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Sobre “Poemas de la luna líquida”

09/03/2023

En algunas ocasiones las ideas que pensamos devienen categorías históricas, el «romanticismo» siempre ha sido un buen ejemplo (si consideramos manifestaciones similares como el «simbolismo» o el «surrealismo»). Pareciera que lo romántico adquiere diversas formas al paso del tiempo. Hoy hablamos de lo «líquido» para nombrar tantas caras de la contemporaneidad. Zygmunt Bauman (quien hace uso del vocablo desde una perspectiva filosófica) logró atinar confluencias desde las cuales se pueden leer comportamientos de manifestaciones contemporáneas.

Hay cierto carácter de transición, de «vaguedad» en el calificativo de Bauman que anuncia formas inéditas de ver el mundo, nuevas circunstancias. Desde mi punto de vista dicho término guarda semejanza con la denominación de «intervalo» según el concepto utilizado por Gillo Dorfles para hablar del espacio «vacío», de la «pausa» que separa un hecho artístico de otro ‒afirmaciones realizadas en su libro El intervalo perdido (Barcelona, Lumen, 2016)‒ y que nombra aquello ambiguo en la transición de una forma estética a otra; momentos donde suelen confundirse los estilos y las maneras de hacer que me hizo pensar en la ocurrencia de Bauman. La verdadera sustancia de las cosas es «líquida», una suerte de suspensión de las definiciones en la que se privilegian los encuentros.

En el título del libro de Alejandro Oliveros, Poemas de la luna líquida (Valencia, Pre-Textos, 2021), se anuncia lo que luego se corrobora en sus páginas. Es un conjunto de poemas definido por su cualidad pendular. De pronto, surge el país evocado con nostalgia y en tonos grises recordando una estampa remozada del «criollismo», poemas como: «Playa blanca. Puerto Cabello» o «Nirgua 1960», o registros de solera clásica que podrían obedecer a los gustos de un realismo paudiano, como los que cierran este volumen bajo el título de «Antología griega, imitaciones y anónimos».

Oliveros da cuenta de una tensión registrada por la poesía contemporánea entre el orden clásico y lo sencillamente local, todo pareciera ocurrir en una temporalidad degradada. Los estilos se alternan en el presente y resultan abundantes las mixturas que los poemas arrojan en una dinámica de inéditas combinaciones. Siempre he visto en esta mestiza vaguedad un rasgo intemporal del presente que se hace más patente a la distancia.

Poemas de la luna líquida recuerda muchos momentos de la obra del poeta Alejandro Oliveros, la crónica cotidiana de su libro El sonido de la casa (1983), Magna Grecia (1999) o  Fragmentos (1986-1993). Este último es un libro que aprecio por la alternancia de planos literarios que van desde menciones locales a la poesía norteamericana, o al mundo de la antigüedad clásica.

Poemas de la luna líquida,  con su estilo tardío, conjuga los caminos de la obra del poeta venezolano. Mencionaría con agrado versos que me remiten a memorables recuerdos. Los poemas dedicados a la Navidad, los cuales inevitablemente se hermanan con la costumbre de Joseph Brodsky de homenajear esos momentos sensibles del año. Oliveros lo hace (mucho después) en textos como «Reyes magos en Milán» o en otro poema: «Navidad en Milán 2018». Son piezas casi dedicadas a su nieto-príncipe Alessandro. Destacaría de manera notable el texto «Dioses y recuerdos» o el hermoso texto dedicado a «Mallarmé en Tournon»; también el «Canto a la luna líquida», el cual luce una rima tenue cuya luz discreta ilumina como una pequeña lámpara de aceite sobre una mesa de noche.

***

Poemas de la luna líquida (selección)

Por Alejandro Oliveros

 

Playa Blanca. Puerto Cabello

En esta casa nació mi madre.

Las aguas con su espuma

inundaban el patio y, al retirarse,

lo dejaban cubierto de anémonas

y estrellas marinas.

Nunca aprendió a nadar,

pero los hipocampos la llevaban

sobre las olas. No comió helados

en el Hotel Los Baños, ni bailó

sus quince en el club El Recreo.

Pero disfrutaba los paseos

a San Esteban los domingos,

y los juegos en el río que bajaba

con sus aguas heladas de la montaña.

Al regresar a casa la esperaba

el funche humeante de la tía Loreta.

Los años porteños de mi madre

terminaron tempranamente.

Sin embargo, lo recuerdo bien,

hasta el último de sus días,

sus grandes ojos reflejaron

el mar espumoso de Playa Blanca.

*

Nirgua 1960

“Llévalo a dar una vuelta

por el pueblo”,

le dice mi padre al chofer,

mientras se instala en un bar

en las afueras de Nirgua.

Mi primera visita

a la ciudad paterna.

