Literatura

Camino dejándome

26/08/2018

Siete preguntas y sus respuestas de la entrevista que en 1966 le hiciera J. R. Guillent Pérez al maestro Rafael CadenasEl tópico que abordan es uno de los mejor atendidos en su obra: el ego, el Yo. 

Egon Schiele, 1912.

El lector no dejará de notar que me refiero con frecuencia al ego o yo por considerarlo asunto central que sin embargo se tiende a eludir. Mi insistencia se debe a que siempre lo detecto tras las calamidades que los seres humanos se infligen. Ver el yo nos situaría ya en cierto modo fuera, como observadores de nosotros mismos, lo que está al alcance de cualquiera que desee ahondar en su psique. Este ver va acompañado, aunque parezca contradictorio, de una búsqueda y defensa de la individualidad que contribuiría a contrarrestar, cual antídoto, las fuerzas de lo colectivo, que hacen valer lo inconsciente, lo acrítico, lo inexaminado. La política por ejemplo, nos muestra en muchos de sus actores con su sed de poder, de protagonismo, de figuración, como en alto relieve, ese yo que padecemos.

(…) El nacionalismo que siempre he rechazado por llevar en sí la guerra, es una especie de religión de todos los países, sin excluir el nuestro ¿y quién se esconde tras él sino el yo, que se identifica, para agrandarse, con la nación?

(…) No pertenezco al linaje de aquellos cuyo pensamiento se mantiene casi invariable durante toda su vida. Camino dejándome.

Fragmento del Prólogo del libro Entrevistas, Rafael Cadenas, Ediciones La Oruga luminosa, San Felipe, Venezuela, 2000

¿Para qué le sirve la poesía?

Posiblemente para justificarme, confesarme por penitencia, castigarme por mis transgresiones, liberar fuerzas contrarias, en tensión, atemperar la aversión y la estima que por mi siento, habérmelas con la culpa, sacar a flote cargas que se tornan venenosas con el andar de los días, poder caminar todavía con cierto decoro por una ciudad irremediable, conversar conmigo a solas, en la oscuridad, permitirme ser reverente e irreverente también pues poesía que teme cometer faltas de respeto es poesía mellada, demostrar a mi familia y a unos cuantos amigos que puedo “hacer” algo, dirigirme en clave a una persona para explicarle… nada, buscar entre todos los centros el mío, oír que me llamen poeta, palabra que entre nosotros no significa nada.

(…) Seguir enumerando sus usos sería no terminar pues es tan vasta y tan inútil, tan sagradamente inútil.

Escribo desde que estaba muchacho. Creo que me di cuenta a tiempo de que yo no servía para casi nada, excepto leer y no sé si escribir. Había fracasado en varios trabajos y empeños —aún sigo creyendo en mi inutilidad social— pero poco a poco llegué a pensar que probablemente la vida estaba más cerca de mí y de tantos como yo, que de las personas que habían alcanzado éxito, y esta convicción me ha dado fuerzas para seguir mi propio camino, que es el camino de quien quiere ser un hombre libre.

¿Cree usted que la verdad y la belleza son lo mismo?

Según Keats “Belleza es verdad, verdad es belleza”. Yo no he llegado todavía a la “conquista de la ilusión”: pensar que la verdad es siempre buena y la mentira totalmente mala. Pero no hay evolución espiritual que no desemboque en la idea expresada por Keats. La vivencia de la verdad como belleza es la culminación de toda búsqueda y quien llega a eso no necesita aprender más. Aceptarlo es aceptar todo lo real; lo benéfico y lo destructivo; pero el hombre defiende hasta sus últimos reductos la fortaleza del sueño. No quiere despertar y le cuesta desprenderse de lo que es mentira. Pelea hasta el fin por la ilusión. Sólo ama al dios bueno que le promete venturas y no quiere enfrentarse con el otro, que le susurra certezas dolorosas. Da todo por aferrarse a los cimientos sobre los que ha construido su vida porque nada le resulta más aterrador que la vida a la intemperie. De ahí los mil soportes deformantes sobre los que se apoya. Acoger la verdad es en cierto modo retirarse de los brazos acogedores de la madre que prolonga la infancia, de ese regazo donde se duerme el niño-hombre, admitir que se está condenado a la fugacidad.

No sé qué es la verdad, pero tampoco creo que nuestra vida habite en ella. A donde miremos estará la mentira dictando sus órdenes. Por eso transcurrimos en medio de un asco, adentro, afuera. Cada quien, sin embargo, parece que gritara: “¡No me quiten mi mentira que me derrumbo!”. Esa mentira puede tener muchos trajes. Vestimenta social, vestimenta política o vestimenta literaria, la mentira está siempre ahí, acuñando sus soluciones. Construye sus palacios de vidrio sin las dificultades con que la verdad los derriba.

