Antígona dando el entierro a Polinices - Sébastien Norblin (1825)
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“¿Cómo justificar las maneras del cielo, sabiendo que el cielo es injusto?”
Sófocles
Abro la página y leo que Antígona ha sido sentenciada a muerte por el delito de querer enterrar el cadáver de su hermano.
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Hace unos días, sus hermanos varones, Eteocles y Polinices, se mataron en el campo de batalla. Luego de la muerte de su padre, ambos debían alternarse periódicamente el poder de Tebas, pero Eteocles, una vez cumplido su tiempo de mandato, se negó a abandonar el trono. El choque de ambos ejércitos no se hizo esperar. Ahora, son cadáveres que confirman la maldición lanzada por su padre hace ya algunos años, cuando estos se negaran a acompañarlo en su destierro. La maldición de Edipo, antiguo rey de Tebas.
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Antígona fue la única hija —su hermana Ismene permaneció en Tebas— que acompañó a su padre, ciego y vencido, durante sus últimos días en Colono. La misma que ahora ha tenido el coraje de rendir las honras del luto a su hermano Polinices, acusado de traición y condenado a podrirse sin sepultura. Sin embargo, la amorosa compasión de Antígona tampoco ha podido salvarla de la adversidad. La maldición de Edipo pesa como un exterminio sobre la familia tebana. Hay soberbias cuyas desgracias alcanzan a varias generaciones.
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Ante el vacío de poder, Creonte se convierte en el nuevo gobernante de Tebas. Creonte, hermano de Yocasta, la suicida, esposa y madre del fallecido Edipo. Creonte, tío de Antígona, Ismene, Eteocles y Polinices. Creonte, esposo de Eurídice y padre de Hemón (prometido de Antígona). Creonte, tirano que busca demostrar al pueblo, con el énfasis de la crueldad, que ahora él tiene el poder y lo ejercerá sin contemplaciones. El bueno de Creonte, como lo llaman algunos, para disimular.
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Las órdenes son tajantes. Órdenes de un monarca advenedizo y destemplado, pero monarca al fin. Se debe enterrar a Eteocles con los honores que merece por haber defendido su gobierno, dejar insepulto el cadáver de Polinices para que se descomponga y lo devoren las fieras, y castigar con la muerte a quien ose enterrarlo. Castigo a modo de advertencia para todos aquellos que pretendan sublevarse contra el poder. El Estado, ahora, es él. El bueno de Creonte.
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Pero Antígona, desafiando la prohibición, es descubierta brindándole al cadáver de Polinices los rituales funerarios que dicta la ley. No la que impera en el reino de Creonte, sino la ley del luto familiar, que es ley divina: la familia se respeta porque es sagrada. El desafío de Antígona es creer en esa íntima divinidad, en su derecho al duelo por los otros y por ella. Así se lo hace saber a Creonte, luego de haber sido capturada y llevada a Palacio a declarar. Aquí parte del interrogatorio policial entre tío y sobrina:
Creonte: Tú eres de los tebanos la única que así piensa.
Antígona: No, ellos también, pero ante ti no chistan.
Creonte: ¿Y no te da vergüenza distinguirte así de ellos?
Antígona: No, que honrar a un hermano no es cosa vergonzosa.
Creonte: Pero, ¿no era tu hermano quien con él se enfrentó?
Antígona: Hermano y aun nacido del mismo padre y madre.
Creonte: Entonces, ¿por qué rindes honores al otro impío?
Antígona: No diría el muerto Eteocles que es esa su opinión.
Creonte: Si al nivel de un impío te dedicas a honrarle…
Antígona: Es que no ha muerto un siervo suyo, sino su hermano.
Creonte: Enemigo de la tierra por la que él peleaba.
Antígona: Tales son, sin embargo, los ritos gratos al Hades.
Creonte: Pero no es justo que el malo reciba lo que el bueno.
Antígona: Quién sabe si piadoso resulta eso allá abajo.
Creonte: El enemigo, incluso muerto, no será nunca un amigo.
Antígona: No nací para el odio, sino para el amor.
Creonte: Pues si tienes que amar, baja allá y ámales: no habrá mujer alguna que en vida me domine.
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Al enterarse de la sentencia de muerte a Antígona, Hemión se enfrenta a su padre para interceder por ella, pero solo padece la humillación de quien, dominado por la insensatez, ya solo dialoga para monologar: “¿A discurrir entonces debemos aprender los que tenemos mi edad de los que tienen tu edad?” “¿Me habrá, pues, de dictar la ciudad cuanto mande?”. “¿Tendré que gobernar con criterios ajenos?”. “¡Oh, despreciable ser que ante mujer te inclinas!”. “Ya no hay modo de que te cases con ella en vida”. “Te pesará el querer enseñar lo que ignoras”. Derrotado por la intransigencia de Creonte, Hemión arroja una pregunta que en realidad es una definición de la tiranía: “¿Quieres hablar y luego que nadie te responda?”.
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Luego hace su entrada a palacio el adivino Tiresias, quien le advierte a Creonte que se halla “en el filo de una navaja”. Le aconseja que conceda la sepultura a Polinices: “Cede, pues, ante el muerto, no le asaetees más; ¿es que puedes matar a quien ya pereció? No hay bien más preciado que el sentido común”. Creonte insulta al sabio y lo acusa de haber sido sobornado por conspiradores, a lo que Tiresias le responde con lo que sabe: la profecía del inminente castigo que caerá sobre Creonte y sus seres más queridos. Asustado, el rey de Tebas pide un nuevo consejo al coro de ancianos, quienes le recomiendan, ahora sí, rectificar. Las palabras de Tiresias han despertado ese tipo de respeto que viene adherido al pavor. Y solo el miedo extremo mueve al tirano a modificar sus órdenes.
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Pero es tarde. Al llegar al sitio donde Antígona ha sido emparedada, Creonte se encuentra con el cadáver de esta colgado de una cuerda de lino, y con su desconsolado hijo Hemón quien, luego de atacarlo con la espada sin llegar a alcanzarlo, se suicida. Poco después, cuando las noticias llegan a palacio, la reina Eurídice se quita la vida hundiéndose una espada al pie del altar. “¡Sáquenme de aquí cuanto antes, llévenme lejos, pues ya no existo, ya no soy nadie!”, se lamentará Creonte ante una ciudad ensangrentada y maldita.
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Creonte ha despreciado a los difuntos, a las mujeres, a los jóvenes, a los sabios, a los dioses. Semejante soberbia merece un castigo imposible de medir en términos humanos.
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Estas son, por ahora, las noticias.
Luis Yslas Prado
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