Entrevista

Catalina Banko: “Hay una tendencia a denigrar de todo lo que se hizo en la democracia”

Catalina Banko fotografiada por Andrés Kerese | RMTF.

04/12/2022

Esta es la segunda parte de la entrevista realizada por Hugo Prieto a la investigadora venezolana Catalina Banko, quien conversa con el periodista sobre las políticas económicas que le dieron forma al sector industrial del siglo XX venezolano.

En esta segunda entrega sobre el proceso de industrialización en Venezuela, Catalina Banko* continúa el recorrido a lo largo de la era democrática. “Empieza por el comienzo”, como dice ella misma. Se detiene entonces en 1959, un año crucial del siglo XX venezolano. Si en los años 30 fue el Programa de Febrero, en los 60 fue el Programa Mínimo, que de mínimo no tenía nada. 

Banko rescata la idea de la conciliación, de un Estado capaz de dirigir una política económica capaz de darle a los venezolanos bienestar. De un sector privado que, en esos años, demostró un compromiso con el desarrollo integral del país y un sector obrero sindicalizado que apoyó la creación de empleos de calidad. El proceso de sustitución de importaciones, que dejó en Venezuela infraestructura, vialidad, comunicaciones, la formación de una clase gerencial y un sector obrero capacitado, fue denigrado. Sin mayor reflexión y análisis. La historia, al igual que la vida humana, no se ahorra frivolidades y suele ser cruel en los procesos de aprendizaje.  

El parto de la democracia no fue fácil en Venezuela. Un clima político pugnaz y una economía en crisis. Mezcla que se traduce en inestabilidad. Algo parecido a una bomba de tiempo. 

1958 es para Venezuela un año de transición, bastante problemático. Pero al final de ese año se suscribe el Pacto de Puntofijo, entre Acción Democrática, Copei y URD. Es la búsqueda de la concertación, del acuerdo. Se van a reconocer los resultados, sean cuales fueren. Todo el lenguaje está en función de la armonía, del equilibrio, de la convivencia que era necesaria. Pero, días antes de las elecciones, se firma el Programa Mínimo de Gobierno, al cual no se le suele prestar mucha atención. Lo firman los candidatos (Betancourt, Caldera y Larrazábal). Ese programa mínimo contempla todos los aspectos: políticos, económicos y sociales. Hay un punto esencial: la iniciativa privada es respetada absolutamente, ingreso de capitales extranjeros y algo esencial… el Estado no va a intervenir en el sector económico privado, a menos que la magnitud de las inversiones y las circunstancias lo requieran. Eso queda bastante claro.

Se podría decir que el programa mínimo… no era tan mínimo. 

Tiene un planteamiento social muy interesante, el acuerdo entre trabajadores y empresarios y la búsqueda de un equilibrio entre el capital y el trabajo. Estos términos están tomados del programa mínimo. La búsqueda de esa armonía viene de larga data. Otra cosa muy importante que se contempla es la ejecución de la Reforma Agraria. Hay una decisión previa que se toma durante el interinato de Edgar Sanabria: la creación de Cordiplan, la oficina de planificación económica y presupuestaria, porque en adelante se aprobarán planes para cada período constitucional.

Despejada la ecuación electoral con el triunfo de Betancourt. ¿Qué viene para el sector industrial?

La industrialización va a ser el eje de toda su política económica. Se aplica la norma del Compre Venezolano, para que los organismos públicos compraran los productos manufacturados en el país. Eso es importante. Segundo punto. En 1959 se crea el Ince, cuya función fundamental es capacitar mano de obra para las grandes obras de construcción. Pero hay otro elemento, no menos importante, la concertación entre empresarios, trabajadores y gobierno. Hay toda una línea de concertación, a la cual en mis estudios le di mucha importancia. 

¿Qué anotaciones pudo sacar de esos encuentros? 

