Fotografía de Andrés Kerese | RMTF
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En las haciendas de Juan Vicente Gómez, es decir, en Venezuela, los conscriptos del ejército, cortaban caña de azúcar en el central azucarero Tacarigua, propiedad del dictador. Un hombre hábil para los negocios. Después de su muerte, sus bienes pasaron a sus legítimos dueños o a la Nación. Empresas, como el Lactuario Maracay y el propio central Tacarigua, no fueron privatizados de inmediato. Estos son los primeros indicios, los antecedentes del Estado empresario, que a lo largo del siglo XX se reservó actividades económicas “estratégicas”, que dejaron por fuera al sector privado.
Esas actividades se fueron concentrando en el sector industrial, al menos hasta el final de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez. Siderurgia, petroquímica, comunicaciones, entre otras, como herencia del Estado todopoderoso, anclado en la renta petrolera. Hubo un debate, durante los años 30 y 40, en el que participaron intelectuales de la talla de Arturo Uslar Pietri y Mario Briceño Iragorry; y una burguesía, que legítimamente, se planteó un proyecto y la necesidad de ir más allá. Un desmentido para quienes pensamos que el largo plazo era un espejismo alimentado por el oportunismo político y la ambición desmedida. De esto nos habla Catalina Banko*, en esta primera entrega. Los desafíos de la democracia y el período de la autodenominada revolución bolivariana, vendrán el próximo domingo, bajo el mismo formato.
¿Qué podría decir sobre los primeros intentos, o indicios, del proceso de industrialización de Venezuela?
Venezuela se define, en la segunda década del siglo XX, de acuerdo a documentos oficiales y a la división internacional del trabajo, como un país exportador de alimentos y productos primarios. Para esa época, el petróleo no tiene ninguna incidencia. Pero después del reventón del Barroso II, entramos poco a poco, en un encadenamiento de elementos que eran necesarios para la construcción de viviendas, por ejemplo, aunque las petroleras traían casi todo desde sus países de origen, algo se hizo con insumos nacionales. Propiamente, no podemos hablar de un proceso industrial, pero sí de algunos proyectos, uno de ellos en el sector azucarero. Estamos hablando de un sector agroindustrial, en el que se produce una transformación de la caña de azúcar en productos alimenticios como el azúcar refinado. Ahí tienes un comienzo. El central Venezuela, el central Tacarigua. Entonces, hay unos indicios de industrialización en el campo de la agroindustria.
¿Qué impacto tuvo la muerte del general Juan Vicente Gómez, digamos, la entrada de Venezuela en el siglo XX, como han dicho algunos historiadores?
Se establecen los grandes planes en el país. Uno, el Programa de Febrero, que se expresará al detalle en el plan trienal de 1938, inspirado por Alberto Adriani. Ya el petróleo tiene un peso extraordinario en la economía venezolana. Allí se plantea la importancia de desarrollar la actividad agrícola, con el café y el cacao como principales cultivos, y aquellas industrias, sólo aquellas industrias que utilizaran materias primas nacionales. Es decir, no se está pensando en un desarrollo industrial de lo que permitía las materias primas.
Ese criterio me parece interesante, porque parte del principio de que no hay desarrollo sin un sector agrícola fuerte. Deja entrever, además, un criterio político muy claro.
Absolutamente. Así se plantea en el plan trienal de 1938, que en lo personal me parece un plan extraordinario, porque allí están planteados una cantidad de aspectos que van más allá del proceso de industrialización. La protección de las madres y los niños, la posibilidad de desarrollar el turismo, de la necesidad de alfabetizar a la población, todo lo que tiene que ver con la sanidad, las comunicaciones, de lo cual se hizo mucho. Estamos hablando de una etapa bastante lejana, en la que no existía la carrera de planificador. Ni siquiera había economistas, porque recién se estaba fundando la Escuela de Economía. El concepto es importante, porque se está pensando en un impulso al sector. De hecho, se funda el Banco Industrial de Venezuela, hoy desaparecido. Una institución orientada a otorgar créditos a pequeñas empresas a lo que hoy conocemos como pequeños emprendimientos. Eso es lo que uno percibe cuando lee los balances de esa institución. Hablamos de una etapa en la que hubo un interés genuino por cambiar.
¿Qué impacto limitante tuvo el estallido de la Segunda Guerra Mundial?
En Venezuela se estaban ejecutando grandes proyectos de vivienda, aprovechando el impacto dinamizador que tiene la industria de la construcción en la economía y el empleo. Un antecedente lo podemos apreciar en la construcción de viviendas en San Agustín del Norte y San Agustín del Sur, con financiamiento del Banco Obrero, fundado en 1928. Pero los nuevos proyectos, impulsados por la migración del campo a la ciudad, producto de la explotación petrolera, presentan una serie de ventajas y desventajas. Entre las ventajas, la creación de empresas de pinturas, de cemento, de insumos restringidos por la guerra. La desventaja es que no puedes fabricarlo todo y había un elemento fundamental: los cauchos para los vehículos, que no se podían importar. Toda la producción en Estados Unidos iba dirigida a alimentar las líneas de transporte en el esfuerzo de la guerra. Algo similar pasaba con insumos químicos y con una serie de elementos que son esenciales.
