudiar Medicina. Comía más pasta que tú.” En el Chechino  Moravia y Elsa Morante, su esposa, se reunían con gente como Flaiano y Vicentini. Después llegó Passolini, quien odiaba la cocina romana. Alberto siempre me llevaba sus libros apenas salían. Los tengo en mi casa, te los voy a enseñar, a ti que siempre te ha gustado leer. Elsa Morante me regalo uno suyo firmado. Storia se llama, Mi vida durante Mussolini es como la que ella cuenta en ese libro. Llena de necesidades, vivíamos aterrados, acosados por las bandas fascistas que no nos perdonaban que mi padre hubiese sido partiggiano. No les bastó con haberlo asesinado, también hubiesen querido acabar con su familia. Después de la guerra, no todos los fascistas fueron castigados, muchos fueron protegidos por la democracia cristiana. Siempre han preferido a los fascistas que a la gente de izquierda. Me empecé a desencantar del comunismo en tiempos de Togliatti. En ese entonces, yo era muy joven, pero nunca le perdoné a Togliatti su obediencia a los rusos, quienes nunca quisieron una revolución comunista en Italia. Unos comunistas que no querían la revolución comunista. Solo en Italia. Yo no era el único desencantado. Sospecho que Alberto y Elsa también. Passolini no. Para él había un solo enemigo, peor que los rusos, y era la democracia cristiana. Todavía no está del todo claro que fue lo que pasó con su muerte. De sus amigos, Alberto fue el primero que llegó a Ostia y lo encontró muerto. Eran grandes amigos, como hermanos. Yo creo que ‘uno es responsable por la vida’, como decía Moravia, citando a un escritor negro norteamericano, Baldin o algo así”. En realidad, se trataba de James Baldwin, y la frase que citaba Moravia termina bellamente así: “Es ese pequeño rayo de luz en la terrible oscuridad, es de donde venimos y al cual regresaremos”. Y eso definía perfectamente a este hombre, que vivió diez años en Valencia, Venezuela, fue amigo de mi padre, y ahora me está ayudando a mudarme para Roma, que es el nombre del restaurant donde se hacía la mejor salsa boloñesa de todos los tiempos.


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