Perspectivas

Ricardo Andreutti está enamorado

Fotografía de Federico Parra | AFP

19/07/2020

La diferencia entre vivir y sobrevivir es poder escoger

el papel que más gusta entre varias opciones.

(Rafael Vegas)

 

Retrato superficial

Si usted ve a Ricardo Andreutti en pantalón o jean sépase testigo de un hecho extraño. El volante de primera línea honra su profesión hasta cuando anda de civil: pescadores, shorts y bermudas, suelen completar su atuendo. Se viste de corto aunque le guste ampliar su mente. Eso sí, advierte a quien le busque conversación: “Vamos a hablar de vainas buenas”. Y con eso no se refiere al fútbol: disfruta desconectarse del balón. Es que es tan exigente en su percepción del juego que se aburre pronto si conversa con alguien que no lo comprenda tanto como él. Lo que tampoco supone un escándalo. Los intereses de Andreutti son, por fortuna, más variados que sus posibilidades con el balón en los pies.

Entro a CineCitta, un café ubicado en Bello Monte. Cuando me ve venir, se levanta. El gesto se repetirá cada vez que nos encontremos. Andreutti llega a tiempo a los balones divididos y mantiene esa puntualidad fuera de la cancha. Su cabeza ovalada, que hace tiempo dejó de conocer cabello, sumada a un andar erguido y pausado, lo hacen parecer un extraterrestre que explora una planeta extraño. Quizá un namekusei, aunque tenga el síndrome Gokú. Escanearlo es fácil dentro de la cancha. Fuera, nunca deja de caminar como si estuviera extraviado.

El fútbol es un reflejo de lo sociocultural. Igual que el arte, pero el arte trasciende. Le hemos dado un poder al fútbol que no va. Como el ensayo de Vargas Llosa: La civilización del espectáculo. Al futbolista se le debe idolatrar por el esfuerzo, y la disciplina, y el manejo del entorno, y la psicología que hay que tener; pero ya, hasta ahí. Su palabra no debe tener ningún peso en la cultura, la política. Para eso están los filósofos, los escritores.

Defiende su profesión, lo que le desagrada es cómo funciona el mundo:

No es el fútbol, es el entorno en general. Y, obviamente, como el fútbol está en la cima de la pirámide, hablamos de él. Pero hay un problema feo, grave, de una intelectualidad basada en una cultura que no está… creo que el arte es lo único que puede, digamos, rescatar ciertas cosas (…) A medida que voy jugando y voy amando más mi vida como futbolista, me doy cuenta de que el fútbol no puede tener tanto valor para lo que necesitamos como sociedad. El valor tiene que ser el trabajo, la disciplina, la entrega, superación de obstáculos, el sentimiento de equipo, de grupo… eso es lo que suma. El mundo hace al fútbol. No el fútbol hace al mundo.

Sigue:

No podemos endiosar a un jugador de fútbol, eso no está bien. Endiosa a, qué sé yo, a personas que le den algo a la sociedad. Estamos ávidos de héroes, queremos héroes por todos lados. Y cuando ya no nos sirven: “dale, deséchalo, vamos a buscar a otro héroe” (…) Hoy día, el fútbol es la bandera de todo esto que estoy tratando de explicarte.

¿Conocen los futbolistas cuántos delincuentes de traje y corbata manejan la industria?

Mira, el denominador común es que no estén conscientes de eso. Pero el fútbol es positivo como fuente de trabajo para las personas. Por eso deja tanto dinero. Me preguntan si es lógico que un futbolista gane tanto dinero. Yo digo: bueno, sí y no. Sí porque genera mucha fuente de empleo. Y no, porque no puede ser que alguien que salve vidas no gane ni el diez por ciento de lo que pueda ganar un futbolista. Y no es culpa del futbolista, ni de su inconsciencia; y a lo mejor, si es consciente, no tiene por qué sentir pena por eso; porque al final él lo hace porque es su trabajo, es el sustento de su familia. Después, es el entorno el que le da un matiz estratosférico a la actividad. La fama no la crea el jugador, sino el entorno hacia el jugador.

 

La historia

Ricardo Andreutti padre jugó en el Caracas Yamaha, en Segunda División. El 14 de diciembre de 1984 contrajo matrimonio con Verónica Jordán. Cuatro cosas rigieron a la familia que formaron: las motos, el fútbol, Bello Monte e Higuerote. En 1987, nació el primogénito que llevaría el nombre de su padre y a quien, por cariño, todos llamarían Ricky.

Tres años, un mes y nueve días después, la familia sumó un miembro: Victoria. El estereotipo de happy family se encarnó con Ricky y Vicky. Dos hermanitos que rimaban tanto como sus nombres. Aunque de personalidades distintas, no muy lejanas a sus herencias inmediatas pero distribuidas en proporciones diferentes, su estrecha relación los convirtió en la versión en carne y hueso del dibujo animado Charlie y Lola. Estaban tan destinados a llevarse bien que ambos nacieron a las ocho de la mañana.

Ricardo y Verónica manejaban un negocio de repuestos de motos. Los vástagos estudiaban en Santo Tomas de Villanueva. Ricky tenía seis años y estaba en el último nivel de preescolar cuando un señor canoso, de cabello largo, subió las escaleritas del salón. Repartió unos volantes que invitaban a formar parte del equipo del colegio. Si le preguntan a Ricky por el momento en qué perdió la virginidad y el nombre de la chica, duda por un momento. Si inquieren cuándo empezó a jugar fútbol, le brillan los ojos.