“Esta era la casa de ustedes”,

y el hombre señala

un caserón abandonado.

Nirgua era la espina

en el corazón de mi padre.

Nunca regresó, después

de abandonarla apresuradamente.

Atrás quedaban

las ruinas del reino,

los  reflejos azules

en el ojo de un pony,

el brillo imaginario

de las vetas de oro y las estrellas

en las ramas del mango.

“Tu abuelo perdió sus tierras

en una partida de naipes.

De todo eso no les quedó

ni una teja”. Regresamos

a Valencia, el silencio

de mi padre era lo único

que yo escuchaba por esos

valles y colinas de mis doce años.

*

Reyes Magos en Milán

A hard time we had of it…

Alessandro se va a la cama después

de dejar en la puerta tres platicos rojos

con panetón y leche para los Reyes Magos.

Mañana se dará cuenta de que, aprovechando

su ausencia, los sabios pasaron

y dieron cuenta de su merienda.

Los Reyes Magos de Alessandro

siempre tienen hambre.  Después de todo,

fue un largo viaje que incluyó desiertos,

montañas nevadas y el Po con sus arrozales.

Además, no contaban con los altos

precios de las posadas, la avidez

de los comerciantes, y la indiferencia

de una gente no interesada en epifanías.

Alessandro abre sus regalos mientras

los tres sabios vuelven a sus reinos.

Se van seguros de que aquí, bajo la luna

blanca de Milán, sus viejos cuerpos

fatigados, un día al fin descansarán.

*

Navidad en Milán 2018

Cuando se acerca

la Navidad a Milán,

pienso en lo que

he dejado atrás.

Ciudades con sus ríos

y cielos rosados,

altas claridades

y soles dorados.

Algún reino perdido,

islas y brumas,

jardines escondidos

y arenas de espumas.

Nombres queridos,

que ahora la memoria,

esa historia de olvidos,

despreciando mis intentos,

mantiene escondidos.

Hoy flotarán,

como todos los años,

en el aire los regalos.

Lo perdido lo reencuentro,

con las luces del árbol,

en el rostro iluminado

de mi nieto Alessandro.

*

Mallarmé en Tournon

Mallarmé camina hacia su vivienda

por las calles heladas de Tournon.

Los tres mil habitantes del pueblo

se dedican a la crianza de puercos

que llevan a sus habitaciones.

El Ródano era el espejo líquido

de la nostalgia: “La melancolía

se ha apoderado de mí y no me deja.

Aquí la gente camina en círculos,

como los estúpidos caballos de un circo”.

Alejado de París y los amigos,

vive su propia temporada en el infierno.

Sin embargo, en este poblado,

lejos de las luces de rue de Rome,

se le presentó la revelación definitiva:

“Sólo a partir de la inaccesible Nada

puedo aspirar a la imposible Obra”.

En aquel lodo de las calles de Tournon,

se reflejaba el vacío absoluto,

y el resplandor de un golpe de dados.

*

Canto a la luna líquida

A Alessandro

Canto a la luna líquida

y su corona de espejos,

sus cejas anaranjadas

y su mirada de hielo.

 

Canto su voz transparente

como una espuma de fuego,

el brillo de sus largas manos

en el cual busco un reflejo.

 

Un canto a la luna que canta

viejas canciones de vidrio,

en yidish o en esperanto

cuando en la cama dormimos.

 

Que me envuelva con cristales

en un torbellino blanco,

o en su casa de montaña,

donde luz bebe el caballo.

 

Que me aparte las lámparas

y su amor no se detenga

cuando amenacen las nieves

o nos acosen las fieras.

 

Canto a la luna líquida

de mi infancia de mangos,

que se quede sobre el techo

y toque para mí el piano,

o que suene la marimba

como la suena Alessandro.

*

Anónimo. Bion

Para Eileen

Cuenta Bion que Ares, presa de los celos,

tomó la forma de un feroz jabalí

y en el bosque esperó por Adonis,

el joven amante de Afrodita. Apenas

lo vio, arremetió sin darle tiempo

de empuñar la afilada lanza. Muy pronto

yació el muchacho en el monte, el blanco

muslo herido por el colmillo blanco.

La negra sangre era una noche

líquida sobre el cuerpo tendido

del mancebo. Afrodita, enloquecida,

suelta sus trenzas y, descalza,

vaga sin rumbo en la espesura,

donde las zarzas se aprovechan y arañan

la divina piel de Cípris, enrojeciendo

los muslos y senos que antes fueran

de nieve. Ante el cuerpo desgarrado

del asirio, lloró Cípris amargamente

manantiales de lágrimas, que lavaban

los miembros de Adonis, mientras con su

cabello limpiaba el rostro amado.

Por una vez en la vida, Afrodita

lamentó ser la divina hija de Zeus.


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