Perspectivas

Cervantes y los clásicos

23/04/2022

Miguel de Cervantes. Retrato atribuido a Juan de Jáuregui, ca. 1600

Todos sus biógrafos están de acuerdo, el momento estelar de la vida de Cervantes tiene que ver con su participación en la batalla de Lepanto, cuando una coalición católica organizada por el papa Pío V, financiada por Felipe II y liderada por su medio hermano, Juan de Austria, se enfrentó a la armada otomana. A mediados de septiembre de 1571 la flota de la Liga Santa partía de Mesina, en Sicilia, rumbo este, para encontrarse el 7 de octubre con las armada otomana a la entrada del Golfo de Patras, frente a la pequeña ciudad de Naupacto, Lepanto en italiano. Al parecer, poco tiempo fue suficiente para que la Liga Santa destrozara a la armada otomana, de la que solo se salvaron treinta galeras. La batalla, verdadero choque de civilizaciones, el último gran enfrentamiento naval librado con naves de remo, sirvió para detener el avance otomano por el Mediterráneo, al menos por unas décadas. “La más alta ocasión que vieron los siglos”, dijo el mismo Cervantes, fue ante todo una victoria moral que sirvió para que Europa tomara un respiro ante un avance turco que lucía indetenible.

Miguel de Cervantes estuvo allí. Se trataba de su primer viaje a Grecia. A bordo de la galera Marquesa pasó por Corfú, navegó por el mar Jónico y avistó Ítaca. Enfermo de malaria pidió que le dejasen tomar parte en la batalla, en la que luchó valientemente. Es tradición que allí sufrió un arcabuzazo que le dejó sin movilidad la mano izquierda por el resto de su vida. Al año siguiente volverá, en un segundo viaje, como parte de la campaña por los mares de Levante. Persigue a la flota del almirante Uluch Alí, uno de los mejores marineros de su tiempo, y toma Navarino, la antigua Pilos de Homero, la patria del anciano Néstor. El episodio lo contará en la Historia del cautivo, en los capítulos XXXIX a XLI de la Primera Parte del Quijote. La narración comienza con el famoso discurso acerca de Las armas y las letras, todo un motivo literario del Renacimiento. Por boca del capitán Ruy Pérez Viedma, capturado y conducido a Constantinopla y después a Argel donde espera por su liberación, Cervantes cuenta con detalle los acontecimientos posteriores a Lepanto, la toma de Navarino y después las de Túnez y La Goleta. Un decepcionado Cervantes-Pérez Viedma narra la decadencia de sus días, haciendo una analogía con el mito hesiódico de la Edad de Oro. La edad dorada es la época caballeresca, tiempos heroicos propicios para la gloria, tan diferentes de la decadente edad de hierro que un desencantado Quijote tiene que vivir.

En realidad el Quijote, como la obra toda de Cervantes, está salpicada de alusiones a los antiguos griegos y romanos. Como nota José Antonio López Férez en su “Presencia de mitos y personajes míticos clásicos en el Quijote” (Madrid, 2006), “Cervantes muestra un buen conocimiento de los mitos clásicos, recogiéndolos y utilizándolos en distinta medida y con intención diversa, no pocas veces con indudable ironía”. No puede ser de otro modo, porque la influencia de los clásicos en el humanismo español del Siglo de Oro es medular, más que protagónica. Esta influencia se muestra en numerosos lugares del Quijote, pero también en su novela pastoril La Galatea, con la presencia de un bucólico Virgilio (Signes Codoñer, Antiquae Lectiones, Madrid, 2005), y, en general, en obra toda de Cervantes.