Gordito, de estatura promedio, no era el más destacado en la cancha. Era un niño tímido, pero inspiraba respeto. Nunca lo fastidiaron más de la cuenta. Tenía amigos, aunque desconocía la palabra compinche. Veía deportes, se emocionaba con Caballeros del Zodiaco y Dragon Ball. Se recuerda durmiendo entre cauchos de motos y pateando balones.

Cuando tenía trece años, sus padres se divorciaron. La decisión, al ser consensuada, les permitió a sus progenitores prepararlos a él y a Vicky. Un día los sentaron en el sofá y les anunciaron lo que ya se esperaban. Las lágrimas fueron por el significado del evento, no porque el mismo representara un trauma. Ricardo y Verónica dieron a sus hijos un máster de cómo afrontar los conflictos. Mientras vendían la casa se mantuvieron las comidas en familia. La pareja siguió trabajando junta hasta cuatro años luego del divorcio.

Ricky no era el más destacado en la cancha, estaba dentro del promedio. Su gran talento, cree, era el judo. Lo practicó hasta los catorce años, cuando llegó a la cima permitida para su edad. Debía esperar hasta los dieciocho para amarrarse el cinturón negro. Para alguien quien disfruta de la auto superación, el fútbol empezó a ofrecer obstáculos más interesantes. En la edad en la que los gustos laborales empiezan a definirse, decidió patear el destino con más fuerza.

Para esa época ya mantenía una amistad cercana con Kliwert Cote, también jugador de Santo Tomás de Villanueva, pero dos años mayor que él. La única vez que coincidieron en el mismo equipo fue en la categoría sub 20.

Estando de vacaciones en Higuerote, Andreutti dormía en el mismo cuarto junto con otros amigos. Los adolescentes no son famosos por administrar de forma ortodoxa sus horas de sueño. A las seis de la mañana el papá de uno de los chicos entró al cuarto: “¿Quién me acompaña a comprar empanadas?”, preguntó. El único al que no le pesó la apatía de las hormonas fue a Kliwert. En ese momento, Ricky recordó que su mamá estaba buscando alguien que trabajara como su ayudante. Ninguno de los amigos se imaginó que años más tarde sería Kliwert quien impulsaría a Ricky a decidir fichar por el Caracas, bajo la dirección técnica de un entrenador que protagonizó la etapa más dura de su carrera como futbolista profesional: Eduardo Saragó.

Entre las labores de Kliwert recayó la responsabilidad de ir a buscar al liceo a Ricky y Vicky. El mayor de los Andreutti Jordan, en ese entonces, departía sus responsabilidades en cancha entre la sub 20 de Santo Tomás de Villanueva y la sub 17 del Italchacao. Un año después, agarró un avión rumbo a Italia, en donde uno de sus ídolos, Juan Sebastián la Brujita Verón, hizo sus mejores jugadas en Europa.

Victoria lloró. Una oración sencilla: sujeto y verbo. Dos palabras empapadas, con sabor a sal. Su hermano se encontraba a miles de kilómetros. A sus quince años ella ya no tenía a quién fastidiar. Las fiestas se convirtieron en un desahogo. Solo podía controlarse cuando una llamada de larga distancia le invitaba a “bajarle dos”. Ricky tenía sus propios problemas, pero no podía descuidar el equilibrio roto en la familia tras su partida. Era el único al que Victoria parecía hacer caso.

Ricky jugó en el Chioggia-Sottomarina de la cuarta división de Italia, durante siete meses. En ese período la escuadra disputó el torneo juvenil Viareggio, en el que compiten algunos de los clubes más importantes del mundo. El venezolano no vio minutos. El equipo que resultó campeón fue el Juventud de Las Piedras, de Uruguay, un conjunto dedicado a vender futbolistas. El dueño del Chioggia era el representante de varios uruguayos. Le ofreció a Ricky fichar por el Juventud de Las Piedras. El niño de familia clase media venezolana compartiría una pensión con otros siete chamos de diferentes partes del Sudamérica. Era hora de conocer el potrero.

El fútbol de Andreutti se adaptaba a la garra charrúa. Correr, sudar, prensar bíceps. A los diecinueve años respiró el verdadero fútbol sudamericano, ese del que escribió Mario Benedetti. Fueron tres meses en los que tuvo que hacerse todo por sí mismo: desde tenderse la cama hasta demostrar su valor en un mercado que ignora nombres y resalta cifras económicas. El entrenador estaba satisfecho con él, pero creer que el fútbol solo se mueve por intereses deportivos es ingenuo.

La decepción hizo que Ricky se volviera Ricardo.

Se dio cuenta de cómo los representantes priorizaban la calculadora a las pizarras. No se imponía el mejor, sino con el que se pudiera hacer más dinero a corto plazo. El fichaje de Andreutti se prolongó hasta que cerró el libro de pases. Como era del gusto del DT, le ofrecieron quedarse, pero solo si él se pagaba sus gastos. “¿No me garantizan que vaya a fichar por el equipo?”. “No”. Esa negativa y un pasaje, para el que todavía faltaban meses antes de que pudiera usarse, eran sus únicas certezas. No tenía ni un dólar. Logró adelantar el boleto: su mamá pagó los cien dólares de diferencia desde Caracas. Al Aeropuerto Internacional de Maiquetía llegó con un sueño de plomo: atado al piso.

