Entrevista
Roberto Patiño: “El antídoto contra la represión es la organización popular”
por Hugo Prieto
Roberto Patiño retratado por Alfredo Lasry | RMTF
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Después de pasar un mes escondido del cerco policial que le tendió el Gobierno en diciembre, Roberto Patiño* ha regresado al trabajo comunitario. La gente demostró que estaba resteada con proyectos que tienen que ver con la seguridad alimentaria de la niñez, la reducción de la violencia y la promoción de oportunidades en el trabajo productivo, sin pedir a cambio lealtad política o que lleves puesta una franela roja, blanca o azul.
El fortalecimiento de la organización popular y la creación de ciudadanía son los mejores antídotos para desactivar un sistema político que se apoya en la represión y en el apetito insaciable de poder.
Si de verdad vamos a demostrar que somos seres humanos, éste es el momento en que la solidaridad debería movernos. Y la pregunta es: ¿la solidaridad es una manifestación espontánea o el producto de una discusión o un debate dentro de una comunidad?
La solidaridad, quizás, parte de una pregunta muy profunda. ¿Cuál es el sentido de la vida? Y para mí, el sentido de la vida está en el otro. En la vinculación con el otro. Entonces, la solidaridad tiene una dimensión espontánea. El que podamos prestarle, por ejemplo, auxilio a una persona que en medio de esta conversación sufra un percance. Creo que nuestra reacción no sería de indolencia o hacernos los desentendidos —ése no es mi problema, a esa persona no la conozco— que sería todo lo contrario a la solidaridad, sino más bien buscaríamos la forma de prestar ayuda. Sería un gesto espontáneo. Está allí. Probablemente, en Venezuela esos gestos se contabilizan a diario y por millares. Ahora, dada la magnitud de la emergencia humanitaria compleja que se vive en Venezuela, de la prolongada crisis que vivimos durante tantos años, pienso que hay que buscar mecanismos, planificar acciones, para que la solidaridad sea persistente y eficaz.
¿Cómo se llega a esa conclusión?
Sólo puedo hablar por nuestra experiencia. En 2016 arrancamos con el tema de la seguridad alimentaria para los niños; lo hicimos —los fines de semana— con unos sancochos populares, asociados a esa espontaneidad. Si bien nos pareció una buena iniciativa, pronto advertimos que era insuficiente, con una sopa a la semana no vas a resolver el problema de desnutrición de un niño. Se trataba entonces de planificar y ejecutar proyectos que fueran consistentes en el tiempo.
Mi impresión es que se ha instalado la idea de que «todos somos ilegítimos». Hasta ese punto, digamos, escalamos la polarización en Venezuela. Todo se instrumentaliza, todo se relativiza, media la ideologización y el cálculo político en cualquier iniciativa. ¿Cómo involucrar a la gente en propósitos de solidaridad, cuyo objetivo sean los más vulnerables?
Mi trabajo social empezó en La Vega (2007) y la pregunta que me hacía era ¿cómo un gobierno autoritario, cuyo interés principal era acumular poder mientras cercenaba la libertad de expresión, tenía tanto apoyo en los sectores populares? Lo primero que hice fue conocer a las personas para tratar de entenderlos. Para escucharlos y ponerme en sus zapatos. De lo contrario, uno actúa con base en sus prejuicios y la mirada puesta desde la distancia. Conocí a Gabriela, que me ayudó a comprender la realidad de lo que ha sido el chavismo y también las corrientes de fondo que trajeron al chavismo. Ella tenía una calcomanía pegada en la puerta de su casa que decía: «Quién no quiere a Chávez no quiere a su mamá». Eso me impactó. Porque ¿qué cosa es más sagrada para uno que su mamá? Lo que creo es que la gente sentía que el proyecto chavista los reconocía y los ponía en el centro de la acción política. Es lo que sentía la gente, más allá de si eso era verdad o no.
Lo cierto es que los proyectos sociales del chavismo estaban cargados de ideología y orientados —como luego se demostró— a garantizarse la lealtad política. ¿Hay forma de no caer en esa trampa?
La respuesta para eso es que los cambios tienen que venir desde la propia comunidad. Si revisas lo que ha sido nuestra acción —en materia de reducción de violencia, el acompañamiento a las víctimas de las ejecuciones extrajudiciales y la seguridad alimentaria de los niños—, el elemento en común, el eje conductor de todo, es el empoderamiento comunitario. Entonces, son cambios culturales a los que estamos apuntando. La manera como te relaciones con el otro y con lo público.
