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¿Por qué a los ojos de Chávez sigue la imagen de Superbigote? ¿Por qué el señor Nicolás Maduro se encadena en radio y televisión tanto o más que el propio Chávez? ¿Por qué se crea un mito? ¿Acaso porque el populismo y el autoritarismo es la acción rebosante de la vida venezolana?
De estos temas nos habla David De los Reyes*, filósofo y polímata. El mito significa lenguaje y comunicación, narración y cuento. La oposición, por su parte, ni siquiera recuerda a la Caperucita Roja. Vaya esta cita del propio entrevistado para que tengamos en cuenta la importancia del mito: “Si bien para los inicios de la modernidad Marx advertiría que con las nuevas herramientas de comunicación se fabrican más mitos en un día del siglo XIX que en todo el siglo anterior, en nuestro siglo XXI se fabrican nuevos mitos de forma instantánea en redes sociales: en un segundo, lo que sería en el siglo XIX y en pocas horas lo que sería en el siglo XX”.
Los gobiernos populistas y/o autoritarios navegan un trecho juntos, en la construcción del mito. Y más en los ríos de América Latina. Pero el mito es una construcción, cuyos orígenes son ancestrales. Basta verlos en la cosmogonía de los pueblos indígenas. Los incas, por ejemplo, creían que el oro era la sangre del sol. La base de esa construcción es la oralidad, el lenguaje y la poesía, alrededor de la naturaleza, de la fauna impregnada de lo sobrenatural. ¿Qué explica ese fenómeno, consustancial a la naturaleza humana?
El mito es parte de la condición humana y surge con el lenguaje. Es la representación de algo que nos lleva a una imagen, que vendría a conformar luego las narraciones. El mito es una palabra que existe sólo en el mundo griego y quiere decir cuento, relato. Los mitos van a la emocionalidad y como bien decía David Hume, hay que someter a la emoción como una esclava de nuestros placeres, de nuestras necesidades. En este caso la construcción del mito es una parte consustancial de la mente humana. No hay era de la humanidad que no haya utilizado, en su conformación social y política, el instrumento del mito, que se difunde en medios comunicacionales, artísticos y musicales, incluso, de lo que vendría a ser el cine o las redes sociales, y se nutre de los relatos, de los cuentos.
No sé si por ingenuidad, por desconocimiento, o por una búsqueda genuina de lo que vendría a ser algo inexplicable, surge el mito como herramienta. Pero en la medida en que la sociedad se va complejizando, el mito se convierte en una herramienta política o ideológica. ¿Qué distingue al mito ancestral del mito moderno?
Lo que ocurre es que el mito ancestral vendría a ser fundacional. Es decir, son mitos donde se mezcla lo religioso con las visiones originarias de los pueblos. El mundo griego, en ese sentido es prácticamente paradigmático, porque construye toda una cosmología y una cosmogonía, desde el punto de vista de la creación de unos dioses que van a nutrir la imaginación del hombre griego. Lo que podríamos decir, en tanto mito moderno, es la relación de cómo la política viene a instrumentar el mito como una herramienta de cohesión, como una herramienta de la emocionalidad, como una herramienta de la identidad y darle sentido a la vida de los habitantes de una nación. Ernesto Cassirer advierte esa diferenciación que se da entre un gobierno que, en momentos de relativa estabilidad, debe tener una estructura, una orientación racional, eficaz, y admite una visión consensuada de una nación consiente, de los gobiernos que, en los momentos críticos de la vida social, apelan a viejas representaciones míticas que vendrán a sustituir un proceso político racional. En relación a los mitos ancestrales, que perduran durante una temporalidad extensa, los mitos modernos son muy cambiantes y tienden a modificarse en función de las crisis políticas. Tienden a camuflar la imposibilidad de dar solución o encontrar una salida a la crisis. Se apoyan en viejas concepciones míticas, como es el caso del bolivarianismo en América Latina y particularmente en Venezuela o apelan a nuevas concepciones míticas que vendrían a sobreponerse a esas anteriores.
Creo que la reflexión o la pregunta gira alrededor de un asunto muy concreto. ¿Qué organizaciones políticas, qué ideologías, vienen a instrumentar al mito en función de sus intereses? A la eficacia habría que agregarle los fines que persigue. ¿Afianzar el populismo? ¿Instaurar el autoritarismo? No hay moral en la política.
