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Quizás la crisis que hemos vivido después del 28 de julio opacó hasta la oscuridad el tercer aniversario del regreso de los talibanes al poder. El país se ha vuelto una curiosidad, después de 40 años de guerra. Las únicas noticias son las disposiciones obligatorias que los talibanes les imponen a su propia población, como las de no interpretar o escuchar música, como la de vestirse según la tradición islámica y, más recientemente, la prohibición de que las voces de las mujeres se escuchen en cualquier lugar público por cualquier medio.
Por esa razón, quise entrevistar a Mónica Bernabé*, una periodista de la plantilla del diario Ara que se edita en Barcelona, cuando me enteré de que publicó su segundo libro sobre Afganistán. A Mónica la conocí en Caracas (cortesía de la colega Andrea Daza), quería entender el rompecabezas de la autodenominada revolución bolivariana, luego tomamos un café en Santiago de Chile, a donde la llevó la búsqueda de un cura pederasta que había hecho estragos en ese país. A Mónica no le gusta quedarse en la redacción del periódico, no le gusta levantar el teléfono para que le echen un cuento. Ella está convencida de que tienes que ver lo que ocurre con los cinco sentidos alerta. Seguramente, es la periodista española que más sabe sobre los talibanes. Vivió en ese país por casi ocho años y su viaje más reciente fue en 2023. En las líneas que siguen habla de su cobertura y de su libro titulado: “Afganistán, crónica de un fracaso”.
Tu libro también podría titularse: “Afganistán: Crónica de un Olvido”. Es decir, desde el principio cuestionas el papel que jugó la comunidad internacional. ¿Qué sostiene esa crítica?
Yo estuve viviendo en Afganistán durante casi ocho años. He vivido la evolución de ese país desde el año 2000 hasta la actualidad, creo que lo puedo decir, porque la última vez que viajé, fue el año pasado. Creo que vendían humo, ¿No? Vendían que Afganistán era una democracia, que había un gobierno fuerte, que el país tiraba adelante, que se estaban formando unas fuerzas de seguridad afganas, parecía que todo iba viento en popa y a toda vela, cuando nunca fue así desde el minuto uno. Lo discursos suenan muy bien y te lo puedes creer, pero es que yo viví allí. Y claro, veía la situación. Aquello no iba a ninguna parte, entre otras razones, porque la coalición internacional, liderada por Estados Unidos, (año 2001) se alió con toda una serie de señores de la guerra, los muyahidines afganos, para que los ayudasen a derrocar al régimen talibán. Y eso ocurrió en cuestión de pocas semanas. Estos señores de la guerra exigieron una participación en el gobierno y en las instituciones afganas y repartirse el poder.
¿Cuál era la raíz del problema para la comunidad internacional?
En ese momento habían transcurrido pocas semanas del atentado que destruyó las Torres Gemelas de Nueva York y la comunidad internacional pensó que buscar y detener a Osama bin Laden quien, presumiblemente, estaba en Afganistán, era el mal menor. Pero aquello se convirtió en un monstruo, muy difícil de controlar. Porque los señores de la guerra, que ya tenían un poder militar, al entrar al gobierno, pasaron a tener un poder político. Y también poder económico, porque todas las ayudas que llegaban a Afganistán, al momento que entraron las tropas internacionales llegaron al país, mucho de ese dinero, los millones de dólares que llovían, fueron a parar a las manos de estos señores de la guerra, que también se enriquecieron.
¿Cuál era la situación política de Afganistán antes de la intervención militar liderada por Estados Unidos? ¿Nos dice algo del fracaso? ¿Podemos hablar de una secuencia de hechos que configuraron el resultado que hoy conocemos?