Una de las primeras noticias que recibió fue el noviazgo de Vicky y Kliwert. Ella de dieciséis años, él de veintiuno. No se sorprendió: antes de irse notaba feromonas en sus miradas. Bendijo la relación y se unió más ellos.

Ricky siempre fue introvertido. Eso no limitaba su alegría cliché de joven. Ahora el ceño fruncido sustituía las sonrisas. Había visto al diablo y quería volver a halarle la cola. Estaba claro: la meta era ser futbolista profesional.

Su mamá, preocupada, lo invitó a colgar los tacos. Lloraba con frecuencia. Le pidió que fuera a un psicólogo. Siguió llorando. El psicólogo le dijo que Ricardo estaba bien: había tenido un choque de madurez y él estaba claro de lo que había vivido; si lo asimilaba, aclaró, esa experiencia sería su baza. Ricardo se plantó frente a su madre: “Voy a vivir del fútbol”.

Mediante dicho deporte, consiguió becas en la Universidad Católica Andrés Bello, Universidad Simón Bolívar, Universidad Central de Venezuela y la Universidad Santa María. La guinda del pastel: podía irse a estudiar a Estados Unidos. Él quería fútbol. Y no estaba decidido a sufrir: apareció la posibilidad de ir a jugar a Grecia, pero tanto él como Kliwert y su otro amigo cercano, Alexander Vernet, concluyeron que no era el momento.

Empezó a jugar en la sub 20 del Deportivo Italia. Estudiaba Administración en el Instituto Universitario de Mercadotecnica (ISUM) y trabajaba con su mamá. En la cancha de beisbol de Sierra Maestra, jugó contra la UCV. Ángel Raúl Cavalleri, DT del primer equipo, estaba en la tribuna, cerca de Ricardo papá, quien acompañaba a su hijo a cada partido. Ricardo marcó un gol desde fuera del área. Cavalleri le preguntó a su papá a qué se dedicaba el mediocampista. “Estudia, trabaja y juega”, respondió. “Dile que mañana entrena con nosotros y que deje de trabajar”.

Ricardo no dejó el trabajo, pues no le pagaban en el primer equipo. El Deportivo Italia estaba en Segunda División. A las dos semanas de entrenamiento, un argentino llegó tarde a un partido contra Estudiantes de Mérida. “Andreutti, ¿dormiste bien?”, preguntó Cavalleri. “Sí”. “Bueno, vas a jugar”. Estaban en el Brígido Iriarte. Raul Cavalleri no lo sacaría más nunca de la cancha.

Jugó tres meses con ficha de sub 20 durante el Apertura del 2006. Después Cavalleri lo mandó con la directiva para que arreglara su contrato. Recibió los retroactivos de esos tres meses. Antes de que se produjera la expansión, pautada para la temporada 2007-2008, el DT pidió que le extendieran el contrato a su volante de primera línea por dos años más.

“Deja la universidad, tú vas a vivir del fútbol”, le repetía Cavalleri. Ricardo tenía diecinueve años. Entrenaba de día y estudiaba de noche. Disfrutaba su desgastante rutina. Defendió su tesis en 2009.

En el 2010, su padre iba solo en su carro rumbo a Higuerote. Perdió la consciencia. Despertó en un hospital en Caucagua. Nadie sabe qué pasó. Estuvo a punto de morir. Victoria, que estudiaba Comunicación Social, asumió un rol dentro del negocio. Kliwert prestó un apoyo que terminó de enamorarla. Verónica se mostró servicial. Superado el obstáculo, se fue a vivir para Higuerote. Los hermanitos quedaron solos en casa, con diecinueve y veintidós años. Pronto se les sumó Kliwert.

En junio de 2008, el Deportivo Italia confirmó la contratación de Eduardo Saragó. El DT venía del Zamora. Tenía veintiséis años y solo un semestre como entrenador de Primera. Andreutti tenía veintiún años y solo una temporada en la máxima categoría. Ambos eran ambiciosos, pero con visiones distintas del mundo. La juventud del entrenador evidenciaba su talento en una profesión en la que las canas son vistas como algo normal. Durante el primer torneo corto que compartieron, Ricardo jugó nueve partidos. El Deportivo Italia ganó de forma sorpresiva el Apertura 2008 y perdió la final de la temporada por un global de 5-0 contra el Caracas de Noel Sanvicente. Para ese momento, Andreutti llevaba varias semanas sin jugar. En total, estaría año y medio.

Lo suyo era pulir la tribuna, ni siquiera el banco. Si se buscan estadísticas suyas de la campaña 2009-2010, se nota un hueco, como si el namekusei hubiese vuelto a su planeta por un año. No fue convocado ni una sola vez durante toda la temporada.

