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(Alerta de spoilers)
Parásitos (Gisaengchung), de Bong Joon-Ho, ha deslumbrado a crítica y público de todo el mundo desde su estreno en el Festival de Cine de Cannes de 2019, donde obtuvo la Palma de Oro que la acredita como la mejor película de la edición número 72 de ese certamen; una elección unánime hecha por un jurado integrado por el mexicano Alejandro González Iñárritu y otros importantes directores del cine contemporáneo, como el polaco Pawel Pawlikowski (Ida y Cold War) y el griego Yorgos Lanthimos (La favorita).
Tras coronarse en los premios Óscar con cuatro estatuillas, siendo la primera película no hablada en inglés en conseguir el codiciado palmarés a la mejor película del año (además de obtener los galardones de mejor película internacional, dirección y guión), la cinta de Corea del Sur logra sumar, a la fecha, más de ciento sesenta y cinco millones de dólares de taquilla global (treinta y cinco millones de los cuales fueron recabados en Estados Unidos), rompiendo con el paradigma de poco éxito que solían obtener las producciones subtituladas.
Bong Joon-Ho, nacido en la ciudad de Daegu el 14 de septiembre de 1969, se convierte así en referencia indispensable de la cinematografía mundial. Con siete películas en su registro filmográfico que comenzó con Barking Dogs Never Bites (2000), Joon-Ho destacó en 2003 gracias a Crónica de un asesino en serie, pieza que le permitió obtener el galardón al mejor director en el Festival de Cine de San Sebastián, en la que sobresale su particular estilo puesto al servicio de un argumento basado en la búsqueda de un criminal en una sociedad política y socialmente reprimida.
Luego hizo The Host (2006), donde explora el género fantástico, a la que sigue Madre (2009) –seleccionada para participar en la sección «Una cierta mirada» del Festival de Cannes–. Continúa con Snowpiercer (2013), título de ciencia ficción filmado en inglés (con Chris Evans, Jamie Bell y John Hurt entre sus protagonistas), hasta llegar a Okja, su sexta película (con Tilda Swinton y Jake Gyllenhaal como parte del elenco), incluida en la sección oficial del Festival de Cannes de 2017. Ahora vuelve, dos años después, al mismo Festival para llevarse el máximo galardón con Parásitos.
El Diccionario de la lengua española de la Real Academia define, entre varias acepciones, la palabra «parásito» como: «Dicho de una persona: Que vive a costa ajena». Esta es, justamente, la manera como se comporta la familia Kim (una de las dos protagonistas del filme) para salir de su precaria existencia: vivir a costa de la solvente familia Park. La operación les permite, de alguna forma, abandonar el foso que habitaban.
El plan de vida de los Kim se desarrolla según la oportunidad del momento: no dejan pasar ninguna ocasión que les permita escalar económica y socialmente. Como asevera el cabeza de familia: «el mejor plan, es no tener plan», convencido de que nada puede salir mal. Aquella célebre frase: «como vaya viniendo, vamos viendo», popularizada por el personaje de Eudomar Santos en la recordada telenovela Por esta calles escrita por Ibsen Martínez, se convierte así, salvando las distancias, en filosofía de vida también para los Kim.
Lo sorprendente en la película es la manera en que se nos presenta la historia. Desde el inicio, el realizador toma de la mano al espectador y no lo suelta hasta dejarlo –al final– emocionalmente deshecho. Para ello se vale de distintos géneros: drama, suspenso con ciertos toques de terror, momentos románticos, detalles musicales, algo de western y mucho humor negro. Esto permite, sobre la base de un extraordinario guión (autoría del propio Joon-Ho), tejer de forma precisa una historia con forma de telaraña, digamos, la cual termina por atrapar a personajes y espectadores.
Trufada de símbolos, desde la presencia esencial del agua o la escultura que –como talismán– activa el inicio de la historia para reaparecer de manera aplastante hacia el final, Parásitos se transforma en una experiencia sensorial, donde además de lo visual (muy bien trabajado a través de la fotografía y la dirección de arte: hay imágenes de gran poesía), logra perturbarnos mediante el olfato, pues el «olor de la pobreza» –marca social implacable– establece una barrera dura y cruda que deviene sentencia definitiva en la película.
Dos familias de igual número de miembros (padre, madre, hija e hijo); dos clases sociales –próximas en lo geográfico, lejanas en su forma de vida– colisionan de forma al parecer inevitable, en un juego de ascensos y descensos –reales y metafóricos–, en un constante ir y venir de un lugar a otro y, en particular, en aquella casa donde todos coinciden (diseñada especialmente para la película, aprovechando la mejor iluminación, tamaños y vistas posibles, lo que convierte a este inmueble en otro elemento protagónico).
Bong Joon-Ho da un paso adelante en la cinematografía de un país cuya obra era poco conocida, más allá de los habituales circuitos de cine artístico (festivales y muestras). Lee Chang-dong logró, en 2018, destacar con Burning, su adaptación del cuento del mismo título escrito por Murakami, mientras que en años anteriores se habían posicionado cineastas significativos como Kim Ki-duk (Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera) o Park Chan-wook (Oldboy), ejemplos de una producción cuyo contenido oscila entre una poética sublime y una violencia implacable. Un cine, que sin duda, seguirá dando gratas sorpresas.
José Pisano
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