¿Hubo intentos de resolver los cuellos de botella en la producción industrial? ¿La posibilidad de que Venezuela se abasteciera de materiales e insumos esenciales para mantener el impulso transformador?
Esa situación llevó incluso a la visita que hizo el presidente Isaías Medina Angarita a los Estados Unidos, para dinamizar las relaciones y plantear la importancia del petróleo venezolano en el esfuerzo bélico de la Segunda Guerra Mundial. A pedir que se flexibilizaran ciertas listas y a darle la oportunidad al país de importar insumos que son importantes para el proceso de industrialización. Se percibe entonces, no un plan económico como sí lo fue el de 1938, sino una serie de acciones y políticas.
No podemos ignorar el impulso industrial que se registra durante la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, especialmente en el área de la construcción y la infraestructura. ¿Podemos hablar, propiamente, de un proceso de industrialización?
Sí. Si se quiere incipiente o temprano. No sabría decir cuál sería la denominación más precisa. Durante esa etapa vemos la migración del campo a la ciudad y la necesidad de construir viviendas. Se producen nuevos hábitos, nuevas costumbres. En los hogares pasamos del papelón a la azúcar refinada. El desarrollo de los centrales se consolidad. Hay una dinamización económica en esa etapa que no podemos olvidar. Incluso se llegó al punto en el que Venezuela no tenía que importar azúcar. La oferta fue tan grande que hubo la necesidad de establecer una regulación a través de La Distribuidora Venezolana de Azúcares. Son hechos significativos. No tengo aquí los datos, pero el crecimiento industrial dio un salto vertical. Claro, se estaba empezando desde muy abajo, aunque no desde cero.
No hemos hablado de la creación de instituciones, del apoyo de organismos fundados y orientados para tal fin. ¿Qué diría sobre este punto?
Una es la Corporación Venezolana de Fomento, que se fundó en 1946, durante el trienio de Acción Democrática. Otra es El Consejo Nacional de Economía, que era una entidad con representantes del sector público y del sector privado, para ir orientado políticas en el campo económico, desde luego. Pero ya desde esa época empiezan a proponerse los planes para Guayana. No fueron un invento de Pérez Jiménez. Esos planes vienen de antes. Se concibieron durante el trienio de AD. De ahí viene toda la idea de la electrificación del río Caroní y la posibilidad de extraer hierro; las primeras exportaciones de hierro comienzan durante los primeros años del gobierno de Pérez Jiménez. Es decir, hay un movimiento muy acelerado y lo puedes observar también, como acabas de decir, en el sector de la construcción. Domingo Maza Zavala habló de obras suntuarias, y desde luego, su columna desapareció del periódico. El hecho es que ya, para 1957, Venezuela es un país que capta inversiones extranjeras en el sector industrial, en la producción de acero y todo lo que tiene que ver con la petroquímica. Esos proyectos fueron concluidos en el período democrático.
En el libro de Fernando Coronil (El Estado mágico) está documentado todo ese proceso. Esa visión desarrollista que tenían los militares venezolanos, con el general Luis Llovera Páez a la cabeza. ¿Qué diría de esa etapa y de esa política de Pérez Jiménez? Claro, no era un proyecto democrático.
Ahí tenemos que diferenciar el plano económico del plano político. Es decir, todo esto forma parte de un gran proyecto de transformación nacional. La idea que resume Ocarina Castillo en su libro, Los años del bulldozer. Un proyecto, cuya base es la preminencia del Estado, que dirige y conduce la economía en áreas estratégicas (siderurgia, petroquímica, comunicaciones). Un Estado que abarca un conjunto de áreas, porque se considera que le competen. Un Estado fuerte que ya es empresario.
En esa idea hemos ido del timbo al tambo, creo. Diría que unos sectores políticos han insistido en ella y otros han tratado de deslastrarse de lo que consideran es una función del sector privado.
La idea del Estado empresario no nace con Pérez Jiménez, ni mucho menos. Nace en el momento mismo en que se expropian los bienes del general Juan Vicente Gómez, en lo que se llamó los bienes restituidos a la nación (una suerte de inventario de todas las propiedades que poseía el dictador). Algunos fueron restituidos a sus legítimos propietarios y otras pasaron a manos de la Nación. Una serie de empresas, entre otras el Lactuario Maracay, que era propiamente una industria. Otra es el Central Tacarigua, administrado por el entorno del general Gómez, que de paso utilizaba mano de obra gratis, porque ahí trabajaban los soldados del ejército. Sin duda, era un hombre muy hábil en los negocios. Todo eso fue expropiado, pero no fue privatizado inmediatamente. Ahí comienza el lastre de algunas empresas, que quedaron en manos del Estado. Yo diría que el Estado empresario empieza por ahí.