Vicky, años más tarde, recordó ese período así:

Fue muy duro. Porque tenemos un nexo muy fuerte. A parte de que Ricky es una persona a la que le ves la cara y sabes si le pasa algo o no. Él lo sabía manejar, pero se le notaba que le afectaba. Yo siento que él daba el cien por ciento y ya no era responsabilidad de él, dependía de una segunda persona. Uno trataba de animarlo. Mi mamá estaba en Higuerote y yo iba full para allá. Ya cuando daban la convocatoria y él no estaba, yo le decía: Ricky, vente. Y él así, demasiado responsable: no, porque mañana, el juego… a parte, ir a la playa no se puede por equis, ye, zeta regla del fútbol… no sé cuál es, no sé cuáles son los motivos. Y él era así siempre, súper responsable. Llegó un punto en el que yo le decía: Ricky, ¿será que tú le hiciste algo a Saragó y no nos quieres decir nada? Llegaba el sábado y era la llamada: ¿te convocaron o no te convocaron? No. Y yo: ¡coño de la madre!

En ese momento Sofía Álvarez hacía unas pasantías en Líder en Deportes. Ahí le tocó cubrir un evento anual de McDonald’s: El McDía feliz. Diversos artistas, deportistas o celebridades, iban a diferentes McDonald’s de la ciudad a vender el BigMac para recaudar fondos destinados a la fundación Ronald McDonald’s. A Sofía le tocó cubrir la sede de La Castellana, donde estaban tres jugadores del ya en ese entonces Deportivo Petare. Los entrevistó, dos de los futbolistas se fueron a comer y ella se quedó esperando a que el transporte de la Cadena Capriles la pasara buscando. Empezó a hablar con Andreutti.

Ricardo nunca dejó de ser el niño tímido, celoso con su intimidad. Resultó extraño que empezara a desahogarse con Sofía. Era una bomba de frustración que explotó de forma tan humana que captó la atención de la pasante. “¿Por qué este chamo me está contando todo esto?”, pensó quien en ese momento trabajaba en su tesis: un plan de mercadeo para un equipo de fútbol. Le pidió al jugador su correo y el de alguien dentro del equipo. Él le dio el mail, el número y el pin. “Ay, sí, qué duro”, sonrió para sus adentros la chica.

Varias semanas después, eran novios. Las maripositas salían de los estómagos de los tórtolos para llenar el aire. En la temporada 2010-2011, Andreutti volvió a ser convocado. Le tocó viajar a Puerto La Cruz, de donde es Sofía, para enfrentar al Deportivo Anzoátegui. Sucedió la presentación oficial del nuevo novio de Sofi ante la familia Álvarez. Todos fueron invitados al José Antonio Anzoátegui para ver el partido. Andreutti salió de titular. Más nunca volvió a tener períodos largos de suplencia.

Saragó se marchó la siguiente temporada. Ricardo Andreutti se convirtió en uno de los rostros más importantes de un Deportivo Petare cada vez más disminuido. La crisis económica golpeó a la institución. Luego de la temporada 2012-2013, su salida era necesaria. Tenía todo acordado para fichar por el Atlético Venezuela. Estando en Sabas Nieves, en El Ávila, recibió una llamada. Eduardo Saragó acababa de asumir como entrenador del Caracas FC, quería que Andreutti fuera su primer fichaje. El equipo más importante de Venezuela solicitaba sus servicios mediante el técnico que protagonizó el período más oscuro de su carrera.

En su familia hubo dudas. Ricardo se sentó a conversar con su cuñado y Alexander. Se vieron a los ojos. “Vieja, juégatela”, lo aupó Kliwert.

 

Ricardo Andreutti está enamorado

A las cuatro de la mañana Ricky abre los ojos en su apartamento en Bello Monte. Es martes 8 de marzo de 2016. El domingo pasado el Caracas FC, que para el Apertura de este año estrena técnico –Antonio Franco–, venció a Ureña en el Olímpico, 2-1. Andreutti llevó la cinta de capitán, jugó completo. Ahora desayuna tostadas con jamón de pavo y queso paisa, más dos cambures y una taza de café. Se pone una franela blanca Ovejita y un mono negro. Antes de subirse a su Yaris del 2001 e irse rumbo al entrenamiento matutino en el Cocodrilos Sport Park, ubicado en la Cota 905, coloca un post motivacional en Twitter e Instagram. Arranca otro día de trabajo.

Falta casi una hora para el entrenamiento y Ricky ya pasea por el Cocodrilos. Es uno de los primeros en llegar. Caracas cimenta su ironía en la Cota 905: en medio de una de las zonas delictivas más intensas del país, se erige una ciudad deportiva en la que se mueven atletas con salarios muy por encima del de cualquier ciudadano promedio. Los jugadores, cuerpo técnico y sus vehículos, son conocidos por la zona. El Caracas FC es motivo de orgullo. Quizá por eso la delincuencia se mantiene relativamente al margen de ellos.

Miguel Mea Vitali es el primer capitán. Se encuentra de baja: el cuatro de diciembre fue operado de su rodilla derecha. Aún está recuperándose. Los dos volantes de primera línea conversan. En el 2014, el ex miembro de la Vinotinto llegó al Rojo. El sueño más grande de Andreutti es jugar con la selección nacional. A sus veintiocho años nunca ha sido convocado. Miky, con treinta y cinco, vistió la casaca nacional absoluta por alrededor de diez años.