Esos señores de la guerra, que ayudaron a Estados Unidos a derribar al régimen talibán, controlaban una serie de milicias que, en los años 80, habían luchado contra las tropas de la extinta Unión Soviética, que habían invadido Afganistán. Pero una vez que las tropas soviéticas se retiraron del país, estas facciones (llamadas muyahidines) se enzarzaron en una lucha interna para conseguir el control del gobierno. Al principio de la década de 1990, estas facciones arrasaron con buena parte del país. Kabul quedó casi en ruinas como consecuencias de esta guerra interna. A estos, los muyahidines, no les importaba absolutamente nada, excepto controlar el poder. Eran tan criminales de guerra que surgió, como contraposición, un movimiento interno, que eran los talibanes, en cuyos territorios (donde ejercían el poder) había una serie de preceptos surrealistas, pero también cierto orden y cierta paz. ¿Por qué? Porque si alguien robaba, le cortaban una mano, si alguien asesinaba, lo ejecutaban en público y así se acababa la tontería, así de rápido. La población tenía que escoger entre dos barbaros por igual, pero los talibanes garantizaban cierta seguridad.
Todos queremos sentirnos seguros frente al caos, tarde o temprano, buscamos algo de seguridad. Una sensación, creo, que se agudiza en un contexto de guerra.
Bueno, la población dijo: mejor los talibanes que los muyahidines, quienes quedaron arrinconados en una parte de Afganistán. Entonces, Estados Unidos, que ya los conocían, los buscó para hacer caer al régimen talibán, después del ataque a las Torres Gemelas, en septiembre de 2001. ¿Podíamos pensar que unas facciones que habían cometido crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad, cuando recibían el dinero de la comunidad internacional, lo iban a invertir para ayudar a su propia población? ¡No!, lógicamente, ¡no! El dinero que llegaba de la comunidad internacional se lo metían en sus bolsillos. En el barrio de Sherpur, en Kabul, podemos ver mansiones, a cuál más fastuosas, que pertenecían a los diferentes ministros -no todos, pero sí algunos señores de la guerra- que formaban parte del gobierno. Sus propias milicias, carros de alta gama blindados. Ya eran signos de que algo estaba pasando… de que el dinero se esfumaba.
¿Si los talibanes y los muyahidines eran igualmente bárbaros e imponían el terror ¿Cómo se manejaba la gente ante la sensación del miedo?
Has dado en el clavo, porque el miedo es clarísimo en la población afgana. Y eso queda en evidencia cuando ves que los afganos ponen la capa según sopla el viento. Algo que ocurrió cuando los muyahidines desplazaron a los talibanes, pero que también lo podemos ver ahora (con el regreso de los talibanes al poder una vez que se retiran las tropas de la coalición internacional). Lo vi el año pasado, apenas llegar a Afganistán. Te das cuenta de que algo ha cambiado. Algo tan básico como la forma de vestir de los afganos o de las afganas ha cambiado de forma radical. A los hombres (y especialmente a los funcionarios) les gustaba ir de traje y corbata. Actualmente, todos van vestidos con el traje típico musulmán, con pantalones bombachos y blusones anchos. Si les preguntas, te dicen: Es que no quiero tener problemas. Y, por la misma razón, las mujeres visten el burka. La gente se adapta a la situación, por pura sobrevivencia, después de 40 años de guerra o bajo regímenes autoritarios, como es el caso del talibán en la actualidad.
En esa ficción, construida por los medios de comunicación y los opinadores del caso, también se vendió la idea de que Afganistán se iba a convertir en una democracia, con instituciones republicanas. Todo un castillo de naipes. ¿A quien se le ocurrió que la democracia podía llegar a un país que siempre se ha regido por los cánones más radicales del islamismo?
Déjame corregirte. Afganistán siempre ha sido un país islámico y muy conservador, pero entre la década de 1950 y 1970, no se regía por un islam radical y quizás fanático como el que implantan los talibanes hoy. Más que seguir el islam, ellos tienen su propio ideario, que se han sacado de debajo de la manga. Antes Afganistán no era así. El país se ha radicalizado a raíz de 40 años de guerra. Eso por una parte y por la otra, cuando llegaron las tropas de la coalición internacional, ellos tenían un desconocimiento total del país. Voy a un ejemplo, creo que en 2010 o 2011, cuando la presencia internacional ya llevaba varios años en Afganistán, se empezó a instruir al ejército y a la policía, porque se dieron cuenta de que muchos policías y soldados no sabían leer y escribir. La OTAN puso en marcha un programa acelerado de alfabetización para policías y soldados. Sí, tenían un desconocimiento total de la realidad afgana. Se entró a un país, como un elefante en una cacharrería. Y fueron allí porque había un terrorista que se llamaba Osama bin Laden que puso nuestra seguridad, la de Occidente, en peligro. Pero por nada más. En realidad, Afganistán, no les interesaba para nada.
