Perspectivas

Woody Allen contra el superhombre

De izquierda a derecha: Friedrich Nietzsche, Woody Allen y Bernard Shaw

17/12/2018
“La nada eterna está muy bien si vas vestido para la ocasión”
Woody Allen

Magia a la luz de Luna (2014) es una obra que puede considerarse menor en la producción de Woody Allen. Sin embargo, posee tenor filosófico, aunque nos haga añorar el nivel artístico de Dos extraños amantes (Annie Hall, 1977) o de Zellig (1983).

Ubicada en el sur de Francia, en el año 1928, Magia a la luz de Luna narra la aventura de un prestidigitador profesional, Stanley Crawford (Colin Firth), un nihilista y escéptico empedernido, quien también es un famoso desenmascarador de falsos psíquicos. Eventualmente es invitado por su mejor amigo a la Riviera Francesa para intentar socorrer a una familia de millonarios norteamericanos que ha caído en las manos de una supuesta espiritista, quien, a todas luces, pretende desplumar a la familia con mesas temblorosas, velas que levitan y susurros de ultratumba. Para colmo de males, el heredero de la familia está locamente prendado de ella.

La psíquica se llama Sophie Baker (Emma Stone). Desde el primer momento, con sus encantos femeninos y una especial sensibilidad, pone patas arriba el mundo de Stanley. Sophie parece conocer los detalles del pasado de Stanley. El terco cientificista comienza a sentir el inexplicable cosquilleo de la incredulidad ante lo maravilloso. Es atraído por la tentación de aceptar que esta linda mujer le abra las puertas del mundo sobrenatural y derribe sus firmes creencias materialistas.

Woody Allen nos ha acostumbrado a asociar dos elementos que parecían muy distantes entre sí: la seriedad de la filosofía existencialista y la irreverencia de la comedia. Sartre le dio forma literaria al existencialismo, el cual de por sí es bastante literario, pero exageró sus acentos trágicos. También la filosofía existencial de Heidegger es mortalmente seria, además de abstrusa. Allen nos ha permitido el acceso a las grandes cuestiones existenciales con un lenguaje amable y en un empaque gracioso que nos hace reflexionar. En Magia a la luz de Luna parece adentrarse en el existencialismo para explorar el concepto de superhombre.

El superhombre de Shaw

Magia a la luz de la Luna presenta muchas similitudes con la obra teatral Hombre y superhombre (1903) de Bernard Shaw. El argumento es muy semejante. Allí también se expone la historia de un cínico pensador que es seducido por una mujer.

En Hombre y superhombre, Shaw, autoproclamado filósofo, pretende poner al día el mito del Don Juan, con tal propósito lo combina con el pensamiento de Nietzsche. John Tanner, moderna versión del antiguo seductor, se convierte en portavoz del pensamiento iconoclasta de Shaw. En esta versión de Don Juan, el protagonista no es un mujeriego, sino un pensador, misántropo y misógino, que está convencido de la muerte de Dios, así como de la mentira del igualitarismo. Shaw también coincide con Nietzsche en la doctrina metafísica del absoluto irracional que compone al universo: la fuerza vital.

Shaw utiliza esa metafísica vitalista para explicar cómo, en esta comedia teatral, el famoso burlador resulta dominado por su compañera femenina. Las mujeres tienen una intuición especial para descubrir cuál hombre expresa mejor ese absoluto irracional. El superhombre es la máxima manifestación de esa fuerza. Por eso la chica prefiere al renuente Tanner a un rico enamorado que está rendido a sus pies. A pesar de su resistencia, al final, el indomable Tanner termina cediendo, a diferencia del Don Juan original, al matrimonio.

Da la impresión de que Allen, en Magia a la luz de la Luna, además del argumento, toma prestada la explicación metafísica de Shaw: las mujeres se enamoran de los hombres que representan la fuerza vital. Al final, Sophie prefiere el superhombre Stanley al acaudalado pretendiente. Shaw y Allen nos cuentan la misma historia y parecen compartir el mismo presupuesto metafísico. Queda por aclarar si coinciden en la misma moraleja.

El “Woody” de Woody

En la obra de Shaw, Tanner, el protagonista, es un superhombre, un tipo distinguido, confiado en sí mismo, de fuerte voluntad, que está cómodo con la muerte de Dios. Ese no es el perfil de “Woody”, el típico protagonista neurótico e indeciso de los filmes de Allen.

