Diario Literario

Diario literario 2022, julio (parte II): Peter Brook, Anatole, Cassola

Lago Maggiore. Fotografía de Juan de la Puente | Flickr

09/07/2022

Milán, domingo 3 de julio de 2022

Todo el día en barca en Lago Maggiore, para descansar del calor africano que se ha hecho de Milán en los últimos días, y que se prolongará todavía por una semana. El aire fresco de las montañas, alivia mis pobres pulmones cansados del vapor ardiente de la experiencia urbana sometida a los rigores de “Caronte”, el anticiclón africano. Lago Maggiore, con su frontera suiza al norte, es un espacio legendario del desde los tiempos del cardenal  Borromeo, quien hizo construir diversos palacios en varias de sus islas. El siglo XX lo recordó porque tiene un lugar prominente en la geografía ficcional de Hemingway. Creo que en el diario literario de 2021 referí esta circunstancia, al reseñar mi visita al Gran Hotel, cuyo bar lleva el nombre del novelista. Esta vez, las bebidas las consumí a bordo de la pequeña embarcación que se desplazaba por la pulida piel de este lago, cuya fisonomía no se corresponde con el masculino de la palabra que lo nombra. Este lago es una mujer.

Peter Brook. Fotografía de Thomas Rome | Flickr

Milán, lunes 4 de julio de 2022

Peter Brook

Hoy lamentamos la muerte de Peter Brook. Algo o mucho le debemos todos los que hemos ido al teatro en los últimos cincuenta años. O nos iniciamos en el buen cine alrededor de los años sesenta del siglo XX. De 1964 es su delicada adaptación de Moderato Catabile, la narración de Margarite Duras que fuera el debut de Brook en el cine. La vi en 1966 por recomendación de mi profesor de cine particular, en Valencia-Venezuela, Daniel Labarca. Luego leí el libro de Duras que fue mi iniciación en le nouveau-roman. No obstante, el más grande impacto de Brook en mi formación se presentaría pocos años más tarde con su montaje del Marat-Sade, de Peter Weiss, conocida globalmente por el montaje de Brook. En Venezuela, la conocimos en el ajustado montaje de Horacio Peterson. Es una muestra del genio proteico de Brooks la circunstancia de que también su Marat-Sade fuera de 1964. No era para nada obvio que el director del minimalista drama de Moderato Cantabile fuera el director de la polifónica, épica y caótica adaptación del deslumbrante drama de Weiss, que sería llevado al cine poco después. De Brook, asimismo, es uno de los mejores libros sobre teatro que he leído, con los Diarios de Brecht, El teatro de la crueldad o el estudio de Jean Kott sobre Shakespeare. Ya me he referido a este libro, Hilos del tiempo, en otro de estos cuadernos. Tal vez sea suficiente recordar que, además de consignar las experiencias de un escritor que estuvo en contacto con los mejores creadores de su tiempo, el libro es una lección permanente sobre una manera muy especial de entender el teatro, que habría de influir como pocos en la evolución del arte dramático del siglo XX. Como homenaje, la RAI transmitió su memorable versión de Hamlet del 2000 en el Théâtre Boufes du Nord, protagonizado por Adrian Lester, el gran actor de color, mucho antes del movimiento Black Lives Matter.

Maurice Ravel. Fotógrafo desconocido

Listas

Todos tenemos, o deberíamos tener, una lista de composiciones que no toleramos. La mía la encabeza, sin rivales cercanos, Bolero, el trozo sinfónico de Ravel que arruina mi humor cada vez que lo escucho. No desconozco el interés de su escritura, el virtuosismo de su composición, su orquestación y todo lo demás, pero no lo soporto. Lo acompañan en mi lista otros clásicos de amplia aceptación, como la demagógica Sinfonía Nuevo Mundo, de Dvorak, o las Sinfonías Primera y Tercera de Brahms, una por genuflexa y la otra por su superficial patetismo. Hoy temprano, el insoportable Bolero estuvo a punto de arruinar mi desayuno, por fortuna pude llegar a tiempo a la radio y cambiar la emisora. Todavía quedan seis piezas en mi lista (la Obertura 1812, por supuesto) cuya mención dejo para otra oportunidad.

