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No soy fan del primer Joker. Creo que Martin Scorsese hizo su propio y magistral Joker con Taxi Driver. Sin embargo, Joker (la de 2019) me parece una película memorable. Tampoco soy fan de Joaquin Phoenix. Es decir, no lo idolatro como el mejor actor del siglo XXI. Me parece un muy buen actor que encontró el papel para el que nació: el de Arthur Fleck. Phoenix, antes de hacer de Arthur Fleck, ya hacía de Arthur Fleck, y después de Arthur Fleck ha seguido haciendo de Arthur Fleck. Ejemplo: su interpretación de Napoleón. Es Arthur Fleck disfrazado de Napoleón. Tampoco soy fan de los musicales, me aburren mucho. No entiendo esa cantadera de aquí para allá. Sin embargo, respeto a quienes les gustan y respeto el formato como una apreciable forma de arte.
Hechas las aclaraciones, juro y vuelvo a jurar (quizás esta sea otra aclaración) que no me dejaré llevar de nuevo por comentarios de X (antes Twitter) o de Facebook sobre películas. Ni tampoco de críticos sin cultura cinematográfica que tienen su cuartilla de patriarcado, feminismo, izquierda y derecha bien anclada con clavos de sabihonda soberbia en la frente. Me parece que la gente hoy día tiene flojera de pensar. La audiencia quiere que el amarillo sea nada más que amarillo, y los “críticos” necesitan que lo que ven encaje dentro de sus cuatro ideas preconcebidas (por otros) sobre el mundo contemporáneo. Muchos críticos (no todos) no quieren pensar ni tener gustos propios.
Al tema. Comienzo por decir que son pocos los directores que asumen el riesgo de hacer una secuela. Por lo general, se van por los lados que el algoritmo, la audiencia y los ejecutivos tuvieron por exitosos en la primera película y por allí derivan para terminar construyendo algo sin ganas, de poca inspiración, de poco arte. Phillips, por el contrario, se ha arriesgado con Joker: Folie à Deux. De hecho, el título no asoma un 2 por ninguna parte, y no es que no se trate de una continuación de la primera historia; lo es, pero al quitarle el 2, por lo menos en el título original (que no pasa en otros países, como por ejemplo en Latinoamérica, donde sí nos colocan el infame 2), nos da señal de una realización independiente, nueva, que sin ignorar la primera parte se independiza, cobra vida propia. ¿Por qué esperar una segunda parte canónica, obediente, preparada por “expertos” de estudio? El mejor arte, el mejor cine –aunque fracase según la visión de algunos– es aquel que toma riesgos y no espera una feliz y borrega audiencia de cotufas. Pero parece que ya no queremos eso. Nos hemos convertido en insatisfechos ejecutivos de Hollywood que nada quieren con el arte y el riesgo.
Todd Phillips no ha hecho una película de estudio complaciente, facilona. No ha hecho un producto para la taquilla, lo que algunos parecen pensar por razones con las que no concuerdo. Por ejemplo, me podrán responder que ahí está Lady Gaga y que eso es una búsqueda de lo comercial. Y sí, también está Joaquin Phoenix, ¿no? Pero ya está más que demostrado que las estrellas en un reparto no hacen necesariamente taquilla. Y Gaga, desde que comenzó su carrera, tampoco ha sido la artista más metida en la normativa de los gustos generalizados. Ella es una criatura rara en el panorama musical y aunque podamos decir que su carrera está absolutamente cimentada, también es cierto que el tope lo alcanzó hace ya un lustro.
Los realizadores de Joker: Folie à Deux, lo he dicho, han tomado sus riesgos. El primero: hacer un musical que no es precisamente un musical pero que es un musical. Así, tal cual. Eso no quiere decir que sea un musical mal hecho: eso quiere decir que se ha jugado con la estructura del musical desde un punto de vista que se me antoja autoral. ¿Por qué el director ha elegido tal estructura? Pues porque resulta ser la decisión más artísticamente acertada para contar una historia delirante. Porque, mire usted, realmente no hay nada más surrealista y delirante que un musical. ¿Quién anda por la vida interrumpiendo el fluir cotidiano de las cosas para detenerse a cantar y bailar durante unos minutos, como si el mundo se congelara? Considerando la vida real, ¿de dónde sale la música que pone a bailar y a cantar a los actores? Me dirán que todo es una fantasía, y sí, precisamente de eso trata la palabra fantasía: de algo que aparece como una imagen en la realidad cotidiana, común; algo anormal, algo que irrumpe como un fantasma o como producto de un sueño, de la imaginación del personaje, de la locura, del delirio. ¿Cuál sería entonces la mejor forma para contar la historia de un hombre que vive perdido en su propio mundo, que salta de lo real a lo irreal y que además se deja llevar por los deseos de otros, por la fantasía de otros? Pues la delirante estructura narrativa de los musicales parece ideal para expresar esto. Quiero decir, no estamos ante un musical porque sí, porque es lindo hacer uno, porque puede que dé dinero por lo ameno y divertido, sino porque su forma desquiciada está estrechamente relacionada con el desquicio que se quiere mostrar.