Yo no he cumplido mi sueño –dice Andreutti–, pero mi camino ha sido espectacular gracias a ese sueño. Los sueños son maravillosos. Son tan maravillosos que yo no he cumplido el mío, pero buscándolo, mira lo que he logrado. Cada día se hace más difícil y a lo mejor no voy a terminar de alcanzarlo, pero, ¡guao!, ¡qué camino tan espectacular que he tenido!

Empieza el entrenamiento. Miky hace trabajo diferenciado, mientras Ricky suda en la cancha.

–Ricky, ¿por qué te esfuerzas tanto? Ya tú tienes la jerarquía para dosificarte –pregunta alguien.

–Verga, es que no sé entrenar de otra forma.

Cuando estuvo al mando de Saragó en el Caracas, subió tres kilos. Era consciente de que a Eduardo le gusta el fútbol de choque, de mucho despliegue físico. Franco es lo contrario: prioriza la tenencia, busca futbolistas agiles y dinámicos durante las posesiones; por eso, esta vez bajó cuatro kilos. Para quien ha encontrado obstáculos en su camino, adaptarse a las circunstancias es importante.

Explica Micky:

La manera en cómo se entrega en cada entrenamiento, la pasión con que ve cada entrenamiento, el hecho de llegar una hora antes y trabajar… esas son cosas que me llenan de aprendizaje y que me ayudan a mí también, porque también lo hago. Era algo que yo no habituaba antes.

La esposa de Mea Vitali suele decirle a Ricardo: “O eres tú o soy yo”. Ambos jugadores se hicieron muy unidos: se reúnen en Caffé Piú en Bello Monte, comparten habitación en las concentraciones y sus familias se relacionan entre sí. Miky tiene varias amistades fuera del campo: José Manuel Rey, Vicente Suanno, Rafael Castellín. Para Ricardo hacer amigos íntimos es más complicado: su radio de intereses es amplio y exquisito.

Antes de que acabe el entrenamiento, un hombre aprovecha que el mismo es a puerta cerrada para moverse con la confianza que la inseguridad de Venezuela le robó hace tiempo. La presencia de Philip Valentiner, dueño de la institución, es una sorpresa: está residenciado en España tras sufrir un intento de secuestro, pero nunca deja de monitorear con extrema obsesión al equipo. Los jugadores lo saludan. Ricky lo abraza, conversan e intercambian palmadas en la espalda. Luego, el futbolista se dirige al vestuario.

Uno de los que lleva el atuendo más sencillo es Andreutti, quien al salir del camerino se detiene a conversar con dos chicos del departamento de prensa. Micky, como de costumbre, luce apurado: cuando no está calzado con tacos, su rol de padre le da sentido a su rutina. Busca a Ricardo, quien ya está en su Yaris. Grita. Acuerdan algo. Andreutti voltea hacia mí: “Generalmente traigo un sándwich conmigo. Me lo como de inmediato. Lo mejor, lo que recomiendan todos los nutricionistas, es comer antes de que se cumpla una hora de haber acabado el entrenamiento”. “¿Y cuántos cumplen eso?”. Menea la cabeza: “Creo que soy el único”.

El cambio de rutina se debe a mi presencia. Nos dirigimos al Miga’s de Las Mercedes.

Estoy muy identificado con la institución, y ellos –la directiva– me lo comentan. He recibido ofertas de otros equipos, pero es que estoy muy cómodo. Eso sí, ellos están claros en que ahorita yo ando de novio, pero si me caso, tengo hijos, el tema económico será prioritario.

Habla del rock nacional: Charlie Papa, Rawayana, Vinilo Versus, etc. Entre sus bandas favoritas destacan Incubus, The Black Keys y alaba el trabajo que está haciendo C4 Trío. “Mira, este es el genio detrás de toda la música que escuchamos ahorita en el país”, me alcanza un disco de Álvaro Paiva. “Yo estoy loco, weón. Mira lo que estoy escuchando ahora –a continuación muestra un CD de música clásica–. No, y lo más arrecho es que lo disfruto”.

Mientras nos acomodamos en Miga’s, me habla de Fabio Rodríguez, uno de los asistentes de Franco, con quien ha conversado mucho de fútbol. Esas discusiones, sumadas a las que mantiene con Miky y Kliwert, hacen latir una vena de entrenador que no sabe si le gustaría explotar, sobre todo por el estrés que conlleva.

Se encuentra terminando Herr Pep: “Es primera vez que leo a Martí Perarnau. Me gusta, explica el juego sin caer en términos rebuscados, que es algo que choca cuando algunos periodistas hablan de fútbol”. Consume literatura de ficción y no ficción, pero muy poca que aborde el balompié. Si anda en plan de estudiar un equipo o a un jugador, pone la tv en mute, salvo que comente su admirado Diego Latorre.

Los medios te ofrecen una satisfacción banal: la popularidad, que es algo que la gente quiere copiar. Estás luchando contra gente que quiere satisfacer esa necesidad (…) Cuando narra Clos y de comentarista está Latorre, es un éxtasis para cualquiera. Porque no es que consumes algo pop, no, no; es algo con contenido (…), te ofrecen contenido del juego. No un barullo lindo de la palabra, ni edulcorar las cosas, ¿entiendes? Al final, lo que me gusta es el juego, el contenido, lo que te ofrece el rectángulo; no lo que te ofrece el contexto ni el universo fútbol.

