Fotolibro

Cenizas sin fuego: apuntes sobre el fotolibro “Apenas ayer…”

10/05/2022

[En esta entrega #58 de la serie «Apuntes sobre el fotolibro» escribe el investigador de arte Manuel Vásquez Ortega sobre Apenas ayer… 20 años de fotografías de Luis F. Toro. Con textos de Clara Posani y diseño gráfico de John Lange, este título es considerado una obra clave entre los fotolibros producidos en la Venezuela del siglo XX. La selección de imágenes de “Torito” fue curada por Bárbara Brándli, Posani y Lange; la edición corrió a cargo de la Fundación Neumann en 1981.]

Apenas ayer… 20 años de fotografías de Luis F. Toro (1981): Ricardo Jiménez ©Archivo Fotografía Urbana

Ante una historia escrita entre bibliotecas e incendios «¿no deberíamos, en cada ocasión en la que abrimos un libro, reflexionar sobre cómo fue posible el milagro de que este llegara a nosotros?» (Georges Didi-Huberman, Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo de las imágenes, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2011). Más allá de lo escrito, al extender la pregunta hasta el campo de la imagen la duda infundida por George Didi-Huberman nos lleva a lugares de cavilación sobre aquello desconocido que detuvo la ruina de dicho material de archivo, pero sobre todo nos insta a responder por qué motivo ha llegado hasta nuestros días. Por otra parte, si este hecho portentoso ocurriera en el caso de cada libro escrito y cada imagen producida sobre la faz de la tierra se hace atractiva la idea de pensar en cómo sería entendida la narración humana, si gran parte de sus testimonios tangibles no se hubiesen extraviado, destruido o incendiado a lo largo de su trayecto.

Páginas iniciales del libro Apenas ayer… 20 años de fotografías de Luis F. Toro (1981): Ricardo Jiménez ©Archivo Fotografía Urbana

Páginas iniciales del libro Apenas ayer… 20 años de fotografías de Luis F. Toro (1981): Ricardo Jiménez ©Archivo Fotografía Urbana

Como cristal del tiempo y espacio dialéctico de confrontación, las imágenes del pasado reciben la impresión de nuestros días para «encender (…) el explosivo que mora en lo que ha sido» (idem). Incendio que supera el arder físico del fuego para versar sobre las incertidumbres y vicisitudes del paso de los años sobre aquello que la imagen contiene, mientras lo cuestiona, lo interpela y lo revive en cada mirada. No obstante, de cara al tiempo como problema erosivo e ineludible, la supervivencia de la imagen adquiere nuevas complejidades en torno a su fisicidad, más allá de las problemas implícitos en vencer las llamas que la consumen. Es así como pérdidas, olvidos y patologías se suman a la lucha por la permanencia de las creaciones intelectuales y visuales que se consideran valiosas y dignas de ser preservadas.

Llegadas a Venezuela, estas preocupaciones en torno a la conservación de la información histórica encuentran eco notable en el archivo fotográfico de Luis Felipe Toro (1881-1955), quien reconocido ampliamente como fotógrafo de la dictadura gomecista y pionero del fotorreporterismo y retratista de fiestas y particulares, es autor de una innumerable cantidad de imágenes clave para la comprensión y escritura del siglo XX venezolano al incorporar en sus temas algunos de los procesos de modernización y las costumbres de un país que daba pasos incipientes en la consolidación de su identidad moderna. Ahora bien, ¿cómo veríamos el siglo pretérito de Venezuela si las patologías propias de la fotografía analógica no hubiesen destruido tantos de los negativos de Torito? ¿Cómo sería posible el estudio póstumo de su obra teniendo la ventaja y precisión de acceder a sus apuntes, fórmulas de revelado y códigos de catalogación y orden?

Con una cifra de alrededor de -sin revelar- veinte mil capturas legadas, la obra gráfica de Torito reposó por doce años en el vacío de un taller deshabitado tras la muerte de su autor. En ese lapso, una capa de hiposulfito de sodio cubrió todo lo que allí había, entre aparatos, libros y apuntes enmohecidos, reduciendo un registro de valor incalculable a las “cenizas” de un incendio sin fuego. “De la cámara no quedó nada”, afirma su hija, quien por respeto y dolor a los objetos de Torito dio clausura simbólica a un espacio en el que la historia venezolana esperaba ser explorada. Finalmente, de los rollos, placas y películas iniciales solo tres mil fueron recuperados y entregados al Concejo Municipal de la capital y es allí cuando un primer paso es dado para reconstruir la labor del fotógrafo de la vieja Caracas.