Por ahí también comienzan las distorsiones, unas prácticas donde el Estado decide, interviene, a su real saber y entender. Creo que la historia se encargó de demostrar que esas prácticas fueron nocivas. Y crearon una relación entre el sector público y privado, que estaba más mediada por intereses personales, por negocios y favores.
Déjame ir un poco hacia atrás. En los años 40, el gobierno de Medina Angarita dicta una ley fundamental en términos fiscales, estoy hablando de la ley del Impuesto Sobre la Renta, que se debía aplicar a todas las empresas, incluidas las petroleras. Las petroleras consideraban que eso no estaba contemplado en sus contratos y se negaban a pagar el ISLR. Inmediatamente, en 1943, viene la reforma de la ley de hidrocarburos y allí se establece que las empresas petroleras deben pagar todos los impuestos nacionales, estadales, municipales. Por esa razón, en 1944, el Estado venezolano recibe un ingreso cuantioso. Ya se sabía que Alemania iba a perder la guerra. En esa circunstancia comienza un debate interno entre el sector empresarial y el gobierno de Medina Angarita, al punto que, en ese mismo año, se funda Fedecámaras, el gremio de los empresarios. No es casual. En una de las conferencias, uno de los ponentes, Arturo Uslar Pietri, plantea que al Estado le compete una responsabilidad, que es proteger al débil de “las garras”, estoy usando un término que seguramente él no utilizó, del poderoso. Plantea, además, la lucha entre el Estado y la iniciativa privada, porque él tenía muchos conocimientos de historia. Pero Uslar Pietri, que era ministro de Medina, estaba apoyando la intervención del gobierno en una economía, en la que había escasez, especulación y control de precios, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Esas conferencias se publicaron en un libro y tiene un prólogo de Mario Briceño Iragorry.
Estamos hablando de dos de los intelectuales más importantes de Venezuela. Ambos involucrados en el quehacer nacional y en la conducción del país.
Briceño Iragorry va más allá, plantea que al Estado le corresponde una responsabilidad que no es solamente coyuntural. Él habla de la necesidad de promover un capitalismo humanista, con aditamentos del cristianismo, de la necesidad de proteger a los sectores más vulnerables, en fin, plantea la responsabilidad, el deber del Estado para con la sociedad. Es muy difícil conseguir ese libro –que reúne las conferencias, las intervenciones y debates que se dieron en la cúpula empresarial- lo encuentras en muy pocas bibliotecas. Allí tienes ese debate entre Estado y sector privado. Intervención económica versus libertades económicas.
¿Qué diría usted de esta etapa en términos de creación? No solamente de creación material, sino de pensamiento, de ideas, de la forma de concebir a Venezuela. De plantearse, más allá de lo inmediato, de lo circunstancial, de lo noticioso, qué hacer con el país.
Creo que hay una proyección que va más allá, incluso en los años de López Contreras. Un plazo más extenso, que no es, como dices, lo inmediato. No se trata de salir del problema, sino que es necesario establecer una serie de lineamientos que apunten más allá. Lo veo claramente en el caso de López Contreras, que debió aplicar la primera medida económica que se tomó en el país, que fue el control de cambios y el control de importaciones, debido a la Segunda Guerra Mundial. Eso era común. Todos los países de América Latina debieron hacerlo. Pero con Medina hay un proyecto más conformado. En el caso de Pérez Jiménez, ya se trata de un poder militar, que va a transformar a la nación. Eso está planteado, claramente, en el Nuevo Ideal Nacional, allí hay una influencia del desarrollismo de la Cepal bastante importante, pero también hay, según Ocarina Castillo, un poco de peronismo. Un poco de nasserismo. El Estado se reserva determinadas actividades. E incluso, con respecto al hierro, se hizo el proyecto del sector privado, el sindicato del hierro, y para el régimen de Pérez Jiménez, eso no era conveniente. Y, por lo tanto, lo boicoteó y eso desapareció. El punto que quiero resaltar es que había una burguesía que, más allá de sus intereses inmediatos, quería construir y tenía un proyecto. Pero ya el Estado empresario estaba allí. Creo que ha sido la fuente de graves problemas. No porque el Estado no pueda conducir empresas, sino porque ahí se comienzan a mezclar los factores de la corrupción, la desidia, el despilfarro y el clientelismo.
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*Doctora en Historia. Profesora titular del doctorado en Economía (UCV). Profesora en la UCAB. Investigadora. Colaboradora en revistas especializadas nacionales y extranjeras. Autora de numerosos libros y publicaciones: Régimen Medinista e intervencionismo económico. De trapiches a centrales azucareros, Política, créditos e institutos financieros en Venezuela, entre otros.
Hugo Prieto
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