Diario Literario

Diario literario 2022, mayo (parte II): L’histoire du soldat, Shostakovich en Valencia (Venezuela), Lucrecio por Milo de Angelis, Lucrecio y la primavera, Lucrecio y Andrés Bello

Ilustración para la edición en inglés de Thomas Creech de "De Rerum Natura". 1714

14/05/2022

Milán, lunes, 10 de mayo de 2022

L’histoire du soldat

Comienzo la semana con L’histoire du soldat en una versión intervenida en la cual, de manera casi mágica, el mismo compositor dirige el conjunto, mientras que Jeremy Irons se encarga del recitativo. Stravinsky habría estado de acuerdo con el resultado. La clara dicción de Irons, su tono de barítono y las inflexiones de su voz destacan la parte oral no siempre incorporada a las versiones conocidas. La historia la escribió C.F. Ramuz, buen amigo del compositor, a quien recibió reiteradamente en su residencia en Suiza para llevar a cabo el proyecto. Ramuz, a pesar del olvido actual, es uno de los mejores escritores de su país. Con uno solo de sus libros, como La grande peur dans la montagne, la inmortalidad le está asegurada. El argumento fue tomado por Stravinsky de un libro de fábulas rusas editado por Alexandre Afanasev. Se trata de una versión eslava del arquetipo fáustico, más poética y simbólica. El héroe es un soldado cualquiera, como los ucranianos y rusos, que vuelve de la guerra con su bien más preciado que es su violín, la representación simbólica de su alma ingenua que despierta la codicia de un proteico Mefistófeles que, como en la versión fílmica de Murnau, adopta las más inesperadas apariencias. La pieza, en su versión definitiva, se extiende por una hora y veinte minutos en los cuales el genio del compositor se muestra en toda su esencia poliédrica. En aquellos tiempos de bolsillos flacos que sucedieron a la revolución bolchevique, Stravinsky, viviendo en Suiza, se asoció con Ramuz, poeta y narrador, para fundar una empresa teatral que los ayudará a salir de la pobreza. El resultado era el que se puede esperar de una sociedad entre un compositor y un poeta. La pieza, con el texto en francés de Ramuz, fue estrenada en el vistoso teatro de Laussane bajo la dirección del tercero del trío, el gran Ernest Ansermet. La instrumentación, condicionada por la precariedad económica del músico, estuvo limitada a un violín, contrabajo, clarinete, fagot, trompeta, trombón y percusión. La partitura es un catálogo de la impresionante capacidad de Stravinsky para incorporar ritmos ajenos a sus composiciones. En este caso, adoptó ritmos tan variados como los del jazz, el tango y hasta un pasodoble. Buena manera de comenzar una semana, con el estimulante trabajo de estos tres queridos músicos y poetas.

Milán, martes, 10 de mayo de 2022

Shostakovich en Valencia (Venezuela)

Hoy le ha tocado a Shostakovich una de sus piezas más queridas, al menos para mí. Se trata de su Concierto para cello No.1. Tengo muy claro el recuerdo de la clara mañana en Valencia, Venezuela, cuando lo escuché por primera vez. En una de sus periódicas visitas, el poeta Carlos Rocha, valenciano de origen catalán, se presentó con varios discos recién publicados. No fue la única vez que Carlos me impresionaba con sus revelaciones en forma de grabaciones o libros. Suyo, por ejemplo, era el primer ejemplar de los Cantos de Pound que tuve en mis manos. En la portada del disco de Columbia Masterworks, una maravillosa foto de Shostakovich, quien, de manera insólita y “transgresora” (la propaganda oficial de la administración comunista de su país lo presentaba siempre como un hombre tan serio como Buster Keaton), aparecía riendo al lado de su gran amigo Mitslav Rostropovich, a quien está dedicada la partitura, y del casi eterno director de la Orquesta de Filadelfia, Eugene Ormandy. Se trataba de la primera grabación del concierto, publicada en 1960 y reeditada en 1975. Esto sucedió a mediados de ese 1975, y la impresión que me produjo la música es la misma que tengo hoy, cuando la escucho en una versión distinta. El movimiento que inicia el concierto es un despliegue de las raíces dionisíacas de la música de Shostakovich. Por fortuna, Dionisio fue desplazado por la gravedad hermética del segundo movimiento y todo volvió a la normalidad. No estaba entonces familiarizado con la obra del compositor ruso, apenas conocía su Quinta Sinfonía que mi padre tenía entre sus discos. Esa mañana se me reveló, como una epifanía, la grandeza  de Shostakovich, y las muchas afinidades que encontraba con su trabajo. A partir de ese día me convertí en uno de sus más consecuentes seguidores. Descubrí la maravilla, no igualada en su siglo, de los Cuartetos para cuerdas y no he dejado de frecuentarlos con una admiración que no cesa, como el rayo. Lo mismo su serie de canciones con letras de Miguel Ángel, John Donne o Tsvetaeva. La versión que ahora transmite Radio Classica Miano es la de Ha-na Chang con la Sinfónica de Londres y Antonio Pappano. Son muchas las interpretaciones del famoso concierto para cello, incluyendo una del gran Janos Starker. No obstante, a pesar del brillo y genio de Starker y el respeto que le profeso, solo hay una versión que debe ser escuchada: la de Rostropovich, acompañado por Ormandy, que una clara mañana de junio-julio de 1975 el poeta Carlos Rocha me reveló como si de uno de los Reyes Magos se tratara.