Le pregunto si los futbolistas comprenden el juego. “En mi experiencia, el 25 % no entiende nada, el otro 25 % comprende bastante y hay un 50 % que está en un punto medio”. Saragó pasó mucho tiempo insistiéndole al hombre más habilidoso de su plantilla, Rómulo Otero, para que aprendiera ciertos conceptos. Luego de una pre temporada, Otero dijo en una reunión que el futbolista que más le había ayudado a comprender los fundamentos tácticos del equipo había sido Andreutti.

Eduardo Saragó es un hombre que emana un aire distinto al de Ricky. Sus carros llamativos, declaraciones rimbombantes y la actividad con la que comenta cada texto publicado sobre él, ponen en duda la compatibilidad de ambos hombres. Mientras Andreutti ha aprendido a disfrutar del camino, la vida de Saragó no tiene sentido si no se cuelga una medalla. Pero se respetan. El DT solía decir que podía darle el equipo a Ricky un par de meses y él se lo ponía a punto. El futbolista, aunque disfrute más con el modelo de juego de Franco, explica: “Somos muy diferentes en lo personal, pero si nos toca trabajar juntos yo voy a ir a muerte con él, y él me demostró que también lo hará conmigo. Nos comprometemos a muerte. Y sabemos que nos va a ir bien”.

Se pasa la mano por la cabeza, mira al suelo de forma pérdida. “Necesito escribir. A veces tengo las ideas. Me dan vueltas. Me pongo a pensar y a pensar y a pensar. Y hasta que no me siente, no me quedo tranquilo”.

El reloj indica que la conversación se ha extendido por casi tres horas. Sofía lo espera.

Entre los diecinueve y los veinticuatro años, Ricky se dio “la buena vida del futbolista”. Según él, nunca salió con dos chicas al mismo tiempo: las alternó como si fueran partidos pautados en un calendario. Solo tuvo una novia. Duraron un mes. Después, apareció Sofía, “la última mujer que he tocado”.

Micky define a la pareja como “dos niños, dos tórtolos”. Están por cumplir cinco años de relación. El compromiso mostrado por Andreutti no es normal en el mundo del fútbol. Ni el mundo en general. Pero eso no le ha granjeado bromas entre atletas mujeriegos: “No, no, ¿cómo me van a chalequear si es lo correcto?”. “Pero no es normal”. “Sí, pero es que lo normal no es lo correcto”.

Sofía nació en 1988, en Puerto La Cruz. Su papá, un melómano y cinéfilo ex tenista, la acercó a los deportes. Una de sus primeras citas con Ricky fue en una Feria de Lectura de Altamira. El namekusei había olido que ella podía ser tan rara como él.

Yo siempre veía a los futbolistas –dice Sofía– como unos tipos que tenían supermodelos de novias y carros y cosas, y era como que: no me llama para nada la atención esa vida. Era algo como que: ay, qué lindo eres, pero ya. Yo tenía como un crusch con Zidane cuando era chama; pero ya, nunca salí con un deportista ni nada. Incluso cuando estaba en Líder, que trabajaba en Más deportes, conocí mucha gente; pero no, nunca era como “¡ay, qué emoción, voy a conocer a fulanito!”. No, nunca de ese modo. Me emocionaba estar y aprender de cosas que no sabía.

El 12 de julio del 2010, en su blog La libreta púrpura, Sofía –que aún no conocía a Ricky– publicó un texto, luego de la final de Sudáfrica 2010, en el que se lee:

Todo este furor me hizo recordar un tema que tenía varios días dando vueltas en mi cabeza y del que quería escribir, sobre todo para dedicárselo a una amiga que en varias oportunidades se ha quejado de mis gustos en lo que a materia masculina se refiere. Resulta que al parecer lo que para mí es sexy, atractivo y admirable en un hombre, no lo es para algunas (entre ellas Daniela) que me miran con cara de confusión cuando digo “qué bello es ese ser”.

Se preguntarán: “Ajá, y eso qué tiene que ver con el Mundial?”. Bueno es que justamente el héroe de los españoles en este momento, es un ejemplo casi perfecto del tipo de hombre que me gusta. Andrés Iniesta es un futbolista español de 26 años de edad, juega en el Barcelona F.C y debutó con la selección ibérica en 2006 durante el Mundial de Alemania. Me gustaría acotar que a pesar de todo lo antes mencionado Iniesta no tiene una novia súper modelo (es la misma desde hace años), no ostenta autos lujosos, ni es figura mediática a pesar de su fama (estas dos últimas cosas comunes entre los futbolistas “de élite”) (…)

Esto es lo más sexy que puede haber en un hombre, que sea bueno en lo que hace, que se comprometa con su oficio, esa responsabilidad y entrega es tan admirable como irresistible (…)

Empezando su relación con Ricardo, le comentó a su hermana:

Una de las cosas que me encanta de mi papá es que es muy apasionado con lo que hace. Respeta muchísimo su trabajo. Y Ricky, es increíble lo respetuoso y dedicado que es con su profesión; o sea, es algo que le apasiona, que lo disfruta y además sabe que es afortunado de poder hacer lo que le gusta. Eso me recuerda a mi papá (…) Y por eso yo creo que nos hemos mantenido juntos y que la relación se ha fortalecido con el tiempo: porque Ricky se encarga de eso, de hacerte sentir así, no solamente querida y apoyada, sino inspirándote y motivándote para seguir dando lo mejor de ti. Eso es maravilloso.

