Literatura

A Cadenas, variaciones

Fotografía de Ernesto Costante | RMTF

28/05/2024

Lo que, en Rafael Cadenas, ha parecido por mucho tiempo a mucho distraído como yo, parsimonia, silencio, lentitud -supuestos atributos de un carácter o de una actitud-, se resume en una sola palabra, atención, y esa sola palabra redime al poeta de todo el malentendido que aquellos supuestos atributos han creado a su alrededor: que es un hombre ensimismado, callado, reacio, taciturno.

Atención, se trata, nada más y nada menos, de eso: atención, respeto, reverencia por todo lo que le resulta misterioso -y, en general, todo le resulta misterioso-, porque sobrevive en él una cautelosa ignorancia que muy pocos adultos conservan y que él, voluntariosamente, ha cultivado, por talante, sin duda, y por inteligencia. Guiado a la vez por su instinto y por su conciencia, ha sabido mantener en forma su disposición a sorprenderse por todo lo que la realidad del mundo -los hombres, los animales, las plantas, los objetos, como en Rilke- le ofrece de continuo.

Rafael Cadenas, pues, un hombre atento; un hombre que trata de ponerse en relación con lo abierto, como lo intentaba Rilke; un hombre que disfruta del privilegio, como quería Montaigne, de poseer -y cuidar- un alma de cámaras diversas, a quien nada humano le es ajeno, ni lo divino, ni, en general, lo cósmico[2], diríamos, el insondable universo con todas sus manifestaciones y misterios.

Aquí cabe quizás la palabra panteísmo -todo es Dios-, cuya presencia en este texto está determinada por la necesidad de incluir en él un recuerdo, un recuerdo escolar que se me ha invitado a compartir de nuevo y para lo cual estoy sentado aquí.

Esa fue la palabra que en aquella ocasión memorable -una clase de la materia llamada La Poesía y los Poetas, del primer semestre de los estudios de la Escuela de Letras que iniciaba yo en octubre de 1978, ingenuo e inexperto, ansioso de ingerir en bocanadas ávidas, veloces, sin duda alguna, precoces, dando coces como un burro, que lo era- rompió el silencio caviloso que el profesor Rafael Cadenas había sostenido durante un tiempo que a mí, en la prisa de mis apetitos de enterarme y de saber, curioso goloso, me pareció que duraba una eternidad callada, ensimismada, que entonces no comprendí y me apresuré, burro y más que burro, miserable de mí, a llenar con aquella rimbombante palabra polisílaba, panteísmo.

Mi memoria ha creado la certeza de que el poeta estaba sumergido aquella tarde en las aguas portentosas de la Octava Elegía de Duino, allí donde Rilke habla espléndidamente de lo abierto (das Offene) [3], poema donde cabe y nunca sobra una rumia meticulosa de las imágenes que lo componen y se nos imponen como epifanías sutiles o sagaces, que era lo que precisamente hacía el profesor, rumiar los versículos rilkeanos paladeando a conciencia la compleja textura y tesitura de sus palabras. Y yo lo saqué de su repaso en reposo de unas frases que pesan en el alma como una antigua idea que de repente se nos revela como nueva, inusitada, no recordada, que nos descoloca y nos desconcierta.

Inútil es repetir aquí, ahora, de nuevo, la inconmensurable envergadura de mi vergüenza cuando contemplé el rostro asombrado de aquel lector reverencioso que yo había venido a importunar con mi apresurada impertinencia. Me he regodeado en afirmar que, desde entonces, nunca más hablé en una clase de Rafael Cadenas. Seguramente no sea del todo cierto. Pero lo que sí es cierto es que después de aquella experiencia comprendí lo difícil y costosa que es la justa lectura de un poema, el tiempo que hay que tomarse en pesarlo y sopesarlo antes de estar listo para creer que lo hemos atendido -no entendido– como se merece. Y, por supuesto, lo delicado, y quizás siempre temerario, que es todo comentario, lo cual, lo supe desde entonces, cada vez con más convicción y firmeza, no debe impedirnos decir (d)el poema, hacerlo hablar en lo que él dice, conectándolo a sus subsuelos, a sus raíces, a las lontananzas sobre las que, pródigo, se abre y permanece.

***

Notas:

[1]  Texto escrito para la presentación de A Rilke, variaciones (2024) de Rafael Cadenas, en la Librería El Buscón, en Caracas, el 8 de mayo de 2024. Se trata de una variación de un texto varias veces variado: Rafael Cadenas, un recuerdo rilkeano, Escuela de Letras, 12 de diciembre de 2022. Primera variación parcial, diciembre de 2022-enero de 2023. Segunda variación: Rafael Cadenas y el fervor de la poesía (retitulado, diciembre de 2022-enero y marzo de 2023).

[2] Escribe Ferreiro Alemparte: “[…] en la dialéctica rilkeana, la dimensión humano-existencial que caracteriza el tráfago de la urbe, aunque negativa, se hace necesaria como factor estimulante hacia la morada de la naturaleza en su dimensión cósmica. El intento de morar en lo cósmico, de hacer de ese elemento patria, es uno de los rasgos más fascinantes y conmovedores de la aventura vital del poeta” (“Paisaje y poesía en la obra de Rainer María Rilke”, Rainer María Rilke, Antología poética, Madrid, Espasa Calpe, 1968, p. 11)

[3] “Con todos sus ojos ve la criatura / lo abierto. Sólo nuestros ojos están / como invertidos y colocados a su alrededor / a manera de trampas, al acecho de su salida libre. / Lo que está fuera lo percibimos tan sólo / por el rostro del animal; pues ya el niño a tierna edad / lo ponemos de espaldas y lo forzamos a mirar retrospectivamente / el mundo de las formas, no a lo abierto, que / en la faz del animal es tan profundo. Libre de la muerte. / Sólo nosotros la vemos; el animal libre / tiene su ocaso siempre detrás de sí / y delante, a Dios, y cuando avanza, avanza / en la eternidad, como el correr de las fuentes. / […]

“Si existiera una conciencia semejante a la nuestra en / el animal que pasa seguro por nuestro lado, / en dirección opuesta, nos arrastraría a seguir / sus pasos. Pero su ser es para él / infinito, inabarcable y sin mirada / sobre su propio estado, puro igual que su perspectiva. / Y allí donde nosotros vemos futuro ve él totalidad, / y se ve en ella, y está a salvo para siempre. / […]

“Y nosotros: espectadores, siempre, por donde quiera, / vueltos hacia todo, pero jamás a la lejanía. / Las cosas nos desbordan. Las ordenamos. Se disgregan. / Las ordenamos nuevamente y nosotros nos disgregamos.

“¿Quién nos colocó así, de espaldas, de modo / que hagamos lo que hagamos siempre estamos / en la actitud de aquel que se marcha? […] (Rilke, Elegías de Duino, VIII)

 


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