Ricardo Cusanno: “Necesitamos construir un acuerdo político, económico y social entre venezolanos”

02/08/2020

Ricardo Cusanno* es el presidente más joven que ha tenido Fedecámaras, la organización que reúne a los empresarios venezolanos. Su visión, expuesta en las líneas que siguen, gravita sobre dos ejes principales: la necesidad de procurar acuerdos y consensos políticos y el drama social que tiene a Venezuela en vilo. 

En ocasión de la Asamblea Anual 76 de Fedecámaras, se han invitado a panelistas internacionales que pueden contribuir a mirar la crisis del país bajo una mirada más amplia, desprovista de la conflictividad interna y de la pugnacidad política. Uno de ellos es el expresidente de Colombia, Juan Manuel Santos, quien tiene en su haber una negociación de paz con la guerrilla más antigua del continente. No sólo le valió una distinción de primer orden, el Nobel de la Paz, sino una experiencia y unas capacidades que podremos valorar los venezolanos. 

Los empresarios, además, se han planteado una interrogante. “¿Es posible una transición sin inclusión?”. Mark Freeman, fundador y director Ejecutivo del Instituto para Transiciones Integradas, seguramente tiene algo que decir sobre este tema, en un país donde la política no es propiamente dinámica, sino más bien se caracteriza por el inmovilismo, como si fuera una guerra de trincheras. 

La reactivación económica más que una aspiración es una necesidad urgente luego de la prolongada hibernación impuesta por la pandemia que adquirió dimensiones globales. La Corporación Andina de Fomento y la Cepal tienen las claves institucionales para superar la crisis. 

Algo distintivo de estos años es el daño antropológico que ha causado el modelo totalitario y, particularmente, la destrucción del tejido empresarial. ¿Qué queda en pie del empresariado en Venezuela?

Si vamos a las cifras estadísticas, queda en pie el 40 por ciento de lo que era el aparato productivo venezolano (año 1998, según el INE). Pero, además, según el monitoreo de los distintos gremios, las empresas que quedan trabajan al 30 por ciento de su capacidad instalada. Tienes un sector industrial que tenía 12.000 empresas. Actualmente, apenas sobrepasan las 2.000, con un rasgo distintivo, apenas trabajan al 20 por ciento de su capacidad instalada. El sector construcción (motor de la economía no petrolera), totalmente paralizado (5 por ciento de su capacidad). En Venezuela no se está generando infraestructura para mejorar la calidad de vida de los venezolanos. Una banca empequeñecida. Hubo un aumento en el gasto social, pero no se aplicaron políticas públicas ni se crearon incentivos para desarrollar la economía. Tienes un empresariado sumamente golpeado, pero con un profundo arraigo, con la voluntad y el deseo de cambiar esta ecuación. Lo importante, lo que quiero resaltar, es que la Venezuela hacia donde vamos nada tiene que ver con la Venezuela de donde venimos, entre otras cosas, porque ya no podemos seguir siendo una sociedad rentista. 

Sencillamente, hubo unos incentivos asociados a la renta y cada quien actuó en consecuencia, digamos, hacer y dejar hacer. Pero no vamos a superar esta crisis sin llegar a arreglos políticos, que permitan trazar objetivos consensuados y nuevas políticas públicas. ¿Qué diría alrededor de este planteamiento?

Nuestro lema, en esta asamblea anual, es “Por una nación incluyente y productiva”. Y para lograr ese objetivo necesitamos varias cosas. Una, entendernos y reconocernos como iguales, todos los actores de la sociedad venezolana -políticos en funciones de gobierno o no, las Iglesias, las academias, los estudiantes, los trabajadores y empresarios-. Ese país, en el que los políticos, ejerciendo los símbolos del poder, decidían cuál era el modelo económico, el modelo social, el modelo educativo y sanitario ya no es posible. La estructura económica que soportó esa sociedad ya no existe; no hay producción petrolera, ni tampoco las capacidades que hemos perdido a lo largo de los años. Dos, para que esa Venezuela sea incluyente, necesitamos un modelo que garantice la vigencia de los derechos consagrados en la Constitución, así como el acceso -en igualdad de condiciones- a las oportunidades de desarrollo de nuestras fuerzas vivas. Tres, tenemos que rediseñar esa inclusión. ¿Por qué? Porque la sociedad venezolana, sus ciudadanos, por razones bien fundadas, acarreamos traumas y cicatrices producto de la conflictividad política. La Venezuela que tenemos que construir necesita reconciliarse con el perdón y entender que la paz, la transición y el bienestar tienen un costo. Mientras las heridas abiertas o el odio sigan siendo la fuerza que nos motive para procurar el cambio, difícilmente vamos a tener una nación incluyente y un modelo de desarrollo sustentable en el tiempo. Sobre todo no vamos a tener gobernabilidad. 

