COVID-19

Buenos Aires en cuarentena: los dedos de una mano

20/04/2020

A estas alturas, ya se cuentan dos bandas de rock que llevan el nombre de Covid-19, un documental que muestra cómo el Partido Comunista de China mantuvo oculto el virus, una décima de Jorge Drexler en la que llama a la calma y promueve la solidaridad, un corrido, una cumbia, un joropo tuyero, un libro de ensayos y vaya usted a saber cuántas producciones más dedicadas al asunto. Desde luego, no todas son manifestaciones vulgares o excéntricas, hay novedades, surgidas en contexto y concernientes a la trama pandémica, realmente muy valiosas. Una de ellas es el EP que el cubano Rxnde Akozta y el dominicano Rodenses acaban de publicar.

Se llama V, tal vez en alusión al virus: todas las letras se refieren a la pandemia. Cuando supe de su existencia pensé en hacer una nota relacionada con el proceso de grabación –en aislamiento, a través de notas de voz–; no obstante, al escucharlo por primera vez los nombres de las canciones, adaptados a los cinco dedos de una mano («Índice», «Anular», «Medio», «Pulgar» y «Meñique»), me hicieron pensar en otro EP: Give me 5, una de las últimas grabaciones que hizo Canserbero, cuya traducción posible sería «Choca esos 5» o «Dame esos 5» y cuya invitación a bautizarlo con aquel nombre aparece en uno de los temas del propio EP nada menos que en la voz de Rxnde Akozta.

Está claro que el título de uno no tienen nada que ver con las canciones del otro; sin embargo, la noche en que advertí la casualidad mi primer impulso fue volver a «Give me 5»: en mi recuerdo, el EP tenía la forma extravagante de un garabato, cuyo reconocimiento, tal vez a causa de mi oído conservador, siempre postergué.

Eran las cuatro de la mañana (me estoy acostando tarde) y durante los quince minutos que dura «Give me 5», esto es, desde el sonido de gong con el que abre, hasta el sonido de gong con el que termina (otro uroboro canserberiano), no pude hacer otra cosa que escucharlo inmóvil y fascinado. En un momento, un camión de bomberos rompió de súbito la quietud inescrutable de la madrugada y yo tuve la impresión de que el sonido de la sirena se integraba con absoluta espontaneidad a la naturaleza reverberante que posee la grabación: el EP absorbe sonidos urbanos.

«Give me 5» fue grabado en Londres en junio de 2014. Ciertamente, los instrumentales, hechos por Nicolás Pappaterra, merecen un capítulo aparte; no obstante, me niego a separar el conjunto en música y letra: concibo los siete recortes como un patchwork accidental, discontinuo, imprevisible, que forma una sola pieza o artilugio claustrofóbico, incapaz de quedarse quieto al interior de ninguna estructura. No creo, como suele decirse, que se trate de un EP adelantado a su tiempo (modelos previos, con formas afines e inherentes al género, están a un click de distancia): prefiero escucharlo como un espejismo o directamente como una grabación que proviene del más allá. La voz de Canserbero en este EP, aunque reproduce formas y retóricas propias del rap, posee un registro hablado, murmurado, cuya estampa general resulta, digamos, más apacible que en la mayoría de sus grabaciones donde la voz se reconoce ostensiblemente grave y pesada: salvo por aquel signo fantasmal que ya insinué, el EP rehúye por completo cualquier sentimiento angustioso. En una primera vuelta, el trecho más digerible es el de «Buenas noches»: una enumeración de escenas brevísimas, personajes urbanos y refranes populares, que componen un magistral paisaje de barrio. Por lo demás, insistiría en aciertos lingüísticos, como ese adorno con la ch en «Huno» o aquellas florituras entre últimas y primeras sílabas iguales en «No no».

Como gesto, «Give me 5» plantea una disolución, en el sentido de que deconstruye rigideces inherentes al rap, es decir, lo libera: pienso en Canserbero como un artista elástico y especialmente curioso por explorar las posibilidades del género (la voz en «Tiempos de cambio», por ejemplo, grabada también hacia el final de su vida, junto al colombiano César López, está montada sobre la base de un piano solitario). En tal sentido, el EP funciona como un mapa político: por un lado, figura una representación; por otro, pone en evidencia que las fronteras de un género (literario, cinematográfico, musical) están en constante movimiento. La mera existencia de una representación moldeable, me atrevería a decir, siempre trae a juego una cuestión que tiene que ver con la condición, también inestable y en permanente redefinición, de aquello que hemos dado en llamar identidad. De qué manera la música popular nos determina, es una pregunta que uno puede hacerse mientras escucha este EP a las cuatro, cinco, seis de la mañana.

Hay una maniobra visible en el rap, calco de lo que en literatura se denomina hipertexto, esto es, vínculos dentro de contenidos que enlazan con otros, a partir de la cual, evocaciones al nombre o al trabajo de terceros, halladas en las propias canciones, uno podría empezar a configurar, a la manera de una constelación de naturaleza fractal, una suerte de cartografía del género en Latinoamérica. Esta forma de exponer los nodos que conectan dicha red es particularmente notoria en los trabajos de Rxnde Akozta (sólo en los once minutos que dura V se citan al menos veinte nombres) y permite acoplar, en especial por estos días, cuando nos tocamos menos, la mano de un EP con la del otro: como si, a través de la música, Canserbero, desde donde sea que esté, nos ofreciera la suya en un saludo entrañable.


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