– Últimos días luminosos y frescos de una primavera que se rendirá ante los rigores del estío más temprano que tarde. Por todas partes se siente la vegetación creciendo de manera desesperada después del prolongado invierno.

Milo de Angelis

Lucrecio is back (1)

Después de un siglo como el veinte, olvidado de Lucrecio y fascinado por las insolencias de Catulo, el existencial romanticismo y virtuosismo de Propercio, y el exilio profético de Ovidio, ha llegado la hora del preterido autor de La naturaleza de las cosas (De Rerum Natura), fuente principal del pensamiento de Epicuro y autor de uno de los poemas más formidables de la antigüedad greco-romana. En castellano, lo conocí en la indigerible traducción en hexámetros de Rubén Bonifaz Nuño, en la sorda de Merchán y en la más reciente e infeliz de Gredos. Nuevas traducciones han sido editadas por Acantilado, Alianza y Cátedra. En inglés, releo el poema en la más discreta versión de Loeb Classics. La edición francesa de Belles Lettres la desconozco por ahora. En Italia se ha traducido reiteradamente, Rizzoli (1994), Feltrinell (2015), UTET (2017), Mondadori (2019), entre otras. Pero la más interesante tiene que ser la recién publicada, también por Mondadori, traducida por Milo de Angelis, uno de los poetas más destacados de su generación (De Angelis estuvo hace unos años en Venezuela invitado por Santos López para un Festival Internacional de Poesía). Que un autor como De Angelis, modernista convencido en su juventud, traduzca a Lucrecio, es un signo de los nuevos tiempos. De haber nacido veinte años antes, habría traducido con seguridad a Catulo o Propercio, no a Lucrecio, cuya modernidad fue duramente cuestionada a lo largo del siglo. Lo que sigue es una traducción de las primeras líneas de su versión italiana del De Rerum Natura.

 

Madre de los romanos, regocijo de hombres y dioses,

Venus fecunda. Bajo los astros que se desplazan en el cielo,

colmas de vida la mar surcada por las naves, y la tierra,

pródiga en frutos. Es obra tuya que todas las especies vivientes

puedan ser concebidas, nacer y contemplar la luz del cielo.

Cuando apareces, Oh Diosa, se alejan los vientos y desaparecen

del cielo las oscuras nubes; a tu paso, la rica tierra produce

suaves flores, sonríen las extensas superficies marinas

y el cielo se serena, resplandeciente ante la inundación de luz.

Apenas aparece el rostro de una jornada de primavera,

el fértil aliento del Favonio se libera y propaga. Son los pájaros

los primeros en celebrar tu llegada, conmovidos en el corazón

por tu fuerza vital. Las fieras y los rebaños recorren felices

los pastos y atraviesan los arroyos. Encantados por tu hechizo,

todos los seres vivos anhelan seguirte a donde quieras llevarlos.

A través de los mares y montañas, los ríos caudalosos,

a través de los campos y frondosas moradas de los pájaros,

inspiras en las criaturas el deseo de reproducir la especie

infundiendo en sus corazones las urgencias del aoir.

 

Milán, miércoles, 11 de mayo de 2022

Lucrecio is back (2)

Los italianos pueden considerarse afortunados. Una versión de Lucrecio como la de Milo de Angelis no es probable que se encuentre en España o Latinoamérica. Desde hace tiempo se dieron cuenta de que la traducción es un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos de traductores profesionales, profesores o filólogos, tan sabios como sordos. Muchos de sus mejores poetas han entendido, y por eso es que son “mejores”, que escribir poesía no es lo único que el oficio exige a los poetas. Se cansó de decirlo Pound, pero creo que, en Venezuela, salvo unas cuantas excepciones, no lo leyeron y sus vates se han dedicado a ser, o pasar como poetas puros, tan puros que parecen un monumento a la indolencia. Pascoli es autor de varias antologías de poesía latina; Quasimodo tradujo a los líricos griegos; de Ungaretti es la mejor Fedra de Racine en italiano; Pavese tradujo la Antología de Spoon River; Maurizio Cucchi ha traducido a Malherbe, Lamartine y Mallarmé; Mario Specchio tradujo a Rilke de manera admirable, y así por el estilo. Una de las razones que explican el olvido de Lucrecio por los lectores de habla castellana es precisamente el castigo al que ha sido sometido, de manera reiterada, por sus traductores. He aquí apenas dos ejemplos de traducciones actuales de Lucrecio. Se trata de las líneas con las cuales comienza De la naturaleza de las cosas, en la versión de un Juan Marchan, son las mismas que puse ayer en nuestro idioma a partir de la lograda y grata traducción de De Angelis:

 

Engendradora del romano pueblo,

placer de hombres y dioses, alma Venus:

debajo de la bóveda del cielo,

por do miran los astros resbalando,

haces poblado el mar, que lleva naves,

y las tierras fructíferas fecundas;

por ti todo animal es concebido

y a la lumbre del sol abre sus ojos;

de ti, diosa, de ti los vientos huyen;

cuando tú llegas, huyen los nublados;

te dan suaves flores varia tierra;

las llanuras de mar contigo ríen,

y brilla en larga luz el claro.

 

No contento con abrumarnos con su sordera, nuestro traductor se empeñó en traducir el poema en atropellados endecasílabos consiguiendo un infame agravio a la lengua de Cervantes. Pero en prosa tampoco le ha ido bien al pobre Lucrecio. Este es el mismo fragmento de la mano del erudito (el prólogo a su trabajo es respetable hasta que expone sus simpatías cristianas) traductor de la Colección de Clásicos Gredos:

Engendradora de los Enéadas, placer de hombres y dioses, nutricia Venus, que bajo las constelaciones deslizantes del cielo pueblas el mar portanavíos, pueblas las tierras fructificantes. Porque gracias a ti toda raza de vivientes queda concebida, y al nacer contempla la lumbre del sol; ante ti diosa, ante ti huyen los vientos, ante ti nubarrones del cielo y a tus pies la tierra artificiosa pone flores tiernas, te sonríen las llanuras del mar, y el cielo serenado brilla en luz que se derrama. Y es que el tiempo que la faz primaveral del día se desvela y arrecia el suelto soplo del Favonio fecundo, las aves del aire primero delatan tu presencia y tu entrada cuando tu fuerza golpea sus corazones…

La expresión “nutricia Venus” no le habría gustado a Lucrecio, pero mucho menos a Venus, quien nunca se había sentido tan mancillada hasta que nuestro traductor se empeñó en llamarla “nutricia”. Como las ocurrencias de un mar “portanavíos” y una tierra “fructificante” por caridad. Lucrecio es el único de los grandes poetas que puede ser mejorado con la traducción. Su latín es no pocas veces demasiado descriptivo, sin la gracia de Catulo o la sobria elegancia de Horacio; mucho menos la vistosidad de Virgilio o la música de Propercio. Fue mejor observador y las mejores de sus imágenes son la expresión de su experiencia con la mirada. Su poesía es la única que se exime del irrefutable juicio de Robert Frost de acuerdo con el cual “poesía es todo lo que se pierde en la traducción”. Como en el caso de Milo de Angelis, leerlo en una buena versión puede ser tan gratificante como leer las Églogas o los Epodos.

Fresco de Pompeya, Casa de Venus. Siglo I d.C.

Milán, jueves, 12 de mayo de 2022 

Lucrecio (3)