El único conflicto serio que golpeó a la pareja sucedió a los pocos meses de relación. Sofía debió adaptarse a lo que conlleva salir con un atleta de alto rendimiento. Los pocos celos que pudieron aparecer fueron superados pronto. El conflicto surgió por lo mismo que la enamoró de Ricky: su obsesiva preparación. Sin ella ser rumbera, quería salir de vez en cuando en las noches. Su novio no podía trasnocharse. Y aunque nunca le ha impedido que salga sola o con amigos, ella quería compartir con su pareja, un hombre con estrictos horarios de descanso, un régimen de alimentación llamativo hasta para Micky (“Ricardo es un poco exagerado en esa manera de cuidarse. Pero es su forma de ser, hay que respetársela. Se cuida cada detalle. Yo me cuido, pero también tengo una familia y, bueno, voy a salir, me como algo”), más la complicada agenda del fútbol. Tuvieron que trabajar para que sus rutinas combinaran.

Y lo lograron. Hoy, los diálogos de pareja apuntan a otras cosas. “Si fuera por mí –dice Ricky– ya estaría casado y con hijos; pero me gusta planificar muy bien todo”. ¿Por qué aún no viven juntos? “Es este peo de Venezuela, de que es imposible comprar casa”. ¿Y si alquilan un apartamento? “Sí, no sé. Lo he pensado, pero es que necesito como que me den una patadita. A veces, me cuesta arrancar. Creo que estoy esperando que pase algo y me diga ahora sí, ahora sí es el momento”.

Sofía ofrece su versión:

Lo que pasa es que ahorita el tema de tú tener tu apartamento o alquilar algo es demasiado complicado. Él capaz en algún momento me ha dicho para irme a vivir a su casa, pero digamos que a mí no me parece si voy a compartir el espacio con otras personas (…) Yo ahorita estoy tranquila con mi independencia y teniendo mi propio espacio. En algún momento, quizá cuando decidamos casarnos, si decidimos casarnos, okey; pero ahorita, creo que estamos súper bien así.

***

Es diez de abril. Caracas y Estudiantes de Mérida disputan la jornada 14 del Torneo Apertura. El Rojo tiene cuatro partidos sin ganar y, luego de 90 minutos, pierde 2-3. Andreutti no ve minutos, lo que tampoco se recibe como una sorpresa: Miky, Garcés y ahora el joven Leonardo Flores muestran más talento que él y parecen amoldarse mejor al perfil de medio campistas que busca Franco. Ricky lo sabe, como también ha asumido que su inteligencia y despliegue físico lo convierten en un hombre importante: ofrece equilibrio cuando el equipo no tiene la pelota. A lo largo de su carrera, ha compensado su falta de talento con una rigurosa preparación. En un país en el que hasta hace poco no era tan raro que un futbolista llegara tomado a un entrenamiento, la disciplina inclina la balanza.

Por primera vez desde hace meses, en el Olímpico está la familia entera: Ricardo padre, Verónica y Victoria. Fueron a apoyar a Ricky, que ahora no puede abandonar el estadio.

Los aficionados más radicales de la barra del Caracas FC se juntan en las inmediaciones de los camerinos, en el área del estacionamiento, bloqueando la salida de los futbolistas. Reclaman mejores resultados.

Escribió una vez Diego Latorre: “Hoy está todo tan distorsionado que parece que el futbolista tiene menos ganas de ganar que el hincha. Por eso piden perdón. ¡Absurdo!”.

Ricardo, al ser uno de los capitanes, se dispone a hablar con los barristas. Les explica que su familia está en el estadio, que los jugadores también están dolidos y merecen ir a descansar.

–No me importa tu familia –le responden, viéndolo a los ojos.

–Tranquilo. A mí sí me importa darte alegría. Y no me avergüenza que no te importe yo como persona, me avergüenza no darte la alegría.

Andreutti tiene identificados a algunos de los fanáticos más violentos. Reconoce sus caras, cuentas de Instagram, de Twitter, las formas de insultos que le dedican. Sabe lo que se esconde en la multitud. Solo observa.

Una semana después, café de por medio, se desahoga:

–La gente se tomaba para sí el invicto que teníamos, pero no se toma para sí el hecho de que estamos mal. Es un poco injusto. Pero a mí no me afecta, es más como: coño, qué chimbo; o sea, ¿por qué? ¿Por qué tiene que ser así? (…) Ese día, pudieron haber dicho cualquier cosa contra mis familiares y yo tenía por lo menos tres o cuatro meses que no los tenía a todos en el estadio. Y eso no me afectó, sino que me dolió. Tampoco jugué ese partido. Y como uno siempre da la cara, por ser uno de los capitanes, y lo hace con todo el amor del mundo hacia sus compañeros, uno recibe cualquier tipo de improperios (…) Al final lo que sacas es que es parte del juego. Y como futbolista si quieres estar en estos retos, tienes que asumirlo (…) Yo llegué a la conclusión de que para ellos es una especie de… de todo lo que pasa en la semana, de toda esta represión social, de toda esta… más allá de la situación del país, es más la represión social de la actualidad en el mundo; para ellos es una especie de aceptación. Van al estadio o a liberarlo, o a yo-tengo-un-poder-de-decirte-esto. Y hay que ser inteligentes y darles ese poder. Porque ellos piensan que lo tienen, y en realidad no lo tienen; y a ti no te importa, simplemente estás siendo más inteligente que ellos.

