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Pocos personajes literarios más conocidos que Pinocho. Tanto como Don Quijote o acaso Hamlet. No obstante, la fortuna del “baratino” (muñeco) de la edición original italiana, no se corresponde con la de su autor, como ocurre con Cervantes o Shakespeare, nombres ilustres e indisociables de sus creaciones. Se dice, “el Quijote de Cervantes”, o “el Hamlet de Shakespeare”, pero difícilmente escucharemos que alguien diga, “el Pinocho de Collodi”. Lo más frecuente es que, de la manera más ingrata, se hable del “Pinocho de Walt Disney”. A quien no sabemos si agradecer la enorme popularidad de la historia después de 1940, fecha de estreno de su tan exitosa como irregular versión cinematográfica (en el original, por ejemplo, el grillo es muerto por Pinocho en las primeras de cambio y, en lo sucesivo, sus apariciones serán puramente fantasmáticas, y así muchas otras variaciones). Carlo Collodi, cuyo verdadero nombre era Carlo Lorenzini, nació en la Florencia pre-garibaldina de 1826; y moriría, en esa misma ciudad, a los sesenta y cuatro años, en 1890. Una urbe todavía con mucho de feudal, en la cual las viejas aristocracias habían llegado hasta bien entrado el XIX sin las molestias de reiteradas revoluciones. En el caso de la familia Lodi, se trató de una nobleza benigna que apoyó la educación de Carlo en diversos institutos educativos, entre ellos un seminario en la vecina Colle di Val d’Elsa. De donde saldría, no sacerdote, pero sí privilegiado con una firme cultura que le permitiría el acceso a la educación superior; la cual, después de varios años dedicado a la filosofía y retórica, abandonaría para dedicarse al periodismo. En 1844, da inicio a una larga y productiva carrera, colaborando en los órganos humorísticos de Florencia. Participó, primero como voluntario y luego como soldado regular, en las dos Guerras de Independencia de Italia (1848 y 1859). En 1856, se dio a conocer con In vapore, su primera novela. Su versatilidad se manifestó en las empresas más dispares, como colaborar en la elaboración de un diccionario, hasta, y esto fue determinante en su producción literaria, traducir al italiano los clásicos fabulario francés. En 1875 publica su traducción de las fábulas de Charles Perrault, y al año siguiente Giannettino, que se considera un antecedente de Pinocho. En 1882, en el Giornale per i bambini, fue publicada la primera entrega de Le aventure di Pinocchio. Storia di un buratino, de las treinta y seis que fueron apareciendo semanalmente. Y, en 1883, apareció en forma de libro que haría de Collodi uno de los escritores más difundidos de su tiempo. Una condición que iría languideciendo hasta convertirse en una borgiana asimetría: Carlo Collodi terminaría siendo una creación del ingenioso Pinocho.
Las aventuras de Pinocho ha estimulado las lecturas más ingeniosas y encontradas. Italo Calvino, en un influyente ensayo, se dedicó a precisar, con el ingenio que le conocemos, las coincidencias entre la leyenda cristiana y el relato, con circuncisión y demás, para concluir señalando que el relato es la mejor muestra de la literatura picaresca en Italia. Antes y después de Calvino han florecido aproximaciones de todo tipo. Que debe entenderse como una expresión de las supuestas filiaciones masónicas de su autor. O que se trata de una expresión del inconsciente colectivo de la Toscana de su tiempo, avara y medioeval. Los pensadores marxistas no iban a dejar pasar la ocasión y concluyeron que Pinocho era el propio, “símbolo del que se rebela en contra del capitalismo y la burguesía”. Una muestra: el juez, al servicio de los más oscuros intereses, que deja libre a los culpables representantes de la burguesía, la Zorra y el Gato, y pone preso al inocente muñeco. Los mismos pretendidos representantes de la clase burguesa son los que invitan a Pinocho a enterrar sus monedas de oro en el Campo de los Milagros (los bancos), con la mentida promesa de multiplicarlos hasta el infinito. El fascismo también puso lo suyo y quiso ver en el muñeco una prefiguración de la juventud fascista. En lo cual no estaba tan descaminado, habida cuenta de la reprochable y cínica conducta del personaje: mentiroso, manipulador e irresponsable. El psicoanálisis, por supuesto, se interesó en la generosa simbología del relato y propuso distintas y, algunas veces, reveladoras interpretaciones. Desde el insoslayable complejo de Edipo y las variantes de un “conflicto parental” no distinto al de Frankestein, hasta la expresión del enfrentamiento senex-puer, expresado en el binomio Pinocho-Geppetto.
