Roberto Casanova: “La dignidad de las personas es el centro de la economía”

Roberto Casanova retratado por Andrés Kerese | RMTF

13/02/2022

Acaba de publicarse, con el apoyo de la Fundación Konrad Adenauer, el libro Dignidad y desarrollo (breve tratado sobre ordoliberalismo y economía social de mercado). Su autor es el economista Roberto Casanova*. No se trata de un análisis del caso venezolano, sino de una caja de herramientas para cambiar la realidad histórica en sociedades desiguales y disfuncionales como las de América Latina. No hay, en sus páginas, una secuencia de variables, como el ahorro, la inversión y el consumo, para explicar los comportamientos económicos. Aquí hay otros conceptos, filosóficos, morales, éticos, sin los cuales no habría comprensión de la era en la que vivimos. Hay, además, una valoración importantísima del papel que juega la historia. A veces despreciada o ignorada, lo que viene a ser lo mismo. 

Me propuse destacar el reflejo que en las páginas del libro encontré del país, de sus dificultades y de los modelos que -sin acierto, pero sin pausa- se han aplicado erróneamente en la contemporaneidad venezolana.  

Comencemos por esta definición: “La persona es el centro de atención con su dignidad inalterable, derechos y obligaciones. Ese es el punto de partida para la justicia social, la libertad y la solidaridad”. ¿No es una definición más propia de la filosofía que de la economía?

Es verdad, yo soy economista de formación básica, pero dentro de muchos años me he movido entre varias fronteras del pensamiento. Tengo algo de filósofo, de historiador, de político. Creo, además, que la comprensión de la economía no es un tema exclusivo para economistas. Ha sido un error que hemos arrastrado históricamente, y lo digo porque la realidad no es separable, como se separan las disciplinas. En el proceso económico es fundamental el abordaje multidisciplinario. La economía, desde luego, es la ciencia base, pero también tienes que nutrirte de lo que diga la filosofía, el derecho y, sobre todo, la historia, entre otras cosas, porque los procesos de la economía -como todos los procesos sociales- son históricos. 

Lo ideal sería que los distintos grupos que componen la sociedad, -con sus intereses y propósitos- lleguen a un acuerdo en función del bien común. Pero cuando uno escucha la palabra confianza, la asocia a las garantías a la propiedad, el marco institucional adecuado y la libre competencia, valga decir: los intereses del empresariado que genera riqueza. ¿No se trata de una visión excluyente? 

Debo hacer una precisión que a mí me parece importante. Cuando yo hablo de convenio social -así como de comunidad moral-, ambos conceptos los estoy utilizando como herramientas analíticas para explicar, básicamente, cómo un conjunto de valores, que incluyen la dignidad y que se expresan en el respeto a la propiedad o la solidaridad, por ejemplo, le darían forma a una sociedad deseable. No estoy diciendo que el convenio social o la comunidad moral existan, necesariamente, en la realidad. Ahora, otra cosa es pensar en una estrategia de desarrollo, basada en esos valores, que conjugue la enorme complejidad de intereses que hay en cualquier sociedad, no solo de la venezolana: intereses contrapuestos -inevitablemente- los hay entre el mundo laboral y el mundo empresarial, entre los industriales y los comerciantes y entre los diversos grupos, incluso, los minoritarios. ¿Cómo articularlos? Una posible respuesta es conseguir un acuerdo moral mínimo y para eso sirven las nociones que mencioné anteriormente (el convenio social y la comunidad moral). Yo creo que una estrategia de desarrollo para Venezuela tiene que estar vinculada a una visión política muy clara, donde al final no todos van a ganar. Sería ingenuo pensar que todos nos vamos a poner de acuerdo. En una Venezuela que se desarrolle, por ejemplo, no todas las conductas actuales tienen cabida. Una de ellas es la captura de rentas, que ha sido la conducta de muchos empresarios, sectores sindicales y grupos de interés: acercarse a los centros de decisión estatal para percibir los beneficios de la renta petrolera, más que a ser productivos, a exportar, a competir. Esa conducta (la captura de renta) no cabe en una estrategia de desarrollo. Eso, por supuesto, va a tener dolientes. Por eso digo que no podemos ser ingenuos en esto. 

