Entrevista

Víctor Guédez: “Tú puedes convertir al aforismo en una consigna política”

Víctor Guédez retratado por Andrés Kerese | RMTF

13/03/2022

He tenido la suerte de tener en mis manos el libro más reciente de Víctor Guédez*: El arte dentro del marco y el aforismo frente al espejo (Oscar Todtmann editores). Tanto el prólogo de Luis Pérez Oramas como el ensayo del propio autor son una invitación a la reflexión, alrededor de un término impreciso, inabarcable, inasible como el viento o el agua, pero igualmente poderoso, tanto que, en dos o tres líneas, un aforismo te puede aturdir y/o noquear, si bajas la guardia, con la misma fuerza de un gancho de izquierda, de esos que lanzaba Joe Frazier. 

Esta entrevista es lo más parecido al juego del gato y el ratón. Mi papel de periodista me reserva, hipotéticamente, la condición del gato, pero pronto -y seguramente por un aforismo- adquiero los modos y la forma del ratón y, aunque sueño con salir airoso, como el personaje del cuento del cazador cazado, termino entrampado en mis dudas, en mis preguntas

Siendo el aforismo una sentencia que abarca -en una o dos frases- la filosofía, el arte, la literatura, la poesía, digamos, los géneros habidos y por haber. ¿Cómo es que tan poco es muchísimo?

Esa pregunta abre todo un panorama. Yo recuerdo que Emil Cioran decía: “El mundo intelectual es un cementerio de definiciones”. Realmente, esa frase siempre me ha dado vueltas, porque hablar de “un cementerio de definiciones” es aceptar que lo que ha sido definido está encerrado. Es precisamente la capacidad que tienen los aforismos de divorciarnos de ese encierro, una de sus características más interesantes. Etimológicamente, el término aforismo quiere decir definición, pero uno se da cuenta de que es indefinible. Umberto Eco decía: “No hay nada más difícil de definir que un aforismo”. Quizás esta reflexión de entrada está relacionada con las dos imágenes que hay en el título del libro, allí menciono el espejo, pero también el marco. 

De alguna forma lo que contiene y lo que traza los límites.

Exacto. Pero eso es importante para acercarnos a una definición. Tengamos en cuenta que Jacques Derrida, en su libro La verdad en pintura, plantea, precisamente, el problema del marco, porque el marco es una definición, pero él deconstruye ese concepto de tal manera que el marco, en el ámbito del arte, no debe encerrar, sino que puede encerrar, pero también puede referirse a lo que está por fuera e introducirlo dentro del marco. Incluso, puede representar la circunstancia de un arte que asume un concepto distinto a lo convencional. Por ejemplo, ¿cuál es el marco del urinario de Duchamp? El museo y la sala expositiva, ¿verdad? Con lo cual se relativiza esa idea de delimitarte, de enmarcarte, de definirte, porque lo que define asfixia y se convierte en el ataúd de Emil Cioran. A mí me encanta que, a pesar de que la palabra aforismo sugiera una definición, no hay manera de encerrarla, porque ella huye de cualquier intento por hacerlo. Entonces, esa pluralidad es la gran riqueza del aforismo. No es solo eso, para mí es la gran riqueza del ser humano. Para salir del siglo XX, decía Edgar Moran, solo hay tres maneras: mueran las ortodoxias, cultiva el pensamiento divergente y aviva el pluralismo. ¿Y qué son estas tres cosas? La ruptura de las definiciones que no son otra cosa que los dogmatismos, los ismos y las actitudes excluyentes. 

Quisiera abordar un asunto que plantea en su libro. El aforismo conduce a la eficiencia y a la eficacia. Entonces, el aforismo podría ser el libro de estilo de una publicación, podría ser la semilla de un ensayo o de una novela. Y la pregunta es ¿qué tiene que ver el aforismo con el lenguaje y, por tanto, con la capacidad de pensar?

