COVID-19

Apuntes de un encierro en Caracas

Fotografía de Federico Parra | AFP

03/05/2020

Mantengo la hora en que me levanto, alrededor de las cinco de la mañana, antes de la salida del sol. Hago calentamientos mientras hierve el café y comienza el amanecer. El color sepia que vi apenas llegamos se nota en el Ávila, pero hace contraste con el verdor de los árboles que tenemos muy cerca de nuestra visual inmediata.  Una garza solitaria planea todas las mañanas y se posa sobre un árbol alto y frondoso, como si supiera de pestes, contagios y distanciamiento social.

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Cada país reacciona de una manera más o menos acertada, más o menos torpe, más o menos fatal, más o menos letal, más o menos adecuada a sus formas de gobierno y mentalidades imperantes.

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Usted viajó desde España
región afectada por el
Covid-19. Debe mantenerse
en cuarentena por 15 días. Si tiene síntomas
llamar al 0800-COVID 19

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Esa fue el mensaje que recibí el 14 de marzo a las 4:07 p.m. desde el número 3532. Había cruzado el Atlántico para confinarme a los cuatro días de haber llegado. Un regreso para no poder regresar desde donde he regresado.

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Las noticias de los primeros casos de infectados en Venezuela apuntan, según voceros oficiales, a vuelos procedentes de España. El mismo número de vuelo de Iberia que yo tomé, el 6673, ahora se estigmatiza. El pasajero cero supuestamente llegó el 5 de marzo en el 6673, así como otros contagiados el 8 de marzo. Yo viajé el 10 de marzo y no se ha sabido de nadie contagiado de ese vuelo. Yo no presento síntoma alguno.

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David Uzal es un francés que vino a Caracas para una conferencia de raelianos, creyentes en que los extraterrestres dieron origen al ser humano y que asistió a la contramarcha chavista del 10 de marzo. En una foto aparece con una señora, que a su vez aparece con Freddy Bernal, que a su vez aparece con Diosdado Cabello. Las alarmas se encienden y se presenta una comisión en el hotel donde está hospedado para hacerle la prueba. Publican una foto tomándole la muestra en la habitación del hotel. ¿Hay relación alguna entre creer en extraterrestres y ser solidario internacional con el chavismo?

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No es tanto el encierro lo que afecta sino la idea de lo que está “allá afuera”, el mundo detenido ante la amenaza de un caza bombardero invisible. Antonio Muñoz Molina recuerda la cita de T. S. Elliot: “La humanidad no puede soportar tanta realidad».

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Administrar el horror. Ver noticias pocos minutos en la mañana y luego en la tarde. En solo media hora de informaciones uno puede fácilmente perder el sueño en la noche, arruinar un día de tolerancia, paciencia, aceptación, esfuerzo, ejercicio, observación de las aves, ser testigo de la mutación diaria de las luces del sol y su efecto sobre la visual de la ciudad y la montaña. Todo se puede ir por una cloaca con media hora de noticias.

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No soporto que, en los informativos de casi todos los países, como si se hubieran puesto de acuerdo bajo una misma línea editorial, muestren en el fondo la imagen torturante del virus Covid-19, su forma microscópica agigantada dando vueltas en cámara lenta. ¿No podían ser un poco más higiénicos?

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En Montalbán matan a una venada para comérsela. Dicen que los animales del zoológico están pasando hambre. Habitantes de Venezuela.

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Copa Airlines cancela nuestro vuelo a San José con escala en Panamá. Esa era la segunda fase de nuestro viaje que panificamos con tanta antelación. Todo queda en suspenso.

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Las guacamayas pasan con su alboroto. Varios azulejos dan vueltas y se ve un gavilán que da giros en el horizonte. Un colibrí se asoma por la ventana unos pocos segundos. A mitad de la tarde empiezan a revolotear decenas de golondrinas que parecen dibujar la silueta de un átomo. Los pájaros, ajenos a la tragedia del mundo.