Para una tumba de Anatole (1)

Desconozco si existe en castellano una traducción completa del Anatole de Mallarmé. En inglés he frecuentado dos, ambas notables. Una de ellas es de Paul Auster, quien seguramente conoció el texto cuando vivía en París y frecuentaba el grupo de poetas de L’Ephémére. La otra versión es de Patrick McGuinnes, cuidadosamente trabajada aunque tal vez menos musical que la de Auster. La edición italiana del Anatole la recuerdo como notable aunque mi ejemplar lo dejé en Venezuela. Del original francés existen dos ediciones, la pionera de Jean-Pierre Richard, amorosamente editada y prologada de manera admirable. La segunda, es la incorporada a las Obras de Mallarmé en La Pléiade, con notas que actualizan y complementan las de Richard. Algunos fragmentos de la traducción completa que espero publicar este año:

 

105

 

cavó nuestra

tumba

al morir

concesión

 

 

106

 

III

 

amigo

el amigo…

entierro de la visión

del niño

eres el único que no lo sabe-

como te

siempre asombrado

va –cierra sus dulces ojos

-que no sepa   -yo me

encargo

y tú vivirás

 

 

107

 

verlo muerto

temores de la madre

sobre el lecho funerario

después del cese de

juego en I

-final de I

ruptura

 

voz que grita hasta

aquí  –para el niño callado

 

 

108

 

y reunir –ojos cerra

dos –padre-

(los cerró-

“no saber dónde

está”, enterrarlo en

la sombra

-lucha, lucha

 

 

109

 

¡Oh! que los ojos de los muertos

etc

 

tienen más fuerza

que esos, más bellos

de los vivos

que te llamaron la atención

 

 

110

 

Separación de I a III

niño muerto aquí

 

III (dirigirse a él con frecuencia

 

te agarro niño mío

-cámara ardiente pensamiento

-entierro

 

II lágrimas de los dos

ocultas

I uno y el otro

 

 

111

 

tumba (va) fatalidad

-padre- “ha debido

morir-“

madre que no quiere

que se hable así

de su fruto

-y padre regresa

al destino reali

zado como niño

Sepultura de Anatole y Stéphane Mallarmé. Fotografía de Renaud Camus | Wikimedia

Milán, martes 5 de julio de 2022

Anatole (2)

Los fragmentos de la frustrada elegía (“tumba”) de Mallarmé a la muerte temprana (ocho años) de Anatole, su hijo, son muchas cosas. Entre otras, se trata de una prefiguración, cuando no modelo directo, como en el caso de Paul Celan, de la lírica cultivada a finales del siglo XX por una serie de poetas, casi siempre franceses. El fragmento fue uno de las formas preferidas por los escritores de la modernidad. Hasta un crítico tan coherente como Roland Barthes escribió unos brillantes Fragmentos de un discurso amoroso. Esta deriva tuvo su participación en el culto que se rindió en el siglo veinte a los filósofos presocráticos, especialmente al gran Heráclito, el cual, a su oscuridad, sumaba las más fragmentaria y reveladora de las escrituras filosóficas de Occidente. Con la literatura del Lejano Oriente pasó lo mismo. Se privilegió al sistemático Confucio, un fragmentario Lao Tse, no menos hermético que el griego. Con Nietzsche lo mismo, mientras más fragmentario, como el de los escritos póstumos de La voluntad de poder, mejor. Mallarmé nunca pensó en escribir una obra de este tipo, ni siquiera en Igitur, y el Anatole nunca lo consideró una obra acabada, pero los conservó acaso porque intuía el futuro de una escritura fragmentaria. Su Anatole, fragmentario, incomprensible, incoherente y oscuro, tiene sin embargo una gran unidad que la produce el desgarramiento, el dolor que recorren las 202 pequeñas hojas. Unity of feeling, llamaban a esto los románticos ingleses que lo tomaban de los alemanes como Schlegel y su Einfühlung, esa empatía que le daba unidad a los desordenados dramas de Shakespeare, ayunos de cualquiera consideración aristotélica. La unidad de Mallarmé es la del sentimiento que se expresa inalterable a lo largo del texto. No menos constante es su unidad formal. En ningún momento, este mago del endecasílabo y del soneto, cede a la tentación de escribir un verso completo, de rimar palabras, de introducir un mínimo orden en el magnífico y doloroso conjunto de signos. Difícil no relacionar el Anatole con la expresión suprema del genio mallarmeano, el Golpe de dados donde, en absoluto control, del instrumento se atreve, esta vez con relativo éxito, a expresar lo inexpresable. Otros fragmentos de mi intento de traducción:

 

112

 

III

tierra habla

madre confundida en el

suelo

por fosa

excavada

por niño –dónde

ella estará

más tarde

 

 

113

 

niño

hermana queda, quien

llevará un hermano

futuro

-libre de

esta tumba para

padre madre e hijo

-por su matrimonio

 