Jorge Luis Borges, en una oportunidad, dijo que el lenguaje era un sistema de citas. Es interesante, porque, al fin y al cabo, el lenguaje, en términos de mayor extensión o profundidad, siempre ofrece una manera de identificar en él una determinada cita. Alguien dijo, y hago mía esa definición, que un aforismo es un libro sin prólogo, sin texto y sin epílogo, con lo cual le da una carga de significación inmensa al aforismo, porque él encarna, en sí mismo, toda una argumentación, que se asocia con la misma idea del libro. Cuando pienso ¿por qué se legitima un aforismo? A mí se me viene a la cabeza, básicamente, el cuento de Borges -“La máscara y el espejo”-. Un rey de Irlanda quería que el más grande poeta de su reino glosara sus grandes éxitos, le pidió al poeta que lo hiciera en un año. Cumplido el plazo, el poeta regresó con una oda maravillosa, el rey quedó encantado y le regaló un espejo, a la vez que le proponía que escribiera algo mejor y más resumido, en un plazo similar. Al año el poeta regresó y el rey, igualmente, maravillado le regaló una máscara de oro. Le propuso una tercera encomienda y, cuando el poeta regresó, no trajo nada escrito. Lo mío es una frase, dijo. Se la dijo al oído al rey, quien le regaló una espada. El poeta salió del castillo y con esa espada se quitó la vida. El rey se convirtió en un mendigo y recorrió todos los caminos de Irlanda. Yo creo que el peso del aforismo allí está recogido de forma magistral. 

Decía Stephen King, refiriéndose a Hemingway: “el cabrón era un genio” y podríamos decir algo similar en esta cita que hace de Borges. Para nosotros, que no sabemos nada de nada, la sinopsis que hace del cuento puede resultar reveladora, enigmática. En el sentido de que es una frase, seguramente un aforismo, la que imprime un giro radical a la historia de estos dos personajes. Pero queda pendiente el aforismo como mecanismo que dispara el pensamiento. ¿Qué diría alrededor de ese planteamiento?

Creo que el aforismo tiene una carga reflexiva enorme, tanto así que, a partir de un aforismo, uno puede escribir un libro, uno puede resumir un libro o quizás apuntalar un libro. Es decir, la fuerza del aforismo es enorme y se ha ido legitimando con las redes sociales, lo que nos obliga a establecer sentencias muy breves. La gran ventaja del aforismo, a mí juicio, es que no es, simplemente, una pincelada poética y lírica, como se creía antes, sino que es filosófica y de contenido. A alguien se le ocurrió decir que en una noche el ensayo y la poesía salieron para tener un encuentro que resultó enloquecido y de ahí nació el aforismo, con lo cual se legitiman dos de sus características. Uno, el aforismo no solamente tiene una fuerza lírica en la resolución y la significación musical que tienen sus términos, sino que también (dos) tiene un contenido desafiante que intelectualmente obliga a pensar. Y, desde la perspectiva que has planteado, la fuerza del aforismo puede representar para ti una autocondena. Es decir, tú puedes concebir un aforismo para criticarte a ti mismo o para desafiarte a ti mismo. Muchas veces, el aforismo se convierte en una máscara para impedir que tú veas tu propio rostro. 

¿Podríamos hablar del uso o más bien de la utilidad extendida del aforismo?

A mis alumnos, en las clases de gerencia, siempre les digo que deben tener una junta de asesores, pero esos asesores no son personas de carne y hueso, sino cuatro o cinco aforismos que debes tomar muy en cuenta antes de tomar una decisión. Esto desde el punto de vista gerencial, pero desde el punto de vista psicológico, hay un psiquiatra argentino, Giorgio Nardone, quien sostiene (en el libro La mirada del corazón) que ha hecho psicoterapia con aforismos, que se convierten en dispositivos psicoterapéuticos que han ayudado a muchísimos pacientes. 

Para muestra un botón, a propósito de un aforismo, cortesía de Ernesto Sabato, que usted cita en su libro: “El arte no es terapia, pero además es terapéutico”. Un aforismo que condensa su respuesta. 

Claro, tal cual. Todo lo que yo me he demorado para dar esta vuelta y has recordado ese aforismo. La eficacia y la eficiencia es como tú obtienes las cosas con un recorrido más breve, ¿no? 

En esa misma línea, cito el aforismo de Francisco de Quevedo: “Lo mucho se vuelve poco con solo desear un poco más”.