Allen utiliza el humor para criticar al mundillo intelectual neoyorkino. Vale la pena hacer notar que su humor no está basado en la humillación del otro, sino todo lo contrario, prefiere autohumillarse a sí mismo. De esta forma, Allen quiere confesar que él mismo ha incurrido en los pecados que denuncia. Con ese propósito ha creado un personaje, constante en su filmografía, “Woody”, una caricatura de sí mismo. Caracterizado por ser completamente urbano y sufrir de angustia existencial, es temeroso de la muerte, no encuentra el significado de la vida, lo cual se manifiesta en una atormentada relación con las mujeres y en su frustrante relación con el universo.

En la mayoría de las películas donde aparece “Woody”, al comienzo se encuentra sufriendo de la falta de sentido de la vida. Es la desesperación propia de la esfera estética de la que nos habla Kierkegaard. Para tratar de escapar a la desesperación, busca consuelo en alguna religión. Pero ninguna religión le convence. Su hiperracionalismo le impide acceder a esa experiencia. Al final, la crisis se resuelve cuando la situación dramática lo conduce al aprendizaje moral. Así logra acceder a la esfera ética. Aunque esta esfera tiene como efecto secundario la angustia, es mucho más controlable que la desesperación. Así sale del egocentrismo estético y se conforma con el sentido de la vida producto de servir a sus semejantes.

El existencialismo humanista

El cine de Allen nunca ha sido un arte superficial, pero fue ganando profundidad. Comenzó dedicado a la jocosidad. Sus primeras películas son un rosario de gags, como Robó, huyó y los pescaron (1969) y Todo lo que usted quería saber sobre el sexo y no se atrevía preguntar (1972). Luego, poco a poco, fue articulando mejor el argumento y explorando regiones más profundas del ser. El giro filosófico lo dio en La última noche de Boris Grushenko (1975), donde lleva a cabo una parodia de La guerra y la paz de Tolstoi, muy condimentada con temas de Dostoievski. A partir de allí, siguió la reflexión existencial en toda su producción. En tal sentido, destacan Interiores (1978), Hannah y sus hermanas (1986), y Deconstruyendo a Harry (1997).

Aunque el existencialismo se centra en la experiencia personal, paradójicamente, no es un humanismo. Por lo menos en su forma más pura. Para esta forma de existencialismo es punto de honor la negación de la esencia humana, hecho que lo aleja del humanismo. Sartre quiso traducir el existencialismo a humanismo, pero no parece que su intento haya tenido éxito. Heidegger negó cualquier conexión entre la filosofía existencial y el humanismo. Por otra parte, es muy significativo que tanto Sartre como Heidegger hayan sido militantes de sistemas totalitarios.

Otras formas menos radicales de existencialismo se han mostrado más afines al humanismo al aceptar la idea de esencia humana y principios éticos, tal como sucede en Camus. Por cierto, el existencialismo de Allen parece muy afín al de Camus, aunque nunca hace referencia explícita al autor francés. En sus películas, es mucho más fácil oír citas de Heidegger o Freud.

La filosofía que se destila de las películas de Allen es un existencialismo humanista. Ante el absurdo de la vida, hay que ir llevando la existencia de la mejor forma posible, es decir, con humor y amor. El sentido de la vida está relacionado con dar y recibir afecto. Asimismo, Allen parece señalar que, en lugar de atormentarse, por muy seria o dramática que se presente la vida, lo mejor es reír y procurar verla desde un punto de vista divertido.

Luego de tanto explorar al desarraigo existencial, Allen ha querido enfrentar el problema del superhombre en uno de sus promotores. El superhombre es quien se encuentra a sus anchas donde otros solo encuentran desesperación. Para lograr eso, la estrategia psicológica que sigue es afirmar que su vida es superior al rebaño humano, así como desarrollar el culto a la fuerza, y la admiración a los poderes tiránicos. Todo eso supone, previamente, la negación de la esencia humana.

No parece que Allen comparta estos supuestos. A pesar de que Stanley, de Magia a la luz de la Luna, ha demostrado que el espiritismo no funciona, no ha podido evitar descubrir que el amor, esa otra magia, sí funciona. El amor afirma que hay otro sentido, inefable, que conecta almas.

La proeza de Allen ha sido mostrarnos que el superhombre de Shaw, un individuo distinguido, escéptico e irónico, con citas nietzscheanas a flor de labios, no es tan superior como él mismo creía.


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