Crónica breve y accidentada de un poeta venezolano en Barcelona

28/09/2019

Fotografía cortesía de Pedro Plaza Salvati

Lo primero fue un llamado insurreccional: “¡Venezuela, ponte de pie! Willy Mckey lee Paisajeno (y otros poemas) en Madrid”, era el texto del anuncio que acompañó Jorge Carrión en un tuit el 24 de septiembre, autor que por estos días anda también en onda subversiva con su nuevo libro Contra Amazon, de gira por varias ciudades de España y algunas capitales de Europa. A McKey muchos lo conocen como un semiólogo de la política o un analista de temas relevantes de la actualidad, y no tanto por su vertiente poética que, a fin de cuentas, es lo que le corre por sus venas.

El anuncio publicitario citado en el tuit era de la editorial Esto no es Berlín, con sede en Madrid, que en su página web se define “con un espíritu vanguardista y contestatario, queremos compartir con nuestros autores la responsabilidad de una obra lanzada al mundo con atrevimiento”.

Unas horas más tarde me enteraba de otro anuncio publicitario ampliado, en el que se invitaba a una presentación en Barcelona el 25 de septiembre, con el siguiente llamado:

Paisajeno
Beer-Tour by
Willy Mckey
Sub-recital de algunos textos de #Paisajeno y sus afueras
Arepa-Cerveza-Petróleo-Rabia por un tubo

En ambos anuncios, el de Madrid y el de Barcelona, aparecía el inconfundible y serio rostro de Mckey con sus lentes, su barba, se intuía su pelo largo a un costado de su cabeza. En la foto llevaba una camiseta con una estrella dentro de tres círculos concéntricos, sobre los que caían collares de cuero que parecían amuletos o figuras de santos o patronas. Con tanta oferta de presentación de libros en Barcelona, y a pesar del corto aviso, el llamado venezolano se imponía ante la competencia.

Nos dispusimos a ir al lugar de la cita que era un bar en una zona acomodada del Ensanche, cuyas cuadras, por su extensión, parecen interminables, las mismas que agobiaban a Roberto Bolaño cuando vivía en Barcelona, algo que dejó constar en su discurso del Premio Rómulo Gallegos. El encuentro sería en el Trabanqueta Bar, ubicado en el 329 de la calle Mallorca, un lugar para “actuaciones en vivo de grupos musicales, humoristas, monologuistas y diferentes disciplinas”.

Entusiasmados por la cita y, padeciendo yo del mal de la puntualidad, llegamos al sitio antes de la hora prevista para encontrarnos con la novedad de que el lugar se encontraba completamente a oscuras. El interior del local parecía el de un establecimiento clausurado. Conversamos con el encargado, que tenía acento venezolano un tanto adulterado, y nos dicen que el incidente era algo inusual, que estaban tratando de determinar qué había ocurrido y cómo lo solucionarían. En ese momento se acerca Alejandro Padrón, que también sufre del mal de la puntualidad.

No salíamos de nuestro asombro, ¿un apagón en Barcelona? Y, además, parecía focalizado en el bar. Empezamos a conjeturar que hasta podría ser una puesta en escena del poeta para representar las calamidades venezolanas en el recital. Pero luego lo descartamos al ver que McKey se aproximaba, acompañado de una amiga nuestra a la que le habíamos enviado el anuncio, la misma cuyo rostro ensangrentado quedó para las imágenes de la historia cuando fue agredida frente al Hospital Militar por un grupo de chavistas, siendo corresponsal de la cadena RCN de Colombia, al momento de conocerse la muerte del comandante.

McKey nos dice que están en la Vivari, una panadería situada en una esquina próxima, mientras resuelven la contingencia. Damos unos pocos pasos y al llegar al sitio no faltó alguien que le echara la culpa a alguna iguana miembro de los Comités de Defensa de la República (CDR) en Cataluña. El lunes 23 de septiembre, dos días antes de la presentación, la Guardia Civil detuvo a nueve miembros del movimiento independentista, acusados de fabricar explosivos para cometer actos de terrorismo. En el allanamiento se encontró ácido sulfúrico, parafina, aluminio en polvo, gasolina, termita, nitrato amónico, e instrucciones para elaborar explosivos industriales. De manera que no era descabellado ironizar sobre una iguana como causante del apagón (para los lectores fuera de Venezuela, la fábula de la iguana se refiere al reptil con frecuencia acusado por las autoridades chavistas como causante de los apagones en el país, parciales o totales).

