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Acoso escolar: ¿cuáles son sus causas y qué medidas tomar?

Fotografía de Michael loccisano | Getty Images vía AFP.

19/02/2022

El pasado 10 de febrero de 2022, Drayke Hardman se quitó la vida en Utah, Estados Unidos. Tenía 12 años y había sido víctima de acoso escolar o bullying por más de un año. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) define el bullying o acoso escolar como «la conducta de persecución física y/o psicológica que realiza un estudiante contra otro de forma negativa, continua e intencionada«. Es un fenómeno recurrente en entornos escolares y tiene consecuencias en la salud mental de los niños y adolescentes que son víctimas de él.

En Prodavinci conversamos con Abel Saraiba, psicólogo-psicoanalista y coordinador adjunto de la organización venezolana para la promoción y defensa de derechos de la niñez y adolescencia, Cecodap, sobre el fenómeno del acoso escolar y sus consecuencias en los niños y adolescentes.

¿Por qué aparece el acoso escolar o bullying? 

Es uno de los fenómenos de violencia más complejos que podemos ver con niños y adolescentes. Cuando hablamos de acoso escolar, estamos hablando de una dinámica que se produce en el seno de las relaciones sociales y que tiene que ver directamente con relaciones de poder. Al hablar de violencia, siempre hablamos de dinámicas que involucran el poder porque, en este caso, el niño o adolescente que agrede no lo hace con cualquiera sino con alguno que considera o percibe como más débil y siempre lo hace en presencia de terceros que legitiman la acción con silencio, risas o incluso con no intervenir por miedo a ser las próximas víctimas. El agresor gana posicionamiento a partir del uso de la violencia frente al que identifica como más débil y eso tiene cabida en la escuela porque hay una serie de acciones y omisiones que lo permiten: la escuela no se da cuenta, no sabe cómo manejarlo, la víctima no lo reporta o las formas en que intervienen las familias no son las adecuadas. El agresor normalmente viene de un entorno familiar en el que quizá haya violencia o relaciones que llevan a que el niño actúe de esa manera. La violencia no es una cosa natural sino algo que aprendemos. 

Este es un fenómeno complejo porque intervienen múltiples actores que tienen diferentes realidades y sin los cuales no es posible pensar en un proceso de cambio. Cuando hablamos de bullying intervienen el niño que podemos identificar como víctima, otro niño que podemos identificar como agresor, la familia del niño que es identificado como víctima, la familia del niño que es identificado como agresor, los compañeros de clase que son testigos, los docentes, los directivos del colegio, el personal que trabaja en la institución, los profesionales que pueden intervenir como psicólogos o psiquiatras y los miembros del consejo de protección que puedan estar vinculados. Con esto, ya estamos hablando de al menos diez actores distintos que van a tener un impacto directo dentro de la dinámica del acoso escolar. 

Hablamos de una realidad que involucra a un sistema con un conjunto de personas. No existe el acoso escolar como un hecho aislado ni existe una escuela en la que no pasen este tipo de situaciones. Todo este entramado de relaciones se complejiza con las propias experiencias que tienen los involucrados. 

¿Cuáles son los factores sociales, educativos o de crianza que incentivan el acoso escolar?

Cuando el niño o adolescente está expuesto a entornos de violencia intrafamiliar es común ver que ese comportamiento se repite en la escuela, porque la violencia no es natural sino aprendida y el primer espacio de aprendizaje social y de interacción para los niños y los adolescentes es la familia. Si en la familia los conflictos se resuelven de forma violenta, los niños y adolescentes implementarán esa forma de relacionarse en su entorno inmediato. 

Las acciones que promueven explícitamente la violencia también son un factor importante. Hemos encontrado centros educativos en los que los profesores dicen que el acoso pasa como una forma indirecta de resolver conflictos, o deciden no decir nada al respecto en función de qué tanto les agrade o no un estudiante. Incluso, a veces los mismos docentes señalan o nombran a ciertos estudiantes de formas particulares que al final promueven que sus compañeros también les señalen o les agredan de la misma forma. 

La omisión también juega un papel importante, es decir, cuando el docente no está entrenado y no sabe identificar ni cómo hacer frente a este tipo de situaciones o porque normalizan ciertas violencias con la idea de que son “cosas de muchachos”. 

Otro factor que incentiva el acoso son las intervenciones poco asertivas. Por ejemplo, un niño denuncia que está siendo víctima de acoso y el adulto que interviene lo expone a que quede señalado por los agresores como un delator o como alguien que los está metiendo en problemas. Si la intervención no es efectiva, se puede caer en revictimización porque en general los agresores toman acción cuando se sienten expuestos si no hay medidas adecuadas para evitar la repetición de los hechos. 

¿Hay una edad particular en la que una persona es más propensa a ser víctima de bullying?