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Un día pasan pájaros de metal, aviones de combate en formación. Creo que era domingo, uno empieza a perder la noción del tiempo. En medio de la pandemia regresa ese sonido de intentonas golpistas y de desfiles inútiles. Recuerdo la explosión cuando aquel F-16, en el intento de golpe de noviembre de 1992, rompió la barrera del sonido. ¿Aviones de guerra para luchar contra el coronavirus? Pantallerismo aéreobolivariano.

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Nuestros mejores amigos en Barcelona, a quienes llamamos padrino y madrina de lo bien que se han portado con nosotros, contrajeron coronavirus. Él tuvo fiebre y ahogos durante dos semanas. A ella le dio un poco más suave. Lo manejaron todo desde casa. Son unos valientes. Casi todas las personas que conozco en Barcelona tienen a algún conocido, amigo o familiar que ha padecido el virus o que ha estado hospitalizado. Una pareja muy mayor, hartos del encierro, decidieron darse un paseo en metro. Ambos murieron por coronavirus. Un amigo médico dermatólogo me habla de varios médicos que han fallecido. Me dice que uno de los hechos más difíciles es que los parientes del afectado, por el riesgo de contagio, no pueden ir a darle compañía, consolarlo. Morir en soledad.

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La temperatura en Caracas ha oscilado entre los 16 grados y los 25 grados. Se me había olvidado lo que era la verdadera primavera, no la engañosa de Nueva York o Barcelona, hormonales, temperamentales, portadoras de alergias, vientos, humedades y resfriados con sus cambios constantes.

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Hay bajones de luz. Han ocurrido incendios en los sótanos de varios edificios de la ciudad debido a almacenamiento de gasolina. Una vecina tiene una planta eléctrica dentro de su casa que usa para la máquina de presión positiva (apnea del sueño) de su madre. El ruido es ensordecedor. El aire de los ductos de ventilación se enrarece e invade los apartamentos aledaños. En el chat le hacen preguntas. Ella dice que funciona con gas, se pone a la defensiva y luego se sale del grupo. El individualismo venezolano. Yo hago lo que me da la gana. La poca conciencia del colectivo. ¿Será por eso que seguimos así después de tantos años?

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El 21 de marzo encendieron la cruz del Ávila. Navidad en pandemia. Se me ocurre el nombre de un libro: Estados intermedios.

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Mis libros de Caracas están guardados en un lugar al que no puedo llegar por el cierre de vías, las prohibiciones de circulación y simplemente porque no puedo salir hasta finales de marzo, si se toma en cuenta la fecha del mensaje de notificación del 3532. Tener tantos libros, muchos esperando a ser leídos, y cuando llega el momento más propicio, no los tienes a la mano. ¿Pero qué digo? Hay, por los momentos, cuarentena nacional. Empiezo a descargar libros electrónicos que ofrecen de regalo algunas editoriales. Tengo que adaptarme. Tal vez al terminar el encierro bajaremos todos de la montaña como lo hizo Zaratustra.

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Sigo sin presentar síntoma alguno. No tengo ni tos, ni falta de aire, ni fiebre, ni escalofríos, ni debilidad. No se han reportado casos en mi vuelo del 10 de marzo desde España. Se informó que un taxista, debido a complicaciones respiratorias, y que estaba infectado desde el 29 de febrero, falleció. El paciente cero entonces no llegó en el vuelo de Iberia del 5 de marzo.

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Hay bajones de luz. Un carro pasa con una grabación con volumen alto instando a la población a quedarse en sus casas. Me siento que estoy sumido en una película del futuro.

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En un terreno un niño juega con un papagayo destartalado que parece querer hablar con sus movimientos en el aire. Hace un viento suave casi todos los días. El clima sigue formidable en medio de la catástrofe mundial. Los atardeceres duran casi una hora, desde las seis de la tarde hasta las siete. El sol se desvanece lentamente y los colores se transforman por las luminosidades que caen pulverizadas. Los ojos se alimentan de la vista al Ávila cambiando de tonalidades, como si fuese una modelo que muda vestidos.

