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Diario literario 2024, noviembre (parte III): 100 años de surrealismo, la herencia de Miguel Bonnefoy, Breton, Moro, Sánchez Peláez
Juan Sánchez Peláez retratado por Vasco Szinetar | Archivo de Fotografía Urbana
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Milán, miércoles 20 de noviembre de 2024
100 años de surrealismo (1)
Mi primera experiencia con el surrealismo tuvo algo de surrealista. Invitado por mi contemporáneo y artista precoz, Wladimir Zabaleta, asistí a una charla que se dictó en el Ateneo de Valencia a finales de septiembre de 1966, un par de días después de la muerte de André Breton el 28 de ese mes. No éramos muchos en la sala, entre los cuales estaban José Solanes, mi profesor de psicología médica, y amigo de algunos surrealistas franceses, como Eluard y Artaud; y el que sería mi amigo y maestro, Eugenio Montejo. Sin micrófono, y con un voz que se hacía más tenue a medida que avanzaba en sus comentarios, era muy difícil escuchar lo que el conferencista decía. A los presentes no nos quedó otro recurso que cambiarnos de puesto para tratar de captar lo que se decía. Y así fuimos, en una accidentada y bufa coreografía, avanzando sin orden ni concierto a los asientos más cercanos al podio mientras, sin ninguna clemencia, la voz del expositor se iba desapareciendo en una invisible niebla. En el momento justo en que comenzamos a entender, o suponer, lo que el poeta surrealista invitado exponía, cuando hablaba de Breton con reverencia y admiración y lo comparaba con un faro en medio de las oscuridades de la sociedad burguesa, cuando los desplazamientos hubieron concluidos y todos, apretujados en la primera fila, nos disponíamos a no perder una palabra más de la exposición, el poeta expositor, que, me enteré después, era de una irreprochable filiación surrealista, decidió que era suficiente. Apagó la luz del faro bretoniano, y dio fin al evento. Confundidos, no sabíamos si aplaudir o quedarnos en la sala esperando el milagro de que comenzara de nuevo, algo que no ocurrió. Al día siguiente, en los pasillos de la Facultad de Medicina, el profesor Solanes lamentaría hondamente la oportunidad. Era un admirador del encargado de charla, quien no era otro que Juan Sánchez Peláez, uno de los más notables poetas surrealistas de lengua castellana.
Herencia
Herencia es la cuarta novela de Miguel Bonnefoy, con no poco de autoficción y autobiografía. Se trata de una saga, de una brevedad ejemplar, que cubre los 100 años que van de 1873 a 1983. Comienza con el exilio obligado de un viñatero francés de Jura, que vio sus vides consumidas por la implacable filoxera que acabaría con todas las viñas de Francia. Con un pie de viña y treinta francos, se embarca para California. En el trayecto, una gitana con un hediondo sortilegio propicia su desembarco en Chile. Lo maravilloso es un elemento reiterado en la narrativa del escritor franco-venezolano. La nieta del inmigrante, por ejemplo, será seducida por el fantasma de un soldado alemán muerto treinta años atrás, Lo cual no tiene nada de especial, en verdad, lo maravilloso es que la haya preñado para dar a la luz al último miembro de la estirpe. Lo que comenzó con el exilio del agricultor, terminará con el regreso de su biznieto a Francia, en 1973, después de sobrevivir apenas las torturas de los esbirros de Pinochet. Las escenas de la prisión son escalofriantes en su realismo y fueron seguramente estimuladas por la experiencia del padre de Bonnefoy, partidario de Allende y víctima de sus torturas. Bonnefoy es un notable exponente de lo que llamo neo-romanticismo, una deriva favorecida por algunos novelistas contemporáneos. Pero es que su vida también lo es. Nacido en París, hijo de una diplomática venezolana y un padre chileno de abuelo francés, tuvo una infancia y adolescencia itinerante entre Francia, Chile, Venezuela y algunos de los países a donde era destacada la madre. Habla de sus tres países de origen con la familiaridad del que ha vivido toda su vida en uno de ellos. Cuando habla de Venezuela en El viaje de Octavio, se detiene en detalles tan recónditos como la leyenda del Nazaareno de San Pablo cantada y contada por el olvidado vate Andrés Eloy Blanco. A Chile se refiere con el detallismo de un reportero de National Geographic, y de Francia pareciera el cronista oficial de los episodios como la Batalla de Verdún. Herencia es una cordial, a momentos terrible, siempre amena y generosa en sorpresas, Una novela del exilio y del arraigo, de demencias y gestos heroicos, de realidad y magia, como es toda la geografía del alma latinoamericana.