El Producto Interno Bruto es similar al que teníamos en 1935, y retrocede cada vez más. La pandemia viene a profundizar esa tendencia. ¿Qué haría falta para que se produzca un punto de inflexión y Venezuela pueda retomar la senda del crecimiento? ¿Qué decisiones puntuales se tendrían que anunciar en lo inmediato?

Primero, un acuerdo integral, político, que permita insertar a Venezuela en los organismos económicos de financiamiento internacional para obtener dos cosas. Uno, ayuda humanitaria financiera. Dos, financiamiento para el desarrollo. Todo eso, con el cambio del modelo político y económico, va a generar acciones positivas que reviertan el drama social, así como la confianza que, desde la perspectiva empresarial, necesitamos los empresarios para hacer lo que mejor sabemos hacer: asumir riesgos y endeudarnos para crear puestos de empleo y producción competitiva. Pero si no hay confianza en la inversión, seguridad jurídica, estabilidad política, reinserción en los mercados financieros internacionales, muy difícilmente podamos revertir la profunda crisis que en la que estamos inmersos. Son cinco o seis cosas que van concatenadas y que no se pueden hacer una sin la otra. Por ejemplo, no se puede revertir el drama social, ni se puede institucionalizar el país, si no hay un acuerdo político integral, con lo cual el acuerdo político es condición sine quo non. 

No viene al caso discutir cuál sería la fórmula para llegar a ese acuerdo político del cual está hablando. El punto es que si no hay una participación activa de los principales factores de la sociedad venezolana, no hay tal acuerdo: llámese como se llame, sea producto de una negociación o de una consulta electoral. 

Venezuela necesita un acuerdo político, económico y social, que primero se construya para, por y entre venezolanos. El apoyo de la comunidad internacional sirve para generar garantías, espacios de negociación y prestar herramientas, pero no para decidir el destino de los venezolanos. Dicho esto, ese acuerdo debe tener la mayor representación de personas, instituciones y sectores para garantizar la gobernabilidad —sea a través de una transición política negociada o de una consulta electoral, tal como usted lo señala—. No pueden quedar por fuera sectores excluidos que después quieran generar inestabilidad política o quieran regresar buscando venganza. Un poco lo que ocurrió en 1958. Algunos sectores de la izquierda radical y del mundo militar se sintieron excluidos. No vaya a haber, 40 años después, una persona que reúna ambos componentes. Ese acuerdo, además, debe contar con el apoyo decidido del sector militar, entre otras cosas, por el papel —mucho más activo— que actualmente juegan en la vida nacional. Pero también se requiere la participación de la academia, porque de nada sirve un acuerdo político si no tienes un diseño de formación, de educación y de desarrollo. 

Tanto en la década de 1980 como en la de 1990, la palabra clave era “confianza”. Diría que, actualmente, la palabra clave es “credibilidad”. Vivimos en un país donde nadie cree en nadie y, en consecuencia, nadie confía en nadie. Así es muy difícil alcanzar una meta, sea en el terreno que sea. 

