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Una palmera sostiene al mundo
como la Columna del Infinito de Brâncuşi,
de hecho podría ser un promontorio vegetal
en estilo salomónico
con ornamentos y curvas ascendentes,
o tal vez descubras
en medio de la selva
una palmera
que se parezca a una columna torsa,
torcida sobre sí misma
hasta culminar en un penacho abierto
para que duerma el gallo
de Luciano de Samósata,
o dos palmeras que crecieron
acopladas, semejantes
a una columna ofídica
cuyos tallos se abrazan
como relucientes anacondas.
Estos altísimos monolitos
apaciguan el miedo
que provoca una geografía inextricable,
y siendo así
es posible acercar la cara
y olfatear el almizcle
del tigre, o del oso palmero
que aroman los troncos
de estas palmas.
Un pintor llamado Armando Reverón
logró simplificar
con pocos trazos de óleo blanco
sobre tela de yute,
las palmeras de la playa
de su apocado caserío: Macuto.
Fue un logro semejante
al del escultor Constantin Brâncuşi,
por la concisión de sus gestos.
Las cabezas de aquellos dos hombres
fueron cuerpos celestes
que giraban muy lentos,
deteniéndose con fe
en una estática contemplación.
Aunque ninguno de ellos
pudo evitar la decadencia del paisaje.
Igor Barreto
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