La industria no puede funcionar si no tenemos un empresariado que esté orientado a lo mismo. Es decir, el gobierno puede estar pensando en tener industrias básicas, pero es el empresariado el que va a ir desarrollando un sector industrial complementario. La primera reunión de Fedecámaras estuvo conducida por el sector mercantil, que era el predominante en ese momento. Pero en el año 1959, ya la situación ha cambiado. Se cumplen 15 años de la creación de Fedecámaras, y ya el empresariado tiene una dirección industrial. Alejandro Hernández tiene un gran peso junto con otras figuras. Representan a ese sector industrial que se está consolidando en el país. Para mí eso es fundamental. A la Asamblea anual, celebrada en San Cristóbal, por ejemplo, asiste el ministro de Fomento, que es Lorenzo Fernández, de Copei. Recuerda que el gabinete del presidente Betancourt es el resultado del Pacto de Puntofijo. 

No se trata entonces de un saludo a la bandera. El discurso viene a plasmar un compromiso. 

A San Cristóbal asiste el presidente Betancourt. El único documento que encontré de esa reunión fue el de Lorenzo Fernández. Su planteamiento es muy claro. El gobierno está satisfecho porque todos quieren el desarrollo económico, que descansa en el crecimiento industrial. Son hechos de la época que nos dicen cómo se pensaba en ese momento. Había lucidez en la cabeza de los políticos. Hay una concordancia de intereses gubernamentales, empresariales, y se plantea una instancia para la discusión obrero patronal. Se está buscando una instancia tripartita entre trabajadores, empresarios y el Estado como árbitro. Fernández desarrolla muchísimos aspectos en materia petrolera y pone énfasis en el sector industrial. ¿Por qué? Porque es el que tiene más efectos multiplicadores en la economía, porque genera eslabonamientos de pequeñas y medianas industrias que alimentan a otras de categoría superior. El discurso de Betancourt, que sí lo leí, apunta en la misma línea. Ambos están presentes en la Asamblea de Fedecámaras, 1959. Es un indicio muy importante. Ya tenemos Cordiplan y en el plan cuatrienal de ese período constitucional hay un énfasis absoluto en el sector industrial. Hay una expansión en Guayana y una clasificación de las empresas, las que empleaban más trabajadores y las que utilizaban más insumos nacionales. En función de esas características se iban a otorgar créditos y ciertas facilidades para que pudieran desarrollarse. 

No podemos olvidar que el gobierno de Betancourt enfrentó enormes desafíos en varios frentes: la insurgencia de la ultraizquierda, el golpismo militar y una crisis económica.  

Una presión fiscal muy importante producto del endeudamiento de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. La deuda interna que dejó fue enorme. Esa crisis ya venía del año 1957, cuando se redujeron los ingresos y aumentó el desempleo. La cuestión, para el gobierno de Betancourt, es si esa deuda se iba a pagar a largo plazo o de forma inmediata. Ese problema lo tuvo que enfrentar José Antonio Mayobre, que era el ministro de Hacienda. El gobierno empieza con un desequilibrio fiscal, que obliga a aplicar un control de cambio. Hubo una reducción salarial en el sector público. Todo eso fue muy criticado, pero el gobierno fue encaminando las cosas. 

Pero el gobierno de Betancourt superó la prueba del estrés. 

Eso también te da una idea de cómo pensaba el empresariado. Carta de Mérida, 1962. Ya se estaba superando la crisis. A mí me sorprendió la relevancia que el empresariado le otorga a la problemática social. Plantea la desigualdad existente y la informalidad de un sector de la población. El empresariado insiste en la necesidad de crear nuevas empresas y aumentar la contribución de la industria en la riqueza del país, entre otras cosas, para crear lo que hoy llamamos empleos de calidad. Es decir, desarrollo económico para darle a la población un bienestar. La preocupación empresarial es sorprendente. Todo eso te da la pauta de que hay un sector social encaminado a lograr un desarrollo económico, cuyo principal soporte es la industrialización: empresarios, un gobierno que está empeñado en ello y obreros sindicalizados que están de acuerdo porque eso significa empleos. Tenemos, además, la creación de la OPEP, la creación de la Corporación Venezolana de Guayana y un impulso muy importante en la electrificación del país. 

Si vemos todo eso en retrospectiva, ¿qué diría?

