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En mi biblioteca advierto sobrevivientes de antiguos horrores. De allí la necesidad de acercarme a estos testigos del mal, a sus pensamientos y a reconvertir sus palabras en mi propia voz. Plagiar el dolor. Necesito la compañía de estos libros para escarbar en miedos ajenos y conocer el propio. Explicarme las ruinas que me rodean. Como diría Zweig, nos apartaron de nuestra vida anterior y del pasado. Una lobotomía ontológica de la que aún no percibimos sus daños. Imagino al doctor Walter Freeman, picahielo en mano, cortando conexiones entre el lóbulo frontal y el resto del cerebro para que viva el hombre nuevo.
De la perplejidad a lo nuevo
Estuve mirando la película de Wagner de Assis, Kardec (2019), y sentí cierta empatía. Este vínculo, no sé si llamarlo así, viene de la lectura que una vez hice de El libro de los muertos. Sus primeras líneas me arrastraron enseguida: «Para las cosas nuevas se necesitan nuevas palabras». Es cierto, de lo contrario el lenguaje se hace impotente. Esto me abruma cuando busco una explicación a esta temporada maldita. Faltan palabras para poder describir lo que nos ocurre porque es inédito, al menos para nosotros, pero aun encontrando las palabras adecuadas, precisas, correctas, la insania las va subyugando hasta convertirlas en lugares comunes, hasta vaciarlas. Todo lo que la historiografía, las crónicas, la política y la criminología puedan exponer no será suficiente sino hallamos esas palabras y las protegemos.
Claude Lanzmann, director de Shoah, documental de nueve horas y media sobre el exterminio judío, asegura que no importa cuánto se indague en el asunto, nunca se sabrá qué se sentía estar en medio de una multitud de cuerpos desnudos apilada en la oscuridad, aspirando Zyklon-B y oyendo el silbido de las válvulas que infectaban el aire. Para saberlo habría que volver de la muerte y traer nuevas palabras.
Todos sabemos lo que es el hambre, pero nadie sabrá jamás qué se siente morir de hambre o morir porque te lancen desde la ventana del sexto piso de un edificio de policía. Captar el momento justo entre la impotencia, la resignación y la muerte. Quizás podamos imaginar que primero nos abruma la memoria y luego la nada. O solo la nada, ¿quién sabe?
La conspiración contra la especie humana
Thomas Ligotti tiene el don de señalar el horror cotidiano. Su metafísica pesimista nos revela que la malignidad que adjudicamos al otro también está en nosotros. No es una fuerza ajena, el monstruo lleva nuestro rostro, pero el afán de vivir felices no nos permite aceptar esta monstruosidad. El mundo sería maravilloso sino fuera por la calamitosa evolución de la consciencia, una verdadera máquina de infelicidad. Ligotti no es bueno, debió ser un mortinato para bien de todos, pero ya es tarde, escribió con nuevas palabras capaces de iluminar nuestra fealdad. Imperdonable y fascinante.
La búsqueda de la felicidad no permite pensar en línea recta, a la primera contradicción se da la vuelta (pensamiento circular). De allí que la gente se haga juicios morales de sí mismos para resguardar la felicidad que ha construido sobre una contradicción. Si no lo hiciera viviría en desdicha o estaría muerta. La gente aprende a salvarse, afirma Peter Wessel Zapffe, limitando artificialmente el contenido de su consciencia para no enfrentar el horror y las violaciones de su propia moral. Esta es la maravilla del pensamiento circular, una lobotomía a mano propia.
Llegué a Zapffe por Ligotti como habrán de imaginar.
Maderamen nacional
¿Cuál era el maderamen de este país? ¿Qué fue lo que nos pasó que de pronto reinó un cierto espíritu de criminalidad colectiva? ¿Cuándo perdimos la soberanía moral, nuestra libertad interior? ¿Cuándo dimos rienda suelta a los instintos ancestrales de la sangre?
Después de las palabras viene el tiempo
He cogido por azar Estación de máscaras de Arturo Uslar Pietri. El narrador habla de años lentos, tan cambiantes que se sintieron como víspera… Víspera es una palabra extraña, aterradora, que se vacía y se llena, una y otra vez, una y otra vez.
Norberto José Olivar
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