Milán, jueves 21 de noviembre de 2024
Precozmente, justo un mes antes del solsticio, se ha instalado el invierno en la ciudad con temperaturas que en la madrugada de hoy estuvieron en 0 C. Por desgracias y razones que desconozco, esta capital lombarda no es propicia a las grandes nevadas, el atributo más esperado de la estación. Todavía pocas cosas más hermosas que el manto blanco que parece cubrir el planeta aunque no cubra más que una calle. A este acontecimiento, los trópicos responden con la luz privilegiada de las últimas semanas del años, la región más transparente del aire, como diría Bernal Díaz del Castillo, “Ilustre Conquistador de América”.
100 años de surrealismo (2)
Lo que se conmemora a nivel planetario por esta fecha son los 100 años de la publicación del primer Manifiesto del Surrealismo, publicado por André Bretón en París, en 1924. En verdad, poco había de novedoso en los postulados del poeta francés. Poco que no hubiese sido prefigurado y figurado por los románticos alemanes, a los cuales Breton siempre rindió devoción. En realidad, se trataba de llenar el penoso vacío dejado por el romanticismo en Francia, cuyos poetas más conocidos la historia recuerda poco. De Novalis, el ideólogo de los alemanes, era la tesis de oponer la imaginación a las cansadas fórmulas racionalistas y realistas de la Iluminación. De Novalis también la importancia concedida al sueño como método de conocimiento. Uno de sus seguidores, F.G. Schubert, escribió una Fisiología del sueño que habría de modelar las concepciones de Freud sobre el fenómeno onírico. Y no a otro que a Novalis se le debe la idea surrealista de lo femenino como revelación. Una facción del surrealismo, reunida alrededor de la revista Le grand jeu y animada por el genio de René Daumal, insistía en los poderes reveladores de la noche, una intuición que el mismo Novalis había considerado cuando escribió sus influyentes Himnos a la noche. Y, como Novalis con el romanticismo, Breton dejó claro que el surrealismo no era una poética sino una ética. El activo surrealista argentino, Aldo Pellegrini, primer traductor de los manifiestos completos se refiere a esta aspiración en su más que breve reveladora introducción:
De la lectura de los manifiestos surge claramente que el surrealismo no es simplemente una escuela literaria o artística; representa ante todo una concepción del mundo. En esa concepción son los valores vitales del hombre los que se jerarquizan en más alto grado y, entre ellos, la imaginación, con sus resultantes, la acción creadora y el amor. Todos estos valores sólo pueden realizarse cuando el hombre goza de la plenitud de su libertad… Para el hombre que busca realizarse, es fundamental una conciencia ética. La lucha por la afirmación de una ética es para Breton un objetivo torturante… La honda preocupación por el destino del hombre surge muy claramente de la lectura de los manifiestos. La prédica de Breton en pro de una vida más alta, en la que la dignidad del hombre se respetada y contemplada en toda su extensión, es paralela a su violenta condenación de un mundo sumido en la indignidad… El hombre que se realiza en su integridad, norte del surrealismo, se opone al hombre frustrado que nos ofrecen las sociedades actuales de cualquier tipo. De la materia de ese hombre frustrado se fabrican los tiranos, los lacayos, los rufianes, los falsos profetas y toda la cohorte de la sordidez expandida por el mundo.