Insisto, ¿por qué otros grupos sociales habrían de acompañar al sector empresarial en esa demanda, en esa noción, digamos, que tienen de la confianza?

La noción de orden (vinculada al ordoliberalismo, de ahí viene el término) tiene que ver con la existencia de reglas. Estamos hablando de ordenamiento institucional. Hablamos de arreglos que no están sujetos a la discrecionalidad. Son reglas que se cumplen y que se hacen cumplir. Una sociedad donde no existe la institucionalidad (es el caso de la Venezuela actual), donde las reglas pueden ser alteradas de un día para otro, obviamente, es una sociedad donde no existe la confianza para invertir, para producir… para nada, porque estás sujeto a la arbitrariedad, a la discrecionalidad, de quien tiene el poder. Cuando hablamos de ordoliberalismo, nos referimos a una propuesta de ordenamiento institucional, a unas reglas comunes para todos, donde la concepción de unos no tiene por qué coincidir con la de otros. No, porque de ser así no estaríamos hablando de la diversidad humana. Estaríamos hablando de ángeles que no existen. Somos diversos, somos distintos, lo que requerimos son reglas. 

Ese argumento, tal como lo plantea, no lo he visto ni en la agenda política ni en la agenda empresarial. 

Es posible. No me atrevo a afirmarlo con certeza. El ordoliberalismo es prácticamente desconocido en Venezuela y en América Latina. Quizás lo más conocido es su expresión práctica: la llamada economía social de mercado. Pero la aproximación ordoliberal no es muy propia de este continente. Entonces, sí puede ser una contribución para enriquecer el debate público. 

Aquí estamos hablando de todo, menos de economía.

Porque la economía tiene que ver con todo. ¿Sabes lo que decía un pensador ordoliberal? “El que solo sabe de economía ni de economía sabe”. 

Otro punto de su libro. “Una cosa sería la solidaridad tribal en el seno de un grupo y otra muy distinta el deseo de ayudar al prójimo, deseo asociado a una necesidad de autorrealización”. Diría que el componente político de la solidaridad está implícito en ese planteamiento.  

Cuando el ordoliberalismo adopta a la dignidad como el valor central, como propuesta moral, lo hace porque está tratando de reflejar lo que es un consenso ético que hemos construido en nuestra civilización occidental, muy influida por el cristianismo, pero también por la visión romana, griega. Moralmente puedes tener un decantado de todo eso que es la noción de dignidad (el respeto al otro, independientemente de lo que piense o de lo que haya hecho, y también, obviamente, el respeto a uno mismo). La dignidad se expresa tanto en el respeto hacia el otro como en la acción solidaria. No puedo decir que soy respetuoso de la dignidad si estoy viendo a otro ser humano, literalmente, comiendo de la basura como ocurre en Venezuela. La dignidad, como concepto general, integra a la libertad individual y a la solidaridad. Una cosa que ha marcado el debate político e ideológico es que al parecer una corriente del pensamiento (el liberalismo) se apropió de la libertad y otra corriente (el socialismo) se apropió de la solidaridad. La economía social de mercado y el ordoliberalismo ven allí un terrible error. Si integras ambas cosas, en un concepto más general (la dignidad), ahí tienes un valor central. 

No puedo pasar por alto una afirmación que resulta controversial, cita usted a Ricardo Hausmann: “La economía podría avanzar sustancialmente si relajara una de sus hipótesis más preciadas: el individualismo metodológico o la idea de que cualquier explicación necesita estar relacionada con individuos que toman decisiones sensatas”. ¿Por ahí no llegamos a la lectura de Alicia en el país de las maravillas

El tema del individualismo metodológico no tiene que ver con eso, tiene que ver con otra cosa. 

¿Quizás con la simplificación que hacen los economistas de la realidad y de la historia?