Qué maravilla. 

Víctor Guédez retratado por Andrés Kerese | RMTF

La imagen que despertó en mí es la de un nudo que se va apretando, no sé si como el garrote vil, para que tú vayas construyendo un verdadero aforismo. Otro argumento a favor de la capacidad de síntesis y la eficacia. 

Mientras el aforismo se asocie con un nudo, muchísimo mejor desde el punto de vista reflexivo, porque un aforismo que dice todo y por siempre no demanda de ti un ejercicio intelectual. Es algo equivalente decir, cuando salimos del cine después de ver una película, “me gustó” o “no me gustó” a decir, simplemente, “no sé si me gusto” o “no me gustó porque tengo que reflexionar acerca de la película”. El buen aforismo es aquel que te engancha de tal manera que te desafía a una reflexión posterior que permita comprenderlo en toda su dimensión. Tiene que desafiarte, eso es parte del encanto del aforismo. Reflexionas para ver cómo ese nudo se desata y al hacerlo encuentras una iluminación, una respuesta a lo que te planteaste. En el I Chin hay hexagramas, que te llevan a varias imágenes, pero lo que tú captas es una sola frase. Un aforismo, que es el que te va a iluminar. Entonces, los aforismos deberían ser como los hexagramas del I Chin. Un aforismo puede ser tan exigente, desde el punto de vista intelectual, que yo le digo a la gente que no se intoxique leyendo más de uno diario. Con uno es suficiente. Paul Valery decía: “A mí no me gusta ir a los museos, porque en los museos veo tantos cuadros que me imagino que estoy escuchando diez sinfonías en un mismo tiempo y salgo con el cerebro fracturado”.

De nuevo apelo a su libro, para citar un aforismo de Enrique Vila-Matas: “Ante la pregunta, ¿qué libros llevaría a una isla desierta?, respondería: una antología de aforismos (…) leería un aforismo al día y, cuando fuera rescatado, echaría mano del libro para saber cuántos días pasé en la isla desierta”. Ese libro, efectivamente, no se puede leer como si fuera una novela, un cuento o un ensayo.

Tal cual, porque es como las dosis de un medicamento. Si te excedes, puede resultar envenenado. Este -dice Guédez, refiriéndose a su libro- no es un libro de lectura, quizás el prólogo o el ensayo introductorio, sí. Pero lo demás, no. Cuando estoy escribiendo un texto y me siento paralizado, yo me pongo a leer aforismos y por ahí encuentro la rendija por donde pueda seguir. Mi libro es de consulta y no debería leerse en una sola sentada. A menos que quieras “fracturarte” el cerebro. 

Quisiera discutir lo siguiente, escrito por Héctor Abad Faciolince. Reza así: “Twitter es la nueva habitación del aforismo”. No lo sé. Las referencias que tengo de Twitter es que esa red es lo más parecido a un paredón de fusilamiento, de las ideas, de las posturas políticas, de los comentarios que irritan a “la mayoría silenciosa” de la que habló Nixon. Quizás el antecedente del Twitter son los dazibaos de la revolución cultural china y ya sabemos para qué se usaron. 

Tal cual. El libro rojo de Mao es un conjunto de aforismos. Yo creo que hay que diferenciar entre un tuitero que pretende ser aforista y un aforista que pretende ser tuitero. Ahí es donde está el espacio en donde hay que establecer el juego. Sería ideal que alguien que utilice el Twitter lo haga con un espíritu aforístico. Y, sobre todo, con un contenido ético, porque el aforismo no es ni bueno ni malo en sí mismo. Lo importante, creo, es el juicio ético que tú puedas convertir en contenido. Una cosa es la información, otra cosa es el conocimiento y una tercera es la sabiduría. Es la pregunta que se hacía T. S. Elliot: “¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido con el conocimiento y dónde está el conocimiento que hemos perdido con la información?”. La información es un dato que revela una determinada apreciación. El conocimiento es limpiar, jerarquizar, estructurar esa información. Y la sabiduría es cuál es el uso humano que tú le asignas a todo eso. Creo que se puede establecer una vinculación similar con el aforismo. 