En el caso del Quijote, no faltan citas y alusiones a Homero y Virgilio (“si de encantadoras y hechiceras tratáredes, Homero tiene a Calipso y Virgilio a Circe”), a Esopo, o Guisopete o Isopete, como se le llamaba en la España medieval (“quisiera dios que los animales hablaran, como hablaban en tiempos de Guisopete…”), a Hipócrates (“Porque nuestro maestro Hipócrates, norte y luz de la medicina, en un aforismo suyo dice: Omnis saturatio mala, pericis autem pessima. Quiere decir: toda hartazga es mala, pero la de perdices malísima”), Platón (“…he considerado que de las buenas y concertadas repúblicas se habían de expulsar a los poetas, como aconsejaba Platón, a lo menos los lascivos”), Demóstenes y Cicerón (“Retórica demostina –respondió don Quijote- es lo mismo que decir retórica de Demóstenes, como ciceroniana, de Cicerón, que fueron los dos mayores retóricos del mundo”), Aristóteles y Jenofonte (“…para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del abecé, comenzando en Aristóteles y terminando en Xenofonte y en Zoilo o Zeuxis”), Plutarco y Julio César (“si tratáredes de capitanes valerosos, el mismo Julio César os prestará a sí mismo en sus Comentarios y Plutarco os dará mil Alejandros”), Ptolomeo (“…y hoy anochece en Lombardía y mañana amanezca en tierras de Preste Juan de las Indias, o en otras que ni las describió Tolomeo ni las vio Marco Polo?”), Ovidio (“Otro libro tengo también, a quien he de llamar Metamorfóseos, o Ovidio español, de invención nueva y rara”), Terencio (“Según Terencio más bien parece el soldado muerto en batalla que vivo y salvo en la huida”)… Y también hay fragmentos que resumen todo este conocimiento:

Puede mostrar las astucias de Ulixes, la piedad de Eneas, la valentía de Aquiles, las desgracias de Héctor, las traiciones de Sinón, la amistad de Eurialio, la liberalidad de Alejandro, el valor de César, la clemencia y verdad de Trajano, la fidelidad de Zópiro, la prudencia de Catón…

Pero no es el Quijote la obra de mayor inspiración griega de Cervantes. Su tercer viaje a Grecia, el Viaje del Parnaso, será ya un viaje espiritual. En realidad un poema narrativo en tercetos encadenados, publicado en 1614, dos años antes de su muerte, se trata de un viaje alegórico por tierras que Cervantes conoce demasiado bien. Tampoco debe ser difícil adivinar la huella emocional de estos paisajes, de esta memoria llena de intensos acontecimientos. En realidad, apunta Stavros Agoglossakis (“Grecia como espacio mitológico y heroico en el Quijote de Cervantes”, Santiago de Compostela, 2008), Grecia se constituye como espacio favorito de las fantasías caballerescas a finales del medioevo hispano. Héroes de caballería como don Amadís de Grecia, don Belanís de Grecia, don Rugel de Grecia y otros “pertenecen al universo mitológico y heroico que es Grecia para Cervantes y para todos los lectores españoles antes del Quijote”. Libros de viaje como la Historia del gran Tamerlán de Ruy González de Clavijo, que describe Constantinopla, la Trebizonda y otras regiones del Oriente, o la Crónica de Ramón Muntaner, que cuenta las aventuras de Roger de Flor y los mercenarios de la Compañía Catalana por tierras bizantinas, circulaban profusamente a finales del siglo XV. La geografía mitológica de este territorio extremo y legendario constituye, pues, un espacio predilecto en el imaginario del lector hispano de comienzos del Renacimiento.

Pero el Viaje del Parnaso es más que fantasía y exotismo. Inspirado en el  Viaggio di Parnasso (1582) del perusino Cesare Caporali, se trata de un viaje literario contado en primera persona, pero también un testamento autobiográfico y una alegoría de vida. Allí, este soldado-poeta que fue Cervantes echa mano, una vez más aunque de forma original, del motivo de las armas y las letras. La presencia de los antiguos es permanente, pero también la de los modernos. En la historia, Cervantes se da a la tarea de reclutar a los buenos poetas españoles para dar batalla contra los malos. Los llevará nada menos que al monte Parnaso. Embarcan en Valencia en una nave compuesta de versos y hacen el mismo viaje que hizo una vez el joven soldado hasta Grecia. Apolo los protege. Alcanzan el monte Parnaso, donde beben de la fuente Castalia y son recibidos por Apolo. A las faldas de la mítica montaña, no tan lejos de la costa de Lepanto, los buenos poetas se enfrentarán contra los poetastros. Sus municiones son libros y versos, y claro, vencerá la buena poesía. Como Odiseo en su regreso a Ítaca, Cervantes ha vuelto al espacio, real y ficticio, que de alguna manera marcó su vida, solo que ahora no es sino evocación. En este sentido, el Quijote y el Viaje se complementan. Ambas batallas, la de las armas y la de las letras, quedan como metáfora y alegoría.


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