Entrevista

Oscar Aguilera: “Al gobierno no le interesa la repolitización de los venezolanos”

12/02/2023

Oscar Aguilera retratado por Malena Andrade

Sería repetitivo enumerar las condiciones extremas en las que viven los venezolanos, entre otras cosas, porque la crisis humanitaria goza de buena salud. Citemos un dato de Naciones Unidas: los países cuya población tiene un ingreso inferior a un dólar diario, pasan al renglón de la pobreza extrema. Ahí están los maestros, en las calles, protestando porque el salario que devengan es de seis dólares mensuales.

Además de las protestas, que incluyeron otros sectores de la administración pública y las empresas del Estado, se han presentado en el país otras manifestaciones, en la cultura, incluso en el entretenimiento, que también han sorprendido a quienes le toman el pulso a la realidad venezolana. Una fiesta callejera en San Agustín convocó a sectores muy variados de la sociedad venezolana, integrantes de la clase media no dudaron en asistir a la convocatoria, deseosos de echar un pie, en una parroquia emblema del chavismo. El cantante Nacho, un conocido opositor al gobierno de Nicolás Maduro, tampoco resistió la tentación de surfear la novedad. Llevó su show al propio San Agustín, unas semanas después. Pero lo echaron del lugar y ahí entendimos que las disputa por los territorios y la polarización política, de la que están hartos los venezolanos, también gozan de buena salud.

Oscar Aguilera*, sociólogo y profesor universitario en Mérida, conocedor de la realidad venezolana, descifra las claves del chavismo para impedir el germen de lo que pudiera allanar el camino para una repolitización del país.

Esto ocurre bajo un régimen que se ha consolidado, una oposición que está en franca desbandada y de una ciudadanía que se desconectó de la política. Parece que la clase media sintió el deseo de participar y echar un pie en San Agustín. Alguien habló de la “zona cero de la concordia social”. ¿Qué impresión tiene usted de este hecho?

Después de 20 años de hegemonía y dominio, uno tendría que preguntarse si el chavismo ha sido capaz de hacerle sentir a los venezolanos una identificación que les permita estar tranquilos, que les haga creer que esa consolidación política también supone una suerte de acuerdo social y cultural. En lo personal, no estoy muy seguro de que sea así. Creo que la experiencia de San Agustín (que no es la única) en las que ha habido, entre diferentes sectores sociales, un intento de interactuar y de encontrarse, a pesar de todas las diferencias, chocan con la reacción violenta y primitiva, más propia de los colectivos. No me extrañaría que se trate de una reacción financiada para que esto no ocurra. Diría que el gobierno es el que tiene el mayor interés para que los venezolanos no se encuentren. Y lo digo porque la estrategia del chavismo ha sido polarizar y mantener las diferencias y evitar los encuentros. Construir consensos fuera de la narrativa chavista es algo que, desde el gobierno, se quiere evitar a toda costa.

Lo que resulta curioso es que al primer encuentro asistieron personas que no tienen visibilidad en el mundo del espectáculo, pero cuando el intento pasa por un intérprete como Nacho, la respuesta no se hizo esperar. La verdad es que los venezolanos están hastiados de la polarización y de la confrontación. ¿Qué hay detrás de esa actitud ambivalente?

Es interesante no confundir esos dos momentos. Pareciera que, si se tratara solamente de lo lúdico, lo social, el deseo de echar un pie, eso no activó las alarmas. Fue aceptado y transcurrió de buena manera. Pero en el segundo acto, al que llegó un intérprete, claramente identificado como opositor, ahí sí activaron las alarmas. Yo creo que el hecho de que se aceptara, en primer término, una actividad, aparentemente sin contenido político, pero sí cultural y de esparcimiento, nos habla de una posibilidad de encuentro entre los venezolanos. Pero será así mientras el régimen perciba que no se identifica políticamente. Llegado el caso, y se comprobó, en segundo término, el régimen va a actuar como lo ha hecho en los últimos 20 años. Y hablando, como lo hacen ellos, de espacios, territorios y lugares, que no se van a ceder. Así mismo, creo que esa conducta del chavismo difícilmente pueda sostenerse después de tantos años, entre otras cosas, porque no será percibida como aceptable. Y más en las terribles condiciones en las que estamos viviendo. Ambas cosas pueden combinarse para superar la polaridad. Lo que hemos visto en estudios de opinión recientes es que cada vez son más las personas que no se identifican ni con el chavismo ni con la oposición. Sin duda es una apuesta. Pero creo que se abre un espacio para que se dé esa posibilidad.

Un objetivo del metro cable de San Agustín, claramente un proyecto de Hugo Chávez, era integrar el barrio a la ciudad y la ciudad al barrio. Es decir, una conectividad en ambos sentidos. Creo que ese objetivo fue desmentido por la propia reacción del chavismo.