No podemos atribuir la dinámica del acoso a alguna característica física o emocional particular porque hemos visto que cualquier cosa puede ser motivo de burla y discriminación, pero he visto bullying tan temprano como en preescolar y tan avanzado como en dinámicas universitarias. 

Hay períodos especialmente sensibles al bullying, y uno de ellos es la entrada a la adolescencia. Es un momento crítico porque hay un conjunto de cambios físicos y emocionales que avergüenzan al adolescente de manera natural. En esos momentos tenemos que estar muy atentos porque hay una vulnerabilidad especial. Sin un proceso de agresión o violencia durante esta etapa, el adolescente será capaz de superar este momento sin mayor problema. 

Ahora, si en esa etapa de cambios ocurre una ridiculización, se produce un severo daño a la autoestima de ese adolescente y de eso se nutre esta forma de violencia sistemática: de aquello en lo que nosotros nos sentimos más vulnerables. De hecho, el agresor la mayor parte del tiempo puede ir probando distintas tácticas y formas hasta que consigue generar ese daño. 

El acoso escolar no es algo que se produce de forma aislada. Siempre que hablamos de acoso estamos hablando de un patrón sistemático: constante, con intencionalidad y en donde hay una búsqueda activa de causar daño. 

¿La sistematización es lo que caracteriza el inicio del acoso?

Sí. En el caso de los eventos aislados de violencia, en los que no hay un patrón sistemático, hablamos de violencia que puede ser muy severa pero que tiene un efecto de circunstancia. Lo que pasa con el acoso es que cuando lo que pudiera parecer en principio una broma o “chalequeo” escala y genera malestar en la persona que lo recibe. Quien lo emite no se detiene. Ahí hay una diferencia: cuando vemos que al otro una situación no le gusta y nosotros no nos detenemos se comienza a configurar un patrón de acoso. Cuando hablamos de acoso lo sistemático es clave, pero también lo es la dinámica social, es decir, la presencia de testigos que validen esas agresiones. 

¿Cuáles son las consecuencias del acoso?

Produce efectos devastadores en niños y en adolescentes porque merma su confianza, genera miedo, ansiedad, procesos de aislamiento social y puede llevar a agresiones físicas importantes. Se vuelve complejo porque el niño tiene miedo de ir a la escuela y nadie aprende bien con miedo, se puede sentir excluido, rechazado o solo y este estado emocional en un entorno en donde pasamos la mayor parte del tiempo es brutal. 

A esto se añade el campo adicional de interacción digital y cuando llegan a casa se pueden encontrar con que les hicieron un meme, se burlan de ellos en internet e incluso puede que no sean capaces de reconocer quiénes son las personas que los agreden, y también personas ajenas al entorno de la escuela pueden comentar y ser parte de esa dinámica de violencia. Ese estado de ansiedad y malestar crónico deteriora de manera importante la salud mental. 

A mediano plazo, nos encontramos con presencia de alteraciones en el estado de ánimo, ansiedad, trastornos ansiosos, ataques de pánico, episodios depresivos leves, moderados o severos. También podemos ver la presencia de síndrome de estrés agudo, de estrés post-traumático, etc. Estas alteraciones de salud mental pueden llegar al punto en el que aparece el riesgo suicida e incluso su materialización. 

A largo plazo, vemos cambios notables en la autoimagen, la valoración de sí mismos, también podríamos ver alteraciones más profundas a nivel de salud mental, como trastornos depresivos recurrentes o de la personalidad. La capacidad de interacción social podría ser limitada e incluso la posibilidad de que quien inicialmente fuera víctima termine siendo agresor. Eso puede pasar. 

¿Cuáles son las señales tempranas del bullying?

  • La primera señal que suele aparecer es una resistencia marcada del niño o adolescente a asistir a la escuela.
  • El niño se muestra ansioso y se rehúsa a ir a actividades sociales en donde estén sus compañeros de clase.
  • Se le pierden constantemente los útiles escolares o llega a casa con los útiles rotos. 
  • La presencia de golpes, moretones o lesiones físicas. 
  • Cambios a nivel de comportamiento: el niño tiene insomnio, tristeza, manifiesta cambios en los patrones de alimentación, sus niveles de ansiedad aumentan, e incluso incrementa  la irritabilidad o reacciona de forma violenta con personas en su entorno porque efectivamente en el fondo hay una tristeza que se expresa como agresión. 
  • Presencia de pensamientos negativos sobre sí mismos o ideas recurrentes de la muerte. 
  • Este tipo de señales no solo nos advierten que es posible la presencia de acoso escolar, sino que además es necesario atenderlas desde el punto de vista psicosocial. 

¿Cómo los padres deberían acercarse a los niños y adolescentes para hablar de esta situación?