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Cuando cae el sol hago una hora de ejercicio. Carreritas bajo techo, funcionales y bicicleta estática. Pongo la música y me transporto a otros lugares sin salir de casa. He estado escalando la larga cuesta del volcán Irazú en Costa Rica, he andado por rutas de la Toscana y de Cataluña, he llegado al Pico El Águila a 4.118 metros sobre el nivel del mar. Así borro la basura mental y me siento limpio para recogerme en las noches. Noches de familia con mi esposa y mi suegra. Mi suegra se parece a Joan Didion, ya lo he dicho en otro lado.

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Hay bajones de luz. Los carros zumban por la avenida Libertador. Suenan como olas del mar, van y vienen, muerden la orilla y retroceden. Como a las cinco de la tarde oigo casi todos los días una moto que va tan rápido que gime como una avispa sádica.

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Nunca he sido hogareño, lo que dificulta la quietud impuesta. No me gusta casi nada ver televisión. Yo sé que tal vez me pierdo de ingeniosas series y películas que muestran maneras de narrar originales y atrevidas. Me siento ignorante cuando en las redes hablan de series estupendas. Siempre he evitado a El mago de la cara de vidrio, el de Eduardo Liendo, la batalla contra el intruso que pretende dominar la vida. Liendo, estos días, por su parte, ha luchado por la salud de su mujer y la de él mismo. Su palabra preferida es persistencia.

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Las tendencias en Twitter en Venezuela son volátiles y versan sobre cuatro grupos de temas: famosos y famosas, la tragedia política y económica que vivimos, la nostalgia del pasado que nunca volverá y el coronavirus. Veo “Plaza Altamira” y me digo que ya se prendió la cosa, pero son fotos antiguas en blanco y negro. Leo “Gilberto Correa”, ya se murió, pero son chismes de farándula. Leo “Ciudad Banesco”, pienso que el banco fue intervenido, pero son fotos de cuando era la sede de Sears. De Norkys Batista a Elliot Abrahams.

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El inicio del nuevo libro de Ricardo Ramírez, Otros bosques, no tiene desperdicio: “Caracas es la ciudad de las desapariciones. La gente llega y se marcha; la gente hace casa en ella y entonces olvida. Es una Mnemosine con alzhéimer que bebe ron y baila salsa. Un espacio en donde Novalis hinca el hocico en un hervido de gallina al final de la madrugada, amanecido. Pero Caracas es también una ciudad en donde siempre amanece”.

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Hay bajones de luz. Una muchacha canta una canción de amor a bocajarro.

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Unos días antes de viajar desde Barcelona acompañé a Ana a renovar la cédula española (NIE) en Manresa, donde está la cueva en la que San Ignacio de Loyola meditó mucho tiempo. Me acuerdo cuando entré a la gruta intacta dentro de la iglesia.  Sentí mucha paz. Me quedé sentado un buen rato, ausente de pensamientos. Quiero arrastrar esa sensación y traerla a este presente.

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La tarde muerde la noche lentamente, como si hiciera una digestión sensata, se va engullendo la ciudad. Los colores se matizan a medida que la oscuridad se aproxima. Luego cae la noche guiada por la cruz del Ávila en un mes de marzo. ¿O estamos ya en abril? Sí, claro, estamos en abril. La cruz del Ávila, que solo se enciende en Navidad, ahora alumbra portentosa y hermosa las noches, como una plegaria iluminada o un arma de defensa antiaérea.

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Recibo dos mensajes del 3532:

En el combate al COVID-19
hacemos pruebas de diagnóstico rápido,
priorizando a contactos con casos positivos,
viajeros y personas con síntomas respiratorios.

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Si no te han hecho la prueba
hemos agendado una cita en el CDI Los Dos Caminos,
para el día 4 de abril
de 9 a.m. a 4 p.m.

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Saco la cuenta y ya tengo 26 días desde que llegué de España. Son 10 días más de la cuarentena de 15 días. En todo este tiempo no he tenido ni cercano algún síntoma del virus. Para estar completamente seguro de lo que debo hacer consulto a un médico infectólogo e inmunólogo. Me recomienda no ir porque, ya a estas alturas, no tiene sentido presentarme en un lugar donde puede haber focos de contagio. No solamente eso, nadie en casa tiene síntoma alguno: ni mi esposa, ni mi suegra, ni la señora que la cuida. Todos sanos y sin síntomas. Además, es un tema de conciencia ciudadana: no desperdiciar un test en alguien que no lo necesita. Me contenté, eso sí, de saber que estaban haciendo las pruebas. Curioso, entro a la página del CDI de los Dos Caminos y veo esta nota:

Los médicos del CDI Los Dos Caminos combatiendo la epidemia COVID-19 en el día a día a las personas más necesitadas de nuestro país hermano Venezuela: @CubacooperaVe @AsistMedMMCV @cubacooperaveMI #SomosCuba .

