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Venezuela: entre los anhelos de cambio y la catástrofe

Un activista protesta por la escasez de medicamentos en Caracas el 20 de noviembre de 2017. Fotografía de Federico Parra / AFP

12/02/2018

En Venezuela sigue buscándose un cambio político mientras sobrevivimos en un escenario donde conviven lo catastrófico con lo kafkiano. La suspensión indefinida de las negociaciones gobierno-oposición, facilitadas por República Dominicana desde diciembre, si bien descorazona, era esperable. Deja, no obstante, algunos saldos interesantes para los partidos que, en nombre de demócratas del país, allí concurrieron. Pero llama especialmente la atención la débil capacidad de esos dirigentes y sus fuerzas políticas para capitalizar los frutos de sus esfuerzos que, en este caso, fueron sostenidos, coherentes y más profesionales que en todas las experiencias anteriores de negociación. ¿Esto a qué se debe?

Es importante encontrar respuestas a esta interrogante para afinar un diagnóstico que ayude a la sociedad democrática venezolana a trazar los próximos pasos. Porque la resistencia y lucha continúan, presentándole a esta oposición política y a la ciudadanía de vocación democrática en general, desafíos bastante complicados. Una vez más, parece que estamos en tiempos decisivos. Pensemos opciones de acción política y social, que permitan alcanzar el cambio democrático, en mi opinión, el único que puede traer condiciones para un comienzo de estabilidad y paz al país.

La catástrofe sin fin

Quienes vivimos en Venezuela y permanentemente monitoreamos la situación socioeconómica y política, nos parece reiterativo volver sobre las cifras de la catástrofe económica y social que padecemos. El desastre tiene años a la vista: inflación creciente, retroceso sostenido del PIB, caída de las reservas internacionales. Indicadores macroeconómicos que llevan al menos cinco años en regresión. Lo nuevo es la hiperinflación habiendo cerrado el año 2017 con una cifra superior al 2.500%, lo que pronostica para este año, de seguir las mismas políticas demenciales del equipo de Maduro, una cifra sobre los seis dígitos. Todos los indicadores siguen agravándose, el PIB, por ejemplo, acumula un retroceso que refleja la disminución del aparato productivo en más de un tercio de lo que fue. En años más recientes, por otra parte, a la disminución de los precios del barril petrolero en el mercado mundial, se suma una destrucción de la empresa PDVSA. Decrece de manera cada vez más rápida su producción, agobiada por una nómina poco profesional, que se ha triplicado en la era chavista, así como por los onerosos desvíos de sus recursos para satisfacer criterios paternalistas, clientelares y escandalosas corruptelas.

El colapso económico precipita la crisis social, que ya ha mutado a crisis humanitaria. La pobreza sobrepasa el 80% de las familias, la miseria el 50%. La desigualdad es oprobiosa y la vivimos como herida punzante. A diario vemos niños, adolescentes, mujeres, viejos, hombres, escarbando en las bolsas de basura, mientras unos pocos, que poseen divisas, bien de manera legítima, o porque son altos funcionarios del gobierno y/o militares del régimen, se gozan la vida en medio de abundancias que obtienen a precios risibles cuando se calculan a dólar paralelo. Niños y adolescentes abandonan las escuelas por carecer de un mínimo de condiciones para estudiar, empezando por la comida. La crisis de las medicinas se materializa en una escasez que se sitúa sobre el 80%, según la Federación de Farmacéuticos de Venezuela, y a diario redes sociales que permanecen fieles al derecho a informar, dan cuenta de las continuas muertes por falta de nutrientes para recién nacidos en los hospitales, o por ausencia de tratamientos para recién paridas, medicinas y equipos para venezolanos con padecimientos crónicos, y otras personas con distintas vulnerabilidades en salud. En este momento asistimos al continuo fallecimiento de personas por problemas renales, al haber dejado el gobierno, el Estado, de garantizar lo necesario para sus tratamientos y diálisis. Nuestra tragedia se resume en los miles de venezolanos que a diario salen huyendo por nuestras fronteras para enfrentarse al mundo ancho y ajeno, como refugiados de una nación destruida. Pero no, no es por la guerra económica que pregonan maduristas, es por la guerra que ha declarado el gobierno de Maduro a la una vez nación.

Venezuela en el abismo, producto tanto de estrategias planificadas por una elite de vocación totalitaria y fanatizada, como por su incapacidad supina para gobernar. Para ellos, como en la edad media, la lealtad a la autoridad y el fanatismo doctrinario deben conducir la gestión pública. Sus políticas de control social son aberrantes para un país que vivió la modernización. El Carnet de la Patria y las cajas CLAP resumen su búsqueda de subordinar a la población manipulándola desde sus necesidades más básicas: comida, salud, ingreso. Es un escenario catastrófico que no puede revertirse sin un cambio político que suponga la caída, no sólo del jefe del Estado y su entorno cercano, sino también de una sustantiva modificación de las fuerzas que hoy conforman el bloque de dominación: una cúpula militar y civil unida por delirios seudorevolucionarios, miedos e intereses particulares, muchos de los cuales consisten en negocios criminales e ilícitos.