Debo irme un poco para atrás. Entre 1950 y 1957, hubo un crecimiento industrial del 11 por ciento. No se partió desde cero, pero se venía de muy abajo y el salto fue vertical. Pero no hubo, realmente, una articulación de los proyectos. Lo que se propone el gobierno de Betancourt es una interrelación de los distintos organismos, de las distintas dependencias. El crecimiento entre 1961 y 1964 fue del 9 por ciento, en medio de la crisis económica de la cual ya hablamos. Entre el 65 y el 69, baja al 4,9 por ciento. Esto es motivo de preocupación, porque el crecimiento industrial empieza a desacelerarse. Pero ahí tienes a Ciudad Guayana, San Félix y Puerto Ordaz, que atraen mano de obra y una cantidad de técnicos que vienen del exterior. Hay un dinamismo económico que sorprende para la época, en medio de un conflicto político: Acción Democrática dividiéndose, la insurgencia guerrillera y el militarismo en los cuarteles. En esas circunstancias se logra todo esto. Y a mí eso me parece admirable. La Corporación Venezolana de Guayana es un proyecto cumbre en medio de lo que era esa Venezuela. 

Tenemos un país distinto. Más urbanizado. Con proyectos industriales en marcha ¿Qué diría de la gestión del expresidente Raúl Leoni?

Francisco Sáez y yo hicimos un ensayo para un libro que coordinó Tomás Straka. Había ciertos datos que colocaban a Venezuela por encima de los demás países de América Latina. Se plantea una reforma tributaria que genera enfrentamientos con las empresas petroleras, que además acumulaban unas deudas que no querían pagar. Leoni continúa en la misma línea del crecimiento económico, que observas entre 1960 y 1972. Caldera pone énfasis en los centrales azucareros. Es importante, porque el azúcar es una materia primara para la actividad industrial, tiene demasiados eslabonamientos, sector farmacéutico e industria alimenticia, entre otros. Es un nuevo impulso, con industrias estatales. Otro aspecto importante es la desconcentración. Caldera crea ocho regiones y aplica una política de nacionalismo petrolero. Al mismo tiempo, preocupa la desaceleración. Se preocupa por una creciente marginalidad de la población y quiere avanzar más en el proceso de sustitución de importaciones. Esa era la situación por un lado y, por otro, estamos a las puertas de 1983, año en que vencían todos los contratos de todas las concesionarias y todo iba a pasar a manos del Estado. Pero comienzan a notarse algunos problemas. El sector industrial crece al 4,9 por ciento, por ejemplo. No es, sin embargo, una cifra despreciable.

¿El aporte del sector industrial a la creación de riqueza nunca ha sido del 20 por ciento? ¿Nunca hemos tenido una economía balanceada?

En 1950, representaba el 9 por ciento; en 1960, el 15 por ciento y en 1969, el 20 por ciento. Venezuela lo había conseguido, pero con deficiencias. Al igual que con la reforma agraria. Lo que pasa es que hay una tendencia a denigrar todo lo que se hizo en aquella época.

¿Exportar? Esa ha sido una meta inalcanzable

Venezuela estaba muy reticente a entrar al Grupo Andino. Las economías de la región no eran complementarias y el país tenía que renunciar al tratado de reciprocidad comercial que tenía con Estados Unidos desde la época de López Contreras, y modificado en la dictadura de Pérez Jiménez. Había que denunciarlo, porque si ibas a entrar al Grupo Andino no podías tener ventajas con una nación ajena a ese grupo de países. Se denuncia el tratado comercial con Estados Unidos y, por fin, en el año 1973, Venezuela se integra al Grupo Andino.

Ahí nos vemos en la Gran Venezuela, el V Plan de la Nación. Venezuela como eje industrial del Grupo Andino, no sólo con su industria petrolera y su industria pesada, sino por su industria automotriz. Si bien había continuidad con las políticas diseñadas en el IV Plan de la Nación, el desafío era enorme. 

