Literatura

«Amor y basura»

11/02/2023

Ivan Klíma retratado por Jindřich Nosek

Amor y basura parecen términos contradictorios. Sin embargo, puede existir una relación complementaria o transformadora de un estado espiritual al material y viceversa. Esa es una de las premisas del libro que toma ese nombre, Amor y basura, del escritor checo Ivan Klíma, en el que se relatan los malabarismos a los que se ve obligado un escritor para ganarse la vida durante la era de la dominación soviética que duró cuarenta años en la desaparecida Checoslovaquia.

El tema de la basura, como sujeto de la creación literaria, siempre me ha llamado la atención. Mi novela Broadway-Lafayette: el último andén se inicia con la frase: «Todo lo que necesitas lo puedes conseguir en la basura», en alusión al letrero clavado en una pared de la pequeña cueva que se hizo casa del personaje neoyorquino de la novela, Scott Ferguson. La basura como fuente infinita de subsistencia.

Ahora bien, el personaje central de Amor y basura especula sobre distintas teorías relacionadas con la basura: la basura es inmortal: siempre termina reciclada de una u otra manera; en la guerra (como la que libra ahora Ucrania contra el invasor ruso), la basura se multiplica producto de la devastación y la interrupción del sistema de vida de bienestar logrado por algunas naciones europeas. El autor afirma que los pensamientos caducos son una forma de basura («De toda la basura que nos arrolla y nos amenaza con la inhalación de su putrefacción, la más peligrosa son los montones de pensamientos caducos»). Desde el punto de vista nazi, por ejemplo, la eliminación sistemática de los judíos ‒afirma el autor‒ resultaba una manera de convertirlos en desechos, es decir, una forma de basura humana.

«Todo lo que necesitas lo puedes conseguir en la basura», incluso los papeles y creyones con los que Scott Ferguson dibuja lo que denomina «La legión de los sufridos», refiriéndose a los neoyorquinos que él observaba en las calles, en el metro, con el rostro en forma de S de sufrimiento. La basura como medio de sustento que luego lleva a su refugio en un túnel del tren metropolitano, donde vive casi en medio de la oscuridad con una pobre iluminación rescatada de algún basurero, para después entregarse a pintar sus series de horror, cuando no deambulaba en los vagones.

El personaje central de Amor y basura es un escritor que durante la era más férrea de dominio soviético ‒cuyo final desembocó en la pacífica «Revolución de terciopelo» de 1989 y en el posterior «Divorcio de terciopelo», cuando se separan la República Checa y Eslovaquia también de manera pacífica en 1993‒ se dedica a barrer las calles como medio de sustento y, por qué no, para captar historias mientras ejecuta aquel oficio.

En los años setenta y ochenta del siglo XX los escritores checos, que no podían publicar sus obras sino de manera clandestina, se vieron forzados a desempeñar trabajos en lo que se consideraba el más bajo rango de una sociedad: limpiaban calles, recogían basura, hacían de guardias de prisiones, de conductores de transporte, de obreros que colocaban ladrillos y en las pausas de las comidas sacaban un libro del bolsillo trasero del pantalón y se ponían a leer.

Yo seguía llenando mi pala de carbonero con papelitos, vasos de plástico y cajas de cerillas aplastadas; incluso recogí la cabeza de una muñeca, una zapatilla deportiva hecha jirones, un tubo completamente estrujado y una carta manchada de barro, pero lo que más rodaba por el suelo eran colillas. Iba echando toda esa basura al pequeño cubo gris de la carretilla,

dice el personaje central ‒del que desconocemos su nombre‒ en la novela de Klíma.

Amor y basura, aunque haya sido publicada a finales de los años ochenta, es un libro vigente, dado que ilustra la vida que se ven forzados a llevar no solo escritores sino otros artistas, en general, desempeñando trabajos secundarios para poder subsistir en regímenes autoritarios. Claro está, es un hecho conocido que, aun en condiciones de vida normales, es difícil vivir del arte. No obstante, una cosa es saber aquello y otra muy distinta es la pérdida de libertad, la confiscación de los derechos de libre expresión, no tener otro camino que realizar trabajos ingratos como recolectar basura. El libro de Ivan Klíma, y la de la mayoría de los escritores librepensadores, fue prohibido en su momento o negada su publicación. Hasta cerca de la caída del dominio soviético sobre Checoslovaquia se conseguía solo de manera clandestina, pero luego, una vez que se logró su difusión, pasa a vender más de cien mil ejemplares en pocos días.

Amor y basura tiene múltiples capas narrativas, historias que se nutren y complementan, aparte del destino de las sociedades que se enrumban en procesos políticos delirantes y ruinosos. Hay también reflexiones sobre el alma, la soledad, la escritura, los desencuentros, el amor a la vida, la belleza del mundo y su ruindad, la tristeza y la locura, reflexiones de tipo ecológico sobre la basura, la enfermedad, la muerte y el momento en que el alma abandona el cuerpo.

Ivan Klíma utiliza la narración fragmentaria sin temor de saltar de uno de los temas que centran la obra a otro, ida y vuelta, en donde las transiciones no siempre fluyen, sino que resultan abruptas. Al principio choca al lector pero, al cabo de unas páginas, entendemos que se trata de una propuesta coherente al haberse sostenido de esa manera de principio a fin. Como telón de fondo que atraviesa la novela está el dilema del personaje por la relación que mantiene con su esposa y con una amante que, a su vez, también está casada. Esa, digamos, es la vertiente de amor que se sostiene a lo largo de la novela.