“¿De nuestro hermano país, Venezuela?” ¿Quién maneja la cuenta de Facebook del CDI de Los Dos Caminos? ¿Quién me manda esos mensajes: el gobierno de Cuba o el de Venezuela?

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Hoy bajones de luz. El guardia me ofrece “Ariel del bueno”, importado de Colombia. Hay olores a gasolina en el estacionamiento del edificio.

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La oscuridad en cuarentena tiene algo de luminosidad. Digo, comparada con la negrura que veía desde mi ventana cuando llegué, mi primer amanecer sumergido en un boquete. “Hay túnel al final de la luz”, alguien bromea. ¿Dónde estaba la gente antes? Hampa y coronavirus dictan el toque de queda. Pienso en la paradoja de que el único letrero que está encendido y que logro divisar en la lontananza citadina, en medio de la oscuridad, dice Renaissance. Es como si enviara un mensaje a la civilización: luego de las pestes (varias) les toca nacer de nuevo.

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He visto que sacan gasolina de motos que entran al edificio, la succionan con una corta maguera y la vierten en botellones de Minalba de cinco litros. Guardan los botellones de Minalba, con el líquido color orina, cerca de la puerta de entrada al edificio. Cobran $30 por cinco litros. En una bomba la gasolina es gratis. Hasta hace nada solo había que darle una propina o algo de comida al bombero, esa era “la normalidad” previa a la escasez severa de las últimas semanas. Pero no hay gasolina en el país, como decir que en Canadá hubiese escasez de sirope de maple. Es raro que la bandera venezolana no tenga una torre de petróleo dibujada, así como la bandera canadiense lleva en el centro una hoja de la planta de maple.

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Hoy parece más domingo que ayer que fue domingo. Todos los días son domingo, como un disco rayado del tiempo que baila una nostálgica melodía en un atardecer infinito. Leonardo Padrón dice que hay sospechas y rumores sobre el día de la semana en que estamos.

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Nadie sale a aplaudir a los enfermeros, personal médico, policías, servidores públicos. No sé la razón. La dimensión de la tragedia acá, si las cifras oficiales son reales, es baja, a pesar de las fiestas barbáricas de los enchufados nuevos ricos reggaetoneros y oportunistas en Los Roques y en Altamira. Fiestas en medio de la pandemia. Sex, drugs, alcohol and virus.  Demuestra la dislocación de valores que se vive en la Venezuela actual. Una aberración que supera al peor de los nuevoriquismos de los años setenta y ochenta, “oh, inocentes y superfluas criaturas del pasado, no son nada comparados con la depravación actual”. Tampoco hay cacerolazos, como en las buenas protestas de otras épocas. Son veinte años de deterioro mental, físico y emocional. Son demasiadas cacerolas desgastadas, ollas llenas de golpes y hundimientos en las casas venezolanas. Ollas vencidas.

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Creo que hay menos zamuros en los cielos de Caracas. De Juan Carlos Chirinos, en su última novela, aprendí que a los zamuros también se les llama Curumo. Así que a la urbanización caraqueña se le podría llamar Cumbres de Zamuros. Allí mismo hay una entrada para fuerte Tiuna en donde se dice que dormía Hugo Chávez en vida.

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Recibo una nueva nota del 3532:

Si no te han hecho la prueba
hemos agendado una cita
en Ambulatorio IVSS de Chacao
para el día 8 de abril de 9 a.m. a 4 p.m.

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Tengo 29 días desde que llegué sin un solo síntoma. Sigo, de nuevo, la recomendación del infectólogo, la de no correr riesgos. Me contenta que sigan haciendo pruebas, las cosas hay que decirlas. Nunca me olvidaré de ese número: 3532.