«El Calvario» (1910): Luis Felipe Toro, del libro Apenas ayer… 20 años de fotografías de Luis F. Toro (1981) ©Archivo Fotografía Urbana

Es sabido que cada época y cada territorio ve el mundo de una manera determinada y, por ende, produce imágenes que le correspondan. En el avanzado siglo XX venezolano los gustos e intereses visuales cruzaron el umbral de las inaugurales prácticas “documentales” y noticiosas propias de las tres primeras décadas de 1900, dominadas por las imágenes de fotógrafos como Pedro Manrique, Henrique Avril e, indiscutiblemente, por Torito. Por su parte, la aparición y llegada de nuevos nombres de la fotografía al país (y con ello de adelantos técnicos) traería consigo la concepción de una nueva forma de ver, un régimen escópico moderno caracterizado por la abstracción de fragmentos y búsquedas autorales en trabajos como los de Fina Gómez y Alfredo Boulton, en paralelo con la fotografía heredada de la posguerra con representantes como Juanito Martínez Pozueta, Thea Segall y Justo Molina.

De esta forma, un nuevo lenguaje se instauraba para dejar atrás a la tradición en la que Toro era un maestro y referente fundacional, un lenguaje ahora imperante que renuncia a la capacidad narrativa característica de las fotografías hechas para contar sucesos, optando así por una novedosa carga retórica, de poéticas y belleza basada en la riqueza de luces y sombras mejor captadas gracias al progreso de los dispositivos mecánicos del tiempo en desarrollo. No obstante, al abandonar las exploraciones de historias y narrativas cotidianas, «con frecuencia cada vez mayor se difunde la perplejidad en la tertulia, cuando se formula el deseo de escuchar una historia» (Walter Benjamin, El narrador, Santiago de Chile, Ediciones Metales Pesados, 2008). Perplejidad que deja entrever la pérdida de una capacidad humana que nos parecía inalienable: la narración, como facultad de intercambiar experiencias.

«Damas de la sociedad católica» (s/f). Del libro Apenas ayer… 20 años de fotografías de Luis F. Toro (1981): Ricardo Jiménez ©Archivo Fotografía Urbana

Como forma originaria de comunicación, la narración no se propone transmitir el puro «en sí» de un asunto como mero reporte de lo sucedido, sino que «sumerge el asunto en la vida del relator, para poder luego recuperarlo desde allí» (idem). Condición palpable en la obra de Luis Felipe Toro, recopilada por primera vez en el libro Apenas ayer (Fundación Neumann, 1981). En este volumen, las narraciones visuales de la época son acompañadas por una serie de entrevistas realizadas por Clara Posani a personajes protagónicos, pero sobre todo testigos del momento en el que Torito recorría las calles de Caracas en busca de noticias, se estacionaba con sus pesadas cámaras en las cenas del Pabellón del Hipódromo o arreglaba los anteojos de Gómez para retratarlo impolutamente.

Diseño: John Lange. Del libro Apenas ayer… 20 años de fotografías de Luis F. Toro (1981): Ricardo Jiménez ©Archivo Fotografía Urbana

Así llegan hasta nuestros días las anécdotas que acompañan muchas de las fotografías de Torito en un libro que, para su autora, es mucho más que «un asidero de recuerdos, sino una incitación al juicio reflexivo para quienes tuvieron la experiencia de vivir estos años» (Clara Posani, en Apenas ayer 20 años de fotografía de Luis F. Toro, Caracas, Fundación Neumann, 1981). Testimonios que, como el testigo de Agamben, hacen «referencia al que ha vivido una determinada realidad, ha pasado hasta el final por un acontecimiento, y está pues, en condiciones de ofrecer un testimonio sobre él» (Giorgio Agamben,  Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo, Valencia-España, Editorial Pre-Textos, 2000). Relatos que, en el caso de las conversaciones de Posani, son brindados por interlocutores como Elba Toro, Margarita López Contreras, Gonzalo Gómez, Manuel Batista y Francisco de Paula Aristiguieta, entre otros, siempre alrededor de una foto como motivo para la conversación. Y es que al necesitar la historia de imágenes de archivo que comprueben sus hipótesis aparece la fotografía como una huella «de los tiempos complementarios (…) que la imagen, como arte de la memoria, necesariamente agrega» (Georges Didi-Huberman, «El archivo arde», en Georges Didi-Huberman y Knut Ebeling (eds.), Das Archiv brennt, Berlin, Kadmos, 2007).

En esta complejidad dialéctica entre tiempos y recuerdos una obra como Apenas ayer supera toda noción de fotolibro o texto de historia nacional para apostar por la recuperación de la facultad humana de compartir memorias. Experiencias que definen las grandes decisiones de la época de Gómez como período que dio forma a nuestra idea actual de nación y que exige una revisión profunda de sus estudios y manifestaciones. Como aporte histórico, el libro de fotografías de Luis Felipe Toro acompañado por las entrevistas de Clara Posani es el primero de una serie de investigaciones (posteriormente continuadas por Josune Dorronosoro) que evidencian la complejidad de la época vivida por Torito y sus imágenes, sobrevivientes al incendio implícito en la historia. Fotografías que, contempladas a través del cristal del tiempo, pertenecen a un pasado reciente y nada lejano, visto y sentido como “apenas ayer”.


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