Que no era una escuela artística o literaria le concedía al surrealismo la posibilidad de incluir a cualquier persona que compartiera sus principios. Fue lo que hizo posible, por primera vez en la historia de las vanguardias, la existencia de médicos o abogados surrealistas. De hecho, dos de los surrealistas más puros que he conocido eran un médico psiquiatra y un locutor de radio, La mayoría de las compañeras de los jóvenes reunidos alrededor de Breton, no siempre eran poetas o pintoras, pero siempre fueron surrealistas. Por lo demás, ningún movimiento ni antes ni después del surrealismo contó con una presencia femenina tan activa.
Breton había estudiado Medicina y había servido como enfermero en el frente. Su Manifiesto debe leerse como una crítica a la sociedad que había hecho posible el desastre de la Gran Guerra, incluyendo la religión. Su desconfianza de la racionalidad prefigura algunas las posiciones de los filósofos de Frankfurt en la segunda post-guerra. La ruptura de Breton surgía en el país que había inventado a Descartes y a la Ilustración. Si la hubiese propuesto en Alemania no habría llamado la atención. El asalto a la razón es una vieja tradición germana. Los predecesores de Breton en este cuestionamiento en el siglo XIX, habían terminado de mala y efímera manera, dando origen a esa brillante estirpe de “poetas malditos”, todos ídolos del surrealismo: Baudelaire, Nerval, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé. Las afinidades electivas eran inevitables con otro descendiente del romanticismo alemán, quien ejercía como psiquiatra en Viena, y había conmovido la burguesía de su tiempo con la sugerencia de que el individuo no era racionalmente responsable de su conducta. En efecto, las causas de estas acciones había que precisarlas en algunas funciones de la psique, a la cual sólo tenemos acceso a través del sueño y otras vías como el automatismo psíquico. Y esta es tal vez la más novedosa de las intuiciones de Breton. Su verdadera poética. Al escribir, el poeta debe empeñarse en expresar los contenidos más apartados de su psique, los únicos no corrompidos por la educación formal. El resultado podía ser incoherente, pero el exceso de coherencia, precisamente, había producido una literatura mediocre y una sociedad suicida. Mejor las imágenes oscuras y brillantes del fondo de la psique que los productos de la razón. Con este difundido poema quiso expresar su ars poética:
UNION LIBRE
Mi mujer de cabellera de fuego de leño
De pensamientos de relámpagos de calor
De talle de reloj de arena
Mi mujer de talle de nutria entre los dientes del tigre
Mi mujer de boca de escarapela y ramo de estrellas
de última magnitud
De dientes de huellas de rata blanca sobre la tierra blanca
De lengua de ámbar y de cristal frotados
Mi mujer de hostia apuñalada
De lengua de muñeca que abre y cierra los ojos
De lengua de piedra increíble
Mi mujer de pestañas de palotes de escritura de niño
De cejas de borde de nido de golondrina
Mi mujer de sienes de pizarra de tejado de invernadero
y de vaho de cristales
Mi mujer de hombros de champán
Y de fuente con cabezas de delfines bajo el hielo
Mi mujer de muñecas de cerillas
Mi mujer de dedos de azar y de as de corazones
De dedos de heno cortado
Mi mujer de axilas de marta y de encinas
De noche de San Juan
De alheña y de nido de escalarias
De brazos de espuma de mar y de esclusa
Y de mezcla de trigo y del molino
Mi mujer de piernas de bobina
De movimientos de relojería y de desesperación
Mi mujer de pantorrillas de médula de saúco
Mi mujer de garganta de Valle de oro
De cita en el lecho mismo del torrente
De senos de noche
Mi mujer de senos de pinera marina
Mi mujer de senos de crisol de rubíes
De senos de espectro de rosa bajo el rocío…
Y así sigue por unos cuantos versos más en uno de los poemas de amor más famosos del siglo XX. Breton despliega un cuestionamiento implacable a las nociones establecidas de la ética amorosa. Es el triunfo de la imagen sobre el significado. Es la posibilidad de una belleza nueva sin sentido. ¿A quién le importa que quería decir con expresiones como “Mi mujer de hombros de champán”, o “Mi mujer de senos de crisol de rubíes/De senos de espectro de rosa bajo el rocío”? Su erotismo, sin embargo, puede ser el más excitante. De acuerdo con sus postulados teóricos, el poeta escribió lo que se le ocurría en ese momento, distraído e indiferente de cualquier toda lógica. La escritura debe ser automática, insistió muchas veces.
