Perspectivas

¿Cómo sobrevivir a la República zombi?

Fotografía de Gene Page/AMC

30/07/2018
“¡Entonces, oh mi hermosa, diles a los gusanos que devoran tus restos, que yo guardé la forma y la esencia divina de mis amores descompuestos!”.
«Una carroña», Charles Baudelaire

La iconografía del muerto viviente está caracterizada por cuerpos putrefactos, repletos de llagas, descoyuntados, que caminan de forma tambaleante y torpe. Los zombis son seres trágicos, crepusculares. Se encuentran atrapados entre dos mundos. Encarnan la contradicción: están muertos, pero todavía viven. Poseen funciones vegetativas y motrices, pero han perdido las funciones asociadas a la consciencia.

El zombi encuentra su origen en la cultura haitiana. Según las leyendas, el rito vudú es capaz de resucitar a un cadáver, el cual será controlado por quien realice el rito. Tal engendro puede ser interpretado como el ideal fantástico del esclavo perfecto: sin pensamiento, sin habla, y carente de toda forma de voluntad y autonomía propias. Dichas características se trasmiten en una primera versión cinematográfica: La legión de los hombres sin alma (White Zombie, Victor Halperin, 1932). En esta versión el muerto viviente representa la obediencia ciega.

Más de treinta años después, gracias al director George Romero, tiene lugar un cambio de paradigma. En 1968, Romero estrena La noche de los muertos vivientes, film que sentará las bases para la nueva caracterización del personaje. Por una parte, Romero exagera la descomposición del cuerpo del zombi. En segundo lugar, ya no será obediente. Por el contrario, encarnará la desobediencia. Tanto es así que pondrá en riesgo al mismo Estado. Este modelo será llevado al extremo en la contemporánea serie televisiva The Walking Dead (desde 2010 en adelante).

El zombi contra el Estado

La principal influencia filosófica en The Walking Dead es hobbesiana. En su Leviatán, Thomas Hobbes afirma que, en el Estado de Naturaleza, los hombres se encuentran en una situación de guerra de todos contra todos. Movido exclusivamente por motivaciones egoístas, cada hombre es enemigo de todos los demás y tiene que defenderse de ellos en constante inseguridad y miedo a una muerte violenta.

Enfatiza así mismo que, en dicho estado, el miedo hace imposible la vida civilizada. No hay lugar para el desarrollo material o espiritual. La causa de todo esto es que la seguridad ha sido expulsada del mundo. En tales condiciones, la vida de los individuos es algo muy triste.

“Lo que puede en consecuencia atribuirse al tiempo de guerra, en el que todo hombre es enemigo de todo hombre, puede igualmente atribuirse al tiempo en que los hombres también viven sin otra seguridad que la que les suministra su propia fuerza y su propia inventiva. En tal condición no hay lugar para la industria; porque el fruto de la misma es inseguro. Y, por consiguiente, tampoco cultivo de la tierra; ni navegación, ni uso de los bienes que pueden ser importados por mar, ni construcción confortable; ni instrumentos para mover y remover los objetos que necesitan mucha fuerza; ni conocimiento de la faz de la tierra; ni cómputo del tiempo; ni artes; ni letras; ni sociedad; sino, lo que es peor que todo, miedo continuo, y peligro de muerte violenta; y para el hombre una vida solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. Leviatán, I, 13.

Para escapar de esa situación y conseguir la paz, dice Hobbes, es necesario que los hombres lleguen a un contrato social a través del cual renuncien a parte de su libertad para crear una institución política común, el Estado, el cual se encargará de protegerlos a cambio de otorgarle poder absoluto.

En The Walking Dead vemos un Estado que se desmorona por la aparición y proliferación de los zombis, y, como resultado, los hombres vuelven al Estado de Naturaleza hobbesiano. Aunque estos representan un peligro constante, la principal amenaza para la supervivencia de los personajes de la serie la representan otros grupos de hombres con los que se encuentran en una situación de guerra continua. Con la desaparición de las autoridades, el hombre se convierte en un lobo para el hombre y se dejan de respetar los derechos y las propiedades de los demás.