La gente puede ser dueña de su propio destino. Esa idea es muy poderosa. Se politiza, se ideologiza, como diría Mario Lobo Zagallo: «los rusos también juegan». Diría que hay una confrontación, una disputa, no ya entre dos sistemas políticos, sino entre dos formas de entender el trabajo comunitario.
Totalmente. Yo creo que el chavismo ha desarrollado mecanismos comunitarios de control y de chantaje. Y ahí es donde hemos insistido en hacer el contraste. Nosotros nunca le hemos preguntado a nadie, a la hora de definir uno de nuestros programas, si son opositores o si son chavistas; si el color de su camisa es roja, blanca o azul. Nunca. Que un niño esté bien alimentado es algo que nos interesa a todos los venezolanos y sobre todo a los miembros de esta comunidad. De igual forma nos interesa que los jóvenes puedan invertir su tiempo en un espacio deportivo o tengan acceso a programas para la formación en el trabajo. O que una madre que perdió un hijo, muchas veces por culpa del Estado, pueda conseguir apoyo en un tejido social que la respalde, pero también consiga asesoría legal para hacer la denuncia y eso no quede en el olvido. Eso nos interesa a todos. No importa si tú eres chavista o eres opositor. Hay proyectos que trascienden la polarización y es en los hechos donde he visto que eso es posible.
¿Cómo se lo ha tomado el poder? La consigna sigue siendo «comuna o nada» y cualquier otra forma de organización representa (para la dirigencia chavista) una amenaza o un peligro.
Te puedo contar muchas anécdotas de comisarios políticos que vienen desde el poder a tratar de sabotear una iniciativa nuestra. Eso va desde el intento de impedir el funcionamiento de un comedor hasta dictar una orden de captura pasando por el bloqueo de cuentas bancarias. Pero la reacción de la comunidad es lo que nos ha protegido. Y lo digo en un sentido amplio, no son los militantes de un partido político, sino las personas que saben que ese trabajo que se está haciendo ahí no ha discriminado y busca fortalecer ese tejido comunitario.
Hay una dislocación social entre las necesidades de los sectores populares y las urgencias de la clase media. ¿Cómo los venezolanos de cualquier extracción social —la población en general— nos convencemos de que el trabajo que busca construir ciudadanía es necesario?
Dos cosas alrededor de lo que planteas. Una, lo que llamas «las urgencias» del este de Caracas —y de sus equivalentes en el resto del país— son totalmente legítimas. Si tienes más de 60 años y tu preocupación es que puedas infectarte de coronavirus, ¿por qué eso no cuenta o no es válido? ¿Eso es menos importante? ¿Eso es una ridiculez? Para mí eso es importantísimo. Ahora, yo no he basado ahí mi acción política y social. Pero no lo demerito. Ni lo desprestigio. Dos, así como el chavismo tiene una visión de control hacia los barrios, también hay visión de indolencia o de crítica. Quizás a sectores radicalizados de la oposición, lo que hacemos le parece populismo. Y no entiende, tal vez porque no se han organizado en sus propias comunidades, que la construcción de ciudadanía es lo que produce los cambios.
¿Cómo podría traducirse eso en hechos concretos? ¿Podría referir algunas experiencias?
Te voy a mencionar un ejemplo. Recientemente organizamos una asamblea comunitaria en Pinto Salinas —se han realizado 30 (desde que inició el año) siguiendo los protocolos de bioseguridad—, entre otras cosas porque he querido darle significado a lo que nos pasó en diciembre y agradecer los gestos de solidaridad, lo resteados que han estado con nosotros. Es cierto, hay muchas razones para tener miedo —el hecho de que se hayan bloqueado las cuentas bancarias, de que se hayan librado órdenes de captura—, me llevó a preguntarme, mientras estaba escondido del Sebin, ¿cómo va a reaccionar la gente? Y cualquiera de ellas la hubiese entendido, en medio de las penurias, del sufrimiento, por las que atraviesa la gente. No se trata de hacer abstracción. O de citar estadísticas. El 45 por ciento de los venezolanos no tiene agua. Hay que entender lo indigno que significa que no puedas bajar el agua de la poceta en tres semanas o que tu salario no te alcance ni para comprar un desodorante y que todo lo que ganas lo inviertas en comida para poder mal comer. O la imposibilidad de conseguir gas. Tienes que cocinar con leña. Inhalar humo. Debilitar el sistema respiratorio en medio de la pandemia del covid-19. Es destruir el ambiente. En medio de esa situación pudiera entender que la gente me dijera «no necesito un problema más. No me voy a vincular con un tipo que me puede meter en un rollo». Que, por cierto, me pasa con gente conocida, con amigos de infancia. «Mosca. Roberto está en el radar de la policía. ¡No visites la casa!» Pero en el barrio, en la comunidad, la reacción ha sido la contraria y yo necesitaba agradecer eso. La comunidad quiso que todos nuestros aliados se movilizaran para decir: respeten nuestro trabajo.