Una lectura menos arriesgada es la de entender la apasionante historia como una bildungsroman, una novela del crecimiento intelectual, una crónica de la accidentada educación del héroe. La versión de la épica en las sociedades burguesas. El término, una de esas contracciones de la lengua alemana, casi siempre intraducibles, fue inventado para referirse a la novela de Goethe, donde se cuenta el crecimiento del protagonista, Wilhelm Meister en dos dilatados volúmenes. Un esquema narrativo que se desarrolla alrededor de los inevitables ritos de paso, como en la Odisea o la Eneida. Antes y después de Goethe, la bildungsroman es un sub-género con representantes tan notables como Tom Jones, Tristram Shandy, Emilio, Cándido y, más recientes, Las tribulaciones del joven Törless o Retrato del artista adolescente. Con frecuencia, entre las prendas del protagonista se reitera su tendencia al comportamiento irregular, picaresco, con el cual alcanza sus objetivos. Odiseo es un claro ejemplo y Pinocho, este improbable héroe de madera, otro. En general, la tendencia es atribuir el indeseado comportamiento a los orígenes del héroe. En nuestro caso, aquel leño que, como la cruz de Cristo en el poema anglosajón, tiene la particularidad de hablar y quejarse: “No era una madera de lujo, sino un simple trozo de leña, de esos que en invierno se ponen en las estufas y en las chimeneas para encender el fuego y calentar las habitaciones”. La conducta reprobable del pedazo de madera, por intrigante e irrespetuosa, es una prefiguración de la del muñeco que Geppetto va a tallar una vez que el propietario original se lo ofrezca. Pinocho, como la materia prima original, tiene la facultad de hablar y moverse de manera autónoma, como un Frankenstein cualquiera. Apenas pueda, va a escaparse de la casa del “padre” para dar inicio a su aventura y crecimiento, el objeto de la moderna épica del olvidado Collodi.
La crónica de las aventuras de Pinocho está escrita con el rigor de la gran prosa periodística del XIX y con una riqueza imaginativa que es la del fabulario de la tradición folklórica. No sería fácil explicársela sin recordar el estudio y traducciones que Collodi hiciera de Perrault y otros fabuladores franceses. Las situaciones mágicas se reiteran; versiones, puestas en una prosa ágil y precisa, de los grandes temas del imaginario occidental, y algunos, como la narrativa en el vientre del tiburón (no ballena), de clara procedencia judaica. La imaginación de Collodi es de una riqueza sin tregua. Un episodio sucede al otro en un sorprendente desfile de maravillas. Poco de inocente hay en este relato inquietante. El lector intuye que algo hay más allá de las increíbles aventuras de la marioneta. Y tiene razón en que así piense, pues se trata, como las grandes épicas de una extendida alegoría. Muerte y vida se suceden como en los relatos fundadores. Pinocho muere y resucita, como la bella durmiente del folklore, pero también como Osiris, Dioniso y Cristo. La aventura de este héroe de madera llega, el círculo heroico se cierra, llega a su fin cuando alcanza el conocimiento, lo que le permitirá resolver la contradicción senex-puer, padre-hijo. Y será, gracias a este virtuosismo recién adquirido, que será recompensado con su metamorfosis final en un chico de carne y hueso:
Fue a mirarse en el espejo y le pareció que era otro. Ya no vio reflejada la habitual imagen de una marioneta de madera, sino que vio la imagen avispada e inteligente de un muchacho bien parecido de cabellos castaños, de ojos azules y con un aspecto alegre y festivo como una pascua florecida.
Las aventuras de Pinocho es uno de los libros, de los pocos libros modernos, de lectura obligada. Si bien la fama de Pinocho siempre será mayor que la de su autor. Sin embargo, no está de más de reconocer el oficio de Collodi, su prosa precisa y brillante, la agilidad de su relato y su capacidad de sintetizar, en no demasiadas páginas, los contenidos más notables del imaginario occidental. Todas virtudes que se destacan en la nueva traducción del libro, la primera realizada al “castellano de Venezuela”, que estuvo a cargo de Ana María del Re, poeta destacada y autora de algunas de las mejores versiones al castellano de los bardos italianos contemporáneos. Sorprende, y reconforta, que en estos tiempos de indigencia, alguien, como la profesora Del Re, haya dirigido sus empeños, que no son pocos cuando se trata de traducir a Collodi, a gratificarnos con este Pinocho, “alegre y festivo como una pascua florida”.
Alejandro Oliveros
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