Las personas que actualmente están en el ejercicio de los símbolos del poder pareciera que no están en capacidad para disminuir la desconfianza y crear credibilidad. Pero también hay una realidad en la forma y el ejercicio del poder, en la forma y el ejercicio de la justicia. Al igual que una ideología que demuestra, en consultas electorales, que quienes ejercen el poder tienen seguidores. Esas personas tienen que formar parte de la Venezuela del mañana. Pero, en algunos casos, tienen que deponer algunas conductas para poder construir una Venezuela donde quepamos todos. Entonces, el cambio no es para “quítate tú para ponerme yo”. Es para diseñar un país distinto, un país nuevo, con un proceso de transición que permita generar estabilidad, que luego tendrá su evolución mediante el ejercicio de la soberanía popular y de la mayor arma que tiene la democracia, que es el voto. Pero el país está tan deteriorado que para llegar a eso necesitamos un proceso de reconstrucción, de sanación y estabilidad. 

A mi entender, pareciera que vamos a pasar por un lapso marcado por tres puntos suspensivos. Pero hay derechos fundamentales que se tienen que garantizar desde un comienzo. ¿Cómo se haría eso?

Ahí es donde la comunidad internacional puede prestar un gran apoyo: Naciones Unidas, gobiernos, expresidentes, organizaciones de la sociedad civil. Ahí es donde nos pueden prestar herramientas para que podamos diseñar un modelo incluyente, que nos permita construir una nación sin abusos y de garantías, en la que se generen condiciones para que haya progreso y bienestar para los venezolanos. ¿Cómo llegar hasta ahí? A través de negociaciones. Desde el punto de vista empresarial, no vemos otra vía. Tenemos un ejemplo en la vecina Colombia. De hecho, el expresidente y Nobel de la Paz, Juan Manuel Santos, será ponente en nuestra asamblea anual el 5 de agosto. Ése es un ejemplo de lo difícil que fue llegar a un acuerdo para acabar con 50 años de violencia. No hay acuerdos perfectos, pero se van mejorando día a día. Entonces, para llegar a ese punto, para poder verlo como usted sugiere, la única vía es seguir procurando espacios. Uno de ellos es la salud. Nosotros creemos que a partir de la salud podemos seguir transitando por la senda de los acuerdos. Un segundo espacio para generar acuerdos políticos pudiera ser la economía. 

La evidencia empírica es abrumadora. No sólo es la contracción del PIB, que nos ubica en 1935, también es el colapso de la producción petrolera, la destrucción de la capacidad empresarial, tal como la señaló al comienzo o los resultados pavorosos de la encuesta Encovi. Pero esas evidencias no se quieren evaluar. Se insiste en la confrontación, en el disenso, como fórmula de gobierno. 

La gran pregunta es por qué no han reaccionado. Yo creo que hoy, quienes ejercen los símbolos del poder, están frente a la evidencia del fracaso del modelo. No es comparable al fracaso que pudiera asumir un emprendedor que puso en marcha una empresa o un emprendimiento y quebró. No. Aquí estamos ante el fracaso, una vez más, de un dogma histórico. De una ideología, que, en distintos países y a lo largo de la historia, ha fracasado. Pero qué se ha venido a reconocer aquí. Ése es el primer gran escollo a sortear, como ha ocurrido en alguna materia. ¿Quién se imaginaba a un gobierno del socialismo del siglo XXI aceptando, sin control alguno, el uso de la divisa estadounidense? En una segunda fase, si continúa la apertura, nos vamos a encontrar con unas tremendas distorsiones que se han creado a través de los años. Además de una infraestructura totalmente destruida. Las alas radicales no van a oír nada distinto a lo que su dogma les dicta, pero asimismo creo que hay personas que, en materia económica, aspiran a ciertos cambios, a cierta apertura. Hay luchas internas y pugnas ideológicas. Pero el objetivo de mantener el ejercicio del poder -sin importar los errores y omisiones- vuelven a unir a las partes en disputa y eso pone un cerrojo a la puerta de los acuerdos, de los consensos y los cambios que se necesitan en el país.

A lo largo del siglo XX, no pudimos aprovechar al máximo y de forma eficiente el componente financiero provisto por el ingreso petrolero. Sabemos que el petróleo ha perdido significación e importancia en la economía mundial y, por tanto, no tendrá el mismo peso dentro de la economía interna. ¿Cómo podemos inscribirnos en los centros de poder? ¿Qué papel podríamos jugar en el escenario internacional?