Privilegias la cultura política, la construcción de ciudadanía, la capacidad que tengas de tomar una decisión propia o privilegias la militancia política y adscritas a una visión partidista.
Ni siquiera se trata de esas opciones. Hay una visión más trágica. La perspectiva que maneja una dictadura, bajo la cual yo no soy un sujeto, yo no soy un ciudadano, me limito a esperar a lo que ellos decidan, me limito a obedecer. Otros manejan la cosa pública y yo simplemente estoy aquí, esperando. Yo no creo en eso. El cambio real en Venezuela es de abajo hacia arriba. Nos va a tomar tiempo. El principal obstáculo es que hay una gente que se cogió el poder para ellos. Expropian partidos políticos. Colonizan las instituciones. Atropellan a las comunidades y matan gente para meter miedo. Persiguen a la disidencia política. Ése es un gran obstáculo que tiene Venezuela. Pero eso no significa que nos quedemos de brazos cruzados, que no hagamos nada en estos momentos. Para nosotros, salir de la dictadura significa que tenemos que construir lo que viene después. Y eso es ya. Pero quiero precisar algo. Mucha gente personaliza el problema. Nicolás Maduro. Los altos jerarcas. Y para mí, ése no es el problema. El problema es un sistema político, un régimen, donde la paranoia y el apetito por el poder justifican todo tipo de atropellos.
Hemos llegado al punto donde hacer política significa correr riesgos, donde vincularse a una comunidad puede tipificarse como un delito. ¿Qué significado le encuentra a ese planteamiento?
Para mí, como para cualquier ser humano, lo más importante es mi familia. Que el Sebin haya entrado con armas largas a la casa de mi mamá, ¿ah? Eso es un atropello a lo más sagrado. Ahora, ¿eso me genera un odio contra la gente que está en el poder? No. No siento odio contra ellos, no siento odio contra nadie. Yo sé que ése es el producto de un sistema y yo estoy luchando contra un sistema. Trato de construir, entonces, en cosas que desactivan ese sistema.
Tiene 13 años en el trabajo comunitario. Y uno puede decir que Roberto Patiño no es diputado, no está en la primera fila de un partido político. No sé si se reúne con la gente que toma las decisiones. ¿El trabajo comunitario te convierte en dirigente político?
Esa pregunta me permite decir algo que para mí es central. El trabajo comunitario es un fin en sí mismo. Independientemente de que yo tenga posibilidades de incidir o no en la política. Para mí, tanto en el trabajo comunitario como en las relaciones humanas, es el centro de la construcción de confianza. Yo no me guardo cartas bajo la manga. Soy muy directo cuando le digo a la gente en lo que creo y en lo que pienso. Yo también tengo vocación de servicio en la política y por eso estoy en un partido político desde hace muchos años. ¿Tú crees que yo he perdido el tiempo en el trabajo comunitario? No, nosotros —en 13 años— hemos servido más de 10 millones de platos de comida a niños, en medio de una emergencia humanitaria compleja. Yo me cuestiono y no sé si voy a hacer algo más importante en mi vida. ¿Tiene más valor hacerlo sin los recursos políticos del Estado? No lo sé. Lo que yo estoy haciendo es lo más importante para mí, que es estar vinculado a la gente. Es lo que le da sentido a mi vida. Yo sé que mi trabajo —a diario— tiene resultados concretos.
No sé si la historiadora Margarita López Maya hizo de profeta cuando dijo que el Gobierno —una vez que había reducido o doblegado a los partidos políticos—, iba por las organizaciones de la sociedad civil. Lo cierto es que eso se ha venido cumpliendo sin demoras. Los ataques, las descalificaciones, el seguimiento, las amenazas son parte del día a día. ¿Cómo lidiar con este sistema de control, de represión y de humillación?
