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Esta fue la respuesta de María Elena Huizi (Caracas, 1940) a mi pregunta: “No me puedo quejar, mi infancia fue feliz, aunque por mi carácter me entregaba a sufrir con mucha frecuencia. Crecí jugando con mis primas, en la casa, en el jardín, en el patio trasero.
“Soy la segunda de los cinco hermanos –tres hembras y dos varones– Huizi Castillo, hijos de Luis Felipe Huizi Aguiar y de Atala Castillo Carabaño, matrimonio caraqueño que se mantuvo unido hasta la muerte. La hija mayor es Isabel, luego vengo yo, María Elena, la del medio. Después de mí, siguen Atala (Atalita), Felipe Fermín y Luis Ricardo. Tengo tres hijos de mi matrimonio en 1963; me divorcié a comienzos de los 70. Hoy soy abuela de cuatro nietos”.
Licenciada en Letras (Magna cum laude) en la Universidad Central de Venezuela y con estudios de postgrado en Filosofía en esa casa de estudios. Entre 1972 y 1974 fue miembro corresponsable de la dirección y edición de la revista literaria Extramuros. Desde 1963 hasta 2003 trabajó en los más importantes museos de su país, donde llegó a ejercer cargos destacados.
También me ha dicho María Elena: “Desde jovencita, a comienzos de los 60, entré a trabajar en los museos. En el Museo de Bellas Artes primero, cuando era director Miguel Arroyo. Allí me volví museóloga, investigadora y crítico de arte. En el 2003 fui jubilada de la presidencia del Museo de Bellas Artes por no estar de acuerdo con el régimen chavista. De allí en adelante ganarme la vida se ha hecho más duro, al igual que les ha sucedido a muchos venezolanos. De mis años en los museos, los más preciosos fueron los que estuve al frente del Museo Reverón en Macuto. Trabajar e investigar a Reverón me ha llenado de felicidad. Con la pérdida del Castillete por el deslave en el estado Vargas en 1999 sentí vívidamente, además de un gran dolor, el anuncio de la época sombría que se iniciaba para mi país.
“Poco antes de casarme terminé bachillerato en el Colegio Humboldt, con honores, y estudié año y medio de Derecho en la UCV, siempre con notas sobresalientes. Dejé la carrera y el trabajo en el Museo para casarme y tener mis hijos. Tenía pocas amigas. Después de casada nos reuníamos con hermanos y cuñados y con uno que otro matrimonio joven. Algunas de las esposas nos preciábamos de ser muy inteligentes y cultas, leíamos a los escritores del boom, a Borges; analizábamos todo, la vida, las costumbres, la política, la moral, la manera de educar a los hijos. Nunca pertenecí a un grupo político o de vanguardia literaria. Nunca participé en talleres de poesía. Con los hijos aún pequeños, volví a trabajar en el Museo de Bellas Artes, y animada por María Fernanda y Hanni, quienes habían entrado al museo para fundar el Departamento de Educación, llegué a la Escuela de Letras.
“Siempre he vivido en Caracas, salvo cerca de siete años que viví en oriente, primero en Cumaná y luego en Macuro. Desde recién casada, en 1963, viví en apartamentos o casas pequeñas en el este de Caracas, en Los Palos Grandes, en Santa Marta, en Chuao, en La Boyera”.
Poeta, ensayista, investigadora de arte, gerente cultural, consultora de artes visuales, coleccionismo y museología. Actualmente es miembro de la Asociación Civil Proyecto Armando Reverón (PAR), fundada en 1999, dedicada a la investigación y difusión de la obra del gran artista venezolano.
Y ahora vuelvo a la respuesta de María Elena: “Hoy vivo en un tranquilo apartamento en Santa Rosa de Lima, en donde, retirada, trabajo cuando puedo y porque es necesario, leo y escribo”. Entre 2006 y 2010, es co-coordinadora del equipo venezolano en el Proyecto Documents of 20th Century Latin American and Latino Art del ICAA/ The Museum of Fine Arts, Houston y miembro del Comité Timón (Steering Commitee) de este Proyecto.
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El visitante de agosto (El Estilete, 2018) es el nuevo libro de María Elena Huizi. Para llegar a él, vale la pena detenernos en tres aspectos. Primero: creo que todo lo escrito por ella antes, autónomo y magnético, ha sido la preparación para alcanzar esta obra única. En segundo lugar, debo destacar cómo la autora insistió en El destierro acerca de su interés por la imagen y, sin embargo, tanto ese mismo libro como los otros parecen constreñir la fluencia de la misma. En tercero: es notable el contraste de esto con su gusto por las artes visuales y, en especial, por la fuerte dedicación a la comprensión de obras y artistas, por los largos años de trabajo museístico. (Aspecto este de su labor que merecería detenida consideración).