Siguiendo con el personaje y con la ya dicho, el Joker, tanto de la primera como de la segunda cintas, resulta un sujeto inseguro, sin una personalidad estable, sin una clara idea de quién es él mismo, y que se deja llevar por lo que otros quieren que él sea. Porque, me van a perdonar, el Arthur Fleck de la primera película es un triste personaje acabado, pisoteado, que es alzado como un símbolo revolucionario por causas absolutamente accidentales y ajenas a su propia intención. Fleck, al final de la cinta de 2019, no se transforma en un hombre internamente empoderado ni en un héroe cuya manera de percibir el mundo ha cambiado. No, es el mismo ser débil del inicio de la película. ¿Digo que es débil y asesina a seis personas? Sí, Fleck mata porque está loco, porque tiene miedo, porque la presión del mundo lo lleva al crimen; no porque sea un héroe (asesinatos como estos los comenten los sicópatas, no los héroes, ¿cierto?). Fleck es una criatura débil pero peligrosa. ¿Acaso no somos esos los hombres? ¿Criaturas débiles pero peligrosas? Así que yo no sé qué esperaban los fanáticos del primer Joker con esta segunda película. ¿Un Fleck empoderado formando parte de la clandestinidad y destruyendo al capitalismo? Por favor, algo así ocurrió con Neo y qué mal, qué ridículo, qué penoso.
El Arthur Fleck de la segunda película es la lógica continuación del primero. Es un simple hombre maleable con profundos problemas mentales. En la primera queda claro; en la segunda, también. A pesar de esto, Lady Gaga no ha sido puesta allí por encima de Phoenix (como algunos lo han expresado) porque se está buscando que gane un Óscar o porque ella es Gaga y como es Gaga hay que rendirle pleitesía. Su papel está en la justa medida de las necesidades narrativas de la historia: es una manipuladora que influye sobre un personaje débil y que al final, metida en su propio egoísmo, le da la espalda. Repito, Fleck es así desde la primera película; estamos ante una consecución de verosimilitud del personaje: Fleck sigue siendo Fleck; si usted se encariñó con él (lo que no está mal, porque el personaje es una víctima), o en su cabeza se hizo la idea de un líder revolucionario destructor de mundos y eso le pareció del carajo, pues queda de su parte. Gaga tampoco es la nueva heroína: todo lo contrario, es un personaje de sobra desagradable y, tal como he dicho, está en la cinta en su justa medida.
Luego, tampoco podemos esperar que este Joker se convierta de un salto al otro en el temido villano enemigo de Batman, porque simplemente ese Joker no es el de Batman. Y acá no estoy diciendo de más ni soltando spoilers: desde 2019 bien lo sabemos. Es imposible que ese Joker sea el Joker que enfrenta a Batman. Pero a algunos, al parecer, se les olvida que Arthur, adulto ya, llegó a las puertas de la mansión Wayne y habló con un Bruce niño. Ya desde allí queda claro que ese Fleck no es el Joker que vendrá después, el súper villano de Batman. En consecuencia, tampoco es de entender la furia y la inconformidad con el final de esta segunda película. Phillips cierra la macro historia de sus dos filmes y termina por responder una de las grandes preguntas de la primera cinta. Y eso está bien, así debió ser. Por otra parte, Fleck acaba del mismo modo como llevó su vida: de manera inocua, sin grandes heroísmos, porque simplemente no es ningún héroe, porque es una marioneta, un ser perdido. Lo acertado: Phillips, con ese final, abre las puertas al verdadero Joker o Guasón. Le recomiendo que vea bien el fondo borroso de la escena final en el pasillo para que se dé cuenta de lo que está pasando y de lo que está haciendo Phillips. Con esto tampoco quiero decir que el Joker que vendrá después es un héroe. Lo que quiero decir es que ni este ni el que vendrá son héroes de nada.
Podría decirse que Phillips trató de enmendar los errores que cometió con su primera película. No lo sé. Ciertamente, el director baja al personaje del pedestal con que cerró la primera cinta. Desde aquella advertí que no necesariamente la glorificación final tenía que ser comprendida como justificada y consentida por el director, sino más bien como una crítica a los falsos heroísmos de los falsos mesías destructores de este y todos los tiempos. Pero ya se ha dicho: la gente se ha vuelto demasiado obvia en sus lecturas del arte. Me parece que hemos perdido la capacidad de leer connotaciones.
Esta segunda película ataja a Fleck en ese final anterior. Aunque está encerrado en el Hospital Arkham, afuera la sociedad delira (uso la palabra con toda intención) en torno a él. Es un gran caso para los medios, un gran símbolo para los insatisfechos que lo ven como líder, como un revolucionario. Pero en el fondo, Fleck no es más que un payaso triste o, más aún, un payaso trágico. Frente a tanta locura dentro del filme y fuera de este (la audiencia, los fans, lo críticos de la primera cinta), Phillips no ha delirado y ha llevado sus hilos con lógica y arte y nos ha entregado un Joker que estaba destinado a ser lo que tenía que ser. Por más que los personajes canten y bailen, por más Joker empoderado que hayamos visto al final de la primera historia, esta película es en realidad una tragedia, y en la tragedia los héroes terminan mal.
Debo confesar de nuevo que la idea del musical no me entusiasmaba; lo veía como una ridiculez más de Hollywood. Ahora no hago más que sonreírme al imaginarme la astucia de Phillips vendiéndole a los ejecutivos un “magnífico musical” con Lady Gaga. Pero en verdad yo no veo allí razones comerciales (supongo que Phillips, como todos, las tiene), sino una escogencia atrevida (supongo que prefirió apostar) que no muchos han sabido entender.
Fui al cine con muchas pero muchas reservas. Acá, con este texto, rectifico. Aplausos para Phillips, me quito el sombrero. ¿El filme no ha dado dinero? ¿A la gente no le ha gustado? ¿La mayoría de los críticos lo destrozaron? Bien, lo lamento por Warner y DC. La mía es solo una simple opinión de alguien que cada vez menos entiende qué es buen y mal cine. Y sí, la película tiene cosas que criticarle, no todo resulta magnífico. Errar es de humanos, por supuesto. Pero yo parto mi lanza por Joker: Folie à Deux. Que nos entreguen más películas que nos pongan a pensar, que no nos den todo con cucharita, que salgan más historias que no sean complacientes con nosotros los nuevos ejecutivos de Hollywood.
Fedosy Santaella
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