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Los mismos pocos políticos de siempre de la era madurista son los portavoces de la evolución de la pandemia. Un armario rico en trajes de un teatro que solo pueden vestir los del círculo íntimo. De pronto son portavoces sobre virus terribles, satélites extraviados, física nuclear, explosiones cuánticas, técnicas de congelación en la cadena de alimentos, cataclismos inesperados, econometría financiera, tsunamis, incendios forestales, flujogramas de conciencia, técnicas de riego agrícola, entrenamiento funcional, desarrollos hiperbólicos para neonatos con ictericia,  rastreo de satélites extraviados, métodos de conservación de hongos alucinógenos, procesos de destrucción cutánea, devastaciones térmicas, calentamiento global exógeno, técnicas de expropiación retroactivas, polímeros saturados emergentes y manejo en la circulación de aguas petrolizadas. ¡Oye chico, que cosa más grande caballero!

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El silencio es absoluto, como si todo estuviera muerto, el tiempo flotando. Vivimos una novela distópica en el presente. En Ensayo sobre la ceguera de Saramago una heroína hace frente a una pandemia que se extiende por todo el mundo: la ceguera blanca. Una novela psicológica que desenmascara una sociedad corrupta y deteriorada.

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La heroína de estos días se llama Susana Distancia, dicen en México y tiene su loguito. O tal vez sea Susana Paciencia.

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En Semana Santa las noches de Caracas se plagan de incendios. El buen clima da paso al calor. El martes 7 de abril apareció ante nuestros ojos la luna llena más grande del 2020. Es un fenómeno llamado «superluna» producido por el máximo acercamiento de la Luna a la Tierra. El Domingo de Ramos surge en el cielo un halo solar. Salimos al área común del edificio para verlo. Me entero que el halo solar se produce cuando hay nubes muy altas con partículas de hielo y la luz solar se refracta como un arco iris en forma de aro. Visto desde la tierra asemeja a la corona de un santo.

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Las chicharras claman por la lluvia con su canto coral ensordecedor. En Roma el papa Francisco oficia la misa en una plaza de San Pedro vacía y hueca. Está sentado dentro de lo que parece una portería gigante de fútbol sin malla. A lo lejos, parece un arquero de uniforme blanco listo para detener una pelota en un partido fantasma.

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El papamóvil que usó Juan Pablo II en su visita a Venezuela es utilizado para pasear al Nazareno por las calles de Caracas el miércoles santo, dado que la gente no puede acudir a las iglesias. El vehículo se accidenta por Antímano y es remolcado a una estación de gasolina en Ruiz Pineda, lo que quiere decir que el Nazareno, que iba dentro, estuvo un rato en la bomba de gasolina. Suerte que no lo asaltaron. Dicen que el papamóvil se había quedado sin combustible. La Arquidiócesis de Caracas aclara que se trató de una falla eléctrica.

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La ciudad arde y el ambiente se llena de calima. Hay noches críticas con varios incendios simultáneos. El apartamento se llena de olor a humo, varias veces, varios días, como si no fuera suficiente con el coronavirus y la situación que se vive en país: la escasez de gasolina con sus secuelas, la situación de la economía, la pugnacidad política, en fin. Es como para demoler los nervios. El humo de los incendios molesta la respiración. Los médicos advierten que pueden aparecer tos, congestión nasal, ardor de garganta, ojos con picor y enrojecimiento. Los bomberos no hacen nada. No hay agua. Luego de unos días sale el sol y no queda rastro de la angustia nocturna. Se destruye y se olvida muy rápido. Así es la vida en Caracas.

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Hay un concepto en psicología llamado Indefensión aprendida, del que supe hace poco. Se trataría del hecho de que el ser humano al verse impotente ante continuos estímulos negativos, se da por vencido y no ejerce más oposición o resistencia ante lo que le causa daño. Acepta lo negativo incluso cuando se puede evitar con poco esfuerzo. Y yo me pregunto si luego de 20 años de descargas eléctricas el colectivo ha asumido una actitud de indefensión aprendida.