Cabe destacar que Barcelona es una ciudad en la que aparecen animales agresivos, como las gaviotas asesinas que, en carencia de su alimento natural por desbalance en el orden ecológico causado por el hombre, se han dedicado a matar a las palomas y comérselas vivas en los tejados de los edificios. También en esta zona del ensanche se han visto jabalíes salvajes. No podemos dejar por fuera, en esta categoría, a los muchos turistas que se vienen de fiesta del fin del mundo a la ciudad, los operadores de narco-pisos, los ocupantes ilegales de viviendas, y los carteristas que abundan por las calles. Una vez venía yo caminando por los alrededores del Parque de la Ciutadella y me asaltó el rugido estruendoso de un león, proveniente del zoológico que se encontraba tras el muro que separa a la calle y por donde pasa el Tram. Y están, los nada agresivos pero bulliciosos pericos, que supuestamente llegaron alojados hace años como polizontes junto con las palmeras que trajeron de África para sembrarlas en la ciudad.

La panadería estaba bien iluminada. El autor del recital, que había ido en la tarde a sentarse un rato frente al mar y a disfrutar lo poco que queda de clima cálido, antes de que la ciudad enfríe con el viento insidioso, autor de pestes memorables a lo largo de su historia, dice que va a tratar de resolver el asunto y que ya regresa. Ha pasado un buen rato por encima de la hora en la que estaba pautado el recital y allí, en la panadería, estábamos los venezolanos y Carmen Rengifo, la periodista de RCN, que adoptó a nuestro país como segunda patria. La panadería tenía un ambiente acogedor y, afuera, parecía haberse extendido la oscuridad en áreas circundantes al bar. En un momento dado la mitad del grupo que se encuentra en la panadería se retira a un bar a unos metros y nos pide que le avisemos si sabemos algo, en caso de que llegue la luz.

Cuando algunos empezábamos a bostezar y a cargarnos de miradas perdidas en el horizonte panadero, aparece McKey y nos dice que ya lograron arreglar una fase de la avería y que calculemos diez minutos para ir al lugar. Le avisamos al grupo separatista y nos enfilamos hacia la puerta, la calle a oscuras. Enfrente del bar había un buen número de personas que parecían más bien sombras. Saludamos a Ariana Basciani y a Virginia Requelme. Al rato nos dicen que podemos pasar y procedemos a sentarnos en varias mesas al fondo del establecimiento. La sensación inmediata era la de estar en un bar en Sabana Grande o Maracay, había algo en el decorado que lo llevaba a uno a tener esa sensación de familiaridad perdida.

Una vez que nos acomodamos en las mesas, el encargado del establecimiento da las gracias por la paciencia y comenta a los presentes que hay cervezas a la venta. Advierte que no están frías y que solo se pueden pagar en efectivo dado que no hay punto de venta. En una ciudad completamente carnetizada como Barcelona eso puede ser un problema. El recital poético de Willy McKey nos ha traído a nuestro país, en vivo, con el símbolo de alguno de los males que lo aqueja, aquellos que dan rabia por un tubo. A todo esto, habría que agregar que también se hizo presente la escasez. El anuncio rebelde del evento ofrecía arepas y más de uno se lo tomó literalmente. Así que vimos a un par de asistentes escabullirse unos minutos para comprar un paquete de papitas en el paki de la esquina para aguantar el hambre, mientras bebíamos cerveza a temperatura inglesa en vasito plástico.

Antes de empezar el recital, así como hacen los vecinos de un condominio en crisis en Venezuela, Willy manda un mensaje de WhatsApp para ser compartido por los teléfonos celulares. Hay un momento de ebullición: dame tu número, chamo; mándame el mensaje, y listo. Los grupos de WhatsApp en territorio patrio pueden constituir medios de defensa democrática ante la desinformación y la censura. Así, el temible McKey comparte con los presentes cuarenta puntos de un texto llamado: Contra la opresión, una boca: hacia una tradición poética en Venezuela. La actividad es interactiva. McKey lee uno de los puntos y alguien del público escoge leer otro al azar de su teléfono, la ocasión se vuelve una polifonía criolla improvisada, como voces en contrapunteo en una fiesta llanera o una obra de teatro, por ejemplo:

Una boca-abismo capaz de devenir en afiliadas resonancias, en voces singulares, en armas sonoras.

Mariqueras.

—En lugar de confrontar el cañón calibre 38 que el poeta sostiene sobre la sien izquierda de la esperanza.

Tú no puedes darle a la poesía la libertad que la poesía te da.

¿Por qué? Porque eres un pendejo.

Así en tiempos de opresión, es peligrosamente apaciguante creer que la labor de la poesía consiste en ser refugio de la belleza…

Así de ucrónico. Así de fake. Así de épico.

—Sí, nunca entendimos la poesía como un arma.

—Un Smith & Wesson y una pistola que Santiago Acosta esconde debajo de su colchón, en un apartamento pequeño de Nueva York.

—¡Pum!

—Siempre queda una bala en la recámara de la poesía.