Efectivamente, esa realidad que vivíamos, ese apalancamiento a partir de ese chorro de dinero ya no es posible, entre otras cosas, porque se destruyó a la principal industria del país, desviando las formas de gerencia, de excelencia, de meritocracia e investigación que tenía la estructura pública de la empresa petrolera venezolana. Pero también adscribiendo a esa empresa actividades que no son propias de su función. Usted no se imagina a la estadounidense Chevron o a Armaco, la empresa de Arabia Saudita, importando alimentos en contenedores y mucho menos financiando un proyecto político de alcance internacional. Pero el recurso sigue estando allí y hay oportunidad de atraer grandes inversiones que reactiven el aparato productivo. Entonces, no hay que tenerle miedo a la reactivación del sector petrolero, pero sí hay que tenerle pavor, horror, a que esa reactivación a través de la inversión privada sea para tener de nuevo a ese Estado omnipotente y omnipresente, que decide quién sobrevive y quién no en la actividad económica o que hace uso de subsidios para el control social. Tampoco podemos tenerle miedo, y aquí hablo desde la perspectiva empresarial, a ese futuro que ya llegó, a la innovación para que seamos más eficientes y competitivos en un escenario de modernidad. Si el empresario no entiende, eso está condenado al fracaso y no será por culpa del sistema sino de sus propias debilidades y de su incapacidad de adaptación al nuevo modelo productivo de escala mundial. 

¿Ustedes están esperando la presencia de voceros del gobierno en esta asamblea anual de Fedecámaras?

A lo que aspiramos nosotros es que oigan nuestras propuestas y a sentarnos con quien tengamos que hacerlo para contribuir a transformar el país. Lo que estamos haciendo es para dar una respuesta a nuestra principal preocupación, que en estos momentos son los ciudadanos. ¿De qué nos sirve tener empresas en medio de un drama humanitario? ¿De qué nos sirve tener empresas con los actuales niveles de desnutrición o cuando los jóvenes siguen viendo las oportunidades fuera de nuestro territorio? Entonces, no nos va a preocupar sentarnos con quien sea y vamos a procurar los acuerdos políticos. En el marco de la Asamblea no estamos esperando a ningún funcionario público, pero en los días subsiguientes vamos a presentar nuestras propuestas como lo hemos hecho a través de los años. Y lo que sí esperamos es que esta vez reaccionen. 

Toca hacer país, a todos. No podemos eludir esta responsabilidad y dejar que el tiempo transcurra sin hacer nada. Una forma de hacer país es crear ciudadanía. ¿Qué puede hacer el sector empresarial en ese sentido?

La primera forma de hacer país y crear ciudadanía es asumiendo el compromiso de la inversión y la generación de empleo sustentable y bien remunerado. Si promovemos mejores empresas, mejores condiciones laborales y, sobre todo, mejores bienes y servicios, nosotros estamos construyendo país y dando herramientas para el desarrollo de la gente. Y con respecto a la ciudadanía, siendo más eficientes en el uso de los recursos, en el respeto al medio ambiente, en profundizar la política con respecto al pago de los impuestos, que sean cónsonos con el modelo de desarrollo, no tienen que ser punitivos. Pero también interrelacionándonos no sólo con los trabajadores sino con las comunidades que están en el entorno de las empresas. Definitivamente, esto es un ecosistema donde todos interactuamos. Una segunda forma es asumiendo un vínculo con los 5 millones de venezolanos que emigraron del país. Esos venezolanos, que se fueron a pie, en condiciones muy difíciles, o en primera clase por Maiquetía ganaron tres grandes cosas. Uno, ganaron capacidades en términos de capital, ganaron patrimonio, poco o mucho. Dos, ganaron habilidades profesionales, técnicas y de oficio en entornos más competitivos. Ahí hay una oportunidad de construir país enorme. Tres, crecieron como ciudadanos que saben que tienen que respetar al vecino, que tienen que pagar impuestos, pero que también saben cómo y adónde ir para reclamar sus derechos. La empresa privada puede ser la gran autopista para que haya esa transferencia de capital, de capacidades profesionales y técnicas y de ciudadanía.    

 

*Abogado por la Universidad Santa María, postgrado en derecho corporativo. Expresidente de Conseturismo.


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