Me viene a la mente el proyecto de Medellín, en el que hubo un intento serio de integrar los barrios a la ciudad. Hubo una combinación de políticas culturales y de infraestructura que, incluía, hasta escaleras eléctricas. Eso sigue siendo, en nuestro caso, una aspiración y una forma de integración más eficaz, más útil, pero efectivamente, parece que la diatriba política desvirtúa ese objetivo. Es otro obstáculo que impone el gobierno para que los venezolanos no podamos superar la polarización y nos veamos en un escenario donde compartir y encontrarnos en mucho más sentidos, más allá de lo estrictamente político. Esa posibilidad, al gobierno, no le interesa.

La gente está harta de la polarización, harta de la política, de la incompetencia y de la falta de respuestas y eso se ha profundizado después de 2017. Esto pudiera tener dos lecturas. Una: puede ser una válvula de escape (que favorecería al gobierno) y dos: podría aumentar de la represión. ¿Qué piensa usted?

Yo creo que la falta de respuestas y la intención de aplicar una estrategia que, al comienzo, resultó exitosa, quizás porque contó con unas condiciones distintas (la enorme renta del petróleo, registrada entre 2004 y 2012) coloca a los venezolanos ante el deseo y el sueño de construir una Venezuela diferente. La dinámica polarizante se agotó, porque el gobierno, al consolidarse, consiguió uno de sus principales objetivos y la oposición se encuentra dispersa y debilitada, pero la combinación de ambas cosas, por paradójico que parezca, generan una nueva situación, en la que ambos polos se verán obligados a cambiar sus estrategias. Actualmente, los venezolanos no se identifiquen con una hegemonía, cuyo ejercicio del poder va más allá de lo que permiten las leyes. Esa idea de rebobinar la política no tiene eco entre los venezolanos. Estamos ante un tiempo nuevo que va a requerir una percepción y un diagnóstico distinto. De lo contrario, vamos a entrar en una etapa difícil de ver y de imaginar. Las respuestas tradicionales no sirven en este momento.

Estos encuentros, a través de las distintas manifestaciones de la cultura, podrían ser el germen, la semilla, de una repolitización distinta de los venezolanos. Lo que sin duda representa una seria amenaza para la cúpula del poder, entre otras cosas, porque propone una lectura muy distinta a la situación que estamos viviendo. ¿Eso podría fraguar? ¿Podría consolidarse? ¿O es una ingenuidad de quien hace la pregunta?

Nuestra percepción y nuestra interpretación del país, de lo que somos hoy en día y de lo que fuimos, nos coloca en un lugar, en el que objetivamente, la mayoría de los venezolanos está harta y deseosa de un cambio. Eso, por cierto, se podría leer de muchas maneras, pero insisto: las estrategias que se aplicaron en el pasado, ya no tienen capacidad para generar movilizaciones. Ni de atraer la atención de la gente. Quizás porque el liderazgo chavista se encuentra venido a menos. Si bien son hegemónicos, el tipo de liderazgo de los actuales jerarcas, dista mucho de lo que el propio Chávez representaba. Yo creo que el chavismo está viviendo de la inercia. Y, por tanto, hay una oportunidad para que el encuentro plantee la repolitización de los venezolanos.

¿Una repolitización que apunte hacia dónde?

Venezuela está ausente no sólo de los debates más elementales. Para citar un asunto: las metas del milenio y lo que Naciones Unidas le está proponiendo al planeta. Entonces, sin darle mayor vuelta política, plantearse la necesidad de un cambio que nos permita pensar que es posible recuperar el país, que es posible mejorar y que podemos superar problemas que en otras naciones se están solucionando, a pesar de las dificultades. Sin desconocer, obviamente, que estamos en un mundo muy cambiante, en crisis de los más variados tipos. Pero sí, estamos en unas circunstancias, donde los encuentros más diversos podrían contribuir a una repolitización de la que hablas, de modo que podamos imaginar la circunstancia de que es posible cambiar.

El cambio sigue siendo una gran incógnita, un deseo, una gran aspiración, pero no hemos encontrado ni el canal ni las herramientas para darle una expresión gráfica que podamos imaginar y compartir. Esa imagen del cambio no está sobre el papel. ¿Esa tarea es de los ciudadanos o el liderazgo político tiene una coautoría en esa construcción?

Me temo que el liderazgo político, en líneas generales, se ha mostrado incapaz de lograr que el venezolano se sienta identificado con una propuesta mínima. Por supuesto, no habrá cambio sin un liderazgo político que lo encarne. Diría que es algo que está por construirse. En ese ínterin, en ese proceso, es muy importante la participación de la sociedad civil, en muchas de sus manifestaciones: los artistas, los intelectuales, los empresarios, los trabajadores, los estudiantes… en fin los que hoy padecen su existencia. Creo que la mejor expresión para definir lo que estamos enfrentando los venezolanos es un padecimiento, un sufrimiento, una carencia. En esta dialéctica intermedia quizás surja un liderazgo creíble. Pero esa dinámica pasa por salir al encuentro de las propuestas que, desde los más variados espacios, pudieran hacer los venezolanos, en las condiciones muy adversas en las que vivimos. Allí hay posibilidades, al menos de identificar, que es lo que queremos y cuál sería un camino.