Uno puede entender que las expresiones o las organizaciones políticas, como lo dices tú, son aquellas que recurren al mito, en especial las que que se entablan a nivel de la fuerza, en el ejercicio de la autoridad, en la posibilidad de darle una expresión al resentimiento social. Por supuesto, van en dirección opuesta a lo que sería un ejercicio racional de la política. ¿Por qué? Porque el mito vendría a despertar lo más primitivo que tenemos en nosotros. Es la emoción por encima de la razón. Son Estados en los que el individuo está, no en función de una comprensión racional, sino a través de una permanente reiteración de símbolos, que nada tiene que ver con el concepto. Siempre vamos a tener símbolos, pero hay sociedades que se construyen sobre ellos, más que sobre una concepción racional y una comprensión de la política, que se sustente más en legitimidad, que sobre la fuerza. Entonces, encontramos Estados que no se dirigen a la comprensión racional de sus discursos por parte de la ciudadanía, sino que se dirigen solamente a la emocionalidad, bien puede ser el resentimiento o una acción bélica. ¿Y que tenemos? Una emoción y no una razón.
Mencionaste el bolivarianismo, ahí tenemos más tela que cortar de la que puede haber en los depósitos de Bazar Bolívar. Como político, como militar, Bolívar es un hombre, cuya vida está en el ámbito de la luz y la oscuridad. Bolívar es el culpable del caudillismo, del militarismo, de todos los males de los que nos vamos a morir, pero para bien o para mal, nos dejó esta República –convertida ahora en comarca- llamada Venezuela. ¿Por qué personalizar todo lo que nos ocurre, justamente, en la figura de Bolívar?
En lo personal, me parece justo que se reconozca lo que fue la gesta de Bolívar, la fundación de la República, entre otras cosas. El tema es que todavía no hemos matado al padre de la patria desde el punto de vista psíquico. Es decir, una cosa es que haya sido el fundador de cinco naciones, entre ellas Venezuela, y otra cosa es que siga siendo el dios protector de la patria. De ahí surge todo un discurso mítico con respecto al personaje, para bien o para mal. Una sociedad bolivariana que lo ve como el Libertador y otra que lo critica como un dictador, desde el punto de vista de las pugnas que vienen a retomarse en cada uno de estos territorios. El hecho es que Bolívar sigue siendo como un dios en el Olimpo patriótico. En otras palabras, Bolívar está muerto y eso es lo que hay que reconocer. Pero se resucita porque queremos revivirlo emocionalmente, por medio de la imaginación colectiva. O lo que pudiéramos llamar el inconsciente colectivo, como dice Jung y se convierte en el arquetipo del hombre político latinoamericano.
Esa construcción de la figura de Bolívar le ha servido más a los regímenes militaristas. Lo hemos padecido en Venezuela a lo largo de nuestra historia. Y también le ha servido al populismo más reciente que podría encarnar el chavismo. Creo que la sociedad tiene una responsabilidad en todo esto. Y para desvelar la mitología que rodea a Bolívar tendría que empezar por cometer el parricidio.
El parricidio hay que cometerlo. Lo que ocurre es que en la idiosincrasia latinoamericana siempre tiene que haber un padre protector. Siempre hay una población infantilizada y a las personas les gusta estar aniñadas, como dicen en Ecuador. Un ejemplo lo vimos con la espada de Bolívar en la toma de posesión del presidente Gustavo Petro en Colombia. Puro fetichismo. ¿Qué es la espada de Bolívar? Un pedazo de hierro que, en algún momento, fue el arma con la que Bolívar vino a llevar a cabo sus luchas, sus crímenes y sus libertades. Es una insignia republicana, tiene toda una tradición patriótica, ¿Qué representa ese pedazo de hierro para los políticos manipuladores con la espada? Un episodio recurrente, lo vimos con Carlos Andrés Pérez, con Hugo Chávez, con Petro, con el M-19. Ese objeto es como cuando las Cruzadas iban a Jerusalén a buscar los tesoros del cristianimo, uno era la lanza de Longino, con la que el centurión romano atravesó el cuerpo de Cristo, otro era el Santo Sudario o el Santo Grial. Nuevamente estamos en un rito, convirtiendo la espada en algo sagrado, en algo sacramental. A través de esa espada pareciera que se volviera a retomar el espíritu de Bolívar. El ímpetu y la fuerza de Bolívar. Su condición de liberador para la colectividad. Ese objeto se convierte en la guía que conecta a los pueblos en la búsqueda de su libertad.