¿Por qué cuesta tanto a las fuerzas democráticas capitalizar,
tanto de las condiciones socioeconómicas extremas como de sus aciertos políticos?

En un escenario abrumadoramente adverso para quienes llevan las riendas del poder y saliendo de unas negociaciones que, desde mi criterio, dejó para las fuerzas políticas democráticas un importante saldo positivo, uno debe preguntarse por qué, una vez más, estos actores políticos no saben cómo capitalizar sus ganancias. No es la primera vez. Por citar episodios recientes, no supieron aprovechar la gran energía social encarnada en las multitudinarias manifestaciones que los respaldaban cuando se sentaron a una mesa de negociación con el gobierno de Maduro a fines de 2016. Llegaron a esa mesa sin nada preparado, pescueceando muchos dirigentes por simplemente salir en la foto. La masiva participación en la consulta popular del 16 de julio de 2017, precedida por un ciclo histórico de protestas que visibilizó un debilitamiento de la polarización social que ha promovido el chavismo, es otro ejemplo en cuestión. Tampoco supieron qué hacer con ella, derrumbándose poco después, sin saber cómo actuar ante la fraudulenta elección de la Asamblea Nacional Constituyente. 

Ahora, concurren a República Dominicana y muestran su mejor desempeño. Llevan asesores nacionales e internacionales, agenda, propuestas y negociadores experimentados. A Borges, a quien le tocó la conducción, se le vio serio, honesto, valiente. Pese a la debilidad y fragmentación actual de la MUD, lograron aparecer coherentes. La negociación fue respaldada por gobiernos amigos, que cuidaron de los intereses de ambas partes, pero que no cayeron en la estéril polarización política. La propuesta de los cancilleres, que el gobierno de Maduro no aceptó y que, en lo esencial, contemplaba la reposición de condiciones para las elecciones presidenciales similares a las de 2015, fue respaldada por los cancilleres de Nicaragua y Bolivia, invitados por el régimen. Desechándola, quedó expuesta la naturaleza arbitraria y autoritaria de la dictadura de Maduro. La comunidad internacional tomó debida nota, las presiones, sanciones e investigaciones al gobierno han arreciado.

Sin embargo, las declaraciones posteriores a la suspensión han carecido de la pegada que era de esperarse. Casi inmediatamente vuelven los políticos habituales a mostrar encuestas con niveles de popularidad de ciertos candidatos. Para el ciudadano de a pie, cuesta mucho entender que, si no se firmó un acuerdo, porque el gobierno se negó a dar condiciones libres, justas y transparentes para las presidenciales ni rehabilitó dirigentes ni liberó significativamente presos políticos ni aceptó el canal humanitario ni reconoció las atribuciones de la Asamblea Nacional, pareciera ser ahora para muchos partidos y dirigentes, que la discusión más importante es si vamos a las tales elecciones sin condiciones y quién va a ser el candidato.

Sin desmerecer la complejidad de actuar certeramente en un terreno tan difícil y absurdo como el que permanentemente abona el gobierno, pareciera que seguimos con muchos dirigentes y partidos débiles, inconsistentes, y/o incapaces de deponer sus intereses políticos particulares para favorecer la muy necesitada unidad de acción. A mí me bombardean por las redes con encuestas donde se señala que tal o cual candidato le ganaría a Maduro, en cualquier condición, y lo lograría pasado mañana. Muy lamentable la cortedad de visión, viniendo de políticos de oficio y después de dieciocho años viendo un gobierno que llegó inicialmente por las urnas, convertirse en una dictadura abyecta y sin escrúpulos. Muestra una imagen de actores políticos que no están a las alturas de las gravísimas circunstancias que padecemos.

Respetando opiniones de ciudadanos de si conviene o no presentarse a unas elecciones sin ninguna garantía de integridad electoral, y estando de acuerdo en que es uno de los temas que deben ventilarse, que ello sea el centro del debate de muchos partidos me parece absurdo. Sospecho que los dichos partidos son poco consistentes porque, entre otros aspectos, no son propiamente partidos. Nunca procuraron cumplir las tareas básicas que hacen de un partido un mediador respetable y eficiente entre sociedad y Estado: carecen de ese trabajo perseverante de formar sus militantes de base, de crear estructuras organizativas eficientes, de practicar democracia a lo interno, de estudiar política e historia, tener recursos independientes de los dineros públicos, o cultivar una identidad colectiva no derivada de un liderazgo personalista y mediático. Los resultados son bandazos, oportunismos, fracasos una y otra vez. Exigen pluralismo, que los tomen en cuenta, pero ¿qué en concreto aportan para la necesaria estrategia que, en este momento, de nuevo decisivo, se necesita para alcanzar el cambio político que garantice la vuelta a la democracia? ¿Elecciones sin condiciones?