 

114

 

dolor –no vanas

lágrimas –cayendo

en ignorancia –pero

emoción (tu n) nutrien-

do tu sombra

que se vivifica en nosotros

 

instalándolo

 

tributo vivificante

para él-

 

Milán, miercoles 6 de julio de 2022

Aplazamientos

En la vida de todos se presenta una serie de decisiones que no tomamos porque decidimos postergarlas y se quedaron en el dominio de lo conjetural. Un poema de Pessoa, y sus muchos derivados, refiere esta circunstancia. Lo mismo puede decirse de películas que no vimos o libros que no leímos por muchas razones. A diferencia de las situaciones existenciales, los libros y películas no siempre se debe a postergaciones infinitas. Es posible que en la salas de cine a nuestro alcance no exhibieran esa cinta en particular, o que en las librerías no estuviera el libro cuando las visitamos. En estos días especialmente calurosos del verano del 2022, sometido a los rigores de “Caronte”, un implacable (con ese nombre) anticiclón africano, he cumplido con dos largos aplazamientos. El libro que, por fin, se me presentó, y de la manera más casual, el La ragazza de Bube, de Carlo Cassola. Una novela que me interesaba por su visión no precisamente heroica de la resistencia italiana. Los famosos partigiani, elevados a la categoría de héroes por obra y gracia del Partido Comunista de Italia, y su pontífice, el escurridizo Palmiro Togliatti. Sobre este mito había conocido otra versión de la boca de un hombre que vivió y protagonizó los tiempos en los que se forjó la leyenda. Se trata del notable productor de vinos piemontese, el lamentado Quinto Chionetti. Quinto sirvió como soldado en el ejército italiano durante la Segunda Guerra y, como otros cientos de miles de soldados, fue enviado a un campo de prisioneros alemán en 1943. Del cual escaparía para regresar de la manera menos obvia a su Dogliani natal. “Muchos partigiani fueron verdaderamente esforzados, pero muchos otros cometieron todo tipo de atropellos, robos y violaciones. Pero nadie los denunció y el partido comunista los convirtió en figuras nacionales. La amargura de sus palabras contrastaba con la dulzura de su Briccolero, el vino que había descorchado para la ocasión. Fue la primera vez que escuché del libro de Cassola que, después de un aplazamiento de por lo menos quince años, he comenzado a leer. Suficiente para entender porque me lo había recomendado el querido Quinto. El protagonista, Bube, un joven partigiano comunista dio muerte a un alcalde fascista sin ningún tipo de juicio, y prometió hacer lo mismo con el cura del pueblo.

Fotografía de Marcus Meissner | Flickr

Milán, viernes 8 de julio de 2022

Absurdos diarios

El absurdo de escribir estos diarios que nunca conocerán la forma de libro sólo lo justifica la posibilidad de recordar lo vivido, o parte de ello, con una eventual relectura. Abro el Diario literario de 2001 y leo que el 9 de julio regresé a Venezuela después de unos días en Londres, donde había visto Rey Lear por la RSC en el restaurado teatro El globo. Recuerdo claramente la experiencia, la más emocionante de mis experiencias teatrales. Sólo conseguimos billetes para ver la obra de pie pero, a cambio, estábamos a pocos metros del escenario. Lo que más me impresionó fue el desborde físico de los actores y su interacción con el público. No hay equivalentes posibles en cine o TV, y de la lectura no se puede tener una idea de la gestualidad de los actores, quienes recitaban el texto de Shakespeare, no sólo con sonora voz, sino con pies y manos, vientre y cabeza. Todo esto le recordaba bien, aun sin la entrada de mi diario. Lo que no recordaba bien es el montaje de Don Giovanni por la English National Opera en el Coliseum. Aquí sí la relectura de la reseña escrita hace más de veinte años ha sido de una gran utilidad. No recordaba, por ejemplo, entre otros excesos, que en esta versión, Doña Ana, ya abusada por Giovanni, resulta violada por Don Ottavio. O que un irreconocible Leoporello se encargó de hacer lo propio con el pobre Masseto. Además, reproduje esta opinión de Goethe que se había quedado en el olvido, eso que otros llaman memoria:

¿Cómo puede decirse que Mozart “compuso” Don Giovanni, como si se tratara de una torta hecha con harina, huevos y azúcar mezclados? Se trata de una creación espiritual, no relacionando una cosa con la otra, sino obedeciendo órdenes de un daimónico.

Después de todo, el absurdo de escribir estos diarios no deja de tener cierto sentido. 


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