Se conecta un objeto sacramental con una acción política. Eso es lo que vimos en los regímenes totalitarios, en la extinta Unión Soviética, en la Cuba de Fidel Castro.
La momia de Lenin, la momia de Mao Ze Dong. La foto del che Guevara.
Esa ritualidad suele estar en calma, pero a veces se agitan las aguas y justamente se convierte en un factor de cohesión y de unidad. ¿Eso es lo que ha hecho el chavismo con la figura de Hugo Chávez, con los ojos de Chávez, con el mausoleo de Chávez y las escaleras de El Calvario? ¿Esa construcción ha sido eficaz? ¿Cree que pueda tener vigencia en el largo plazo?
El hecho es que la construcción de Chávez, el mito Chávez, que a fin de cuentas es de lo que estamos hablando, es reciente. Es un personaje histórico en una realidad histórica. Un mito al que rodearon de súper poderes para reivindicar, digámoslo así, aspiraciones populares dentro de la nación venezolana. La condición del mito de Chávez puede tener vida, en la medida en que haya un Estado que reitere ese discurso que lo redime a él como un líder, un caudillo, en este caso un dios terrenal, que vino a revivir la república bolivariana y a su vez asentar una V república, fundante a partir de ese espíritu que también está centrado en lo militar. En lo personal, el mausoleo de Chávez me remite a la tumba de Lenin, a la tumba de Franco (en el Valle de los Caídos), es un remake latinoamericano de estas figuras, que también vienen a convertirse en puntos de identidad, en puntos de fundación, desde el punto de vista de la historia. Son mitos que se supone que crean un nuevo estadio dentro de la república a la que pertenecen. ¿El mito de Chávez perdurará? Sí, en la medida en que el pueblo venezolano piense, constantemente, que el hombre fuerte, el gendarme necesario, el militar, es el que puede ordenar el sentido y la vida de la república, pues entonces Chávez siempre volverá, como ocasionalmente vuelve Pérez Jiménez, Gómez y hasta el mismo Bolívar. Es la figura gloriosa a través de lo militar que va a redimir al pueblo de todos sus sufrimientos y todos sus problemas.
Habló del lenguaje, del cuento, incluso de la etimología de la palabra mito y aquí es donde uno entiende por qué el señor Hugo Chávez se encadenaba, en esas interminables diatribas de seis, de siete, de 12 horas, en la poderosa plataforma mediática del Estado. Pero en ese discurso hay una acción pedagógica, ¿Y cuál es? El quiebre, la división de la sociedad venezolana entre chavistas y escuálidos. Chávez se presenta como el arañero de Barinas, como el militar que, en medio de su carrera, se ve en la necesidad, casi obligado por una responsabilidad moral, en el líder de una nación extraviada. También instrumentaliza el lenguaje. ¿Qué comentario haría alrededor de este planteamiento?
Lo que puedo decir es que los discursos del señor Hugo Chávez son emotivos. Reflejan, además, un pasado heroico que se revive en las mentes de sus seguidores, quienes consideran que a través de eso se redime y se refunda la república. El hecho es, por otra parte, que ese discurso egocéntrico, narcisista, impulsado por la propia emotividad de Chávez, vendría a calar en el mundo popular venezolano. Tendríamos que hablar de una sociedad de masas que no tiene otra capacidad de análisis, que no sea la emotividad, a la que el caudillo le da una revalorización, una reafirmación y una autoestima que no se tenía y que reconoce, no por medio de la realidad cambiante que podría haber mejorado –lo sabemos por los ingentes recursos provistos por el petróleo- sino por el hecho de que vendríamos a comprender que el discurso de Chávez cala en la imaginación del venezolano, entre otras cosas porque sus seguidores entendían que Chávez venía a representar el mundo de una realidad histórica, en el momento en que él asume el poder del Estado venezolano. Solo entonces se va a convertir en una realidad concreta. No era un discurso que tuviera una conexión con la realidad actual. Pero sí desde el punto de vista que impone bajo su visión de lo que debería ser Venezuela.