Nos había dicho en El destierro que el mismo sería la ilustración de “una larga imagen”, que “soñaba con una escritura irreconocible”, que sería “un lenguaje frágil, huidizo, casi mentiras. Imágenes que darán la luz de instante de perplejidad” y que, como ya sabemos, “las imágenes quieren todo de nosotros. (…) Las imágenes sangran en nosotros”. Paradoja en la autora apasionada por la pintura y consciente del poder de lo imaginístico, al cual casi obtura en su poesía, durante décadas.
Pero son, aquéllas, frases que se cumplen, no sin ambigüedades, en El visitante de agosto. Compuesto durante doce años, entre el 2003 y el 2015, reúne en sus tres partes veintiún poemas. Trae un significativo epígrafe del Hiperión de Hölderlin donde se alude a la anterior libertad de la mirada, ya irrecuperable en su fuerza original y a la posibilidad de ser de nuevo aquel otro, o alguien mejor, para implorar la vida.
En este libro cada poema adquiere límites propios y suficientes, a tal punto que puede ser abierto y absorbido en cualquiera de sus páginas. Pero como no podemos detenernos en cada uno de aquéllos, pondremos en práctica una lectura un tanto formal de los mismos, como también siguiendo la conexión –voluntaria o no por parte de la autora– de atmósferas, percepciones abstractas y hasta temáticas.
Una constante del libro (que asomaba en los otros) es que la voz de la autora con frecuencia es intervenida por otra (¿o la misma?): ocurre con una alusión a Hesse, con frases de la madre o de alguien, de Heráclito, de Hobbes, con canciones y hasta con una nota de prensa (Old Sparky). Procedimiento a dúo que alcanza un raro humor en “Misterio”, donde Dios o su gramática quizá colocan a la autora “en un lugar en su texto”, y una especial altura en el poema “Ariadna”, donde una mujer común, “Ariadna de quincalla” recorre su laberinto “en la página barata de su sopa de letras”. Escritura pictórica, fotográfica o virtual, cuya aplicación sostiene el perturbador contenido general.
En estas páginas hay que leer con lentitud; desobedecer (pero recibirlo) el llamado cómico de las “escenas” para no quedarse con lo inmediato; porque ese humor, como tenía que ser en Huizi, se arraiga en acordes escépticos, trágicos o irreverentes. Hasta cuando sigue a Hölderlin para implorar la vida.
Un tema muscular se extiende en sus páginas: la despedida, que es modulada (“Como la música/ me la paso muriendo”) con amplísimo registro: al inicio, para “blindar mi memorial escudo juvenil” contra la decepción y la decrepitud; también “relato policial” para descifrar las “divinas y gramaticales” personas que vigilan el “vocabulario terrenal” (nosotros, ¿interceptores?). Obertura que incluye el poema “Ranchera”, donde se invocan imágenes, “mis antiguas compañeras de cuarto”, que han construido su casa, su vida y su muerte. Y que se cierra confesando que “hubiera preferido morir de indefinible amor”, aunque “ahora quiero morir de algo más grave”. Por ejemplo morir porque “en su profundidad los pensamientos/ se olviden de pensarme”.
Tema cuyo contrapunto establecen “Identidad” y “ADN”: el propio nacimiento (con miedo y rabia, para ser “primera persona” y “dedicarme a ser humana”, “que hace dudar del amor a la mujer más santa”) y el de otro recién venido, que recibe “la selección de sus elementos”: predisposiciones, “diminuto pánico”, “su salto atrás del alma” para iniciarse en “el camino de la certeza hacia el incierto mundo de la sabiduría”, mientras la madre
…ignorante lo mira y se pregunta
¿A quién se me da un aire?
Sobre este núcleo, la autora guiará su instrumental hacia la enfermedad: la hermana padece bajo “el papel azul siniestro” de una bata, en una clínica. La solidaridad y el dolor adquieren dos formas: la de una peregrinación por la ciudad o el camino –la vida–; la de una promesa: “No quedará mi cuerpo separado del tuyo”, mientras pide: “resiste, respira pensamiento mío”.
Tópico que se matiza en otra peregrinación: hacia la morada en Ávila “en mi tiempo de vida/ que es el tiempo expectante de mi muerte”. Y donde en la “santa cocina” de Teresa se respira un “hervor delicioso”. Viaje, esta vez inmóvil, realizado por las mujeres en “Iconografía”.
Tres poemas pudieran cumplir con la sed de las imágenes “que quieren todo de nosotros”: “Paisaje”, en el que sueño y texto parecen paralelos (¡Oh Juan Antonio Navarrete!), y aunque en ese ámbito haya algo de cursilería, resguarda al texto como un lugar seguro, puesto que si la oscuridad lo toma, ya volverá a ser soñado “con sus apelativos”. “Castillete”: poema en que el lugar pasa a ser potencia de la creación, donde han estado los “dioses/ los que dan más mirada a la mirada”. “Pascal”: en el cual un ambiguo Pascal conduce la imaginación de Alicia (¿solo de Alicia?) a ras de o debajo y sobre sus zapatos. Un cómico poema que mezcla música, lirismo y teología.
