Perspectivas

No tan distintos del ayer: sobre ‘Yo también soy naturalista’ de Manuel Eduardo González

18/02/2023

Detalle: Proyecciones en pintura (Bolívar ecuestre) (acrílico sobre tela, 2022), de Manuel Eduardo González.

Lo logró: todas las evidencias apuntan que el Ilustre fue «un ídolo y un déspota» (…) Todas también indican que a inicios del siglo XXI, el venezolano lo recuerda más bien con admiración.

(Tomás Straka, 2015)

La presencia de figuras autoritarias y personalistas en el transcurso de la historia venezolana nos permite hablar de una sociedad desacostumbrada a la alternabilidad del poder. Y es que, desde sus inicios como república, estos personajes recurrentes han dado forma a un territorio percibido como un tiempo extendido: la vivencia de escenarios anacrónicos pero similares entre sí, que propician su referenciación en conversaciones del presente, bien sea desde la perplejidad de sus reapariciones o desde las ansias de encontrar un héroe patrio que pueda resolver las necesidades de una nación en apuros.

Sin embargo, este tiempo colmado de espectros históricos no se entiende como un tiempo de fechas exactas: se trata de un espacio en el cual saltos, intervalos y supervivencias dan forma al ahora, marcado por las capas que subyacen del pasado nada distante. Es así como centauros, caudillos, beneméritos y rehabilitadores rondan por relatos patrios e imaginarios comunes, estableciendo vínculos entre megalómanos gestos que se repiten desde los orígenes republicanos hasta días recientes y que hacen de nombres como José Antonio Páez, Antonio Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez o Marcos Pérez Jiménez hitos ineludibles al pensar en la idea del gobernante “fuerte y bueno”.

Así, una república personalista reaparece para determinar muchos de nuestros siglos al mando de «presidentes dictadores que pisaban las leyes que juraron respetar» (Carmelo Vilda, Proceso de la cultura en Venezuela, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 1999) y en la cual, paradójicamente, se mantiene la libertad como premisa formalista de cara al afuera. Es decir, «una dictadura que no repudia a la república, pues conserva las constituciones como un objeto de culto, y mantiene un respeto supersticioso por sus instituciones nominales» (idem).

Todas estas características definen y contextualizan el ocaso del siglo XIX venezolano, un país en recuperación moral y económica tras veinte años de insubordinación, en el cual, como episodio cíclico, resurge un líder que brinda una ilusión liberadora. Es así como a partir de 1870, con la llegada de Antonio Guzmán Blanco al poder, comienza un período de cierta estabilidad política inédita hasta el momento, y junto a ello «un incremento de sus actividades económicas (…), una profunda legislación, la promoción de las ciencias y las artes, y por primera vez, el arribo de cuantiosas inversiones extranjeras» (Inés Quintero, comp., Antonio Guzmán Blanco y su época, Caracas, Monte Ávila Editores, 1994).

Ubicado en este territorio dominado por el guzmanato, el expedicionista inglés James Mudie Spence (1836-1878) llega a Venezuela con intención de obtener concesiones para la explotación de recursos naturales. Sus crónicas, recogidas en La tierra de Bolívar: paz, guerra y aventura en la República de Venezuela (1878, hay edición del Banco Central de Venezuela, Caracas, 1966), nos hablan de un paisaje desdibujado y afectado por la inestabilidad. Características definitorias de un tiempo compartido que nos hacen afirmar que el panorama actual no parece ser tan distinto del ayer.

The Land of Bolivar: War, Peace and Adventure in the Republic of Venezuela (1878), de James Mudie Spence.

Con la intención de profundizar en estos vínculos temporales y sus imágenes supervivientes, el artista visual Manuel Eduardo González (La Guaira, 1988) desarrolla en su más reciente exposición: Yo también soy naturalista (presentada en SPAZIOZERO Galería, bajo la curaduría de Manuel Vásquez-Ortega, entre el 12 de noviembre de 2022 y el 15 de enero de 2023) un planteamiento en torno a las expediciones de artistas viajeros en la Venezuela gobernada por el “Ilustre Americano”, con especial énfasis en la experiencia de Mudie Spence y sus semejanzas con la historia contemporánea.

Es así como las superficies significantes plasmadas por Mudie Spence en La tierra de Bolívar son revisitadas por el artista, cuya muestra nos invitó a profundizar en episodios particulares de la historia nacional, así como en los intersticios existentes entre lo registrado y lo inédito; aquellos en los que la suposición y la oralidad se convierten en recursos cuya certeza sobrepasa la realidad de un agitado período como el siglo XIX venezolano. Al hacer una revisión de esta publicación, González manipula documentos historiográficos, editoriales e ilustrativos para transformarlos en imágenes que le permiten acceder a aquello «que no puede lograrse a través del relato o la crónica, sino por medio del montaje interpretativo» (George Didi-Huberman, Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo de las imágenes, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2011); a la historia contada a través de una temporalidad que vincula el otrora con la actualidad y en cuyo choque surge un tercer estadio: el anacronismo.

Detalle: «The Port of La Guayra», en The Land of Bolivar: War, Peace and Adventure in the Republic of Venezuela (1878), de James Mudie Spence.