–¿Tratan los futbolistas de manipular al entorno, para ganar fuerza mediática?

–Sí, puede ser. Pero, a ver, te hablo de mi caso: nunca celebré un gol con la hinchada, nunca fui a gritarlo allá, en los momentos buenos; pero en los momentos malos, siempre fui a dar la cara, como que si yo fuera el culpable. A veces lo que digo no es por mí, sino por el grupo. Te dicen que Ricardo está muy ligado a la barra, a la hinchada; pero la verdad es que no lo hago para eso, lo hago para que nos dejen tranquilos. No a mí, sino al grupo. Ese es el verdadero concepto de equipo. Me los gano –a los hinchas–. Claro, tiene que venir acompañado con algo futbolístico, creo que mi esfuerzo y mi compromiso con la institución se notan. Lo hago para que todos mis compañeros estén bien. Y no lo hago porque me toque esa responsabilidad, lo hago porque me nace (…) Sería incapaz de hacerlo por ayudarme individualmente.

Caracas no pierde ninguno de sus siguientes siete partidos. Llega hasta las semifinales del Apertura, en las que cae eliminado ante el Zamora que luego será campeón. En el ínterin, la Vinotinto pierde ante Chile, en Barinas, 1-4. Noel Sanvicente renuncia al cargo de seleccionador días más tarde. Rómulo Otero es una de las pocas cosas destacadas de Venezuela. Ricky le escribe por WhatsApp: “Enano, yo ya no estoy para aconsejarte, estoy para disfrutarte y admirarte”.

Andreutti está un poco fastidiado. La Vinotinto le duele, mucho.

¿Cómo hacemos? Es un problema de estructura. No estamos para competir. ¿Podría estar yo en la selección? Yo creo que sí. ¿Puedo hacerlo mejor que, por ejemplo, Arquímedes? No, en caso tal podría ofrecer cosas diferentes. Pero, ¿quiénes están realmente para competir a ese nivel? Tomás, Salomón, ¿quién más? La estructura es el problema. Yo hasta los diecisiete años entrené solo dos veces por semana. A mí no me dieron las herramientas para jugar a ese nivel. Es como todo. Como país tenemos mucho que mejorar.

Hace poco, Ricardo se compró un celular. Le costó tomar la decisión. Tuvo que consultar a Vicky y a Sofía. Padece incomodidades similares para emprender trámites burocráticos. Ricardo, fuera de la cancha, pasa la mayor parte del día leyendo, viendo fútbol, o tratando de escribir. Mantiene un blog, toca guitarra e hizo talleres de escritura creativa y curaduría. Algunas de sus citas favoritas con Sofía son en el Trasnocho. También frecuenta el Pasillo de Ingeniería de la UCV: se hizo amigo de un librero que le presentó a Federico Vegas, algo que lo emocionó. Ricky es un namekusei con el síndrome Gokú: es de afectos genuinos, pero le cuesta encompincharse y pareciera fuera del radar social de algunas de las personas que quiere (Victoria, por ejemplo, es su vínculo con el resto de la familia, más allá de su padre y su madre). Gokú disfrutaba más de pelear que de ganar, aunque lo segundo le fascinara. A Ricardo le sucede lo mismo con el fútbol. Él y Sofía, con un dejo de cariño, se tratan de “rarito” y “rarita” mutuamente.

Mi vida es muy simple. La he hecho así. Tiene pocas cosas, pero profundizo mucho en esas cosas. Debe ser mi mismo ensimismamiento. Yo soy esto. No me gusta tanto, tantas cosas. Ni siquiera los lugares. ¿Qué más puede haber en Ricky? Los viajes, las películas, los libros, mi afán por viajar, mi afán por la historia, las biografías… Esto es Ricky. Mi profundidad está dentro, en mi búsqueda de porqués. Y me gusta, me hace sentir que estoy satisfecho con mi vida. No hay mucho. La verdad, puedo ser muy aburrido. Y me gusta ser así.

La temporada terminó. Ricky no quiere saber los rumores de final de campaña. Se muestra dolido por no llegar a la final. En unos días, él y Sofía partirán de vacaciones hacia Margarita. Al regreso, tendrá que abandonar su zona de confort. Los pocos lugares que visitaba en Caracas y la tranquilidad de Bello Monte serán cambiados por una nueva vida en Barquisimeto, cuando acepte una oferta del Deportivo Lara. Abandonará el Caracas FC tras 102 partidos jugados: 57 de ellos ganados, 30 empatados y 15 perdidos. El futbolista que valora más el camino que la victoria es quien logrará el mejor porcentaje de triunfos a su favor dentro del equipo.

El namekusei seguirá explorando un mundo que lo recibe como un hombre verde con antenas entre futbolistas, terrícolas y personas con intereses “normales”. Y en el que casi nunca se siente bajo amenaza, pues está enamorado de la vida, de su vida.


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