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Oímos un motorcito afuera pasadas las diez de la noche. Vamos hacia la ventana y vemos a varios hombres con trajes de blanco, encapsulados, desinfectando nuestra calle. No lo podemos creer. Hace solo pocas semanas, mientras estaba en Barcelona, veía en el noticiario esa imagen en China y me parecía ciencia ficción. El futuro me alcanza, me toma por el hombro y me pide que voltee para ver. Pero no quiero verlo, la realidad es demasiado contundente, no deseo que me deje como a un animalito en el asfalto aplastado por una llanta.

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La Alcaldía de Chacao impone la prohibición de circular después de las seis de la tarde. Uno de estos días oigo una advertencia de un carro policial que se detiene frente al edificio, la voz por el megáfono informando la violación del horario. Me asomo por la cocina y veo a un oficial que se baja de la patrulla y se lleva detenido a un muchacho. A los que andan por el municipio fuera del horario se los llevan a la Plaza de Chacao para darles una charla, los sientan y les hablan hasta marearlos. En Los Teques veo un video en el que rocían con desinfectante a jóvenes y los ponen a hacer ejercicios, como en el ejército, y a repetir varias veces en voz alta que respetarán la cuarentena, palabras de arrepentimiento con flexiones, sentadillas y brincos. El oficial por el megáfono: “¡Abajo!”. Los muchachos agachados repiten en coro: “No debo”. El oficial: “¡Arriba!”. Los muchachos de pie: “Estar en la calle”.

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El bien que pudo haber hecho el gobierno con las medidas tempranas contra la pandemia se les puede ir de las manos con la escasez de gasolina. El dólar se devalúa vertiginosamente, la inflación galopa. Estremece la economía, un paciente con desnutrición aguda.

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Pareciera ser que, paradójicamente, en los países donde hay democracias que funcionan con todos sus mecanismos de controles, balances y chequeos, cuesta mucho más tomar medidas severas a tiempo, países en los que la libertad individual y las opiniones y disidencias se valoran, como España, Italia y Estados Unidos. Mientras que aquellos de corte autoritario implementan las medidas sin titubeo, dado que son sociedades sin contrapeso democrático, como China, Corea del Norte y Venezuela. Se ordena y luego se obedece. (También se especula sobre ocultamiento y manipulación de cifras). Por otro lado, y visto que no se puede establecer un patrón concluyente, naciones claramente democráticas lo han hecho bien, como Portugal, Austria y Costa Rica.

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Hay bajones de luz y ley seca. No he tomado una gota de licor. Quiero una cerveza y leer libros de papel. El aluvión de lecturas gratuitas no me da tanto alivio, más bien acrecienta el sentido de extrañamiento con la realidad. Es como si el trabajo de todos aquellos relacionados a la creación de un libro o el número de una revista perdiera valor. Tampoco me anima ver conciertos desde casa, ni los encuentros live en Instagram o qué sé yo. Lo que simula normalidad sí me atrae. El único programa que veo es El hormiguero, dado que aparenta normalidad. Engañar a la mente. Lo minúsculo de la vida íntima en contrapeso con la vastedad del mundo “allá afuera”, he allí la conexión difícil de manejar en el encierro. El miedo nos acosa todos los días como un asesino suelto por las calles echando tiros al azar. En El Hormiguero Juan Manuel Serrat dijo que le daba miedo tener miedo.

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Hacer un paneo por los canales nacionales es testimoniar el color sepia con el que vi a la ciudad al llegar, el color de la desesperanza. Los canales de televisión y de radio politizados, alineados con el gobierno. El deterioro económico es feroz, se traga a las empresas, que a la vez no pueden contratar publicidad debido a la crisis económica. Aun así, sociológicamente es bueno hacerse un vuelo televisivo y radial (lo más rasante posible) para comprobar el deterioro y el declive.