Al terminar, McKey dice: “Pueden aplaudir”. Faltaban algunos puntos por leer, por eso el silencio. La sinfonía de voces se transforma en resonantes palmadas. Luego habla de Paisajeno.

Recuerdo al Willy McKey que conocí en Mérida en el año 2009 en la Bienal de Literatura Mariano Picón Salas, mucho más rebelde y tremendista, ahora con su misma fuerza, pero más madura, en sintonía plena con lo que se vive en Venezuela, como un buen vino añejado que profesa palabras agudas cargadas de humor fino y vernáculo a la vez, y con una sobresaliente capacidad de análisis del entorno inmediato y colectivo. Muchos de sus escritos han dado luz a compatriotas lectores del portal Prodavinci. En ese encuentro merideño, McKey hablaba de su criatura, la revista de poesía El Salmón (un nombre a contracorriente de la trucha merideña), y cuyo propósito era la de ser “una revista de poesía que tiene como objetivo principal la relectura y revaloración de la tradición poética venezolana”.

Alejandro Padrón recuerda que McKey le dejó en su legendaria librería, La ballena blanca, a la espera de poder ser reabierta algún día en Mérida si mejoran los tiempos, varios ejemplares de Paisajeno. Dice que McKey le pidió que no los vendiera, que los entregara a los que de verdad se interesaran por el libro. También menciona a las editoriales que han publicado Paisajeno, luego de la autopublicación de arranque, menciona a Ricardo Ramírez, a Rodnei Casares. Pide que los que viven en España que compren el libro directamente a Esto no es Berlín. El periodista Daniel Fermín también está presente en la velada y me confirma la manera en que McKey medía el valor de su libro con precio variable. De hecho, en el año 2012, Fermín publicaba una nota en la que contaba la manera como consiguió su ejemplar: “McKey va de tasca en tasca para vender sus poemarios. Performancista, comerciante, publicista de sus productos. El costo siempre varía. Lo vende a precio del barril del petróleo (ese día Bs.116; la semana pasada, Bs.100), reflejo de la volatilidad de la economía venezolana”.

La noche prosigue con la lectura de varios de los poemas de Paisajeno. No tiene que pedir que lo aplaudan porque, a diferencia del contrapunteo de inicio, queda marcado claramente el final del poema, y nadie peca de timidez, como ocurre en los conciertos clásicos en los que alguien mete la pata y aplaude en medio del desarrollo de una sinfonía. Entre poema y poema, un chiste inteligente intermedio que desata risas cómplices, el grupo congregado está contento.

Se me viene a la memoria la noche 28 de marzo de 2010, el concierto de Guns & Roses en el Poliedro de Caracas. Recuerdo que ese día al llegar al coloso de la Rinconada, un amigo, Víctor Hugo, que trabajaba en la empresa de seguridad del evento, me dice que Axl Rose estaba en Lima todavía, justo al momento en que debían abrir las puertas. Y me da el dato de que si llegan a abrir las puertas es porque el músico despegó de la capital peruana. Las puertas abrieron con una hora de retraso, lo que significaba que el avión había despegado. El cantante apareció a la una de la mañana.  Mi amigo Paul Gamez, al igual que Ana, se habían dormido un rato en sus asientos, luego de que la gente empezó lanzarle, injustificadamente, zapatos y vasos al talentoso Pablo Dagnino para que dejara de cantar como telonero encadenado. Depende de cómo se vea, fueron cuatro a cinco horas de espera. Pero apenas apareció Axl, cantando y moviéndose como si la tarima del Poliedro se encontrara llena de cucarachas y las estuviera matando al levantar repetidamente una pierna haca atrás para luego pisar con fuerza, el público se animó y descargó con furia, como si no hubiera habido espera, felices, aunque se tuviera que salir en medio del peligro de la madrugada caraqueña.

Lo que ocurrió con el recital de Willy McKey, en mucho menor escala, por supuesto, me recordó ese concierto. ¿Por qué? Por la lealtad del venezolano, la capacidad de poner buena cara ante toda circunstancia, por ese instinto y convicción de buscarle la vuelta a una situación, de gerenciar y resolver en medio de una crisis. El recital, de una manera un tanto surrealista, nos trajo la vida cotidiana del venezolano: grupos dispersos y fragmentados en los alrededores del bar, tolerancia ante la incertidumbre, apagones de luz, dificultades para el pago de lo que se consume (solo efectivo), escasez (arepas ausentes anunciadas), el ambiente de tugurio fino de cualquier parte del país. Pero esas dificultades, al mismo tiempo, se desvanecieron con el poder del recital de McKey. Al igual que con Guns & Roses (Armas & Rosas) también se habló de la poesía como una pistola o un revolver. Las palabras como balas.


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