Puede haber esa intencionalidad y sería bueno que la hubiera, pero ese no es el caso. ¿En una sociedad atravesada por la pugnacidad política e ideológica? No, no lo creo.  

Voy a apelar a la imagen según la cual las apreciaciones ideológicas pueden tener una cercanía con la realidad, digamos, en términos de su factibilidad. Pero llega un momento en que la ideología se va separando hasta el punto en que se convierte en la antítesis de la realidad. Y cuando eso sucede, el poder trata de imponerla a la fuerza. Ahí es cuando la ideología se convierte en tiránica, impositiva, vertical, coactiva. Sucedió con el marxismo, que comenzó siendo un diagnóstico acertado de los males del capitalismo y de la precariedad del proletariado, pero pronto se convirtió en un metarrelato tan abstracto, tan impreciso, tan utópico, que no hubo otra opción que imponerlo (el poder entra por la boca de un fusil, otro aforismo de Mao) a sangre y fuego. La dictadura del proletariado es para que la realidad se parezca a la ideología y no para que la ideología se parezca a la realidad. 

Quisiera citar un aforismo de Victoria De Stefano, quien a su vez cita a Oscar Wilde: “Un aforismo, para que sea un verdadero aforismo, debe ser tan contundente como una verdad irrefutable”. Por ejemplo, uno de Oscar Wilde: “Escuchar es algo muy peligroso. Si uno escucha lo pueden convencer”. Aquí es donde su respuesta anterior encaja, calza. Más que del lenguaje y del metalenguaje, el aforismo también puede ser un arma de la política y del poder. 

Claro, porque llegado el momento, al aforismo lo pueden convertir en una consigna política, en un recurso para manipular a la gente. Recientemente le escuché decir a alguien que Europa debería declararle la guerra a Rusia, porque Winston Churchill dijo: “De qué vale que nosotros seamos vencidos si estamos de rodillas”. ¿Acaso que ese aforismo va a determinar una conducta, independientemente de los riesgos, de las condiciones epocales? Cuando yo digo que tú debes tener una junta de asesores (cinco grandes aforismos) se supone que al combinarlos tienes la prudencia necesaria para que tú no te dejes llevar por uno solo de ellos. 

Churchill también dijo que: “Quien se humilla para evitar la guerra, tiene la humillación y la guerra”. Entonces, un aforismo sí te puede llevar a una conducta, a la confrontación, a la guerra, a la destrucción. 

Sí, porque ¿qué es, por ejemplo, la masa radicalizada de la extrema izquierda o de la extrema derecha? Es la convicción en unas pautas del pensamiento, no es otra cosa. ¿Tú crees que los grandes protestatarios del terrorismo leyeron un contenido? No, ellos están llenos de citas, de aforismos, pero así como hay aforismos para el bien hay aforismos para el mal. Y, con toda seguridad, hay aforismos para la prudencia y para el equilibrio.

¿Un aforismo debería tener un sustrato ético, un sustrato moral?

En el fondo de toda convicción, de toda utilización de un aforismo, debería haber un dispositivo ético que te permita evaluar cuáles aforismos se van a convertir en tu junta de asesores. No podrías elegir aquellos aforismos que te lleven a hacer el mal.

¿Por qué no? Voy a citar a Bolívar: “el talento sin probidad es un azote”. Y eso le puede servir a una persona que haciendo el mal diga que está haciendo el bien. Una persona que combine carisma, intuición política y acierto comunicacional, un redentor, un populista. 