Como extensión tenemos al señor Nicolás Maduro, que, con constancia y devoción a la figura de Chávez, ha ido construyendo, sin embargo, su propia identidad. Aunque ocupe un segundo plano en la fotografía, aunque se llame a sí mismo el hijo de Chávez.
Es que lo tiene que hacer, él tiene que reafirmarse como el líder de la era post chavista y para ello tiene que recurrir las posibilidades del mito, en este caso. También del discurso para reafirmar simbólicamente como continuador, la lucha sigue. Recordemos que esa consigna agitó la campaña de Chávez en 2012, debajo de los ojos y poco antes de que Chávez fenece impone la continuidad en la figura de Maduro. Por supuesto, el grupo que maneja el poder tiene que concentrar, nuevamente, el mando, la autoridad, en el señor Maduro. Y Maduro tiene que deslindarse, progresivamente y de una forma leal, del mismo mito que han construido.
La figura de Chávez es la de un militar, con toda la parafernalia de su traje de campaña. En cambio, la figura de Maduro se intenta elaborar a través de comics, de videos animados. Vendría a ser un integrante más de los superhéroes del mundo de Marvel. ¿Qué explicación le daría a eso? ¿Despierta su curiosidad?
Hay varios elementos. Primero, la figura de Súperbigote que viene a recordar a Superman. Me viene a la mente Umberto Eco y su libro Apocalípticos Integrados (1965), donde él hace todo un análisis del mito de Superman. Ahí hay varias cosas que son interesantes para retomar y analizar a Súperbigote. El hecho es que, en el caso de Chávez, supuestamente, hay una gesta heroica -el fallido golpe de Estado del 4-f, que lo convierte en un acto heroico- pero en el caso de Maduro no tiene ninguna acción heroica. Y, por lo visto, hay que buscar una ficción heroica a través de un mito, que es la construcción por medio del comic, de esta figura que es un mal remedo de Superman. La idea es impactar en el imaginario del pueblo creando una imagen de un súper protector, de un salvador, del defensor de la república para sus seguidores y para el chavismo en general. La narración no desemboca en una solución final, sino en el hecho de que hay una sucesión permanente de problemas que tendrá que enfrentar.
A lo largo de toda esta conversación, no hemos citado una sola respuesta comunicacional frente al chavismo. Lo que tenemos frente al chavismo es un silencio absoluto y ensordecedor. Creo que este elemento ha contribuido a que se haya congelado el momento político en Venezuela. Es decir, de la frustración y la desesperanza de la gente, pues también esto, que está en el inconsciente, en la emocionalidad, es lo que ha venido a crear este ambiente de derrota y sumisión. En esto tiene mucha responsabilidad la oposición.
Absolutamente. La oposición no ha sabido jugar ni crear nuevos mitos para innovar, cohesionar, alentar y alimentar un espíritu democrático real. Eso es lo que hemos visto a lo largo de estas dos décadas. La oposición por lo visto, lo que ha intentado es una negociación un poco turbia, en todos los momentos en que se ha producido el diálogo. Ha intentado hacer propuestas frente al discurso comunicacional del chavismo. Uno podría entender que los recursos de la oposición son muy limitados. Pero lo que pudieran haber utilizado son sus posturas éticas, que han sido profundamente cuestionadas y que no han dado una condición superior a la del chavismo, desde el punto de vista de las reivindicaciones populares. No las tienen. El fallo, el silencio, como dices, en la mayoría de los sectores opositores, porque no podemos meter a todos en el mismo saco, es su falta de honestidad. Eso es lo que ha fallado.
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*Licenciado en Filosofía, UCV. 1981. Master en Filosofía, USB, 1990. Doctorado en Filosofía, 1998. Estudios y trabajo Postdoctoral, Universidad Neuchatel, Suiza, 1998-2000. Estudios completos de música en el “Conservatorio Juan José Landaeta”, 1977. Autor de varios ensayos y libros, entre otros, Dios, Estado y Religión. Además del blog Filosofía Clínica.
Hugo Prieto
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