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Juan Eleazar Figallo, ahora llamado “Juancho el solidario”, se volvió loco con su fingida marginalidad lingüística. Henry Stephen, que ahora promociona la harina Centinela de la Guardia Nacional, también se volvió loco. Paso los canales y hay una entrevista en Venezolana de Televisión con un moderador que lleva patillas a lo Simón Bolívar, el programa se llama Así suena. Henry Stephen habla de su fundación destinada a estimular a los pequeños, medianos y grandes empresarios. Le manda un saludo a su hermano Nicolás Maduro. Da su correo electrónico y al final canta Limón, Limonero.

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Iberia nos cancela la fecha de nuestro regreso. Ahora viajaremos, tentativamente, en junio. Estoy acá y sigo pagando alquiler allá. Negocio con la inmobiliaria y me rebajan un tercio del monto “mientras dure la alarma”.

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La reclusión tiene algo de monástica. Ritos, regularidad, una disciplina que se transforma en gozo. ¿Será posible encontrar la felicidad en la sencillez de las rutinas y en los pequeños logros diarios? ¿Será que nos encariñaremos con los nuevos hábitos?

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Llega la noticia de que una tortuga gigante aprovechó la ausencia de bañistas en Carúpano para poner sus huevos. Una mañana, antes de preparar el café y escribir, veo a un grupo de unas quince garzas posadas sobre árboles cercanos. Estaban dormidas, no se les veía la cabeza, agazapadas de lado. Tomo una foto y la paso por el chat del edificio. Nadie las había visto nunca, solo la garza solitaria que viene cada mañana. En todas partes del mundo aparecen animales salvajes en las ciudades. En Jumanji cuando Sarah, una de las protagonistas de la película original, es absorbida por el juego, la persiguen murciélagos que salen por la chimenea. También hay murciélagos que vuelan en las noches en Caracas. El mejor video que he visto de la pandemia es el monólogo de una chica colombiana que parece de la costa del vecino país:

Se lo fueran comido a ese murciégalo
lo fueran hervido o echado verduras, ¿verdad?
se lo fueran comido y no se lo hubiesen comido crudo,
no estuviéranos pensando en este hijoeputa coronavirus también,
le fueran echado sopa Maggi también,
hubiera quedado bien hecho el murciégalo.
La gente habla pura locura,
yo estoy que me vuelvo loca,
ya yo no dije que no voy a ver más televisor,
Ya apagué los televisores:
voy a escuchar puro vallenato.

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Recuerdo caminando por Chinatown, cuando vivía en Nueva York, a veces veía un pipote de plástico en la calle lleno de ranas vivas amontonadas que estaban a la venta como alimento en un comercio, y con las que tuve pesadillas varias noches. Animales que en muchos países no acostumbramos a consumir: ranas, ratas, murciélagos.

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Debemos tener un sol interno para sobrellevar tanta realidad, el cese de la vida como la conocemos, la interrupción, como si fuésemos protagonistas de una guerra de armas con silenciadores. Un hombre se contamina en China, caen los productos internos brutos de todos los países del mundo, se derrumba la bolsa de valores de Nueva York, se paralizan fábricas, el Palacio del Hielo en Madrid se convierte en morgue, en Bérgamo durante varios días decenas de vehículos militares se llevan ataúdes a hornos crematorios a Módena y Bolonia, en Guayaquil la gente empieza a caer muerta en las calles y allí quedan los cadáveres, nadie los quiere recoger, los aeropuertos se convierten en estacionamientos saturados de aviones que ya no vuelan. Italia y España son los peores afectados después de China, Estados Unidos mordiéndoles los talones, luego los sobrepasa con creces, se pone a la cabeza, en su realidad federal cada estado impone su ritmo, Nueva York es la más golpeada, aparecen imágenes de fosas comunes.

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 La cuarentena se prolonga en Venezuela 30 días más hasta el 13 de mayo. ¿Cómo se puede soportar tanta realidad? El mundo cambia, nuestras maneras cambian, nuestros hábitos cambian. Nos vemos obligados a ser otros, desde ya y luego, al terminar la crisis. ¿Por cuánto tiempo llevaré mascarilla? Mi refugio no es la casa. Mi refugio es el mundo, pero el mundo ahora me cierra las puertas. Y se abren nuevas amplitudes, nuevas dimensiones. Quizás todo lo que uno necesite saber sobre la vida esté confinado en nosotros mismos.


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