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Tres fragmentos de El nervio poético, libro ganador del Premio Transgenérico, de Alberto Hernández

10/02/2018

El 28 de enero de 2018, Alberto Hernández, poeta, narrador y periodista, se hizo acreedor del XVII Premio Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana con la obra El nervio poético. A propósito de esto, compartimos 3 fragmentos de este libro.

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La conversación se alargó casi hasta el amanecer. Eugenio destacó el color que el cielo protagonizaba por el Este del mundo. Comparó los ocasos de Güigüe con las caídas de sol de Galicia. Pepe, ligado a las alturas, era de la opinión de que ese mismo cielo a veces es un personaje acomplejado, ambiguo y  gallego.

Ambos hombres, ahora recostados de una baranda que daba a una calle, leían el destino de sus vidas. Ninguno de los dos advirtió que la muerte estaba a sus espaldas,  recostada en el sofá del apartamento.

-Todo poeta es mirado desde la muerte, la que carga a despecho de la conciencia del Otro, dijo Montejo.

-Todo poeta mira su propia corriente alterna, su electricidad, su energía  en el poema.  Pero está destinado a borrarse, a quemarse con el mundo. Un solo poema hace de su historia un extraño, un sujeto de silencio. Un lugar para las cenizas. Un adversario del tiempo, completó Barroeta.

Frente a los ojos de los personajes apareció el día. Sus sombras se alargaron, quedaron detenidas en el piso.

Ahora no hay nadie.

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El pensamiento poético arrastra mucho polvo viejo. Ya las metáforas existían antes de que el mundo apareciera como tal. Una esfera brillante, el ojo del Universo: la mirada de Dios y todos los secretos que guarda aún en estos tiempos de tantísimos libros, unos legibles, otros insoportables, como éste, que no es libro y que es insoportable.

No deja de ser un ejemplo la pesquisa realizada por Mairena, quien citado por Miguel Casado  afirma: “En la gran ruleta de los hechos es difícil acertar, y quien juega suele salir desplumado. En la rueda más pequeñita de las razones, con unas cuantas preguntas se hace saltar la banca de las respuestas. Por eso damos nosotros tanta importancia a las preguntas. En verdad, ésa es la moneda que vuelve siempre a nuestra mano”.

Las palabras ruedan en medio de las tribulaciones de quien las usa. Un poema no es más que un milagro cotidiano, porque éstos  ya  son normales, tan comunes algunos que no asombran. Todo poeta tiene su horario.  No obstante,  como escribe Roberto Juarroz: “Tal vez la poesía nos salve todavía del infierno de los habladores profesionales”. Y, en efecto, hay mucha poesía habladora, pero además, profesional. Atizada por los remilgos y hasta por la falta de nervio, de la neuralgia propia de quienes deberían sentirla temblor y conmoción.

De allí que la metáfora, esa efigie que aún mira de frente, siga su trayecto en poéticas anémicas, desvinculadas de la sangre, de los huesos, del semen y el orgasmo de la nocturnidad verbal. Quién puede decir algo en contra de la aforística presencia de Mairena, si, precisamente, ese rostro oculto de Machado no es más que un aforismo: son conciencias reveladas, preparadas para infundir poesía, para mitigar los conceptos elegidos por cierto facilismo.

Poesía cataléptica, osada, más bien poema, “artefacto”, máquina de descontar sueños. Idea en la que Octavio Paz pasa y repasa sus horas.

-También el silencio es un poema. Contradicción que admite el hecho de que en el silencio también hay palabras, arguye Montejo.

-El pensamiento poético está por detrás de las palabras. ¿Cómo sabemos de la presencia del pájaro o del  asesino en el momento de poner el huevo, el primero, o de clavar la puñalada, el segundo? Habrase visto ave que apuñale o criminal que empolle, bromea Barroeta.

(6)

Hanni Ossott se derrama con el poema. Ella se lee en su verso angustiado. Se indaga, se limpia el cuerpo. Resuelve un poema en un ensayo. Ensaya y se hace huesos de las imágenes que usa, las que invoca para derramarse. Muchas fueron las experiencias que llevó en los textos. La de la mística, la del éxtasis, las del cuerpo aterido, enfermo y sano, distante.

-¿Quién puede recoger los restos de sus palabras, las que nos quedaron grabadas sin necesidad de oírlas?, se pregunta Montejo.

-Si la leemos, podríamos volver a Hanni y encontrarla, aun en la Muerte:

Los hombres se van

como a pedazos

de a ruinas

de a despojos.

En silencio pulsan

golpean

hacen ruido 

hacia una nada

hacia un silencio.

Los hombres muerden y contraen

violentan

activan

atrás, siempre atrás

      hacia nada.

-En nosotros la encontramos, porque lastima profundamente nuestra propia ausencia. El poema fenece con la palabra al ser pronunciada, pero se hace visible y presente en el nervio, en  el temblor de quien lo creó. Se traduce con los personajes, con el personaje que no nombra, dice Montejo.

-El poema es entonces, pronuncia Pepe.

-Sí, queda en suspenso, como la misma muerte: Montejo.

-En un poema la muerte es sólo reflejo: Barroeta.

-O el reflejo es la muerte en la respiración del poema: Montejo.

-La muerte es una honda respiración: Barroeta.

-Como el poema, profundo: Montejo.


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