  • Lo primero es generar un ambiente en el que el niño o adolescente se sienta cómodo. 
  • Tratar de no abordar el tema en presencia de otros familiares no involucrados, amigos, visitas, y otros compañeros de clases. El adulto debe garantizar privacidad y comodidad para hablar sobre el acoso.
  • No canalizar el abordaje como un interrogatorio policial ni usar un tono intimidante. Se sugiere mostrar un interés genuino por comprender lo que pasa. 
  • Mostrar empatía incluso si como padre o madre pensamos que podríamos haber reaccionado diferente a las acciones de acoso. Se trata de lo que el niño o adolescente piense en ese momento. Hay que evitar el juicio. 
  • Evitar reaccionar de manera impulsiva.
  • Reconocer que si no sabemos responder a lo que nuestros hijos nos plantean, podemos decirles que nos den un momento para pensar mejor. No por actuar más rápido actuamos mejor. 
  • Los padres tienen la responsabilidad de acompañar y apoyar. No se trata de que resuelvan el conflicto por el niño o adolescente, porque ellos tienen que resolverlo por sí mismos. Asimismo, los niños no pueden enfrentar el problema solos. Se tiene que entender como un trabajo en equipo.
  • Está contraindicado decirle a nuestros hijos que se defiendan físicamente cuando no se sienten preparados para hacerlo. 
  • No es necesario que los padres estén de acuerdo con lo que sus hijos sienten para validarlos. Eso es clave en un primer abordaje.

¿Cómo se puede hacer frente al bullying? 

Desde el punto de vista de los cuidadores y padres:

  • Es importante creerle al niño o al adolescente cuando dicen que se sienten agredidos o vulnerados. Eso hay que tomárselo en serio. 
  • No hay que reducirlo al calificarlo como un asunto de niños.
  • Es importante hacer una línea de tiempo para establecer el patrón de frecuencia, intensidad y tiempo. 
  • Hay que escuchar el relato haciendo de tripas corazón porque pueden ser situaciones muy duras y es normal querer tomar la justicia por nuestras propias manos. Nos corresponde  obtener la información más detallada posible, escuchar, ser empático y, a partir de allí, trazar una estrategia que por lo general parte en alertar a la escuela.
  • En ese caso, hay que hablar desde el primer momento en el que ocurrió el acoso y  concretar medidas complementarias para asegurarnos de que nuestro hijo no va a ser revictimizado por haber denunciado a su agresor. 
  • Entender que si en la escuela no encontramos una respuesta satisfactoria, es posible acudir a instancia al sistema de protección. 
  • Puede ser oportuno involucrar a un profesional de la salud mental, como un psicólogo o un psiquiatra, para intentar mitigar los efectos causados por la violencia. 

Desde el punto de vista de los colegios e instituciones educativas: 

  • Es importante escuchar a las partes involucradas,  contrastar las observaciones de los docentes, y convocar a las familias.
  • No asumir una posición de tribunal de ejecución. Escuchar y estar atento a las reacciones que puedan darse a partir de la denuncia. 
  • Una vez escuchadas las partes, hacer un plan para que cese la situación y se haga un proceso de reparación y aprendizaje. A veces consideran solo la expulsión o el castigo a los agresores y el acoso no se resuelve de esa forma. 
  • La escuela no puede quedarse con una mirada única reactiva cuando pase el acoso, también tiene que generar condiciones para la no repetición: cómo hacemos procesos de integración y de articulación que hagan posible que esto no vuelva a suceder o que, una vez que ocurre, los niños puedan continuar dentro del plantel con una dinámica que les permita aprovechar al máximo la escuela y ninguno se sienta amenazado ni agredido. 
  • Implementar procesos preventivos, como divulgación o actividades de formación, y generar protocolos definidos de acción frente a estos casos: cómo se entrevista a las partes involucradas, cómo se notifica, cómo se reporta, cómo hacer seguimiento.
  • Luego a nivel reactivo: cómo se activan los protocolos, cómo se da respuesta a la situación y cómo establecemos garantías de no repetición. 

¿Cómo identificar si un niño o adolescente agrede a otros y cómo atender la situación?

  • Notamos la ausencia de empatía o comportamientos agresivos hacia mascotas y personas que perciba como débiles o vulnerables. 
  • Constatamos que  nuestro hijo aparece con objetos que no le pertenecen. 
  • Vemos que cuando  nuestro hijo asiste a un lugar hay una reacción de temor en los compañeros.

Los padres suelen negarse a creer que sus hijos estén implicados en dinámicas de agresión, porque indirectamente sienten que es reconocer que ellos pueden también ser violentos o haber hecho algo malo. Entonces, para proteger su propia imagen, niegan la participación de sus hijos en este tipo de hechos. Es importante reconocer que existe un problema y abordarlo. 

Vemos con frecuencia que a las víctimas se les recomienda ir a terapia, pero a los agresores, en el mejor de los casos, se les suspende del colegio sin recibir acompañamiento psicológico ni procesos complementarios que los ayuden a resolver los conflictos de otra manera. El problema no es la víctima, sino la dinámica de violencia en el entorno escolar y para abordarla las partes involucradas deben buscar alternativas de tratamiento. 


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