Toda ciencia tiene que simplificar. Ninguna ciencia puede entender el mundo en su enorme complejidad, atendiendo a todos los hechos. Explicar algo es identificar cuál es el mecanismo causal más importante. Tratas de identificar cuál es el eje central, cuál es el mecanismo causal más importante. No es algo nuevo ni en ninguna ciencia ni en economía. Identificar ese mecanismo te permite explicar por qué pasaron las cosas de una manera y no de otra. Entonces, el economista simplifica como lo hace cualquier científico. Simplifica el físico, el biólogo. Es la única manera de explicar la realidad. Ahora, en ese proceso de simplificación, los economistas han usado lo que a mi juicio es un término infeliz: el individualismo metodológico. Individualismo no tiene nada que ver con consideraciones morales o egoísmo. Tiene que ver con que toda explicación de los hechos sociales pasa por el individuo. ¿Por qué? Porque es el individuo el que manifiesta preferencias y toma decisiones. 

¿Se trata de una mera diferencia metodológica?

Frente a esa aproximación, digamos, que pone énfasis en el comportamiento de los individuos para explicar los hechos sociales, hay otra visión que intenta usar lo que en economía se conoce como agregados. Es decir, variables, que explican, por ejemplo, el crecimiento económico con base en el ahorro o la inversión. Y los individuos no están, necesariamente, reflejados allí. Eso es un colectivismo metodológico. La diferencia con Hausmann es que él está diciendo (en un artículo de prensa), aunque no lo afirma totalmente, que quizás tenemos que relajar la búsqueda de explicaciones basadas en el individuo y pasar a la búsqueda de explicaciones basadas en variables. Mi crítica a esa visión es que deja por fuera algo fundamental de la ciencia económica, que sería lo que es entender las conductas fundamentales. 

Quizás el periodismo pueda hacer una contribución, porque si algo hacen los periodistas es simplificar. Cuando el expresidente Carlos Salinas de Gortari presentó su programa económico (en sintonía con las pautas del Consenso de Washington), Carlos Monsiváis, el cronista más agudo del México contemporáneo, dijo: “Muy bueno, pero le sobran 80 millones de mexicanos”. Lo digo porque, cuando leí su libro, me acordé claramente de esa ironía.

La simplificación a la que yo me refiero es la que usamos a la hora de crear interpretaciones o explicaciones de una realidad muy concreta. Diría que lo ocurrido en México refleja una incomprensión de cuál era la realidad de ese país, que no podía modificarse a partir de un programa como ese, construido en abstracto. El asunto radica en que se eligió un modelo, como si fuese el único, y se decidió aplicarlo a rajatabla, con todas las implicaciones que eso conlleva. 

¿No hemos despreciado la historia en América Latina?

Absolutamente. Cito a un economista muy famoso (Joseph A. Schumpeter). Él decía que si tuviera que estudiar de nuevo, estudiaría historia. Entender y manejar los hechos históricos es la base, el fundamento, de las ciencias sociales. Pensar que nada más creando los modelos económicos o sociológicos vamos a entender la realidad es equivocarse. Los modelos están al servicio de la explicación y ellas son siempre históricas.

¿Qué diría de las explicaciones que se hacen a partir de las encuestas o de los grupos focales?

Esas son herramientas conceptuales y confundirlas con la explicación es un gran error. 

¿Y confundir las herramientas con la política?

Pasar de un modelo económico a su aplicación -como política económica- es terrible. Es el caso mexicano que acabas de citar.  

Habla usted de “los casos híbridos, en los cuales algunos modelos están presentes en distintos grados”. Interactúan en distintas formas. Uno de esos casos sería la interacción entre capitalismo de Estado y rentismo. ¿Se refiere a la IV República? 

Quizás, pero estás cometiendo un error, pasas del modelo, de la herramienta, directamente a la realidad. Y no puedo afirmar que se trata del caso venezolano, sin haberlo estudiado. 

Dice, además, como “un caso híbrido”, que los modelos se manifiestan en secuencias temporales. Una sería del socialismo al patrimonialismo. ¿No es esto lo que hemos visto durante la gestión del chavismo? De esto han hablado algunos especialistas.