Creo que el único antídoto que tenemos contra la represión es más organización. Que las iniciativas, que los proyectos de la sociedad civil, sean descentralizadas y no dependan de individuos. Y eso, para mí, es una de las grandes satisfacciones dentro de las amarguras que vivimos en diciembre. Nosotros nunca paramos a pesar de que yo tuve que esconderme durante un mes. A pesar de las cuentas bloqueadas el proyecto siguió andando. Creo que hay que saber leer la dinámica interna dentro de ese sistema político al que hice referencia. Creo que hay una facción a lo interno del régimen que tomó consciencia de que los graves problemas económicos —que es lo que más los mortifica— no tienen una solución si no hay una reinserción del país en la órbita de Occidente. Vamos a lo concreto. Los chinos no meten un dólar en Venezuela desde hace cuatro años. Muchos de los proyectos han quedado en nada. El presidente Xi Jinping basa su legitimidad en la lucha contra la corrupción y por lo que ya sabemos, en Venezuela ha habido muchísima corrupción. Rusia es una potencia militar, pero no tiene la capacidad económica para echarse al hombro a Venezuela. Irán puede ayudar a resolver el problema de la gasolina, pero hasta ahí. No hay posibilidad de una normalización con Occidente si se reprime a la sociedad civil, si se aprieta el cerco político que ellos tienen. Y ahí hay un incentivo.
Sería un punto en la agenda de una facción del régimen. ¿Pero esa facción tiene capacidad para imponer una decisión de esa índole? Desactivar la presencia del petróleo venezolano en el mercado mundial es algo que el chavismo nunca debió hacer. Sin embargo, lo hicieron. Pudieron tomar conciencia de ese error. Pero no sabemos, y esto es una sorprendente paradoja, si la oposición ve esto como una oportunidad.
Desembocamos en la hipótesis del cambio. Yo no creo en soluciones violentas al conflicto venezolano. No son —y en esto quiero ser muy claro— soluciones sostenibles en el tiempo. ¿Cuál es la alternativa? Una negociación, que pasa por discutir la posibilidad de reinsertar el país en Occidente, siempre y cuando se tracen reglas claras como parte de una transición democrática y en Venezuela podamos tener mecanismos para la convivencia política. Ésa es la solución. Veamos cómo se podría ver desde la oposición. ¿Luego de 20 años existe la posibilidad de que pase lo que ocurrió en Argentina, donde el Kirchnerismo regresó al poder? Sí. Si los tipos compiten por el poder, cumplen con las reglas y la mayoría del país les da la confianza a ellos, sí. Pero no pueden hacer lo que les da la gana. No pueden hacer operativos como los del FAES, que asesinan gente a mansalva con impunidad. No puedes perseguir opositores o cooptar instituciones para ti. No puedes romper la Constitución y atropellar al sector privado y a la sociedad civil. De eso se trata, de establecer unas reglas. ¿Cómo podría verse desde el chavismo? ¿Después de 20 años de revolución vamos a aceptar que esos tipos puedan llegar al poder? ¿Si no qué? Es la cubanización de esto. Y ése es mi gran temor. Por donde vamos es un camino en el cual perdemos todos.
Creo que después de 20 años podemos tomar consciencia de que mañana podemos vivir peor. Es algo que debemos entender.
Sin duda. Ésa es, precisamente, la cubanización. Lo curioso es que Cuba quiere salir de eso. La gran pregunta, el espanto en el cuarto, es el tema de la impunidad. ¿Qué va a pasar con los crímenes que se cometieron? ¿Con el sufrimiento que se ha infringido? Ahí tenemos que sentarnos y evaluar los mecanismos que se han implementado en otras sociedades, la llamada justicia transicional. ¿Cómo nos ponemos de acuerdo en un mecanismo que haga viable la solución política pero que también atienda el sufrimiento de las víctimas? Los venezolanos a veces sentimos que lo que nos ha pasado es excepcional; que a nadie le ha pasado lo que hemos vivido. Somos el ombligo del mundo. ¿Qué dirían los sudafricanos donde el 90 por ciento de la población era excluida de la vida política y económica de su país por el color de su piel? ¿Te imaginas el nivel de criminalidad que significa eso? Y consiguieron una solución. ¿Y no significó que el 10 por ciento de la población se tuviera que ir del país o los lanzaran al mar? Tenemos la experiencia de nuestro vecino (Colombia), que luego de 50 años de guerra interna, implementó mecanismos de justicia transicional que, pese a todos los problemas, a todos los desafíos, se ha fortalecido y ha dado resultados positivos.
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*Ingeniero de Producción (Universidad Simón Bolívar), Maestría en Políticas Públicas (Universidad de Harvard), Cofundador del Movimiento Caracas Mi Convive y del programa Alimenta la Solidaridad.
Hugo Prieto
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