Milán, viernes 22 de noviembre de 2024
100 años de surrealismo (3)
Una aclaratoria por un inexplicable y costoso error de traducción que ha producido confusión (justificada) entre los no iniciados. Cuando Breton habla de surrealismo se refiere a una forma de realidad superior, como la que se produce durante el sueño o las alucinaciones. Experiencias que superan lo cotidiano y que son la materia con la que se hace el arte y la poesía. Algo que está claro en el original francés donde la partícula sur, quiere decir sobre; de donde surrealismo viene a ser algo como “sobrerrealismo”, una cacofonía que animó al primer traductor a preferir el ambiguo pero eufónico surrealismo, que, en castellano, insinúa algo que está por debajo, como en sumersión, que no es lo que el fundador hubiese querido. En su Manifiesto de hace 100 años definió el término:
SURREALISMO:s.m. Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar tanto verbalmente como por escrito o de cualquier otro modo el funcionamiento real del pensamiento. Dictado del pensamiento, con exclusión de todo control ejercido por la razón y al margen de cualquier preocupación estética o moral.
ENCICLOPEDIA: El surrealismo se basa en la creencia en la realidad superior de ciertas formas de asociación que habían sido desestimadas; en la omnipotencia del sueño, en la actividad desinteresada del pensamiento. Tiende a provocar la ruina definitiva de todos los otros mecanismos psíquicos, y suplantarlos en la solución de los principales problemas de la vida.
Todo manifiesto es un exceso, desde el manifiesto comunista. No pretendía Breton que se le tomara al pie de la letra. Su exigencia era clara: abandonar todas las formas de realismo en la búsqueda de una experiencia superior, maravillosa, que fuera el asunto del arte y la poesía. En lo único en lo que no haría concesiones era en la convicción de que el surrealismo, como destacaba Pellegrini, había que asumirlocomo una ética y no como una estética. Su otra intransigencia era el amor. O era maravilloso o no era. Una convicción que estimuló la mejor poesía escrita por los vates del movimiento. El famoso “amour fou”, que, en su esencia, es una redundancia. El gran gurú de la lírica amorosa sería Paul Eluard, cuya gravitación fue planetaria. Como en el caso del brillante y desgarrado César Moro, amigo cercano de Breton y una de las voces más claras e inspiradas del surrealismo peruano, el más temprano de los surgidos en Hispanoamérica:
El amor consagra al amor
Los días sin lluvia
Y como conviene los días bellos
Para el amor y sus preferencias
Al prestigio del más viejo amor
Al único amor sin pena sin dicha sin retorno
Al porvenir de los dementes
A los sepultureros a los alegres compañeros de presidio
Al punzante al ardiente recuerdo del tatuaje
A mi amada muerte
A quienes dudan todavía
A los tesoros de los ciegos
A las lágrimas
Al agua al viento al fuego al amor
A la esperanza de quien destroza su amor
Al tormento del fuego y del hielo
A los primeros sucesos que han de señalar la sangre
A las sábanas a los crímenes pasionales
A las bellas sábanas de los suicidas
A la más tierna culata razón del revolver
A las partidas que hasta el aire soplan
Al plomo de las balas
Para que hasta los no alcanzados
Mueran como perros envenenados
A las congojas de quienes despiertan
A las noches vacías
A mi vida perdida
A la pérdida sin dolor sin retorno sin dicha de la vida
Para quienes aman y se envilecen en su dicha
Se levanten y lancen las primeras maldiciones
Al huracán
A las mañanas más tristes que todo
Para mejor borrar mi nombre
Para sacudir el polvo y volver al polvo
Para maldecir los instantes al parecer felices
Para el despertador cargado de pólvora
A las estatuas desnudas de la noche
Al mármol perdido
Para carecer de sepulcro
A las señales ígneas del puñal
A los solos a los únicos recuerdos sexuales
A la boca de piedra del amor
Al frío del agua la noche
Para ya nuca volver a comenzar
Al más tierno amor.
