Centipede Island. Trinidad y Tobago, febrero de 1938. Fotografía de álbum familiar ©Archivo Fotografía Urbana
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Hay urracas por encima del séptimo paralelo
entre las bromelias del alféizar de mi ventana
donde se posan en las tardes
con sus plumas verdes, amarillas y negras.
Y ellas creen que las espinas
de las inmóviles bromelias
las pinchan adrede
y entonces arremeten con sus picos
contra las carnosas hojas lanceoladas.
Hay una de estas urracas,
solo una
que luego de rebatirse en plena lucha
se detiene un momento y canta como un grillo.
Qué extraño.
Dicen que estas aves pueden imitar sonidos,
incluso el de un grillo.
Imagino que cuando duerme
la urraca
en los oquedales del bosque
escucha en silencio al insecto
y le responde
así dialogando
el insecto y el pájaro
encuentran
una posible compañía
y cada uno se siente
más seguro.
Luego, la urraca se vuelve a dormir
mientras el grillo devora retoños
de un arbusto que no tiene nombre
y la urraca vuelve a despertarse
y ve que el grillo sigue allí
e imita su vibrato.
De este modo la naturaleza se llama a sí misma
bajo las fugaces, estrellas fugaces…
Igor Barreto
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