Perspectivas

Contar a Mariahé

20/04/2020

Mariahé Pabón

Llegaste a Caracas una tarde de septiembre de 1958, con 28 años, una hermosa niña de dos meses y un corazón roto. Huías de problemas que no tenían solución, de una Colombia conservadora y violenta en la que no encontraste tu futuro. Una vez me contaste que habiendo iniciado la violencia en tu país, a principios de los años treinta, una banda de conservadores armados entró a tu pueblo, Málaga, mientras estabas en el mercado. La gente comenzó a correr y tú con ellos, pero tropezaste con un puesto de fresas, y quedaste marcada por un vivo néctar rosado. Al llegar a casa, tu abuela quedó pasmada al pensar que te habían atacado. Aquella imagen que nunca se borró de tu memoria sería la primera señal de que algún día tendrías que partir. 

Tu llegada a Venezuela supuso el reencuentro con tu madre, con quien prácticamente no habías convivido. Te hospedaste en su casa y trataste de forjar un vínculo, pero “las cosas no funcionaron”. Para ti siempre estuvieron tu padre y tu amada abuela Amalia, la mujer que te enseñó a través de versos infantiles que “la palabra amor no se escribe con h”.

Como periodista fuiste la mejor, pero poca gente sabe que de niña querías ser trapecista, amabas los circos, y te hubieras escapado con alguno a recorrer el mundo, pero te mandaron a un internado de monjas en Pamplona (Colombia), donde te enamoraste de las letras. Contar lo que le pasaba a otros se convirtió en tu vocación.  

Te presentaste en el diario La esfera a pedir trabajo. Te entrevistó nada menos que Óscar Yanes, quien no solo te contrató, te hizo llorar –sin saberlo– al decirte que tu sueldo sería el mismo que el del presidente de Colombia, pero lo mejor fue la forma en la que te cambió el nombre. En la redacción había otra reportera llamada como tú, y para que el asunto no se prestara a confusiones, un día se te acercó y te dijo: “A partir de hoy, serás Mariahé”. Fue un parteaguas, María Elena quedó atrás para dar paso a Mariahé.

Mariahé Pabón con Gabriel García Márquez

De La esfera saltaste a la revista Páginas de la Cadena Capriles. En esos días, forjaste una amistad con Gabriel García Márquez, con quien solías tomar café por las tardes. El Gabo trabajaba en Venezuela Gráfica y Momento, y te decía que algún día sería famoso, pero tú le contestabas: “¿Famoso tú que vienes de un pueblo horrible como Aracataca? Y soltaban las carcajadas. Años después harías un reportaje memorable sobre Macondo a propósito del premio Nobel concedido a tu amigo García Márquez en 1982.

Me dijiste que habías hecho más de doce mil entrevistas. La verdad no sé de dónde sacaste ese número porque en tus casi siete décadas de trayectoria, podrían ser muchas más. Entre tantos personajes memorables con los que conversaste –Alain Delon, Mario Moreno, Alfredo Di Stefano, Joan Crawford, David Alfaro Siqueiros,  siempre recordabas con especial cariño la entrevista que le hiciste a Agustín Lara. Bajaste hasta el aeropuerto, y convenciste al chofer que te dejara esperarlo dentro de la limusina. La empresaria del autor de María Bonita, Fanny Arenas, casi te baja del vehículo al percatarse de la situación, pero llegó el maestro y asunto resuelto. Lo entrevistaste en la subida a Caracas y el instante quedó inmortalizado por tu amigo y artista de la imagen, Leo Matiz. 

Tu habilidad para inspirar confianza a tus entrevistados se volvió a repetir cuando siendo reportera estrella de El Nacional; el mismísimo Bob Kennedy, a las puertas de la casa del embajador de Estados Unidos en la urbanización La Florida, te invitó a subirte a su carro y hacer la entrevista de camino a los estudios de Venevisión. Tú estabas un poco confundida porque pensabas que en realidad te estaba invitando a Nueva York, tu ciudad predilecta.

Mariahé Pabón con Robert F. Kennedy

Otra entrevista que te gustaba mencionar fue la que le hiciste a la mamá de Jesús Soto en Ciudad Bolívar, la humilde señora que no entendía “los palitos de metal” que su hijo guindaba en la pared y pensaba que era famoso porque le encantaba cantar. Soto también fue un entrañable de tus amigos, como Pedro León Zapata, Aldemaro Romero, Simón Díaz, Soledad Bravo, y Celia Cruz. Nunca olvidaste aquel vuelo que compartieron juntas, en el que la cubana fantaseaba con un secuestrador que desviara el avión a Cuba para que ella pudiera reencontrarse con su madre y tú pudieras echar el cuento. Tampoco esa última vez que Celia vino a Caracas y sufrió sobre el escenario porque se le olvidaron las letras (los primeros indicios de su enfermedad), y no quiso recibirte cuando fuiste a saludarla al camerino.

Nunca te casaste. Eras demasiado libre para darle el sí quiero a un hombre, pero viviste tu vida intensamente. Con el empresario Abi Sujo (hermano de Juana Sujo), viviste casi cuatro décadas hasta su último aliento, pero años antes también inspiraste los suspiros de muchos y notables personajes. No voy a cometer infidencias, pero conociste al nieto de Benito Mussolini en medio de una anécdota de película. Lo llamaste al Tamanaco para pedirle una entrevista y aceptó. Él venía huyendo de un matrimonio no deseado (había dejado a su novia en el altar) y de una tragedia familiar. Su abuelo asesinó a su padre, el conde Ciano, por conspirador. Cuando llegaste a la cita, de punta en blanco como siempre, se dio cuenta que te había confundido con una amiga italiana llamada María Pavone, y se negó a la entrevista, pero tú le propusiste una conversación entre amigos. Se tomaron unos cócteles en el bar Don Luis, en la entonces exclusiva zona de Chacaito, y sin darse cuenta, estuvieron saliendo durante un año. Y hasta en la revista Oggi apareciste.  

Fuiste expresión de la belleza en todas sus formas. La nobleza, la inteligencia, la valentía, la ingenuidad, la excelencia, la constancia, la probidad, el humor y la vitalidad en mayúsculas. Siempre rodeada de arte y de creadores, creaste un mundo al que todos quisiéramos asemejarnos. “Sin periodismo, como dice la ranchera, la vida no vale nada”, me escribiste una vez; y es que a tus 90 años seguías siendo una reportera en búsqueda de empleo. 

Como verás, es imposible contar tu apasionante vida en un solo artículo. Faltan líneas para decir que te ganaste todos los premios, que fundaste el periódico Meridiano junto a Carlos González, y lo convirtieron en un suceso editorial; que te llevaste el Premio Nacional de Periodismo con un inmenso reportaje de investigación por entregas sobre la vida de Bolívar (publicado en El Universal); que renovaste la revista Estampas y dejaste huella en cada uno de los medios en los que trabajaste.

Pero la línea que nunca faltará es esta. Fuiste mi amiga total. Decía Sándor Márai que la amistad no la puede matar ni siquiera la muerte, porque ésta permanece en la conciencia como “el recuerdo de una hazaña discreta que no se puede expresar con palabras”. Ahora que no estás, me voy a dedicar a contarte en libro, en verso, a contarte siempre. 


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