Arzobispo Silvestre Guevara y Lira: las intermitencias del Estado

20/05/2021

[Discurso de aceptación de Esther Mobilia Diotaiuti por el primer lugar de la VIII Bienal del Premio de Historia Rafael María Baralt 2020-2021, iniciativa promovida por la Academia Nacional de la Historia y la Fundación Bancaribe para la Ciencia y la Cultura]

Arzobispo Silvestre Guevara y Lira.

Me siento muy honrada de haber podido participar en la sesión virtual en la que se reconoció el trabajo de la joven generación de historiadores venezolanos mediante el otorgamiento del Premio Rafael María Baralt en su octava edición. En estos tiempos de pandemia la Academia Nacional de la Historia y la Fundación Bancaribe, promotoras de esta iniciativa, han sabido adaptarse a las circunstancias, no solo las ya conocidas en Venezuela, dramáticas por demás, sino también a las derivadas del Covid-19 y los cambios que ha generado en la humanidad. Gracias por no cesar en su compromiso de estudiar, promover y difundir los estudios históricos y por ser un punto de referencia para todos los que investigamos y enseñamos esta ciencia.

Quiero agradecer al comité evaluador por haber considerado mi trabajo merecedor del primer premio del concurso. Este galardón no solo resulta un reconocimiento al esfuerzo, la disciplina y la constancia que caracteriza –en general– los diversos proyectos que se emprenden en la vida, sino que también constituye la oportunidad de ratificar mi compromiso como historiador y como docente que enseña Historia en nuestra actual Venezuela.

«Una mitra para el Estado. La personalidad histórica del arzobispo Silvestre Guevara y Lira (1836-1876)» es el título del trabajo premiado. Si el nombre de este prelado le suena familiar al lector es porque se halla asociado a los grandes conflictos que escenificó con Antonio Guzmán Blanco en el momento más tormentoso de las ya de por sí agitadas relaciones entre la Iglesia y el Estado venezolano durante el siglo XIX. No obstante, desconectado el episodio de la biografía del arzobispo es imposible entenderlo en toda su complejidad. Guevara y Lira no irrumpe en la escena como saltando desde una caja de sorpresa; tampoco es un silvestre sacerdote, como fue tildado por sus rivales con claras alusiones a su nombre de pila, cuyo único mérito fue haber tenido ciertos vínculos familiares con la familia Monagas. Aunque hay algo de eso, para el momento del enfrentamiento llevaba una larga y muy resonante vida sacerdotal y política, había gozado de suficiente popularidad como para ser considerado como presidente de consenso en medio de la Guerra Federal y había logrado un Concordato con la Santa Sede como muestra de la concreción de los veinte años de mayor cooperación entre el Estado y la Iglesia. No deja de ser relevante, entonces, que el que ha pasado a la historia como el gran contendiente “ultramontano” de Guzmán Blanco haya entrado en ella, precisamente, como el gran sacerdote “liberal” y como tal ocupar cargos parlamentarios y de Estado hasta que, luego de la dictadura de Páez, esta circunstancia comenzó a cambiar.

Por lo tanto, investigar acerca de la personalidad histórica del arzobispo Silvestre Guevara y Lira ha sido una oportunidad para profundizar en el estudio de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, no solamente desde el punto de vista venezolano sino también latinoamericano y entender qué significaba ser un obispo en la región durante el siglo XIX, tanto desde la perspectiva religiosa como política. Al mismo tiempo, el ejercicio investigativo demuestra que Guevara y Lira no es un personaje secundario, sino un sacerdote que asume el reto de fortalecer una Iglesia debilitada y a su vez representa un problema de envergadura en las relaciones entre la Iglesia y el Estado: la de un Estado liberal que mantiene la unidad con la Iglesia haciéndola parte de su estructura.

¿Pero cómo nace mi interés por este asunto? Pues, debo decirlo: se trató de uno de esos proyectos que encuentran al investigador. Sin tener entonces un particular interés por la Historia de la Iglesia y ni siquiera por la historia venezolana del siglo XIX, hace más o menos una década participé como asistente en una investigación que me llevó a revisar los legajos referidos al obispado de Guevara y Lira en el Archivo Arquidiocesano de Caracas. Poco a poco fui viendo la oportunidad de desarrollar un trabajo sobre el prelado. El tema en el que parecía que ya todo estaba dicho demostró tener aristas desconocidas. No fue Guevara y Lira el fanático, el pelele o el santo que, según el caso, cada quien veía. Fue un hábil organizador, un hombre de Estado, un negociador, una figura de consenso. Cuando me vi en el trance de buscar un tema para mi tesis de Maestría en Historia de las Américas en la Universidad Católica Andrés Bello, me decanté por su figura como una palanca para comprender la institución del obispado y con ella a los Estados latinoamericanos en sus primeras décadas de vida. Después de ajustar y reajustar muchas veces el proyecto, al final concluí con mi tutor que si en algo se podía hacer un aporte era en revelar la dimensión de todo ese “Guevara antes de Guevara”, es decir, el “Guevara histórico” que se enfrentó a Guzmán Blanco. El parecer de los jurados de la tesis, así como de los jurados de la ilustre corporación que acaba de honrarme con su evaluación favorable, parecen respaldar esta decisión.

La trayectoria de Silvestre Guevara y Lira se ha convertido en la metáfora del gran reto de una república que quiso, y no siempre pudo, sentar las bases de un Estado moderno sin perder de vista su catolicidad.

«Una mitra para el Estado» ha sido un gran paso en mi proceso de formación académica y profesional. El texto condensa meses de trabajo entre apagones, personalismos e inflación, y materializa el reto de escribir sin clericalismos sobre Historia de la Iglesia en América Latina –terreno fértil pero aún con pocas obras–, convencida de la importancia del proyecto y del aporte que podía representar. No siempre fue fácil. La primera que tuvo que convencerse de que sí podía hacerlo es la que ahora mismo les habla con una prosa cargada de sentimientos. Hoy puedo decir que el resultado final me llena de satisfacción. Si este trabajo permite de alguna manera reconocer a Silvestre Guevara y Lira, que estas palabras sirvan, además, como una oración en su memoria.

Termino con los debidos agradecimientos.

Todo lo bueno que pueda hallarse en este trabajo se debe a algunas personas e instituciones que con sus observaciones, conocimientos y paciencia me impulsaron a cristalizarlo. Quiero agradecer al programa de Maestría en Historia de las Américas de la Universidad Católica Andrés Bello, en especial a Tomás Straka, su director: un apoyo para mí en lo personal y académico. Al mismo tiempo, a la biblioteca y hemeroteca de la Academia Nacional de la Historia y al Archivo de la Arquidiócesis de Caracas por permitirme consultar sus fuentes.

A mi tutor, el profesor Agustín Moreno, gracias por estar siempre disponible ante cualquier duda o inquietud, por su generosidad, por permitirme comprender la verdadera dimensión de las relaciones entre la Iglesia y el Estado.

Gracias a mis maestros y a mis colegas profesores por enseñarme el valor del trabajo y de la excelencia, por su entrega diaria, por asumir el reto de formar en contextos complejos.

Gracias a mis estudiantes por su compromiso constante, por brindarme valiosos momentos de reflexión de los problemas del pasado y del presente, por hacer de nuestras clases un espacio de aprendizaje mutuo, por sus muestras de afecto y por permitirme verlos crecer personal y profesionalmente.

Gracias a mis padres, Antonio e Immacolata, y a mi hermana Enza por su amor e infinita paciencia.


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