Casi nunca ternura, pero sí solidaridad hay en estas páginas. Y aunque la paradoja y el sarcasmo (“Es una loba mi señora madre/ desde mi nacimiento ya me mira en chuleta”) saltan en ellas con naturalidad, también son la cápsula preferida por la autora para desplegar su humor, como ocurre con “Una caraqueña” y “Hobbes”.
Concluyamos estas anotaciones tocando el título del libro y algo más. Agosto, entre nosotros, marca la plenitud de la temporada lluviosa y de calor; su nombre en latín era calificativo para un emperador romano. Cuando el vocablo ingresa al español, hacia 1440, connota veneración. Visitante o visitador es quien va casa de alguien por cortesía, atención, amistad “o cualquier otro motivo” según el diccionario de la Academia Española.
“Agosto” es el cuarto poema en la composición dada por Huizi a su libro y casi ocupa el centro de su primera parte. “Descartes” aparece después de la mitad en su tercera parte. Como hemos dicho antes, cada uno puede ser leído ignorando al otro. Transparencia de acuarela o una red aérea de Gego son buenos equivalentes para el inicio de “Agosto”:
Temprano
Un indefenso pájaro llegará a la alfombra de la sala
Quien lo recibe prepara migajas para él, sabe que le gustarán las Bachianas, lo sigue en silencio para que no se espante, mientras el sol dibuja dos rosas tras la persiana: detalles lumínicos apenas alterados por la distancia: “sobre su gigantesca cama de sábanas revueltas/ se despereza agosto”: discreta amenaza que también posee su eco en la voz de alguien que sugiere: “Duérmete en el sofá”. Y es que pese a la fresca visita matinal, también en la alfombra está “la evidencia abrasiva de lo sucedido (…) en su definitiva pertenencia a la noche”. ¿Qué ha ocurrido la noche anterior, agobiante como una “pasarela sin fin”? Y que impulsa a cerrar media ventana para que el visitante no se vaya. Su llegada coincide con que “faltan dos días para septiembre”. ¿Cómo entender tal expectativa?
El poema es limpio y hermético. Y si en él se oculta el título general del volumen es porque constituye una definición de la belleza, de lo inaprensible y puro, aunque nuestras acciones diarias quieran contaminarlo.
Nada aclarará a este poema (su imagen cifrada), porque no lo necesita. Pero, de manera vacilante, necesitamos aquí saltar desde él a “Descartes”. La primera razón para hacerlo es que en este último encontramos los siguientes versos: “las ideas en el paisaje de la poesía/ ideas muy distintas a las ideas distintas”, que bien pudieran haber estado en medio de “El destierro”. Señal de una continuidad meditativa sobre el poema y sus metamorfosis en la autora. Y claro que en una poesía tan intelectualizada como la de Huizi, este texto circunda al filósofo francés. Pero ya el reino, los protagonistas de la escritura habían sido pautados por ella en “El destierro”. Solo que veinticinco años después enfrenta al “inmunizado pensamiento” y reconoce el poder superior de la soledad “cuando la soledad se adueña de la mente” creadora. Cosa que debe ocurrir (aunque se nutra de ella) “sin intervención de la naturaleza” y que nada puede ahogar. (¿Resuena en este poema “La verdad” de Ramos Sucre?)
“Dulces, ágiles y voraces” (las imágenes sangran en nosotros) los poemas son ejemplares autárticos, constituyen reinos: un reino natural imaginario está en cada poema, participan de ciertas ideas (distintas a las ideas distintas) y son movimientos de sílabas y susurros de voces, con elementos de cielos y aguas, de minerales y hojas. Y viven como pájaros “que nunca emigran con los de otras especies” o “que emigraron con los de alguna especie equivocada”. Aves:
Que tienen una luz que las hace más claras que las ideas claras
Que nos llegan brillando
Cuando las recibimos sin resquicios
Que hacen sucumbir principios y leyes
De lógica y gramática
Coda
Aunque he sugerido algunas afinidades literarias entre la obra de María Elena Huizi y otras, no soy capaz de mostrar relaciones firmes entre ella y la actual poesía del continente. (Recordaba José Bergamín: “¿Qué duda cabe de que una obra de arte es, ya por serlo, en principio, incomparable?”). Quizá, entre otras razones, porque pocas veces he sentido el vínculo profundo entre una sensibilidad de hoy y la terrible situación de un país, expuesto dentro una obra de arte, como ocurre con la autora y Venezuela. También porque el tema medular del conjunto, según indicáramos al comienzo, toca en la página final su más alto grado.
Tanto, que la discreta petición (Hölderlin implora la vida en el epígrafe) del poema “Señora muerte”, me hace considerar si la trágica poción cocinada por las brujas de Macbeth no es, comparada con el horror humano de la Venezuela actual, una simple sopa doméstica:
Te pido que me dejes vivir lo suficiente
…
Aquí en mi vida real
Quiero ver la caída de los criminales
…
Yo quiero
ser testigo
Testigo presencial de los derechos
Hasta de los derechos de imprudencia y malicia.
José Balza
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