Ningún poeta en la historia de Occidente fue tan dedicado observador de los que pasa “afuera” como Lucrecio. En la invocación inicia su La naturaleza de las cosas, atribuye a Venus, la Afrodita latina, el milagro de la primavera, cuando la tierra, casi muerta, después de dormir durante seis meses, se despierta con ímpetu liberador. Y no podía el poeta romano estar más acertado. El canto de los mirlos de mi calle, como me lo aseguró un vecino, “es porque están enamorados”, y así todo. La canción del pájaro enamorado, la claridad del agua de nieve derretida que baja de la montaña, la luz líquida de las mañanas, el perfume de las primeras rosas del año. Los altos azules del cielo y la luminosidad de la luna creciente, la música del atardecer y las estrellas. Son ritos de vida, de procreación, de continuidad y de negación de la muerte. El erotismo de las rosas de primavera no se encuentra en las sucesivas floraciones del año, ni sus perfumes, con los cuales ablandaba la hija de Júpiter al impetuoso Marte. La primavera es la gran celebración de la vida, nunca nos sentiremos más vivos que en estos dos o tres meses del año. El hombre de la tribu lo sabía y lo celebraba, fiesta que continuaría con creces el paganismo. La fiesta terminó con la introducción de un culto extranjero en Europa. El triunfo, nada obvio, de una oscura secta judía en la geografía del imperio, terminaría desplazando el politeísmo originario para imponer el sectarismo inflexible que es la esencia de todo monoteísmo. El nuevo culto llegaba con un catálogo de prohibiciones que apenas dejaba espacio para comer y dormir. El mundo pagano encontraba en la vida la más inmediata posibilidad de gnosis. Esta concepción del mundo fue lo que desapareció con la difusión de unas creencias originadas en el desierto del Medio Oriente, no en los bosques y dehesas europeas. Al final, y en mala hora, impusieron su exaltación del ascetismo y la muerte, “que muero porque no muero”. Del erotismo de Venus hicieron lo opuesto, la tanatofilia como forma de vida. De los grandes festivales de primavera, con todo el paganismo del caso, pasaron a las oscuridades de la Pasión y Muerte de Jesucristo. Una historia tan trágica que no puede ser curada ni siquiera con la Resurrección de Jesúcristo. Un episodio oscuro y clandestino que nadie en su momento celebró. Ni siquiera los discípulos en aquella patética cena en Emaús, más incrédulos que felices, como lo intuyeron Caravaggio y Rembrandt. Primaveras hay en todas partes, incluso en el tórrido trópico venezolano, la estación del florecimiento de ese milagro que son los apamates, bucares, araguaneyes, palos de maría y hasta los samanes. Todo eso lo celebra Lucrecio, una de las voces más ilustres del paganismo greco-latino.

Retrato de Andrés Bello. 1858. Raymond Monvoisin

Milán, viernes, 13 de mayo de 2022

Lucrecio (4). Bello

El más profundo conocedor del latín en los últimos doscientos años de literatura en castellano, el venezolano Andrés Bello dejó sobre Lucrecio uno de los más lúcidos comentarios que se han escrito en cualquier lengua, y que Goethe, de haberlo conocido, habría celebrado. Después de criticar la religiosidad epicúrea con su negación de una vida más allá de la muerte; Bello, sin reconocer la novedad de la física del poeta romano, se detiene en un inventario de las muchas paradojas de su pensamiento:

En su poema didáctico Sobre la Naturalea (De Rerum Natura), se ve mucho método, mucha fuerza de análisis, un raciocinio fatigante, fundado a la verdad en principios falsos e incoherentes, pero desenvuelto con precisión y vigor. Su sistema, a la par absurdo y lógico, descansa sobre una física ignorante y errónea. Pero lo que se lleva la atención, lo que seduce en Lucrecio, es el talento poético que triunfa de las trabas de un asunto ingrato, y de una doctrina que parece enemiga de los bellos versos, como de toda emoción generosa. Roma recibió de la Grecia, a un mismo tiempo, los cantos de Homero y los devaneos filosóficos de Atenas; y la imaginación de Lucrecio, herido de estas dos impresiones simultáneas, las mezcló en sus versos. Su genio halló acentos sublimes para atacar todas las inspiraciones del genio: la Providencia, la inmortalidad de alma, el porvenir. Su desgraciado entusiasmo hace de la nada misma un ser poético; insulta  a la gloria; se goza en la muerte, y en la catástrofe final del mundo. Del fango de su escepticismo, levanta el vuelo a las más encumbradas alturas. Suprime todas las esperanzas; ahoga todos los temores; y encuentra una poesía nueva en el desprecio de todas las creencias poéticas. Grande por los apoyos mismos de que se desdeña, álzase por la sola fuerza de su estro interior y de un genio que se inspira a sí mismo. Y no solo abundan en su poema las imágenes fuertes, sino las suaves y graciosas. La sensibilidad es toda material, y sin embargo patética y expresiva.

Para la historia de la filosofía, De Rerum Natura es insoslayable. Con las citas de Diógenes Laercio, el gran poema de Lucrecio es nuestra única posibilidad de acceso a una de las concepciones, como la de Epicuro, más originales del pensamiento occidental. Una originalidad que chocaba con todos, viejos paganos y nuevos cristianos. Especialmente estos, su negación de la inmortalidad cuestionaba la necesidad de la existencia de una burocracia eclesiástica. Lo pagó caro, todos sus escritos fueron destruidos en los primeros tiempos del cristianismo. Con mi psiquiatra, el lamentado Wladimir Cornet, y mi fisiatra, Felipe Lozano, fundé, hace una docena de años, el Círculo Epicuro de Venezuela, con sede en el bar “El Galeón”, de Valencia, Venezuela, y reuniones obligatorias los viernes a mediodía.

 


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