Todo el proceso que he relatado es de un crecimiento constante, de industrias que se van a ir desarrollando, tal vez de una manera desarticulada. El gran salto fue cuando se cuadruplicaron los precios del petróleo. Aquella famosa frase. Administrar la riqueza con criterios de escasez. Entra una gran masa de liquidez al torrente monetario y surge la amenaza de un proceso inflacionario. Se crea el Fondo de Inversiones de Venezuela para que retuviera ese excedente. Se establecieron controles de todo tipo. Se aumentaron los salarios como un elemento de estabilización. Se presentan varios problemas. Tenemos el proyecto de la Gran Venezuela, las grandes inversiones, y la opción de nacionalizar la industria petrolera, pero también la del hierro. Todo eso fue dinero que hubo que erogar para hacer las grandes nacionalizaciones. El Estado comienza a asumir todo tipo de funciones. Las inversiones llegaron a tal punto que no podías manejarlas y el ingreso petrolero no cubría todo eso. Comienza el endeudamiento, que se convierte en un gran problema cuando empiezan a caer los precios del petróleo. Hubo una acción política bien intencionada, pero ahí empezaron los problemas. Y lo que fue el boom petrolero para Venezuela, fue crisis energética para el resto de América Latina.

No todas las economías resultaron impactadas de igual forma. ¿Cuál fue el elemento diferenciador más visible? 

Un problema fundamental, y esto no lo puedo dejar de lado, es que los países industrializados comienzan a pagar tres veces más por el petróleo, incluso cifras superiores. Y ellos agregan ese valor a las cotizaciones de los productos que nos van a enviar. Recordemos que en Venezuela se aplican toda clase de controles y el productor tiene que trabajar con insumos que aumentan el 300 por ciento. Mauricio Báez hace un estudio extraordinario y muy pormenorizado de todo ese proceso. 

Venezuela, el efecto de la crisis energética. 

Exacto. Venezuela incurrió en un endeudamiento masivo –se puede ver en los trabajos de Carlos Hernández Delfino, de Pedro Palma-, que se traduce en las palabras de Luis Herrera Campíns (recibo un país hipotecado), lo cual fue cierto. Y él lo entregó un poco más hipotecado también. El hecho es que, a partir de ese momento, el sector industrial fue perdiendo impulso y cuando llegamos al viernes negro, a la pérdida de la solidez de la moneda venezolana, que era ejemplo y modelo en la América Latina, la situación comienza a deteriorarse, hay políticas discontinuas, a veces contradictorias y, a partir de allí, la preocupación parece que no es el crecimiento económico –también es el fin de las grandes obras: la culminación de Guri, el Metro de Caracas, el complejo Teresa Carreño-, sino cómo se equilibran las cuentas fiscales, y el gasto público seguía siendo desmedido. Carlos Andrés Pérez, en su segundo gobierno, trató de enmendar la situación, con una política de ajustes, la liberación de todos los controles, y una idea de la reconversión industrial. 

De esos años a la fecha de hoy no hemos visto una recuperación del sector industrial en Venezuela. La economía entró en una fase decreciente, de la que parece no haber fin. 

No. Hay un defecto. La protección arancelaria que se le brindó al sector industrial fue excesiva y continua. Esa política debió servir para el despegue y luego dejar que las empresas se organizaran y funcionaran, como en todas partes. No se hicieron las inversiones para que esas empresas se volvieran competitivas en el mercado internacional. No pudieron superar la protección que les brindaba el Estado.

¿Qué diría de las últimas décadas?

Tenemos unas industrias bastante debilitadas, en circunstancias desfavorables: los controles que se aplicaron a partir de 2002, la inseguridad jurídica y personal, que ha sido uno de los factores fundamentales que llevaron al cierre paulatino de empresas. Hizo falta aumentar la productividad y adoptar estrategias que permitieran un equilibrio entre ciertas regulaciones que, normalmente, debe adoptar el Estado y la libertad de las empresas privadas, tomando en cuenta las particularidades del mercado internacional, en estos momentos muy competitivo, en un mundo globalizado. 

*Doctora en Historia. Profesora titular del doctorado en Economía (UCV). Profesora en la UCAB. Investigadora. Colaboradora en revistas especializadas nacionales y extranjeras. Autora de numerosos libros y publicaciones: Régimen Medinista e intervencionismo económico. De trapiches a centrales azucareros, Política, créditos e institutos financieros en Venezuela, entre otros.

***

Puede leer la primera parte de esta entrevista aquí: Catalina Banko: “El Estado empresario comenzó con Juan Vicente Gómez”


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo