LiteraturaDiarios y poesía

Stephen Spender: los años 30

24/03/2018

En 1933, el muy influyente T.S. Eliot saludaba la aparición del libro Poems, de Stephen Spender (1909-1995), con opiniones que revelaban su simpatía por los jóvenes vates ingleses. Escribía también que si el contemporáneo de Spender, W. H. Auden, era “el poeta satírico de su tiempo, Spender era el lírico”. Y, como siempre, estaba Eliot en lo cierto. Auden y Spender pertenecieron a un brillante grupo de intelectuales que coincidieron en los años treinta en las aulas de Oxford: el filólogo E.R. Dodds, el narrador Christopher Isherwood y los poetas Louis MacNeice, Cecil Day Lewis, W.H. Auden y Stephen Spender. Auden, con su magnífica inteligencia, aparecía como el líder y su criterio era el más influyente. Su carrera fue la más brillante de todas, no me atrevo a decir la más permanente. E incluye participaciones en libretos para óperas de Britten y Stravinsky, guiones para películas, composiciones musicales, colaboraciones para los mejores diarios de su tiempo, protagonista de uno de los primeros matrimonios gays, esposo —al mismo tiempo— de la hija de Thomas Mann sin haberla visto nunca, sólo para facilitarle el pasaporte británico, responsable de algunas de las mejores aproximaciones a la obra de Shakespeare y autor de por lo menos cuatro poemas dignos del canon de la lírica inglesa de todos los tiempos. Textos finamente irónicos, de dicción impecable y lúcidos testimonios de los oscurecidos tiempos que le tocó vivir. Fue todo un personaje, nada tímido, amigo de los encuentros literarios, bebedor y fumador convencido y con aspiraciones místicas al final de su vida.

La carrera de Spender corrió paralela a la de Auden, su amigo y compadre. Menos exhibicionista, trató y fue amigo de los mejores espíritus de su tiempo, su poesía era la expresión de su carácter, marcada todavía por un discreto romanticismo, más cerca de poetas tradicionales o de extranjeros como Rilke. No sabría decir cuántas piezas suyas entrarían en el canon, pero no estará ausente. Cabeza arcaica es un texto de juventud escrito hacia 1938 y es una expresión de esta lírica casi atemporal y no exenta de romanticismo:

Si pudiera, sin perder esta

confianza en el éxito,

volver a aquellos días

y sonreír a través de esa desdicha

que nos rodeaba, verías que era

la intolerable petición

de tocar tu mano. Verías

lo que he dejado: esta isla

donde se encuentra

tu cabeza arcaica después

de enterrada.

El grupo de Oxford, como todos los intelectuales que se distinguieron en las primeras décadas del XX, no pudo obviar la tentación de una poesía política, comprometida con la lucha de los marginados por el desbordado capitalismo. Los tiempos presionaban al poeta para que cantara los grandes temas y los riesgos urgentes ante la amenaza totalitaria (la miopía de la época exceptuaba la dictadura de Stalin, una lamentable afección que se ha reiterado en Venezuela en el XXI). El grupo, demasiado inteligente para caer en la trampa, no dejó de sensibilizarse ante la situación y escribieron una poesía que, sin excesos, respondía a las exigencias. Ninguno cantó a Stalin, como Aragon y Neruda, en sus incursiones en la poesía comprometida. Spender fue el más consecuente e irregular y a Auden, sin ninguna militancia como no fuera su simpatía por el “socialismo”, le debemos algunos de los mejores poemas políticos de su tiempo, como el conocido 1 de septiembre de 1939, escrito al comienzo de su exilio neoyorkino:

Me siento en un bar

de la calle cincuenta y dos

incierto y asustado

mientras mueren las grandes esperanzas

de una década baja y deshonesta

olas de terror y miedo

corren sobre las iluminadas

y oscurecidas tierras del planeta,

invadiendo nuestras vidas privadas:

el inefable olor de la muerte

es una ofensa a la noche de septiembre…

La década “baja y deshonesta” es por supuesto la tercera del siglo XX, que presenció el terrible ascenso de Adolf Hitler. Tiempos aciagos que habían sido prefigurados por el violento triunfo de la revolución bolchevique y la llegada, no tan violenta, al poder del fascismo de Mussolini. No obstante, fue una época que valió la pena, como pocas, ser vivida y haber sido joven para disfrutarla. Spender y sus amigos no desperdiciaron la ocasión. A comienzos de la década, fueron a un Berlín que vivía el éxtasis terminal antes de la represión política. Isherwood se ha detenido en estos años para sus autobiografías, Adiós a Berlín o Isherwood y los suyos, con su vida de luces y cabaret a lo largo de la larga Kunfurstdamstrase. Y los anhelados espacios del Hotel Adlon, del otro lado de la Puerta de Brandemburgo. Berlín, más que París, era “una fiesta”. Una tolerancia que terminaría abruptamente con la caída de la república de Weimar y el triunfo de los nazis. De regreso a Inglaterra, Spender escogió la militancia en el partido comunista, mientras sus amigos se mantenían como “compañeros de viaje”.

La guerra civil española propició la división de la intelectualidad europea. Por una parte, los jóvenes de todo el mundo, unos más izquierdistas que otros, y, por la otra, la reacción internacional auspiciada por la iglesia y los grandes capitales. El grupo de Oxford se manifestó con la pasión acostumbrada y dos de ellos viajarían a la España republicana. Auden por sus filiaciones socialistas y simpatía por la república y Spender encargado por el partido para reportar desde Valencia. La experiencia en la península, que incluyó unas semanas en prisión, marcó de manera notable la sensibilidad de Spender y no fueron pocos, y no siempre memorables, los poemas que escribió sobre el tema. El más conocido, y tal vez el mejor, está dedicado al poeta español y republicano, Manuel Altolaguirre:

Quizá somos nosotros los que estamos muertos,nosotros en un mundo que gira y se disuelve

mientras colocamos el firme cadáver bajo la tapa

  de la tierra.

Los ojos empujan los iris por encima de la tumba

procurando alcanzar las estrellas, que se aproximan,

mirando a través de un rectángulo de noche cual

  vidrio negro,

más allá de estas diurnas comedias de yeso que cae.

Tu corazón observa a través de las costillas

  que se rompen,

aceitado eje a través de rayos giratorios.

Sangre intacta de la veloz rueda,

miras a través de centrífugos huesos

del giratorio mundo disolviéndose.

Les Illusions perdues

Con la victoria de Franco, Hitler y Mussolini en España, la joven izquierda en Inglaterra perdió la inocencia. Algunos brillantes contemporáneos del grupo de Oxford en Cambridge (Philby y Blunt) optaron por la traición y se dedicaron al espionaje a favor de la Unión Soviética, no en poco estimulados por el ambiguo dictum de E.M. Forster: “Si me ponen a escoger entre un amigo y la patria, sin duda optaría por el primero”. En Spender, con su rara combinación de activismo y romanticismo, el desencanto gravitó de manera importante sobre su vida y su poesía. Había creído en el mensaje de la paz mundial y el sagrado derecho del proletariado a la dictadura; fue mensajero convencido de la fraternidad universal y la estrecha camaradería. La aventura española, el fracaso de la empresa, no lo convertiría en un hombre de derecha, pero sus convicciones comunistas habían entrado en crisis: “Los comunistas fueron responsables de la unidad de la izquierda antifascista, pero también los encargados de destruirla. Los escritores de mi generación experimentamos el proceso de estar unidos y luego desunidos como un desdoblamiento de la personalidad” (The Thirties and After). Al final de la gran década de los treinta, nuestro poeta había dejado de alimentar sueños heroicos y participaría, después de ser rechazado por el ejército, activamente en la cuadrillas de bomberos que ayudaron a los londinenses durante el devastador ataque de la aviación alemana. Un artículo donde veladamente criticaba a los “Procesos de Moscú”, le valió la expulsión del glorioso Partido Comunista de Gran Bretaña. La adhesión a todo totalitarismo, en esa época y en la nuestra en esta Venezuela devastada, sólo la justifica la corrupción y la más cínica irresponsabilidad. La lucidez de Spender le permitió, tempranamente, darse cuenta de la gran mentira socialista. Su poesía de estos años, sin declinar en su compromiso con el colectivo (“La historia de otros que cometieron errores / y de alguien cuya felicidad penetraba como una estrella / elude y se evade entre párrafos / y las letras irrumpen en los ojos que leen”), volverá, antes del comienzo de la Segunda Guerra, al tono intimista de su mejor poesía juvenil, el mejor instrumento para una lírica donde se canta la experiencia amorosa:

La voluntad ya decidió, pero ¿cómo puede
el corazón decidir, debajo de la superficie,
con razones que el ojo no deja de ver?
¿Cómo puede el corazón decidir el destierro
de este amado rostro para siempre? 

(“Una separación”)

Los años cuarenta que habían comenzado de la manera más ominosa trajeron para Spender una nueva oportunidad para manifestarse ante el colectivo. Esta vez no desde un punto de vista político, sino literario. 1940 es el año de la fundación de Horizon, la cual dirigiría con Cyril Connely hasta convertirla en una de las publicaciones europeas más influyentes de su tiempo. Con sus dones y miserias, la tercera década del XX fue el movido escenario donde, como en un rito de paso, alcanzaron la madurez creadora los brillantes integrantes del grupo de Oxford.


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