Seguramente al gobierno no le interese una postura política diferente a la confrontación, entre otras cosas, porque no está en capacidad de darle respuesta a las aspiraciones y a las demandas que puedan surgir de una sociedad más identificada con los cambios. Ahora, ¿esto le interesa a la oposición?

Confieso que no es fácil responder a esa pregunta. Diría que a lo oposición le corresponde procesar y atender esas demandas, si quiere convertirse en opción de posibilidades y de poder, posibilidades políticas y de proyecto de país. Pero debo advertir que, por su propia situación, esto es poco prometedor. Es decir, ¿Tienen capacidad para hacerlo? La discusión hoy es si se pueden acordar en torno a una candidatura, si se va a primarias, si hay propuestas para los próximos procesos electorales, pero si no se logran construir puentes y atraer a la gente, pues me temo que vamos a seguir viviendo esta extraña situación, que hemos vivido en los últimos seis o siete años. Un estado de confusión, donde las cosas no son las que parecen. Estamos ante un reto. ¿Hay capacidad de respuesta? No lo sé. En Venezuela es difícil hablar de una oposición, parte del problema es que eso se fragmentó y hay muchas oposiciones. No creo, y lo digo con mucha tristeza, que eso sea viable en lo más inmediato. Requiere tiempo, aparentemente.

No sé si aprendimos, pero tomemos en cuenta que los procesos políticos son lentos. Al gobierno -la repolitización- le resulta una posibilidad de signo contrario a sus intereses, a sus políticas y a la realidad actual del chavismo. En esa incapacidad, para ver una realidad distinta, podría profundizarse la represión.

Por supuesto, la respuesta más obvia del gobierno y del Estado, si la cosa adquiere cierto vuelo, es tratar de reprimirla. ¿Qué nos dicen las experiencias históricas de transformación cuando las cosas han sido tan difíciles, tan prolongadas en el tiempo? Lo que ha determinado ese hecho, precisamente, es un encuentro entre hombres y mujeres, que pudieron haber estado enfrentado durante muchos años. La exigencia de construir un nuevo proyecto de país pasa por la posibilidad de que puedan coincidir grupos que en el pasado estuvieron enfrentados. A mí, en lo personal, no me agrada para nada, pero tengo que admitir que sectores que vienen del chavismo, tendrán que ser parte de un conglomerado nuevo, cuya acción inmediata sería repensar el país.

No creo que personas, cuyas edades están entre los 40 y los 60 años, puedan aceptar ese desafío, hay demasiadas cuentas pendientes, demasiado sufrimiento, y quizás demasiado odio. Pero los venezolanos que solamente han conocido al chavismo como poder y gobierno, quizás asuman este reto con visiones menos ideologizadas y mezquinas.

20 años no pasan en vano. Más allá de las ideas, de la apreciación y valoración que puedas tener de este tiempo, habría que considerar que nació un país distinto. Un país diferente y una generación que no tiene ninguna obligación de identificarse con un país que ya no fue y mucho menos con un país que es, pero que no satisface. Entonces, sí. Los jóvenes, en todos los sentidos, son un sujeto muy importante en esta ecuación y quienes arrastramos, por razones hasta cronológicas, una identificación con el pasado, más allá de como queramos tenerla, estamos obligados a darle a ellos una oportunidad, que además irán reclamando y exigiendo por sus propias características. Una parte de la respuesta pasa por identificar ese país distinto que representan los jóvenes. Un país que se alimenta de visiones y sueños que no son los nuestros.

No estamos ante un reto político únicamente, el desafío nos involucra a todos. Aquí cabe la expresión de los abogados: el desconocimiento de la ley no te exime de responsabilidades. Se trata de un reto existencial.

Efectivamente, las dificultades y el carácter de esta situación trascienden lo político, lo socioeconómico y se constituye en una demanda que pasa por la propia existencia. Lo que está en juego en Venezuela, después de tantas cosas que hemos perdido, en una situación caótica, que nunca hubiéramos podido imaginar, es una redefinición de todo. Eso, en los términos más amplios, supone un reto de vida. Mi impresión es que, en medio de esta mengua, en esta crisis y en estas dificultades, el país va adquiriendo una posibilidad de dimensionar su propia existencia, en un sentido, insisto, en que las visiones tradicionales -del gobierno y de la oposición- oposición, se quedaron cortas hace rato. Tenemos la necesidad de que surjan, como ha ocurrido en otros momentos de la historia, la creación y el desarrollo que nos concilie y atraiga a una significativa parte de la sociedad, a favor de que Venezuela recupere su capacidad de identificarse consigo misma y podamos construir un país muchísimo mejor del que acabamos teniendo.

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*Sociólogo por la UCV, con maestría en Ciencias Políticas y estudios doctorales en Urbanismo y en Ciencias Humanas (ULA). Autor de más de 100 publicaciones en Venezuela, Italia, México, Chile, Colombia y Argentina, en asuntos como sociología urbana, sociología política y sociología de la Ciencia y Educación. Director de la revista Fermentum. Ex coordinador del CDCH de la ULA


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