¿En qué corriente ubica usted su poesía?

Se mueve en el confuso caudal moderno, pero trato de que no se olvide de sí misma. La denominación es bastante vaga, pues la palabra moderno a lo sumo expresa un período indeterminado en el cual nos sentimos sumergidos. No sé en qué corriente específica poner lo que escribo; nunca me he planteado eso. Ni siquiera sé por qué escribo.

Sin embargo tengo un respeto místico por la palabra. La palabra para mí es una religión, y cuando dudo de mí —son tantas veces que esto me ocurre— pienso que algo debe significar la reverencia con que siempre he mirado la literatura, la letra. Por eso no puedo ver con indiferencia el empobrecimiento cada día mayor de nuestro idioma en Venezuela. Me parece el índice más seguro de nuestra creciente miseria espiritual. ¡Hay que ver cómo hablamos y escribimos los herederos de los dos Luises, de Cervantes, Azorín, Ortega y Reyes! La lengua en nosotros está hecha una lástima; en cambio la mala lengua se enriquece constantemente.

Lo importante no es saber dónde se está situado sino cómo se mira la literatura. Pienso que sólo merece el nombre de tal aquella que se trasciende a sí misma. Literatura que es sólo literatura traiciona a la literatura. Llega a ser grande cuando recoge lo que está más allá de sí y lo lanza más allá de sí. Si no es voz del espíritu no vale la pena.

¿Es usted un poeta de la Cultura Occidental?

¿Por qué esa división? Con el tiempo, de aquí a unos millares de años, si el planeta no es destruido por un suceso cósmico, o lo destruimos nosotros con nuestros odios, las diferencias de este tipo habrán sido eliminadas. De nuestro tiempo se hablará como de una edad bárbara en la que los hombres se mataban por simples vocablos que las más de las veces significaban lo mismo: este, oeste; materia, espíritu; humano, divino. Los griegos eran menos estúpidos, aunque tampoco sabios, pues peleaban por una mujer: la impasible Helena que tejía su tela de púrpura con los sufrimientos de aqueos y troyanos; pero era Helena. La pregunta me obliga a precisar. Pues bien, como todos los escritores venezolanos, pertenezco a la tradición de Occidente, la tierra donde el sol declina, y ya no hay remedio, He tratado de formarme dentro de esta herencia; pero hace algunos años comencé a corregirme. Estudié y estudio a Buda, Suzuki, Krishnamurti y otros, pero siguen siendo inaccesibles para mi experiencia. Ellos me lanzaron de nuevo hacia los místicos occidentales. Jung ha sido importante para mí, y alguien, no diré quién, me trajo a tierra, sin hacerme olvidar el espíritu.

Los místicos resultan chocantes para la mayoría porque exigen el olvido de nuestro yo, y especialmente al hombre de este hemisferio se le puede pedir cualquier cosa, hasta la vida, pero no su yo. Él sacrificará todo, aun su alegría, menos eso que él cree que es todo. Ese punto donde se concentra, no el deseo de ser sino el deseo de ser más.

Los “pantanos occidentales” de los cuales quería escapar Rimbaud eran los pantanos horrorosos del yo; pero según “El libro verdadero del país austral de las flores”, de Tchuang Tse, la perla mágica sólo la recupera un personaje que se llama “Olvido de sí mismo” y éste es un precio demasiado alto para nosotros, echados de la pureza, condenados al Primer círculo de El Purgatorio, seres que malviven con su llaga en el centro, pero que tampoco se la dejarían quitar. ¿Quién se atrevería a pedirle a uno de nuestros prohombres sociales, políticos, universitarios, artísticos o literarios, a uno de nuestros “honourable men”, que abandone su yo?

(…) La soberbia intelectual es tan mala como cualquier otra. Si pudiésemos medir los estragos de la vanidad, recibiríamos una sorpresa. Es frecuente que un escritor produzca algo valioso, comience a recibir elogios y vaya envaneciéndose. Después el estado que dio lugar a su obra no vuelve a aparecer porque el alma ha sido ocupada por la vanidad y ya no hay cabida para otra cosa, para lo otro. Sólo vacío e inflación quedan allí donde se alojó el momento inspirado. Esto es aplicable al científico, al profesor de filosofía, al pintor, a cualquier trabajador del espíritu.

Quien habla no está exento de pecado. Probablemente me tendría que inscribir en la escuela que propongo. ¡Cómo me deleitaría escuchando el sermón silencioso de la flor silvestre!

Volvamos a las dos culturas. Quienes hacen la ruta de Oriente no están solos. En el barco que los lleva encontrarán huéspedes ilustres como Schopenhauer, Emerson, Hesse, Roland, Jung y muchos más, pero creo que con el tiempo, cuando los prejuicios amainen, surgirá una doctrina que recoja en una fusión el legado de Oriente y el de Occidente. Sólo así la cultura oriental, se hará asimilable.

