Fotografía de LAURA BOUSHNAK | AFP
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Ibrahím Ferrer, el mítico sonero y bolerista cubano, está cumpliendo 15 años de haber fallecido en La Habana, luego de complicaciones de salud durante una gira europea que culminaba en París el 5 de agosto de 2005.
Ese día regresaba de Praga y me alojé en un hotel dos estrellas en el Barrio Latino. Me acompañaba el profesor Aquiles Gutiérrez. Tenía reserva para dos, pero al llegar nos asignaron una habitación con cama matrimonial. Hubo que reclamar. Resuelto el punto, pregunté a la recepcionista cómo hacíamos para comprar entradas e ir al concierto que el Buena Vista Social Club tenía programado para esa noche a las diez. Lo había leído en Pariscope, revista que publicaba la cartelera semanal de espectáculos en París (et ses environs). La chica, muy amable después del incidente de las camas, llamó por teléfono y preguntó precios. 20 euros por persona. Estuvimos de acuerdo. Antes de hacer la segunda llamada, de confirmación de asistencia, la mujer, con cara de argelina ladina, pregunta: ¿Ustedes están seguros de que quieren ir para allá? Y advierte: ¡De vuelta no van a tener tren!
La chica explica que “le concert ne se déroulera pas correctement à Paris”, sino en una localidad que se encuentra a una hora en tren. Dijimos que ni de vaina, y nos fuimos a tomar calvados por los lados de la estación del metro Odeón.
El Platanal de Bartolo
En los carnavales de 1965 llegó a Caracas el violinista y flautista cubano Pupi Legarreta, con su charanga. Estaba sonando mucho en la radio su versión de El platanal de Bartolo, una pieza con gran recorrido en el Caribe. La había inventado Electo Rosell (Chepín) en 1955 y, sucesivamente, la habían interpretado Roberto Nápoles, Vitín López, Benny Moré y Celia Cruz, entre otros contraltos.
Cuenta la historia de un local situado en Ciego de Ávila, a 400 km de La Habana, en el que su dueño había colocado un gran cartel que decía: “Pase a gozar y bailar en el platanal de Bartolo”. En el interior había un solar adornado con hojas de plátano recién cortadas y a un lado del templete estaba un muñeco gigante de alambre y trapo al que llamaban Bartolo. Los carnavales que allí se celebraban duraban 45 días seguidos. Chepín la había grabado en la voz de Ibrahím Ferrer, pero a este no le otorgaron el crédito correspondiente.
En las navidades de ese 1965, en Barcelona, por supuesto que se presenta la polémica entre los bailadores. “La de Pupi no es la mejor versión”, dice Ronald Portillo, que era jefazo de las fiestas (de contribución) que daban las hermanas Marcano cada semana, hasta que en enero llegaban Los Reyes y se acababan las vacaciones. Portillo era novio de una de las anfitrionas. “Entonces traigan otras versiones, para decidir”, replican desde un rincón.
La letra de El Platanal era inconmovible. Ningún cantante la alteraba, ninguno la soneaba a su leal entender, debido al chaleco de dos minutos y tres cuartos que entonces imponían los estudios de grabación.
Yo vengo de Cocosolo
porque quiero guarachar,
Yo vengo de Cocosolo
porque quiero guarachar.
Aquí en el platanal
de nuestro amigo Bartolo.
Llevaron la del Diamante Negro (Roberto Nápoles), luego la de Pacho Alonso y sus Bocucos con Ibrahím Ferrer en segunda grabación. Oímos a Celia Cruz, que la había cantado en Radio Progreso con la orquesta de Ernesto Duarte (reiteradamente dice “platanar”). De Moré no se consiguió nada. Hasta compitió Rolo Martínez con la orquesta de Aldemaro Romero. Esa discusión duró tres sábados consecutivos y finalmente me quedé con Ferrer para el resto de mis tarareos festivos.
Fantasías con calvados
Cuando la argelina llamó para preguntar por las entradas, ya Ibrahím Ferrer había caído. El concierto fue suspendido. Se supo después que durante sus últimas presentaciones acusaba fuertes dolores gastrointestinales. En la tarde del 5 de agosto de 2005 fue trasladado a La Habana e internado en el hospital Cimeq, el mismo en el que casi una década después fue intervenido Hugo Chávez. Murió el día siguiente. Causa: síndrome de disfunción multiorgánica. 78 años.
Para quienes no pueden dormir sin el receptor de televisión encendido pero en silencio, es difícil entender su influencia en la secuencia vigilia-cabeceo-sueño leve-vigilia entrecortada-sueño profundo-desconexión total.
El aparato sintonizaba el hilo informativo de Canal Plus. Con la medianoche comenzaba el piloto automático a trabajar. El reel de noticias se repetía una y otra vez en bloques de quince minutos. Las mismas informaciones. Ese era el formato, aún existente, en la televisión satelital que la CNN de Ted Turner había lanzado en Atlanta en 1980 y que se repetía en todo el mundo. La renovación de los contenidos comenzaba con el nuevo día.
En pantalla apareció Ferrer y, en estado de relajación, pensé que era la reseña del show de París que nos habíamos perdido. Volvió a aparecer pero con el traje cambiado. A la tercera, llevaba el primer traje pero con distinta camisa. Quince minutos más tarde la secuencia se repite. Pudieron ser 24 veces las apariciones entre las doce la noche y las seis de la mañana, cuando su imagen se esfumó de la programación del Canal Plus francés. En el trayecto, producto de los calvados, le había dado tres vueltas a la evolución beta-alfa-theta-delta de las ondas cerebrales que me llevaban sucesivamente desde estado ríspero total al sueño profundo, y nuevamente a la vigilia, en ciclos de hora y media.
Tres gardenias
A la visión número 12, comprendo entre fantasmagorías que se trata de un remake sumario de tres memorables presentaciones del Buena Vista Social Club en los años 98 y 99, con Ferrer en plan estelar.
En la primera, con traje color coral* (Living coral) y camisa jaguayana de cuello largo abotonado, está Ferrer en el Carnegie Hall de Nueva York al final de su apoteósico soneo de casi dos minutos de Candela, la épica del ratón medio loco de Faustino Oramas. Ferrer se ha quedado estupefacto, perplejo, con cara de niño a punto de llorar de la emoción, bajo bombardeo de aplausos que tardan más que el tilán tilán de los bomberos que en la canción acuden a apagar el fuego. La toma va en ángulo inclinado desde el escenario hacia el patio de butacas y luego panea de abajo a arriba los cinco balcones que consagran a los decididos, desde los tiempos de Piotr Illich Chaikovski en 1891 hasta la fecha, en que debido a la pandemia solo programan allí shows en streaming.
En la segunda visión, bajo el embrujo de las ondas theta, voy al Royal Theater Carré, en Amsterdam, antigua Holanda, en junio del 98. Viste traje completo de tono beige, al igual que la gorra, con camisa blanca y corbata a rayas oscuras. El porte es de ébano señorial. Comienza a cantar sentado, al lado de Eliades Ochoa y Pío Leyva. Suena otra vez la recreación de Los Ratones, el poema infantil que escribió el español Lope de Vega cinco siglos atrás. En lugar del ratón barbicano, colilargo, hociquirromo, de encrespado y grueso lomo, emerge un ratón subido a un guano que dice bien placentero: Y ahora si quieren bailar, búsquense otro timbalero. El Carré, que fue circo a finales del siglo XIX, se entrega feliz al limpiabotas que había salido indemne de la penuria del “período especial” cubano.
En el tercer espejismo, Canal Plus entrega una producción propia de junio del año 99 en París. Ibrahím Ferrer canta el bolero Nuestra última cita, de Armando Medina, en el programa de humor y tertulias Nulle Part Ailleurs (Como en ninguna otra parte). Viste el mismo traje color coral del Carnegie Hall pero ahora la camisa es parda, como el jabón Heno de Pravia, y la corbata es igualmente bullanguera. De la tristeza por la despedida de un amor fallido, del diluvio de besos perdidos y de la suerte de las ilusiones, de pronto se electrifica al interpretar Qué bueno baila usted, el clásico de Benny Moré. Los solos corren a cargo de Rubén González al piano, Guajiro Mirabal en la trompeta y Aguaje Ramos en el trombón.
Pero no había escuchado nada. La TV ha estado en mute. 24 veces Ferrer ha aparecido, difuminado, desleído, corporizado o en efluvio de energía estática, entre las doce de la noche y las seis de la mañana del 6 de agosto de 2005. El escape del estado delta es grandioso para mucha gente. Son esos quince minutos progresivos y luminosos que se tarda la recuperación de la vigilia.
Restablecido el sonido de la TV, en la primera emisión de noticias “nuevas” dijeron: “Le sonero cubain Ibrahím Ferrer est mort”.
–¡Ay, mamá!, ¿qué pasó?
Desde entonces, en beta, en alfa o en theta, me sigue siguiendo alguna de las suyas.
Quince años después
El jueves 6, en Callao, Madrid, me acerco al restaurante Cuando salí de Cuba, situado en calle Ternera 4. Su terraza cubre media calle peatonal. Pregunto al mulato:
–¿Aquí van a conmemorar esta noche los 15 años de la muerte de Ibrahím Ferrer?
Levanta los párpados y repregunta:
–¿Y ese quién es?
***
*El tono coral del traje usado por Ferrer en Nueva York y en París fue elegido “Color del año 2019” por el consorcio tecnológico Pantone.
Víctor Suárez
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