Las próximas jugadas: urgencias de articulación de lo social y lo político

Ante el desencanto de muchos por el desempeño de nuestros actores políticos, dada la recurrencia de comportamientos erráticos y/o mezquinos; reconociendo el agotamiento o miedo que siente la ciudadanía, que se movilizó entusiastamente en años pasados para ejercer presión desde la calle al gobierno sufriendo represión y no viendo resultados, y entendiendo la desconfianza a un Consejo Nacional Electoral y a otro proceso electoral, que va a activarse sin garantías de ninguna clase, la estrategia política inmediata debe estar bien pensada, discutida y acordada no sólo por los políticos, sino también por organizaciones sociales y esa ciudadanía que sigue apostando por la salida pacífica y democrática.

Las ópticas deben ser amplias, trascender el hecho electoral, buscar la participación en múltiples espacios públicos e institucionales. Las elecciones sin garantías no pueden ser asumidas como si fuesen legítimas, o como si fueran ganables; son apenas un pretexto, podrían ser un recurso táctico para seguir exponiendo a Maduro al escarnio internacional y nacional, desnudando la naturaleza tiránica de su ejercicio del poder, su crueldad e incapacidad. Así también, negociaciones y conversaciones deberán continuar, exigiendo a quienes se sienten en esos espacios seriedad, desprendimiento de intereses tacaños, capacitación en este campo, pues no se puede alcanzar beneficios para la población sin preparación y sin asesoramiento profesional. Las experiencias habidas en otros países, si algo han mostrado es que las conversaciones y negociaciones son necesarias, pero deben, quienes tomen responsabilidades en ella, prepararse para saber mejor servir a los intereses de la nación. Demandan paciencia, inteligencia y creatividad. Hay que aguardar por el momento oportuno.

Son tiempos de urgente articulación de los actores nacionales entre sí, bien sean partidos, ONG y organizaciones sociales y comunitarias. La construcción de un tejido social desde abajo, más tupido, más diverso social y generacional, de múltiples identidades, que asegure un piso amplio de respaldos políticos por la democracia, sus valores y prácticas, más sólido y firme que el habido hasta ahora. Un tejido que presione a los partidos, los apoye y exija unión y rendición de cuentas. Las condiciones socioeconómicas actuales favorecen el desdibujamiento de la política polarizadora que, destruyendo la identidad que como nación nos labramos en el siglo XX, ha marcado a Venezuela desde 1998. Un discurso y una narrativa nacional alternativa a la discriminación, a la ofensa y violencia, a la esquizofrenia y disociación de la realidad del discurso oficial.

Las articulaciones deben darse también con la comunidad democrática internacional. Ella nos hace más fuertes, más seguros. Su contribución en los últimos años ha sido invalorable y debiera seguir así, para lo cual hay que cultivar y cementar las relaciones con gobiernos, parlamentos, agencias interamericanas y mundiales y demás organizaciones que hacen vida en ese nivel.

Contamos con instituciones y actores que pueden propiciar las tareas complejas de esta etapa. La Asamblea Nacional, el espacio institucional liberado del control de la cúpula militar y civil que gobierna con Maduro, es un bastión importante. La Iglesia Católica, sus obispos y organizaciones; los gremios, sindicatos, academias, universidades, intelectuales. En tiempos de dictadura la creatividad se hace más necesaria que nunca, es preciso producir acciones simbólicas, que refuercen la moral de quienes apoyan y alimentan el movimiento nacional por la democracia, acciones que eduquen en valores ciudadanos, que contrasten y denuncien la ilegitimidad de las autoridades que hoy gobiernan Venezuela. Consultas populares, autoridades paralelas, medios de comunicación alternativos, aulas abiertas para la enseñanza de historia, cultura política, todo lo que permita a los venezolanos que luchan por las libertades, saber y sentir que no están solos, que pertenecen a un movimiento que crece. El poder es el que está solo, Maduro y su conjunto de tribus militares y civiles, pegados como sanguijuelas al aparato del Estado, chupando hasta destruir las bases y recursos de la república. Pero están cada vez más aislados, en problemas y son crecientemente despreciados.

La situación que padecemos es compleja, contradictoria, paradójica. El gobierno controla poder y dinero, pero está aislado y asediado de problemas económicos y financieros; están muchos de ellos perseguidos internacionalmente por sus conductas criminales. Mucho descontento entre sus cuadros militares y civiles de niveles medios y bajos. La tiranía se viene debilitando. Tampoco pueden, quieren o saben resolver la catástrofe económica y social que engendraron. Son más vulnerables de lo que parecen. Es importante entonces comprender la realidad actual y las posibilidades de acción en ella, sin fantasías. Ser creativos y llamativos en la resistencia y confrontación no violenta. El sacrificio lo merece, por el país que queremos y merecemos ser.


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