Había otro personaje, también del Medio Oriente, que amenazaba la seguridad de Occidente, me refiero a Sadam Hussein, en Irak. Y todos sabemos lo que pasó allí. Tampoco llegó la democracia y el país quedó totalmente destruido. ¿Podemos hablar de un paralelismo? ¿De un juego de espejos?
Irak influyó en Afganistán en varios sentidos. Uno. Cuando Estados Unidos invadió Irak, en 2003, a un año de la intervención en Afganistán, todo el esfuerzo de Estados Unidos se concentró en Irak. Se olvidaron de Afganistán. La consecuencia fue que los talibanes aprovecharon el vacío para ganar territorio y fortalecerse. Se convirtieron en una insurgencia con más fuerza. Dos. Cuando Sadam Hussein fue ejecutado en Irak, en 2006, las facciones muyahidines, que tenían cargos en el gobierno y el parlamento, se asustaron un poco: a ver si en Afganistán se va a dar la vuelta a la tortilla y terminamos como Sadam. Entonces, en 2007, lo que hicieron estos señores fue impulsar en el parlamento una ley de amnistía, que les garantizaba la inmunidad en el país. Tres, Afganistán fue el laboratorio de prueba de algunas cosas que luego ocurrieron después en Irak. Por ejemplo, los militares estadounidenses que cometieron barbaridades en la cárcel a Abu Ghraib eran los mismos que antes estuvieron en la cárcel de Bagram (cerca de Kabul), conocida como el Guantánamo de Afganistán. Allí se detuvo a gente que fue juzgada, sin que hubiera pruebas claras contra ellos.
Hubo impunidad porque hubo guerra. Además, había necesidad de hacer acuerdos y consensos para lograr algo de estabilidad en el gobierno. Pero si no hay un máximo de mínima justicia, lo que conocemos justicia transicional, eso no va a funcionar. ¿Qué impacto, además de la corrupción, jugó la impunidad en la crisis afgana?
Creo que la impunidad jugó el principal papel. El hecho de que no se hiciera ningún tipo de justicia significó un desastre. Estoy pensando en un funcionario del gobierno que era un auténtico carnicero. Había hecho toda clase de atrocidades, documentadas por Human Right Watch y Amnistia Internacional. Me refiero a Abdul Rashid Dostum, quien fuera vicepresidente del país. Actualmente, creo que vive en Turquía, me imagino que con todo el dinero que se llevó del país. En 2004, creo, se realizó una encuesta, ordenada por la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán, en la cuál se le preguntó a la población ¿Qué se debía hacer con todos estos señores de la guerra? El 74 por ciento de las personas encuestadas respondieron que había que apartarlos del poder y hacer justicia. Hubo un intento de búsqueda de la verdad, impulsado en gran medida por la Unión Europea. Pero nada de esto se hizo porque los talibanes se habían convertido en una amenaza real. Recordemos que Estados Unidos estaba ocupado en Irak. El tema desapareció de la agenda y el objetivo era la lucha contra los talibanes. Todo eso despertó mi interés, porque Afganistán era un país con instituciones muy precarias, donde el gobierno apenas funcionaba. Por eso era tan evidente que todo eso se iba a hundir.
Hay quienes afirman que la retirada de Estados Unidos de Afganistán fue más vergonzosa que la de Vietnam. Ya eso dice mucho. Quiero hacerte una pregunta personal. ¿Cómo se siente una mujer cuando se viste con el burka? ¿Las invade una sensación de asfixia, de claustrofobia, como suponemos en Occidente? ¿Qué sensación tuvo Mónica Bernabé cuando se vistió con esa prenda?