Moro (1903-1956) dejó Perú por razones políticas en 1925 y se marchó a París, justo un año después del Primer Manifiesto. Se vinculó con el grupo fundado por Breton, con quien mantuvo una larga y nada obvia amistad. Toda su poesía, menos el último de sus poemarios, fue escrita en francés. Fue homosexual y gracias a André Coyné, el último de sus amantes, su poesía comenzó a difundirse. No fue el único surrealista peruano, y sería injusto no recordar a Emilio Adolfo Westphalen, Manuel Moreno Jimeno y, aunque menos militante y más joven, a Jorge Eduardo Eielson.
A Venezuela llegaría el surrealismo con considerable retardo. Se conviene en precisar el año 1952 como fecha de su aparición “oficial”. Fue cuando apareció el primer libro de Juan Sánchez Peláez, Elena y los elementos, donde la gravitación de las ideas de Breton se siente en el culto de las imágenes sorprendentes, la mitificación de la experiencia amorosa y reiteradas incursiones en el automatismo psíquico. Sánchez Peláez residió por un tiempo en Santiago de Chile donde había participado en las actividades del grupo surrealista “Mandrágora”. A partir de 1952, a la poesía venezolana conviene dividirla en un antes y después de Elena y los elementos. Este es uno de los textos más conocidos del poemario, y uno de los más inspirados poemas de amor escritos en castellano en los últimos setenta años:
PROFUNIDAD DEL AMOR
Las cartas de amor que escribí en mi infancia eran memorias
de un futuro paraíso perdido. El rumbo incierto de mi
esperanza estaba signado por las colinas musicales de mi país
natas. Lo que yo perseguía era la corza frágil, el lebrel
efímero, la belleza de la piedra que se convierte en ángel.
Ya no desfallezco ante el rumor ahogado de los besos.
Al encuentro de las ciudades:
Por guía los tobillos de una imaginada arquitectura
Por alimento la furia del hijo pródigo
Por antepasados, los parques que sueñan en la nieve,
los árboles que incitan a la más grande melancolía, las puertas
de oxígeno que estremece la brisa cálida del sur, la mujer
fatal cuya espalda se inclina dulcemente en las riberas sombrías.
Yo amo la perla mágica que se esconde en los ojos
de los silenciosos, el puñal amargo de los taciturnos.
Mi corazón se hizo barca de la noche y custodia de los oprimidos.
Mi frente es la arcilla trágica, el cirio mortal de los caídos,
la campana de las tardes de otoño, el velamen dirigido
hacia el puerto menos venturoso
o el más desposeído por las ráfagas de la tormenta.
Yo me veo cara al sol, frente a las bahías mediterráneas,
voz que fluye de un césped de pájaros.
Mis cartas de amor no eran cartas de amor sino
vísceras de soledad.
Mis cartas de amor fueron secuestradas por los halcones
ultramarinos que atraviesan los espejos de la infancia.
Mis cartas de amor son ofrendas de un paraíso de cortesanas.
¿Qué pasará más tarde, por no decir mañana?, murmura
el viejo decrépito. Quizá la muerte silbe, ante sus ojos
encantados, la más bella balada de amor.
Como se sabe, una golondrina no hace verano. No obstante, la presencia de Sánchez Peláez, digo presencia y no poesía, fue suficiente para que una generación más joven sintiera legitimada su vocación de fractura. Pocos años después de la publicación de Elena y los elementos (la primera esposa del poeta se llama Elena, a quien conociera en París después de publicar su libro) se formaría El techo de la ballena, uno de los grupos de filiación surrealista más importantes de continente (uno de sus especialistas, Sean Nesselrode Moncada, publicó la mejor introducción al grupo en la publicación digital Prodavinci.com). Sánchez Peláez era el héroe bretoniano por excelencia. Vida y poesía eran una sola cosa. Vida surrealista y poesía surrealista. Fue una fortuna conocerlo, y haber sido joven para quererlo y admirarlo.
Alejandro Oliveros
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