Claro. Tú puedes manipular el aforismo, que, además, fueron hechos en contextos distintos. Pero tú tienes que tener el criterio para filtrarlo, para cribarlo. Pintar es cribar, decidir es cribar y usar un aforismo también es cribar. Unos sirven para una cosa, así como otros sirven para otra cosa. Los aforismos no tienen validez universal para todos los tiempos, sino que tienen una justificación. A veces pienso en las personas que perdieron los adverbios. Por ejemplo, en esta señora que pide que intervengan a Venezuela desde fuera… ¿Y los adverbios? O los que quieren que la Unión Europea le declare la guerra a Rusia… ¿Y los adverbios? ¿Y las consecuencias? Ahí es donde está el criterio ético, con el cual tú tienes que cribar los aforismos. Los aforismos no son ni buenos ni malos, pueden ser manipulables o no. ¿Cuál es la diferencia entre un líder y un déspota? Ambos participan, conjuntamente, de tres i. Esas tres i son: uno, tienen capacidad de influir -es decir, de generar devoción y lealtad en el otro-, dos, tienen capacidad de inspirar -esto es, un empoderamiento, un agigantamiento del otro- y tres, tienen la capacidad de involucrar -diría de asociar, de inscribir, en mi misma dirección, algo-. Hasta ahí, un déspota y un líder son la misma cosa. Pero viene la cuarta i, que es la que los diferencia. El déspota utiliza las primeras tres i para despertar la interiorización de lo peor que hay en el otro, mientras que el líder utiliza las tres i para interiorizar lo mejor que hay en el otro. 

Un aforismo de Emil Cioran: “Solo cultivan el aforismo quienes han conocido el miedo en medio de las palabras, ese miedo a derrumbarse con todas las palabras”. ¿No se trata del miedo frente a la página en blanco? ¿Un miedo infinito, pero también un miedo que te reta a superarlo? ¡Qué gran herramienta para un escritor, para un poeta!

Cioran era realmente un genio, porque el aforismo te enfrenta a ti mismo y contigo mismo. ¿Por qué? Porque cuando tú dices un aforismo o eres un gran hipócrita, porque te estás poniendo una máscara para no ver tu propio rostro, o, simplemente, porque te estás desafiando para ser aquello que tú proclamas. Esa es la fuerza del aforismo. Nunca describe lo mejor del personaje que lo pronunció, sino que, más bien, esconde a ese personaje o lo desafía con la mejor voluntad. Me encanta que la palabra espejo esté en el título de este libro, porque así como uno se ve frente al espejo, uno debe poner al aforismo en el espejo. Así como Velázquez, en las meninas, se pintaba pintándose. 

No puedo concluir esta entrevista sin citar varios aforismos relacionados con el papel de la crítica. El área de su inquietud, de su trabajo intelectual. Empecemos con dos de ellos en contra. Uno de John M. Coetzee: “Persona que se gana la vida diciendo cosas ingeniosas a expensas de los demás”. Otro de Gustave Flaubert: “Se hace crítica cuando no se puede hacer arte, del mismo modo que se trabaja de espía cuando no se puede ser soldado”. Y, a favor, uno de Ricardo Piglia: “La crítica se ocupa de definir los espacios, definir los contextos, establecer las tradiciones y categorías”. El otro de Raymond Chandler: “Los grandes críticos, cuyo número es lastimosamente escaso, constituyen una morada para la verdad”. ¿Cómo se ubica usted frente a estos aforismos, contradictorios, opuestos, alrededor, precisamente, de la crítica?

Me encanta que haya esa oposición de visiones. Puedo decirte que, en el más reciente foro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte, yo participé con una ponencia, cuyo título era: “Encomios y vituperios sobre la crítica”. Establecía cinco encomios y cinco vituperios y trataba de cotejarlos. Y es que cada uno de ellos tiene su parte de verdad. Lo que ocurre es que, finalmente, no sabes dónde ubicarte, porque al fin y al cabo hay casos, hay circunstancias, donde tú podrías decir “aquí funciona este” o “aquí funciona aquel”. Oscar Wilde tiene un opúsculo donde pone a dos personajes, uno a favor de la crítica y otro en contra. Es bellísimo, porque cuando tienes que citar a Oscar Wilde, lo tienes que hacer hablando bien o hablando mal, porque él mismo está diciendo las dos cosas, a través de personajes distintos. Yo creo que el pensamiento tiene que ser eso: la gran apertura, establecer el espacio intermedio entre los dos extremos. Buenos son aquellos aforismos que crean matices entre un extremo y otro.  

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*Consultor, docente, crítico de arte. Ha dirigido proyectos culturales en instituciones públicas y privadas. Igualmente, en organizaciones internacionales. Ha escrito 20 libros y numerosos artículos en prensa y revistas especializadas. Su talla intelectual ha sido reconocida en Venezuela y en toda Iberoamérica. 


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