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En algunas ocasiones las ideas que pensamos devienen categorías históricas, el «romanticismo» siempre ha sido un buen ejemplo (si consideramos manifestaciones similares como el «simbolismo» o el «surrealismo»). Pareciera que lo romántico adquiere diversas formas al paso del tiempo. Hoy hablamos de lo «líquido» para nombrar tantas caras de la contemporaneidad. Zygmunt Bauman (quien hace uso del vocablo desde una perspectiva filosófica) logró atinar confluencias desde las cuales se pueden leer comportamientos de manifestaciones contemporáneas.
Hay cierto carácter de transición, de «vaguedad» en el calificativo de Bauman que anuncia formas inéditas de ver el mundo, nuevas circunstancias. Desde mi punto de vista dicho término guarda semejanza con la denominación de «intervalo» según el concepto utilizado por Gillo Dorfles para hablar del espacio «vacío», de la «pausa» que separa un hecho artístico de otro ‒afirmaciones realizadas en su libro El intervalo perdido (Barcelona, Lumen, 2016)‒ y que nombra aquello ambiguo en la transición de una forma estética a otra; momentos donde suelen confundirse los estilos y las maneras de hacer que me hizo pensar en la ocurrencia de Bauman. La verdadera sustancia de las cosas es «líquida», una suerte de suspensión de las definiciones en la que se privilegian los encuentros.
En el título del libro de Alejandro Oliveros, Poemas de la luna líquida (Valencia, Pre-Textos, 2021), se anuncia lo que luego se corrobora en sus páginas. Es un conjunto de poemas definido por su cualidad pendular. De pronto, surge el país evocado con nostalgia y en tonos grises recordando una estampa remozada del «criollismo», poemas como: «Playa blanca. Puerto Cabello» o «Nirgua 1960», o registros de solera clásica que podrían obedecer a los gustos de un realismo paudiano, como los que cierran este volumen bajo el título de «Antología griega, imitaciones y anónimos».
Oliveros da cuenta de una tensión registrada por la poesía contemporánea entre el orden clásico y lo sencillamente local, todo pareciera ocurrir en una temporalidad degradada. Los estilos se alternan en el presente y resultan abundantes las mixturas que los poemas arrojan en una dinámica de inéditas combinaciones. Siempre he visto en esta mestiza vaguedad un rasgo intemporal del presente que se hace más patente a la distancia.
Poemas de la luna líquida recuerda muchos momentos de la obra del poeta Alejandro Oliveros, la crónica cotidiana de su libro El sonido de la casa (1983), Magna Grecia (1999) o Fragmentos (1986-1993). Este último es un libro que aprecio por la alternancia de planos literarios que van desde menciones locales a la poesía norteamericana, o al mundo de la antigüedad clásica.
Poemas de la luna líquida, con su estilo tardío, conjuga los caminos de la obra del poeta venezolano. Mencionaría con agrado versos que me remiten a memorables recuerdos. Los poemas dedicados a la Navidad, los cuales inevitablemente se hermanan con la costumbre de Joseph Brodsky de homenajear esos momentos sensibles del año. Oliveros lo hace (mucho después) en textos como «Reyes magos en Milán» o en otro poema: «Navidad en Milán 2018». Son piezas casi dedicadas a su nieto-príncipe Alessandro. Destacaría de manera notable el texto «Dioses y recuerdos» o el hermoso texto dedicado a «Mallarmé en Tournon»; también el «Canto a la luna líquida», el cual luce una rima tenue cuya luz discreta ilumina como una pequeña lámpara de aceite sobre una mesa de noche.
***
Poemas de la luna líquida (selección)
Por Alejandro Oliveros
Playa Blanca. Puerto Cabello
En esta casa nació mi madre.
Las aguas con su espuma
inundaban el patio y, al retirarse,
lo dejaban cubierto de anémonas
y estrellas marinas.
Nunca aprendió a nadar,
pero los hipocampos la llevaban
sobre las olas. No comió helados
en el Hotel Los Baños, ni bailó
sus quince en el club El Recreo.
Pero disfrutaba los paseos
a San Esteban los domingos,
y los juegos en el río que bajaba
con sus aguas heladas de la montaña.
Al regresar a casa la esperaba
el funche humeante de la tía Loreta.
Los años porteños de mi madre
terminaron tempranamente.
Sin embargo, lo recuerdo bien,
hasta el último de sus días,
sus grandes ojos reflejaron
el mar espumoso de Playa Blanca.
*
Nirgua 1960
“Llévalo a dar una vuelta
por el pueblo”,
le dice mi padre al chofer,
mientras se instala en un bar
en las afueras de Nirgua.
Mi primera visita
a la ciudad paterna.