En esa manera fragmentaria de contar historias hay, además, muchos saltos al pasado y a pesar de que pudiera parecer chocante su infidelidad la voz del narrador no es arrogante, más bien resulta humilde, cuenta lo que le pasa, se acerca al lector de forma sincera, como confesándose. El tono, en medio del amor y la basura, es el gancho afectivo, lo que sostiene el pacto con el lector.

Dentro de este tono sincero, y aquí no podía Klíma dejar de insertarse en la tradición de tantos escritores checos (léase Milan Kundera, Bohumil Hrabal, Václav Havel ‒primer presidente de la era democrática‒, Johannes Urzidil, Jaroslav Hašek con todo y su humor y, por supuesto, Franz Kafka) que contraponen las realidades concretas a las especulaciones metafísicas:

Las almas de los asesinados, de todos los sacrificados, de todos aquellos que fueron quemados vivos, de los gaseados, de los muertos de frío, de los fusilados, de los descuartizados, de los ahorcados y de los muertos de hambre, de todos los traicionados y arrancados del seno materno, flotan sobre la tierra y sobre las aguas y llenan el espacio con sus lamentos.

Por si fuera poco a lo ya dicho en cuanto a las capas temáticas que conforman este libro singular y siendo escritor el personaje principal de Amor y basura, encontramos pasajes sobre el hecho de la escritura misma. Ivan Klíma y su familia son sobrevivientes del campo de concentración Terezín, donde empezó a escribir desde niño: «Mientras pudiera escribir, seguiría vivo y liberado de mis fantasmas». Y sobre la necesidad posterior, una vez superado el trauma del campo de concentración: «Era como si tuviera una deuda con aquellos a los que había sobrevivido y debiera recompensar a la fuerza benévola que me eximió del destino común concediéndome la vida». Lo que de alguna manera se aplicaría, asimismo, a la forma de existencia durante el dominio soviético que se impuso entre 1948 y 1989.

El personaje de la novela, a su vez que se desempeña como barrendero, escribe un ensayo sobre Frank Kafka, el ícono literario checo que supo retratar tan bien el espíritu de Praga apenas mencionándola en su obra o más bien refiriéndose solo escasamente a algunas de sus calles, sitios o puentes, un territorio sometido por poderes extranjeros durante casi toda su historia, en el que se refleja, además, el descoyuntamiento que ocasiona en los individuos el peso de los aparatos burocráticos del Estado. Algo se nos dice de ese ensayo que escribe:

El sentimiento de desamparo y soledad que repetidamente plasmó en su prosa surgía de su vida. Incluso lo compartió con muchos de sus contemporáneos. Pero Praga lo potenciaba. Ansiaba huir de ella, igual que ansiaba huir de su soledad de solterón. No huyó. No consiguió liberarse sino a través de su escritura.

¿Irse o quedarse de un país que resulta hostil en determinadas épocas de su historia? Un dilema tan común en los tiempos que nos ha tocado vivir en la actualidad bajo regímenes autoritarios que actúan para socavar la democracia. Y como ocurre con gobiernos autócratas que censuran diarios, acaban con la posibilidad de que las editoriales y sus autores publiquen, Ivan Klíma nos relata el desamparo de los escritores checos durante la dominación comunista:

A menudo me devano los sesos durante días con un solo párrafo, lleno páginas que luego tiro a la basura, intento una y otra vez expresar de la forma más completa y precisa aquello que me viene a la cabeza. Cada vez que termino de escribir una obra mi cuerpo se rebela y me castiga con dolor, y aun así sé que la editorial me la devolverá acompañada de una única frase: «Le devolvemos su manuscrito, puesto que no encaja en nuestros planes editoriales».

En pleno régimen comunista Klíma logra el milagro de dictar clases, como invitado, en universidades estadounidenses. Tenía el pasaporte de la libertad, el bien más preciado de una persona pero, pudiendo quedarse en Norteamérica, decide regresar a aquella Praga bajo férreo control de un régimen totalitario. Tanto a Kafka como a Klíma los salvó la escritura.

Zulová, Pinz, Rada, Jarousek, Stych son los colegas compañeros del protagonista recolector de basura. Terminemos por el principio de Amor y basura, la historia del escritor que se ve forzado a desempeñar otros oficios debido al sistema opresor en el que vive (¿cuántos escritores no lo han hecho hoy en día?). En las primeras líneas de esta novela, que deja honda huella en el lector, cuando se prepara para colocarse el uniforme de recolector de basura y se dispone a conocer a sus compañeros de trabajo, relata el personaje:

La mujer de la oficina me mandó al vestuario; tenía que esperar allí. Crucé, pues, el patio en dirección a una puerta en la que un cartel anunciaba que detrás se encontraba el vestuario. La oficina tenía un aspecto gris y sombrío, igual que el patio. En un rincón había un montón de ladrillos rotos y evoco, algunas carretillas y muchos cubos de basura; ni pizca de verde por ningún lado. Me senté en un banco, bajo una ventana que daba al lóbrego pasillo, sin soltar la pequeña cartera de piel en la que llevaba mis tres bollos para el almuerzo, un libro y un cuaderno en el que tomaba apuntes cuando algo se me ocurría relacionado con lo que estaba escribiendo… A las seis en punto entró la señora de la oficina y leyó los nombres de los que hoy debían limpiar nuestro distrito. En último lugar leyó también mi nombre, a la vez que dejaba frente a mí un chaleco de barrendero color naranja.

Así pues, recoger despojos se convierte en resistencia metafórica para barrer una dictadura.


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