¿El medio venezolano es hostil a la poesía?

Ojalá lo fuera. Es algo peor que eso: es indiferente. Más aún no sabe que la poesía existe. A un poeta le hace menos daño una declaración de guerra que una página en blanco, el ataque menos que la frialdad. Aquí la gente cree que poesía es lo que vomitan los recitadores de radio, y nadie les quita eso de la cabeza. En una sociedad que tuviese más respeto por la formación espiritual de sus integrantes, esos vociferadores que “amenizan” programas serían por lo menos multados, devueltos a la escuela primaria y colocados en manos de un curador, como castigo por su mal gusto. Estas cosas son tan irremediables como la policía, los discursos “patrióticos”, y los mensajes anuales; pero hay que decir “mira y pasa”.

En Venezuela, el poeta es un mendigo. Cervantes decía que si un poeta afirmaba no haber almorzado habría que creerle sin juramento. No sólo el poeta es indigente en nuestro país; toda la cultura lo es.

¿Puede la neurosis servir de alimento a la poesía?

Puede servir, pero no es indispensable. El artista crea muchas veces bajo el estímulo y a pesar de la neurosis. Cuando es muy aguda no puede hacer nada; bien que sólo por excepción, los creadores son convencionalmente normales. Según el patrón psiquiátrico, hasta un dechado de equilibrio, madurez y olimpismo como Goethe vendría a ser un neurótico con dotes de genio, que conquista penosamente, en largo proceso lleno de crisis, una estabilidad bastante segura aunque no tanto como para estar libre de “recaídas”.

(…) pero habría que distinguir entre tener un fondo neurótico que no impida cierta adaptación a la vida social y tener una neurosis paralizante, infértil y destructiva (…)

Pero tampoco se puede hacer arte cuando el artista encaja demasiado normalmente en su medio. En este caso se podría más bien hablar de castración. No hay arte sin extrañeza, y mal puede hacerlo quien se adapta bien a una sociedad llena de horrores como la nuestra. Aquí el problema se plantea en términos de sensibilidad y anestesia. Precisamente el papel del arte es sacar al hombre de sus casillas ordinarias donde ha perdido su capacidad de asombro, éxtasis, vuelo, y aventarlo o conducirlo por las buenas, si no se quiere ser brusco, a donde el aire es más fino, a un mundo que no es el habitual, un mundo conmocionante, hiriente y seco, que funciona con la lógica de la tempestad y donde no existen asideros, pero acaso oculte al final la verdad. La gente sin embargo no quiere ser sacudida, dejada en el aire, puesta fuera de sus vías acogedoras, muelles, asegurantes, por la loca “centella del alma”, para decirlo robándole la expresión a Eckehart, y lanzada a otra zona donde nada valen las convicciones que nos sirven para la vida diaria; porque es preferible enfrentarse a problemas cotidianos propios del engranaje donde se está metido que mirarse, de noche, en la soledad y preguntarse qué significa el hecho y el milagro de ser.

Presumo que la neurosis tiene mucho que ver con la “doble visión” de que habla Chestov. El Ángel de la Muerte toma de sus innumerables ojos un par y se lo deja a alguien que de ahí en adelante tendrá que vivir en la desesperación, con sus ojos nuevos que por pertenecer al sótano sólo pueden mirar aquello que no está dentro del orden corriente. Es un condenado a dos vidas, como si una no fuese ya bastante, y la otra, la que le es revelada por su nueva vista no se rige por la razón.

En una carta que Hebbel le escribe a su mujer hay una frase que puede aclarar los dos aspectos del inconsciente y de la neurosis: “Lo que tu llamas mi enfermedad —dice— es a la vez, la fuente de mi vida más elevada…”.

¿Es usted un poeta de temas?

Lo importante no es el tema sino la visión, la manera de tratarlo: el espíritu con que se contemple. Cualquier tema vale por el desarrollo que se le dé. Hay un poema japonés muy famoso sobre una rana, Blake tiene otro sobre una rosa destruida por un gusano y Williams otro sobre una carretilla, todos mínimos y todos misteriosos.

Sin embargo el tema único es la existencia, la interrogación en que se funda y los caminos hacia la trascendencia. Los demás temas giran en torno a este eje.

Deseo terminar con una vieja idea que debe recordarse siempre. La poesía pertenece a lo más íntimo, lo más sagrado, lo más tembloroso del hombre; no es asunto de frases bonitas (algunas veces es todo lo contrario), pero eso han creído muchas personas, y entre ellas, muchos poetas venezolanos.

***
Fragmentos de la entrevista de J. R. Guillent Pérez a Rafael Cadenas / El Nacional, 24 de diciembre, 1966. Compilación: Josefina Núñez


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