“Esta era la casa de ustedes”,
y el hombre señala
un caserón abandonado.
Nirgua era la espina
en el corazón de mi padre.
Nunca regresó, después
de abandonarla apresuradamente.
Atrás quedaban
las ruinas del reino,
los reflejos azules
en el ojo de un pony,
el brillo imaginario
de las vetas de oro y las estrellas
en las ramas del mango.
“Tu abuelo perdió sus tierras
en una partida de naipes.
De todo eso no les quedó
ni una teja”. Regresamos
a Valencia, el silencio
de mi padre era lo único
que yo escuchaba por esos
valles y colinas de mis doce años.
*
Reyes Magos en Milán
A hard time we had of it…
Alessandro se va a la cama después
de dejar en la puerta tres platicos rojos
con panetón y leche para los Reyes Magos.
Mañana se dará cuenta de que, aprovechando
su ausencia, los sabios pasaron
y dieron cuenta de su merienda.
Los Reyes Magos de Alessandro
siempre tienen hambre. Después de todo,
fue un largo viaje que incluyó desiertos,
montañas nevadas y el Po con sus arrozales.
Además, no contaban con los altos
precios de las posadas, la avidez
de los comerciantes, y la indiferencia
de una gente no interesada en epifanías.
Alessandro abre sus regalos mientras
los tres sabios vuelven a sus reinos.
Se van seguros de que aquí, bajo la luna
blanca de Milán, sus viejos cuerpos
fatigados, un día al fin descansarán.
*
Navidad en Milán 2018
Cuando se acerca
la Navidad a Milán,
pienso en lo que
he dejado atrás.
Ciudades con sus ríos
y cielos rosados,
altas claridades
y soles dorados.
Algún reino perdido,
islas y brumas,
jardines escondidos
y arenas de espumas.
Nombres queridos,
que ahora la memoria,
esa historia de olvidos,
despreciando mis intentos,
mantiene escondidos.
Hoy flotarán,
como todos los años,
en el aire los regalos.
Lo perdido lo reencuentro,
con las luces del árbol,
en el rostro iluminado
de mi nieto Alessandro.
*
Mallarmé en Tournon
Mallarmé camina hacia su vivienda
por las calles heladas de Tournon.
Los tres mil habitantes del pueblo
se dedican a la crianza de puercos
que llevan a sus habitaciones.
El Ródano era el espejo líquido
de la nostalgia: “La melancolía
se ha apoderado de mí y no me deja.
Aquí la gente camina en círculos,
como los estúpidos caballos de un circo”.
Alejado de París y los amigos,
vive su propia temporada en el infierno.
Sin embargo, en este poblado,
lejos de las luces de rue de Rome,
se le presentó la revelación definitiva:
“Sólo a partir de la inaccesible Nada
puedo aspirar a la imposible Obra”.
En aquel lodo de las calles de Tournon,
se reflejaba el vacío absoluto,
y el resplandor de un golpe de dados.
*
Canto a la luna líquida
A Alessandro
Canto a la luna líquida
y su corona de espejos,
sus cejas anaranjadas
y su mirada de hielo.
Canto su voz transparente
como una espuma de fuego,
el brillo de sus largas manos
en el cual busco un reflejo.
Un canto a la luna que canta
viejas canciones de vidrio,
en yidish o en esperanto
cuando en la cama dormimos.
Que me envuelva con cristales
en un torbellino blanco,
o en su casa de montaña,
donde luz bebe el caballo.
Que me aparte las lámparas
y su amor no se detenga
cuando amenacen las nieves
o nos acosen las fieras.
Canto a la luna líquida
de mi infancia de mangos,
que se quede sobre el techo
y toque para mí el piano,
o que suene la marimba
como la suena Alessandro.
*
Anónimo. Bion
Para Eileen
Cuenta Bion que Ares, presa de los celos,
tomó la forma de un feroz jabalí
y en el bosque esperó por Adonis,
el joven amante de Afrodita. Apenas
lo vio, arremetió sin darle tiempo
de empuñar la afilada lanza. Muy pronto
yació el muchacho en el monte, el blanco
muslo herido por el colmillo blanco.
La negra sangre era una noche
líquida sobre el cuerpo tendido
del mancebo. Afrodita, enloquecida,
suelta sus trenzas y, descalza,
vaga sin rumbo en la espesura,
donde las zarzas se aprovechan y arañan
la divina piel de Cípris, enrojeciendo
los muslos y senos que antes fueran
de nieve. Ante el cuerpo desgarrado
del asirio, lloró Cípris amargamente
manantiales de lágrimas, que lavaban
los miembros de Adonis, mientras con su
cabello limpiaba el rostro amado.
Por una vez en la vida, Afrodita
lamentó ser la divina hija de Zeus.
Igor Barreto
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