 

Vista de sala: Yo también soy naturalista, de Manuel Eduardo González, en SPAZIOZERO Galería

Impulsada por esta sensación de desconcierto respecto al tiempo que lo interpela y por la búsqueda de atisbos de salida en el archivo y el documento, la obra de Manuel Eduardo González hace uso del anacronismo que existe en toda reiteración histórica. Así, valiéndose de este síntoma como estrategia conceptual, el artista plantea un archivo que determina la forma de su propia historicidad: un relato hecho de sedimentos y posibilidades que entrecruzan las líneas cronológicas para plantear relaciones entre la economía del guano y la del petróleo, de la explotación del paisaje natural con el tráfico actual de sus recursos, de la larga duración de los gobiernos y el exacerbado enaltecimiento de sus líderes, entre otros episodios comunes entre el siglo XIX y el XXI.

Dicha brecha temporal le permite irrumpir con gestos propios en iconografías recontextualizadas; de esta manera las situaciones referenciadas en La tierra de Bolívar son tocadas por una necesidad propia de los tiempos que corren, la revisión del pasado interpelado por la filosofía de nuestros días. Tal es el caso de los monumentos presentes en la serie de Proyecciones en pintura (2022) –«Colón pedestre», «Bolívar ecuestre», «El saludante» y «El manganzón»–, cuyas siluetas obedecen a una búsqueda particular convertida en sello de Manuel Eduardo: aquella que utiliza la estrategia del giro para observar desde otra perspectiva la posición de su significado y del peso que conlleva su visualidad.

Vista de sala: Proyecciones en pintura (acrílico sobre tela, 2022) («Colón pedestre», «Bolívar ecuestre», «El saludante» y «El manganzón»), de Manuel Eduardo González

Estos monumentos presentados por González cumplen con una función común: exaltar y conmemorar la figura del líder paternalista y su idealización trascendida hasta los dominios del imaginario histórico. Tal es el caso de «El saludante» y «El manganzón» de Guzmán Blanco, quien en la década de 1870 decretó erguir dos estatuas colosales en su propio honor “por la voluntad de todos, menos por la suya” ―según cuentan las anécdotas: una ecuestre para la nueva Plaza del Capitolio y otra pedestre para la planicie de El Calvario.

Ambas efigies comparten una intención definida, la de «construir su propio personaje, como lo hace un actor cuando se enfrenta a una nueva obra (…) Hacerse un segundo Páez, una gran personalidad, un héroe ante la admiración nacional» (Tomás Straka, La república fragmentada. Claves para entender a Venezuela, Caracas, Editorial Alfa, 2015). Así, siguiendo el impulso simbólico de la dirección ascendente, dichos monumentos se suman a una serie de memoriales levantados por gobiernos que persiguen la inmortalización de sus períodos en el poder, aunque derrumbados en su transcurso por protestas de opositores e inconformes de un proyecto cultural «que chocaba contra las contradicciones, la irrealidad, la prisa y la impaciencia» de una Venezuela en crisis.

Vista de sala: Proyecciones en pintura (acrílico sobre tela, 2022) («Colón pedestre», «Bolívar ecuestre», «El saludante» y «El manganzón»), de Manuel Eduardo González

Por su parte, siguiendo premisas benjaminianas sobre el concepto de la Historia, Manuel Eduardo González hace del documento un objeto material para el cuestionamiento de la realidad, pues mientras «el historicismo nos plantea la imagen “eterna” del pasado; el materialista histórico nos muestra una experiencia única con este» (Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia, Madrid, Abada, 1940).

Con estas intenciones, nuestro artista revisita una de las crónicas más desopilantes mencionada por Mudie Spence hasta convertirla en expresión escenográfica. En esta, el expedicionista cuenta que, en su paso por Mérida en sus años de expedición venezolana (1866-1874), el dibujante científico Christian Antón Goering presencia un hecho sin precedentes: la picadura de una víbora al cuero de una bota, cuyo veneno la hace crecer hasta convertirse en iglesia. Presente como anécdota en La tierra de Bolívar, la narración da origen a la instalación La serpiente y la bota (2021), en la cual el artista extrae y espacializa un testimonio historiografiado en el que se conjugan dos tiempos heterogéneos: «la apertura repentina y la aparición de una supervivencia» (Didi-Huberman, op. cit.).

En este anacronismo convertido en atmósfera, las certezas se alejan del territorio de lo verificable para sumergirse en las lecturas surgidas con el encuentro con el presente: la relación de imágenes con la actualidad de un país en el que el veneno, las armas, las botas y los eventos inexplicables se justifican a través del pensamiento telúrico. Síntoma que ligado a la naturaleza nos hace cavilar sobre el vínculo entre el paisaje y aquello que excede a la razón.

Detalle: «The incredible snake encounter in Merida», en The Land of Bolivar: War, Peace and Adventure in the Republic of Venezuela (1878), de James Mudie Spence

 

Detalle: «The incredible snake encounter in Merida», en The Land of Bolivar: War, Peace and Adventure in the Republic of Venezuela (1878), de James Mudie Spence

En este punto la sala expositiva se orienta hacia el ensamble homónimo de la muestra Yo también soy naturalista (2022), en el cual González establece un diálogo histórico entre grandes nombres del arte del paisaje en Venezuela –Martín Tovar y Tovar, Camille Pisarro, Manuel Cabré, Carlos Otero, Armando Reverón y Rafael Monasterios– en una instalación cuya traza da sentido a un archivo que va más allá de toda cronología secuencial.

Finalmente, a través de esta afirmación del “yo” hecha por el asistente de Goering, Manuel Eduardo González declara una postura sugestiva ante la historiografía del arte venezolano, al afirmar su nombre como uno más dentro de esta tradición que nos persigue: la de un paisaje que, afectado por decisiones del presente, no deja de llevarnos a pensar nuestros ayeres.

 

Detalle: Yo también soy naturalista (ensamblaje con portadas de libros, 2022), de Manuel Eduardo González.

 


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