La idea fundamental es que el principal peligro al que se enfrenta la humanidad es la desaparición del Estado, el cual nos protege de nosotros mismos y del todos contra todos al que nos veríamos abocados en su ausencia. Se puede decir que esta es la visión desde los países que cuentan con solidas políticas democráticas y liberales.

El Estado zombi

Situación muy diferente es la que tiene lugar en los países donde se busca reducir a esclavos, a muertos vivientes a las personas. A decir verdad, es un viejo intento de las tiranías desde que el mundo es mundo. Pero hay una diferencia. Los esclavos eran una parte de la población y los empleaban esencialmente en el trabajo, la producción. Ahora, ciertos estados parecieran cifrar su existencia en la capacidad de reducir a toda la sociedad al Estado de Naturaleza.

En esta nueva fórmula de Estado, los ciudadanos pierden su ciudadanía y se convierten en Homo Sacer. Giorgio Agamben extrae esta idea de las antiguas leyes romanas, especialmente las que se refieren a la «nuda vida», donde los derechos de la persona como ciudadano se eliminan, pero se le permite vivir.

A partir de esto, debe quedar claro el paralelismo entre una vida desnuda y la existencia de un zombi. Los zombis están exentos de todo derecho. Hasta pueden ser asesinados por humanos sanos. En el caso del Homo Sacer, solo tienen derechos los tiranos y sus cómplices. Los demás ciudadanos han perdido todas las prerrogativas que garantizan las constituciones democráticas.

En las sociedades avanzadas del primer mundo, el muerto viviente es una amenaza contra la pérdida de un Estado que evita la guerra de todos contra todos, es decir, que supera al Estado de Naturaleza. En este caso, solo es un mal sueño, una pesadilla. El zombi puede ser un símbolo para comprender los miedos de esas sociedades. Mientras que en ciertas tiranías, la pesadilla es una realidad. La sociedad involuciona y retorna a una fase salvaje. Es el Estado, en las peores manos, el que instaura el Estado de Naturaleza. Es un escenario que Hobbes, con todo su realismo político, no llegó a imaginar.

Más allá de la República zombi

Para el ser humano, tradicionalmente, la gran pregunta metafísica es si hay vida después de la muerte. Esta inquietud ha sido sustituida por una urgencia: ¿hay vida más allá de la muerte en vida?

La Republica zombi es la muerte en vida. Representa la metáfora de la deshumanización de la nueva configuración totalitaria: el Estado fallido con pretensiones de convertirse en una peste mundial. Como el proyecto es reinar sobre muertos vivientes, seres que vagan en un abandono lamentable, el ideal disfuncional es que las acciones de estos seres obedezcan a impulsos primarios, pues deben carecer de intelecto o motivaciones racionales. Esto tiene como consecuencia la intención de mutilar al ciudadano su capacidad de comunicarse en forma articulada. El zombi es un monstruo antidiscursivo. Tan solo emite gruñidos y gritos. Es la derrota del lenguaje. Representa el sueño tiránico de despojar a los ciudadanos hasta del derecho de expresar los propios pensamientos.

¿Hay esperanza de trascender una República zombi?

Como en cada cosa importante de la existencia, todo depende de hacernos dueños de nosotros mismos. La respuesta comienza por resistir. No abandonar y/o recuperar el lenguaje y el pensamiento. En las películas de zombis, siempre hay grupos humanos que logran escapar, aunque sea de forma precaria, a la deshumanización. En nuestra realidad, la resistencia debe colaborar al despertar de las mentes embotadas por la ideología, como afirma el personaje Ludi Boeken (Jurgen Warmbrunn) en Guerra Mundial Z (Marc Foster, 2013): “Cada ser humano que salvamos es un zombi menos que combatir”. También hay que dar sentido a las voluntades paralizadas por el miedo o alentar a las que se sienten desfallecer.

Los visionarios entienden las etapas políticas tiránicas como el caos que precede al restablecimiento del orden. Como la prueba que debemos superar para alcanzar un estadio superior a la democracia que perdimos.


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