Yo no me he encontrado a ninguna mujer afgana que, a lo largo de 23 años en los que he vivido o viajado a Afganistán, me haya dicho que el burka es su problema. Eso de entrada. Bueno, el burka se convirtió en un símbolo de la represión. Lógicamente, yo estoy en contra de la decisión de los talibanes, quienes impusieron la obligación de vestir el burka, cuando una mujer sale a la calle. Para mí fue una ventaja, porque el anonimato, obviamente, te da un poco de seguridad. Recuerda que, para los talibanes, los occidentales éramos objetivos de secuestro. Entonces, debajo del burka, nadie podía saber si era extranjera o afgana. Al igual que para las mujeres afganas, antes de que los talibanes volvieran a tomar el poder. Si ibas a una ciudad como Kandahar, por ejemplo, y veías a muchas mujeres usando el burka era un indicio de que la seguridad no era buena. En cambio, en Kabul, sucedía lo contrario, porque la seguridad era relativamente buena.
Al final de tu libro mencionas lo que viste en tu visita más reciente a Afganistán. Los trajes occidentales se vendían con descuentos altísimos; eso de que a las niñas las dejaban estudiar hasta sexto grado, toda una noticia en la actualidad, ya lo habías visto en 2023. Nos vendieron una noticia vieja. ¿Qué diferencias viste con relación a tu largo recorrido de 23 años por Afganistán? ¿Hubo cambios sutiles o significativos? ¿Marcaron un antes y un después?
A mí me ha sorprendido la capacidad de la población afgana de adaptarse, que no significa aceptar, a las nuevas circunstancias, desde cambiar la manera de vestir, para no tener problemas con los talibanes, pasando por el hecho de que la música está prohibida, hasta poner la capa según sople el viento, como te dije. Se trata de sobrevivir porque de lo contrario te puede costar la vida. El 21 de mayo, de acuerdo al calendario persa, se celebra el Año Nuevo en Afganistán porque consideran que no se trata de una tradición islámica. Es una festividad en que las familias acostumbra a ir de pícnic al campo y a pintar las paredes interiores de la casa, para que todo esté limpio. Los talibanes prohibieron esa festividad, pero lo que me llamó la atención es que mientras las oficinas del gobierno estaban abiertas, la mayoría de las tiendas y comercios estaban cerrados. Algo así como que no queremos lo que ustedes nos quieren imponer. A mí me quedó claro que la mayoría de la gente en Kabul, no podría hablar por otras ciudades, no está de acuerdo con el régimen talibán. Pero no tienen otra que adaptarse, porque está en juego su propia supervivencia.
¿Tienes alguna hipótesis sobre cuál será el futuro inmediato de Afganistán? ¿Te has hecho esa pregunta?
Una de las particularidades de Afganistán es que las cosas pueden cambiar de la noche a la mañana, en cuestión de horas. Te menciono dos ejemplos, la situación del país cambió en un abrir y cerrar de ojos, después de los atentados de las Torres Gemelas y volvió a cambiar casi de forma inmediata cuando se retiraron las tropas de la coalición internacional que lideraba Estados Unidos. A mí no me gusta hacer futurología y tampoco hablar de la realidad de un país que desconozco. Ahora, yo creo que no somos suficientemente conscientes del caldo de radicalismo, en que se está convirtiendo el país. Allí, donde la música está prohibida, la voz de las mujeres está prohibida, en la televisión no ves ni una sola mujer, ni escuchas la voz de una sola mujer, donde las niñas solo pueden estudiar hasta los 12 años… no puede salir nada bueno de ahí.
***
*Trabajó como periodista Freelance para el diario El Mundo. Fundadora de la Asociación por los Derechos Humanos en Afganistán, entidad que presidió por 16 años, lo que le permitió mantener contacto permanente con organizaciones de mujeres afganas. Ha sido galardonada con el permiso Julio Anguita Parrado de Periodismo Internacional (2010) y el premio Cirilo Rodríguez a la mejor corresponsal en el extranjero (2013)
Hugo Prieto
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