Sí, Margarita López Maya. 

Y del caso anterior, Fernando Coronil en El Estado mágico. Diría entonces que no estoy tan equivocado. 

Yo tiendo a pensar como tú, pero el mío es un libro de doctrinas. No se refiere al caso venezolano.

Hay una secuencia muy clara. Y es evidencia de que los gérmenes del chavismo se habían incubado en la IV República. Podemos hablar, incluso, de una continuidad histórica. 

Estás haciendo uso de estos modelos, de estas herramientas, para hacer una posible conjetura sobre el caso venezolano. Probablemente, yo esté de acuerdo con ese planteamiento. Pero insisto, aquí (en el libro) estoy presentando la caja de herramientas, no estoy explicando la realidad venezolana. Este libro, insisto, es una caja de herramientas para el análisis filosófico, moral, para el análisis político y científico.  

¿Qué diría si en su texto se refleja la realidad del país?

Sí… ¿Cuál sería el objetivo último de la caja de herramientas? Influir en la realidad. Destacarla. Tratar de modificarla hacia algo que parezca deseable. Eso es lo que justifica a una caja de herramientas. No es para tenerla simplemente, es para usarla. Tengo como reto escribir un libro donde esta caja de herramientas sea aplicada al caso venezolano específicamente. 

Dice usted que “la economía social de mercado supone el mutuo reforzamiento entre competencia y pluralismo. Esto es la activación de un círculo virtuoso de desarrollo económico y político”. ¿China no es el mejor desmentido de esa aseveración? China es una sociedad bajo estricto control del Estado, pero tiene una economía boyante. 

Muchas veces se piensa que el crecimiento impresionante que ha experimentado China, durante décadas, basado en una economía de mercado, es una negación de la idea de que hace falta un estado de derecho, una democracia, para crecer. China pareciera desmentir eso. Pero lo que el ordoliberalismo plantea no es que tú puedas crecer en ausencia de un estado de derecho. China está creciendo y el derecho a la propiedad, como lo concebimos en Occidente, no existe. Tú puedes crecer con varios sistemas. El problema para el ordoliberalismo surgiría si se demostrase que el respeto al estado de derecho es incompatible con el crecimiento. No es un juego de palabras. El punto ordoliberal plantea que el estado de derecho es compatible con el crecimiento y eso es deseable, porque el estado de derecho es la garantía del respeto a la dignidad. 

¿Usted diría que a la dirigencia comunista de China no le interesa la dignidad de las personas?  

Yo creo que no. ¿Tal como la concebimos en Occidente? No. Los chinos, actualmente, están masacrando a una minoría (los uighures, una etnia musulmana) y no tienen problemas en hacerlo. 

Y desarrollan el big data como una herramienta de control social.

Por ejemplo. No creo que sea una sociedad donde se respete el estado de derecho y, por tanto, la dignidad de las personas. 

A la población venezolana, con el 94 por ciento de pobreza (estudio Encovi), el modelo chino le podría resultar atractivo. Total, aquí la dignidad de las personas importa poco o nada. 

Esa sería una posibilidad si estuviésemos ante un régimen con ciertas capacidades, con cierta solvencia. No es el caso. Este es un gobierno especialmente ineficiente, corrupto, incapaz. China, por ejemplo, le ha dedicado muchos recursos a la formación de su capital humano. Claramente es una inversión vinculada a la idea de que tú no puedes desarrollar la economía sin el conocimiento productivo de las personas. ¿Eso qué tiene que ver con un país como este, lleno de incapaces que han destruido la educación? 

***

*Economista egresado de la UCV. Maestría en Historia de las Américas (UCAB). Profesor universitario. Miembro fundador de la Asociación Civil Liderazgo y Visión. Investigador invitado de la Universidad de Salamanca y de la Universidad de Friburgo. Ocupó posiciones destacadas en la gerencia pública durante la era democrática del país. Autor de varias publicaciones y libros, entre otros, Libertad, emprendimiento y solidaridad. 10 lecciones sobre economía social de mercado y bifurcación: Libertad o neocomunismo. 


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